Por Tamara Idrobo
Países Bajos, septiembre, 2022.
Para Orlando,
“¿Tan impune y poderoso te crees?”
“Mi solidaridad con todas las personas (mujeres incluidas) que han tenido que soportar los abusos y violencia de #OrlandoPérez”
Orlando, el golpeador de mujeres.
Orlando, el acosador de mujeres.
Orlando, el abusador de mujeres.
“Eres machista, Orlando, eres violento.”
Estas fueron mis palabras expresadas en diferentes trinos en Twitter. En esa selva digital donde al unísono se cancela, se juzga, se estigmatiza y se violenta a las personas con tanta impunidad.
Soy Tamara Idrobo. Soy feminista y mi premisa es creerle a una mujer.
De Orlando Pérez no conocía ni sabía más que algo de su trayectoria y de su carrera y profesión de periodista. La única referencia: es un hombre “sentenciado golpeador de mujeres”. También tuve referencias de historias que llegaron a mí de mujeres y de personas que lo acusaban de acosador y de violento.
No sabía nada sobre su historia de vida, su humanidad, su vida personal y poco o nada me importaba su verdad. Sin conocerlo, sin haber siquiera cruzado una palabra con él, un trino, una interacción, lo juzgué, lo sentencié, lo señalé. Y sí, también le ataqué desde mi plataforma digital con mis palabras, que son mi arma. “Orlando, el impune y poderoso” sentencié sin contemplación y sin detenerme ni un segundo a cuestionar mis propias palabras, creencias y preconceptos creados de un hombre al que no conocía.
Desconozco los motivos que llevó a Orlando a escribirme por interno y de la forma más educada pero frontal, cuestionó el hecho de que yo lo ataque sin ni siquiera conocerlo.
“Soy Feminista y yo les creo a las mujeres” me dije. Pero como yo me cuestiono todo, todo el tiempo, decidí extenderme a mí misma la premisa de atreverme a hacer cosas que me incomodan y decidí aceptar un pequeño diálogo escrito con Orlando, quien a través de su cuestionamiento interpeló todas las estructuras que yo creía haber construido sobre una versión que, por ser repetida tantas veces, se convirtió también en mi verdad.
No pasó mucho tiempo y en mi caló profundamente la realización de que estaba haciendo eco a un estigma y a un ‘bulling digital’ sobre una historia que poco o nada conocía. Pero eso sí, con mucho fervor ejecuté el señalamiento a aquel hombre “sentenciado” desde una verdad de una parte del gremio feminista ecuatoriano al que me debo y al que pertenezco.
Mis principios, el incomodarme desde mi feminismo, me llevó a extenderle a Orlando la invitación a mantener una conversación en un pequeño espacio de comunicación comunitario que produzco llamado Ruta Feminista (en el medio digital Hoja de Ruta) que tiene entre una de sus premisas desmitificar a los feminismos.
Al anunciarlo y presentarlo fui duramente criticada, vilipendiada y cancelada en una suerte de ‘carga montón’ por conocidas feministas ecuatorianas que, desde sus espacios y sus voces, se creen dueñas y lideresas únicas de los movimientos feministas en el Ecuador. Eso sí, siempre sobre la base se sus egos morales cuasi perfectos.
Ellas, citando a Orlando en su libro Dieciocho días como ‘#LasPerfectas’, son mujeres que seguramente me odiarán y me marcarán en sus imaginarios con tintes bastantes violentos como: “La Tamara que poco o nada sabe de feminismo”. O quizá lleguen a estigmatizarme como “la amiga de los machos, golpeadores y violentadores”.
Como provengo de y he habitado espacios feministas conozco perfectamente como se manejan ciertos activismos desde la superioridad moral que las hace creerse perfectas y que poca o nula capacidad tienen de cuestionar sus violencias, sus cancelaciones y su poder falsamente construido en verdades que sostiene muchas veces, llegando a violentar a otras mujeres. Ellas, muchas veces desde rencores de vida que no han sido gestionados y que no han tenido ni la oportunidad, mucho menos la posibilidad de sanarse, seguirán siendo tristemente las promotoras de profundas injusticias e interminables violencias.
Ellas seguirán interpelándome, y yo, -ya sin miedo ni temor alguno porque como digo, sus entrañas conozco- seguiré enfrentando desde lo que soy, hago y digo a partir de mi feminismo que es muy imperfecto, humano y que intenta ser incluyente de hombres que se atreven a analizar su masculinidad para aportar a las transformaciones por las cuales lucho y en las cuales creo.
Los feminismos -arrinconados en sus luchas por las violencias- se han vuelto incapaces de cuestionar la información y las versiones que muchas veces pretenden imponernos, haciéndonos perder varias versiones con sus diferentes y respectivas posibilidades de habitar sociedades sin violencias. Violencias de las que muchas veces las feministas creemos ser las únicas capaces de enfrentar abanderando las luchas para su erradicación.
A las feministas y esos feminismos intransigentes mucha falta les hace cuestionarse las verdades que van construyendo y sosteniendo a través del acto humano más simple: atreverse a conocer otras verdades que están disputando la posibilidad de acceder a justicias reales y a reparaciones integrales sin las cuales jamás habrá una verdadera transformación de valores hacia vidas libres de todo tipo de violencias.
A las feministas y a esos feminismos intransigentes que se creen perfectos me permito decirles que yo siendo feminista y como madre de tres hijos, espero y confío que ellos nunca lleguen a ser víctimas de un movimiento -del que yo hago parte- que pueda violentarlos con versiones de verdades impuestas para hacerlo.
A esas feministas y a esos feminismos les digo que la verdad de una víctima de violencia machista puede también crearse desde la historia de un hombre víctima del mismo sistema y, sobre todo, de intransigencias de verdades enceguecidas. Porque, aunque les cueste creerlo, los hombres son también víctimas de este sistema perverso. Y sí, si no son todos los hombres, pueden llegar a ser algunos o varios los que terminan también siendo víctimas de nuestras luchas que juzgan y violentan desde una verdad inventada, sostenida y mantenida muchas veces por conveniencia y otras construidos por intereses (¿políticos, económicos?) oscuros y nefastos.
A esas feministas y a aquellos feminismos también les digo que espero que ninguno de mis hijos llegue a relacionarse con una de ustedes y con esa falsa perfección tan moralmente inequívoca y tan visiblemente violenta, que crea que en ellos puedan llegar a descargar las violencias vividas por ellas y por el sistema mismo que les impide hacerse cargo como perpetradoras de historias de violencias falsas con el fin de respaldar su incapacidad o falta de oportunidades de sanarse y de salir adelante. A mi furia de madre, amiga y hermana se enfrentarán si cualquiera de sus perfeccionismos se crea (como yo he visto y me consta en más de una de sus representantes) capaces de venderse a lo material y a la perversidad de querer ser lo que no podrían llegar a ser, auspiciadas, defendidas y respaldadas por aquellos feminismos que violentan.
Estas reflexiones han nacido en mí en medio del intercambio que me he atrevido a tener con Orlando Pérez, hombre acusado más allá de la legalidad y sentenciado por una justicia aupada y sostenida por la fuerza de todo un movimiento al que me debo y del que soy parte, además de un linchamiento mediático impresionante que nunca tuvo la “gentileza” de observar todo, contrastar los hechos y verificar los supuestos testimonios.
No puedo dejar de cuestionarme que, en los cientos de miles de historias de mujeres violentadas, acosadas y abusadas por hombres con poder (muchas de estas historias siguen y quedarán silenciadas e impunes), pueda haber una, tan solo una sola posibilidad de que un hombre acusado de ejercer violencia hacia una mujer tenga que enfrentar la versión impuesta de una verdad inventada que no es la de su realidad.
En medio de este intercambio con Orlando, llegó a mis manos su libro: Dieciocho días y a través de su relato y de su historia, me he encontrado vulnerable e interpelada frente a la versión de una verdad que pienso defender con mi vida: las mujeres somos víctimas de violencias, acosos y abusos ejercidos por hombres, pero también existe pocos, algunos (¿varios?) hombres que llegan a ser víctimas de violencias ejercidas por todo un movimiento de mujeres.
En Dieciocho días (tiempo que también pueden tomarse en leer esta novela), Orlando expone su verdad al sentirse violentado e injustamente sentenciado. Entre pasajes de reflexión y hechos que no parecen ser solo de ficción, Orlando expone y defiende su verdad. Su inocencia es su verdad.
Reitero que como mi feminismo me lleva a cuestionarme todo, todo el tiempo, en mis intercambios con Orlando pude sentir cómo un hombre lucha por su verdad. Esto me llevó a pensar en cuál es la verdad (que puede ser relativa, nunca absoluta) pero, sobre todo, me cuestionó en las razones del por qué cada persona defiende a su verdad.
Desde mi feminismo, además, no puedo silenciarme frente a la tangible realidad de que la sagrada herramienta de la denuncia por violencia de género es y ha sido usada para fines politiqueros y mezquinos, llevando seguramente en pocos casos a acusar a hombres no inocentes de su machismo, pero sí inocentes de ejercer las violencias de los que se les acusan.
En aquel diálogo que tuve con Orlando Pérez y que llevo a la furia a varias representantes del feminismo ‘perfecto’ ecuatoriano a violentarme y cancelarme, él dijo algo que me llevó a la reflexión sobre las verdades. Desde su forma pausada y consciente admitió haber ejercido violencias desde los comportamientos que los hombres con o sin poder, normalizan en la vida cotidiana. En ese proceso de reconocimiento y vulneración, Orlando nombró a sus dos hijas como las personas que han sido víctimas también de lo que lo acusan falsamente.
Al encontrarme con el Orlando padre de sus hijas, no pude dejar de encontrarme a mí misma con la Tamara madre de sus hijos. Orlando en Dieciocho días muestra una vulneración al reconocerse responsable de las construcciones machistas y violentas que acepta haber ejercido y que, al concienciarlas, busca cuestionarse para no repetirlas. Ese mismo acto de vulneración he tenido yo desde mi feminismo que enfrenta y enfrentará siempre a las masculinidades violentas aceptando la imperfección de mi propio feminismo.
Desde mi trinchera de mi feminismo no puedo ni podré callarme sobre casos donde se pretenda mantener una verdad con el fin de ensuciar no solo a una persona, sino también que busque aniquilar la razón de la lucha por todas las mujeres -y hombres- víctimas de violencias acalladas o engrandecidas dependiendo de quien las lidera.
Orlando, gracias por atreverte a acercarte a mí y por haberme permitido leerte a ti.
Porque es de valientes defender la verdad frente a la indolencia de una sociedad que se pudre al defender a conveniencia mentiras propias, mientras calla las dolorosas verdades colectivas.
Tamara.