Por Jorge Elbaum
El Indio Solari y Andrés Calamaro expresan dos formas antagónicas de evolución cronológica: el primero sigue dialogando con una forma lúcida que articula el compromiso poético con la dignidad. El segundo se debate en torno a la degradación reaccionaria contaminada con decrepitud.
El Indio Solari y Andrés Calamaro expresan dos formas antagónicas de evolución cronológica: el primero sigue dialogando con una forma lúcida que articula el compromiso poético con la dignidad. El segundo se debate en torno a la degradación reaccionaria contaminada con decrepitud.
El paso del tiempo puede repasarse como un lapso efímero, si se mira en forma retrospectiva. Pero también puede comprenderse como un viaje en el que se registran y se consolidan ternura y esperanzas. Cuando los años empiezan a transcurrir como un torbellino, cada cual hace sus cuentas con lo atravesado. Quienes han tenido el extraordinario albur de envejecer y lograron acumular más de medio siglo en sus hombros –con algún que otro brillo en los ojos– suelen hacer cuentas con su trayecto. En ese diálogo de pretensiones introspectivas siempre intervienen los otros. Aquellos que nos han guiado, sugerido, aconsejado, cuestionado o criticado.
Todos hemos cambiado. Algunos para bien. Otros sin duda, para mal. ¿Cuál es el parámetro para evaluar la calidad de tal mutación? El vínculo con el mundo que nos rodea: la capacidad de entregarnos sin egoísmos a quienes amamos y la disponibilidad para acercarnos a los que más sufren, y la decisión para enfrentarnos a los psicópatas, mezquinos y crueles.
Mirando las vidas de los que nos rodean, incluso tomando perspectiva con relación a nuestro propio trayecto vital, podemos ser equitativos en el balance. Incluso tomando en cuenta las sumas y las restas que corresponden a las contradicciones y las peleas que no supimos dar.
Es indudable que a lo largo del viaje aparecen las oportunidades de ensanchar los márgenes de lo vital. De virar hacia el encuentro, de desfallecer o de transformarse en una patética máscara sombría. Algunos intentan la travesía del abrazo y flaquean. Otros renuncian.
No es verdad que exista un desarrollo cronológico garantizado. Por ahí andan –como testimonio del servilismo y la claudicación– aquellos que involucionan. Pero es falso el apotegma conservador que nos pretende guiar hacia la desesperanza cuando habla del “incendiario a los 20, reconvertido en bombero a los 60”. Esa operación persuasiva se inscribe en el intento de domesticación dispuesto para convertirnos en una mueca nauseabunda de desesperanza y tristeza.
El crecimiento supone alguna forma de alteración. Y es posible que algunas de las metamorfosis que incluyen puedan devenir en un fiasco o convertirse en simples marquesinas de marketing. Probablemente las más trascendentes son aquellas que nos han permitido encontrar un sendero más empático, más profundo y tierno con el entorno que nos rodea, e incluso con nosotros mismos.
No existen recetas ni planos para ese viaje. No hay un mapa de crecimiento ni de madurez. Nadie te enseña cómo ser padre, madre ni como se hace para convertirse en un adulto. No se conocen las brújulas precisas acerca de cómo tramitar el tiempo. Uno (o una) puede fosilizarse en ese viaje o puede apostar a llegar con risas hasta el último peldaño.
Andrés Calamaro y Gustavo Cordera son ejemplos vívidos de una decadencia pronunciada. Ambos continúan dando muestras de una decrepitud actitudinal, acompañada por declaraciones discriminatorias y repulsivas. El primero avalando principios neofascistas –en formato español de Vox– ; el segundo despotricando misoginia y avalando en la actualidad al gobierno perverso de Javier Milei. Del otro lado de la vida –donde todavía se escucha el acento enérgico de quien apuesta a la existencia– se dibuja la silueta de Carlos Alberto “el indio” Solari, que pese a sus problemas de salud no desdibuja su vínculo con las voces de la esperanza. Negrura de un lado. La luminosidad del otro.
Este contraste también puede observarse en la comparación entre Santiago Kovadloff y Julio Cortázar. El primero, partiendo de la izquierda para recalar en el macrismo y el segundo abrevando en el gorilismo para finalizar su rayuela en el cielo de quienes defendieron a las revoluciones cubana y sandinista. Existen miles de ejemplos comparativos. Los lectores ubicarán los suyos, incluidos por fuera de los nombres conocidos. Los casos de María Elena Walsh y Osvaldo Bayer también grafican este desequilibrio. Mientras la primera se colocó contra la carpa Blanca –en tiempos de luchas sindicales de los docentes– el Gran Osvaldo no dejó nunca de ser fiel a todas las demandas de los trabajadores.
Hay muchas formas de tramitar el paso de los meses. Para gestionar ese tránsito, algunas llevan consigo una paleta de colores con los que se describen futuros mejores. Otras manchan el porvenir –y su propio pasado– estableciendo alianzas con los todopoderosos de turno. Mientras tanto, Cortázar, Bayer y “El indio”, insisten en exhibir desde sus biografías, algunos ejemplos de cómo envejecer con dignidad.
Tomado de https://dejamelopensar.com.ar/