“El refugiado es como un pájaro que le roban el nido y que lo acogen en otro nido. Así es un refugiado cuando llega al Ecuador.” Niña refugiada Colombiana en Ecuador.
Los refugiados reconocidos por el ACNUR son 20.4 millones de personas. Otros 5.6 millones son los palestinos bajo UNRWA, la agencia de la ONU para refugiados palestinos. Es decir hablamos de 26 millones de personas que no pueden volver a su país de origen “…debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país;…” (Convención sobre el Estatuto del Refugiado, 1951) Estos son los refugiados. Además hay 53.5 millones de personas, que son desplazados internos, migrantes de conflictos y/o solicitantes de refugio.
Hoy en 20 de junio del 2020, la enorme mayoría de los seres humanos que se mencionan en estas cifras huyen de guerras de conquista por los recursos energéticos, casos Afganistán, Irak, Libia o Siria. O por Conflictos internos fruto de las violentas desigualdades sociales como en el caso de Colombia donde hay 8 millones de desplazados internos y aproximadamente 100 solicitudes mensuales de refugio solo en Ecuador. Colombia sigue siendo el país con el mayor número de desplazados a nivel mundial y ya no se menciona y es el único de América Latina con un conflicto armado latente.
Otro grupo huye por conflictos religiosos, mezclados con persecución política y de poder (sin que desaparezca el tema del petróleo) como en Sudán, Sri Lanka, Filipinas, China. Finalmente hay un sector importante por la violencia delincuencial local y del crimen organizado como el caso de Centroamérica con las Maras, donde el Estado no puede brindarles protección y deben huir.
Un caso especial es el de los venezolanos que han debido de salir de su país, unos por discrepancias políticas y otros, la enorme mayoría, como una migración impulsada desde fuera por el bloqueo económico y la permanente amenaza de invasión por parte de los Estados Unidos, también motivado por los recursos energéticos y acuíferos. La mayoría de ellos no califican como refugiados y muchos desean regresar, sobre todo a partir de la pandemia del Covid-19. Evidentemente la solución a este conflicto es política y forma parte de una guerra de agresión contra un gobierno socialista. Para ellos hay una calificación sui géneris llamada desplazados externos. Unos años atrás la definición era migrantes y refugiados. No existía esta denominación de desplazados externos.
Hablar del 1% de la humanidad que no puede vivir en su comunidad, en su barrio, en su casa, ir a su colegio, ver a sus amigos, compartir con sus familiares o finalmente visitar a sus muertos en sus cementerios, habla del fracaso del sistema capitalista, del neoliberalismo sin vergüenza alguna, de la brutalidad de la explotación de los seres humanos. A esta tragedia evidente le añadimos ahora la pandemia del Covid-19, que apenas empieza y que ya sirve para enriquecer aún más a los más ricos de los ricos, entre ellos y principalmente, a los dueños de las redes sociales y por supuesto de las empresas farmacéuticas y ligadas a la salud y a todos los especuladores y “aprovechadores de burbujas”. Es decir entramos a una espiral de confrontación muy grave, donde la codicia sin límites se verá enfrentada a la necesidad de batallar por un mundo mejor o por un mendrugo de pan y generará inevitablemente mayor cantidad de desplazados, solicitantes de refugio y migrantes.
En este marco la violencia que se ha desatado en los Estados Unidos por el racismo impulsado desde su Presidente Donald Trump, puede producir nuevos enfrentamientos internos. Es un país con 200 millones de armas en manos de civiles, y ya los vimos desfilar en las calles armados hasta los dientes. Pero no solamente eso, es un Estado que no ofrece protección a sus ciudadanos y ciudadanas y la policía reprime impunemente principalmente a los negros y latinos. El camino, por donde los conduce esta administración y el capitalismo brutal, es peligrosísima y puede llevarlos a niveles muy altos de confrontación interna. Me pregunto, ¿Veremos largas columnas de sur a norte, de negros, latinos y asiáticos o viceversa de blancas y blancos transparentes, rubios, pidiendo asilo en México? El mundo, la historia, está dando tantas vueltas que la imaginación no requiere de fantasía.
El fascismo y el nazismo resurgen, pero también las luchas por la igualdad de derechos y la conciencia planetaria del cambio. Con este marco conmemoramos el Día Mundial del Refugiado y de la Refugiada. Cerrar los ojos frente a las causas o pretender maquillarlas es penoso. Las trabajadoras y trabajadores humanitarios cumplen un papel destacado en esta conmemoración y con ellos debemos ponernos con firmeza la camiseta de la defensa de la Protección Internacional, la defensa de los más desposeídos de la tierra.
No sólo no tienen casa, sino que ni siquiera pueden visitar a sus muertos en su tierra, ni ver a sus amiguitos del barrio en su calle. Esa es la camiseta y por ella hay que dar todas las batallas que sean necesarias. Setenta millones de personas lo reclaman hoy. Por el amor a la humanidad y no al vil dinero usando el miserable disfraz del llamado a “salvar la economía y los puestos de trabajo”.
Parece ridículo y suena romántico, nada que ver con Marx, Keynes, Piketty o con Stiglitz, pero de la Bolsa de Valores, el único valor que debemos rescatar es el amor por la humanidad y por cada una y cada uno que la componemos, incluso por los enemigos, salvarlos de sí mismos, o, por los menos, a sus hijos y nietos.