Por Carlos Baruch Pesántez
En su célebre Ecuador: drama y paradoja, publicado en 1950, Leopoldo Benites Vinueza supo capturar en la descripción histórico-epocal propuesta en dicho ensayo, en donde se plasmaría por primera vez el discurso crítico inaugural de la sociología ecuatoriana, la transición vivida por nuestro país desde los tiempos decimonónicos clericales y latifundistas hasta el moderno siglo veinte crecientemente capitalista, agroexportador, con una protoburguesía en proceso de formación. La misma que en su devenir histórico, podemos añadir nosotros en lontananza, perdió ya hace varias décadas la posibilidad de convertirse en clase nacional dirigente. Asimismo, dicha clase anti-histórica no llegó a tener ningún proyecto de liberación nacional capitalista en los que hubiera podido volcar a la sociedad en su conjunto y tener su apoyo legítimo.
La relación entre el drama y la paradoja que visualiza Benites Vinueza, es la de una crisis vivida de manera casi irreconciliable, con un alto costo social, político y económico, entre los proyectos político-económicos de los conservadores y liberales, como drama. Se trata de una crisis producida por un desfase existente entre la limitada dimensión histórica de estos prototipos de la clase dominante ecuatoriana de esos tiempos, y las nuevas tareas planteadas al desarrollo capitalista del país, por otro, en un contexto totalmente avanzado de constitución del mercado mundial capitalista, de formación del capital financiero y de la emergencia de los imperios modernos, como paradoja. Es decir, que la situación paradojal que produce todo ese drama, todo ese desgarro social que sirvió como materia y detonante de la revolución liberal incluyendo sus trágicas consecuencias históricas, se encuentra en un hecho que todavía parece invisible para Benítez Vinueza, pero que sí podemos distinguir nosotros, a saber: la naturaleza dependiente del capitalismo ecuatoriano. La imposibilidad histórica de vivir el drama y resolverlo, sin un sujeto social o proceso histórico que ponga fin a ese camino sin salida: esa es la paradoja descrita por este ensayista.
A la vuelta de casi setenta años de aquellas reflexiones, el cotejamiento entre el Ecuador de las páginas de Benítez Vinueza y el país contemporáneo, sin duda nos estremece. Pues, ahora, tanto el drama como la paradoja se vive nihilistamente como un deseo auto-motivado, como un delirio, recurrente de las élites dominantes locales. Éstas han aceptado sin más cuentas su lugar dependiente en el capitalismo global, digamos, se sienten menos motivadas por cualquier proyecto histórico propio que por encontrar un lugar adecuado como capataces del gran capital.
En los últimos años la irrupción del progresismo democrático del siglo XXI intentó poner cierta resistencia a esta tendencia irreversibles marcada por la ensamblamiento planetario del capital global y los órdenes geopolíticos impuestos por las superpotencias hegemónicas de la sociedad mundial capitalista. Pero, a pesar de que discursivamente y en cierto grado se opuso en los hechos a estos efectos, tales tendencias no dejaron de operar dentro de las propias propuestas de neodesarrollistas planteadas por el progresismo –podría citar una serie de procesos estructurales en este sentido, sin embargo, tal cosa no es materia de este artículo–, lo cual ha terminado estrangulándolo como proceso político. Esto demuestra la capacidad determinante de la tendencia supra histórica del desarrollo capitalista independientemente de la realidad de cada nación, si bien cada desarrollo regional y nacional tiene sus matices propios.
Ahora bien, a pesar de que vivimos como país una situación grosso modo semejante al de las primeras décadas del siglo anterior, por qué podemos decir que ya no vivimos en el país de los dramas y de las paradojas, y por qué ya no es interpretable de esta manera. Las respuestas a estas interrogantes las podemos encontrar en las jornadas electorales vividas el pasado 11 de abril.
Existen muchas razones para sospechar que los resultados de los comicios recientes no sólo representan el triunfó Guillermo Lasso, el caprichoso exbanquero, por tres ocasiones candidato que logra devuelve a la clase dominante ecuatoriana la posibilidad de tener un administrador directo de sus intereses corporativos, en este caso bajo la conducción hegemónica de la élite banquera. Las razones del triunfo de Lasso hay que explicarla dentro al menos tres fenómenos de alcance regional y mundial muy poco analizadas en nuestro medio, sin que esto signifique que los elementos de análisis relativas a la coyuntura política nacional de los últimos años, como la persecución mediática y el lawfare; o los elementos concernientes a los errores estratégicos y tácticos de la realidad específica de la campaña, tengan por su puesto un lugar secundario, pues todo es transversal. Sin embargo, para entender lo ocurrido propongo aquí dejar suspenso por un momento los elementos locales nacionales y mirar el continente mayor para luego articularlos según se dimensión en una explicación general más justa del problema. Hay niveles en el análisis de que debemos sopesar para una mayor claridad del problema.
Los elementos a los que aludo los podemos visualizar en el plano regional en la reversión de los progresismos latinoamericanos acontecida en la última década aceleradamente. Los que, si bien han logrado mantenerse o retornar en varios países suramericanos, como tendencia regional han sido superados por los gobiernos derechas bajo distintas formas a veces muy poco democráticas y a veces democráticas, especialmente por sus programas neoliberales y neofascistas apoyados por la propia población mayoritariamente, como ocurrió en Brasil con la elección de Bolsonaro, o como acaba de ocurrir aquí mismo en Ecuador.
En el plano propiamente internacional por su parte dos elementos parecen determinar el ascenso del gobierno de Lasso, así como configurar de forma general el ecosistema actual de las derechas continentales. Por un lado, la primacía del capital global y la integración de casi todas las potencias, subpotencias y naciones dependientes del planeta en un solo discurso de poder, productivista, extractivista y financiarista capitalista; por otro, la reconfiguración geopolítica del planeta protagonizada actualmente por EEUU, China y Rusia, sobrepujadamente en el Pacífico Sur, la cual viene acompañada de un remolino de conflictos que tienen la capacidad sacudir de tramo a tramo la realidad política, económica, social y territorial no solo del Ecuador continental sino de toda America Latina. Sobre y entre estos dos elementos emerge todavía transversamente el gran demonio de la crisis de 2008, que en 2020 multiplicó por mil sus consecuencias y ha engendrado algunas otras crisis que explotarán en el futuro. Lo cual es sobre todo el resultado de la gran estada Ponzi creada las políticas de flexibilización cuantitativa radical emprendida por la Reserva Federal hace más de una década.
Sobre la base de lo dicho podemos ver que el proyecto de Lasso encarna directamente al capital global en el marco de una particular situación geopolítica del Ecuador, nacida a partir de la lucha por la hegemonía sostenida por las tres superpotencias actuales en su afán de conducir el nuevo ciclo de expansión capitalista conducida por la 5G, consolidar para sí el dominio capitalista de Eurasia, y liderar la conquista científico-militar de la naturaleza del espacio exterior. Si no se cierra la brecha abierta entre las superpotencias alrededor de la supremacía sobre el océano Pacífico con el dominio de una de ellas, difícilmente podrá cualquiera de estas consolidar la hegemonía del espacio exterior. El Ecuador debida a su soberanía fallida sobre las islas Galápagos sigue siendo un “espacio abierto”, está cruzado en medio de este potencial polvorín geopolítico presente el Pacífico Sur y se halla a merced de las superpotencias. Hay que verlo así.
El triunfo de Lasso sería inexplicable sin las estas variables señaladas. En el fondo de las razones de su victoria hay movimiento fundamental, el del capital global que se expresa en el capital financiero criollo, y que ha desplazado para siempre a la vieja oligarquía agro-exportadora representado en el cacicazgo del populismo de derecha tradicional casi siempre de mentalidad hacendataria. De la misma manera como una vez el ascenso de la élite agroexportadora en la segunda mitad del siglo XIX, gracias al previo auge cacaotero, inició el desplazamiento progresivo y si bien lento de las anacrónicas élites latifundistas –proceso que se consumó sólo pasada la segunda mitad del siglo XX con en una revolución liberal cercenada y a medio camino de sus proyecciones iniciales–, para así dirigir a su antojo los destinos del naciente capitalismo local: hoy es el capital financiero criollo incubado por el neoliberalismo el que por una vía pacífica empieza a desplazar y a romper el anterior régimen oligárquico. El sujeto transformador de este periodo es el capital global.
¿A dónde va el Ecuador, entonces? Con lo dicho antes es mucho más fácil responder a esta interrogante. El programa de Lasso, por cierto, ya anunciado y celebrado en los medios de comunicación al servicio de los neoliberales en el poder, y que parece haber encontrado un abrumador apoyo en la empobrecida clase media ecuatoriana de hoy, es como se sabe el aperturismo como política económica y librecambio como doctrina. Pero a ello hay que sumar aún el set de explosivos en forma de políticas públicas neoliberales con el que viene preparado, privatizaciones, concesiones, corporatización, flexibilización laboral, y otras formas de Estado subsidiario es realmente ambicioso. Lo que, atado a la crisis pandémica, cuyos impactos permanecerán todavía por unos años debido a las carencias estatales y las limitaciones de acceso a las vacunas contra el COVID-17, empeorará las cosas sobre todo para las clases medias y bajas hasta llegar a niveles de precarización abominables quizás jamás vistos en el país.
En estas condiciones ha sido el capital global el que difuminado la importancia de las contradicciones internas entre los actores oligárquicos. Los ha disciplinado con una entereza inigualable en función de la defensa de los intereses orgánicos del régimen de la acumulación financiera que es lo que les interesa. Y gracias al efecto geopolítico que coloca al Ecuador en el tablero principal de la disputa mundial del Pacífico Sur, nuestros problemas curiosamente no son algo que nos competa, ni algo para lo que podamos tener la solución como ecuatorianos. Hay que recocerlo. El Ecuador de hoy represente el lugar de una neo-colonia convertida en un burdel pobre, cómico y cínico del capital, y eso es lo que hay por ahora. Es así que el capital financiero ha puesto fin a todo drama y toda paradoja.
No fue capaz de esto el irresoluto acuerdo entre las élites locales que nunca si quiera llegó a plantearse como un proyecto nacional bajo ningún concepto. No lo fueron tampoco los proyectos de la élite ilustrada y burocrática de las distintas regiones que apenas cuentan en los libros de historia escolar. Tampoco, no hay que olvidarlo, pudo esta historia de dominio de las clases dirigentes ser sepultada por la clase obrera como sujeto revolucionario. Y, claro, es incierto saber por ahora si el proyecto del Estado Plurinacional propuesto por el movimiento indígena podrá dar vuelta a la página.
En la última coyuntura electoral ecuatoriana ninguna de las opciones electorales alternativas al candidato del capital financiero global, llegaron siquiera a promover en germen crítico dentro de la opinión pública local frente a la hecatombe neoliberal representada por Lasso y su programa. Los candidatos “alternativos” estaban más bien entusiasmados en sus propios delirios neófitos y locuras provincianas de poder.
Sin embargo, allende la aventura rimbombante y sin efectos decisivos de las alternativas presentadas por el progresismo y la izquierda frente al candidato de los neoliberales, debemos mencionar lo que sin bajo el menor atisbo de racismo habría que resaltar metafóricamente como la “astucia del poncho”, que bajo una negociación turbulenta ha logrado hacerse con la presidencia de la Asamblea Nacional. Además de Bolivia no existe otro caso en nuestro subcontinente donde bajo circunstancias históricas especificas los poderes de la democracia formal estén dirigidos por representantes de los sectores subalternos. Esto romperá sin duda algunas limitaciones psicosociales absurdas que subyacen al Estado neo-colonial que hemos heredado de las trafasías inmorales de la blanquitud. Y lo han logrado en base a su experiencia político-organizativa de décadas y a su legitimidad alcanzada en las urnas como movimiento, tendencia y bloque de poder. Si bien bajo un acuerdo táctico con el partido gobernante, que esperemos no se convierta en un acuerdo estratégico, lo que de darse tendría consecuencias negativas inimaginables en el movimiento indígena ecuatoriano. Seguramente la profunda pragmática y sabiduría del movimiento indígena evitará caer en las tentaciones y confusiones de las ambiciones personales, y con una compresión profunda de las contradicciones que seguramente no faltarán y serán cada vez más agónicas y agudas, serán capaces de conducir a la Asamblea Nacional ecuatoriana hacia la defensa de nuestra sociedad frente al gobierno neoliberal.
En todo caso, por hablar en el sentido hegeliano de la razón de la historia, las izquierdas ecuatorianas se reencuentran con sus actos y a costa y en contra de sus objetivos particulares una vez que la gaya realidad conduce a que sus esfuerzos contribuyan a propósitos reconocidamente universales. Se podría decir también, para mala suerte del instinto egoísta de estas izquierdas que al buscar cada una de ellas negociar por su lado con las élites políticas de la clase dominante, obraron mefistofélicamente. Pues, sin proponérselo, queriendo hacer el mal han terminado haciendo el bien, al haber partido cada uno con su de negociación los bloques de poder del gobierno y de la oposición.
Por un lado, mientras después de los resultados de la segunda vuelta al parecer ya se estaba gestando en las cloacas de la oligarquía guayaquileña una criatura grotesca, el bellaco acuerdo de gobernabilidad CREO-PSC-UNES, al que se Correa le dio sin mayor reparo y exageradamente la importancia del histórico Pacto de la Moncloa de la España posfranquista, Pachakutik logra astutamente contener y desarmar la gobernabilidad de los jerarcas Lasso-Nebot-Correa. Pero además lo fundamental es que provoca la ruptura del pacto electoral CREO-PCS. Así, lo que en la revolución ciudadana celebraban como un resultado al fin al cabo positivo del fallido acuerdo por la presidencia de Henry Kronfle, esto es el quiebre del pacto electoral de la alianza CREO-PSC, es en realidad un triunfo del Pachakutik, conseguido como efecto inmediato y medido de una victoria política y no como un premio consuelo de la realidad. Una acción ciertamente audaz, que les ha permitido recuperar la iniciativa dentro de la lucha política y desplazar al progresismo como interlocutor anti-sistema al interior del campo político, al menos provisionalmente, y sin que haya atisbos de que las diferencias entre ambas tendencias se disipen bajo ningún aspecto.
Por supuesto, otro escenario hubiera representado un acuerdo desde el centro a la izquierda bajo la fórmula Pachakutik-UNES-ID. Pero es inútil ya reconstruir dichos imaginarios y escenarios. Por ahora la izquierda pragmática de Pachakutik y no de la revolución ciudadana es la que marca la pauta en las relaciones de fuerza al interior del campo político ecuatoriano.
Frente a esto los únicos agentes sociales y políticos que viven engañados con el ansiado acuerdo de gobernabilidad, sin saber por qué motivo no puede existir o por qué es tan difícil como insostenible un acuerdo de gobernabilidad entre Pachakutik y Creo, son los pseudoperiodistas de los noticieros vulgares de Teleamazonas y Ecuavisa que lo quieren imponer desde sus antenas y anatemas, cierta derecha indígena acostumbrada a servir de alfombra exótica a la oligarquía y algunos líderes incautos del golpeado progresismo Pero así están las cosas.
En fin, como no hay otra cosa más importante que la que tomarse en serio que la propia realidad, lo que toca ahora es “encontrarnos”, si bien en todos los planos de la vida social, política, económica y cultural ecuatoriana lo que vemos venir es un “encontronazo”.
No obstante, en medio de una de las más mortales pandemias que haya visto la humanidad en su historia social, por ahora el gran evento tiene en Ecuador la forma de una apacible misión del “encuentro”. La que, hay que decirlo, goza de popularidad y es hálito y neuma para el joven gobierno. Ha convocado furtivamente y entusiastamente a las distintas fracciones de la clase dominante y a varios sectores secundarios de las elites, a la academia y a los aparatos intelectuales, a las clases medias y preocupantemente a un vasto sector de los sectores populares en un solo proyecto común. Y hay que entender la gobernabilidad del encuentro como una misión ecuménica del capital global cuyo paraíso terrenal estará consumado cuando vez que el Ecuador se convierta formalmente en un paraíso financiero continental cada vez más integrado geopolíticamente a las potencias de turno.
Hemos llegado así, con la venia mutua de los verdugos y sus víctimas, por un curso hiperbólico producido en la historia reciente, a una especie de nueva república: un país sin contradicciones, sin dramas, sin paradojas. Bienvenidos al Ecuador: próximo paraíso financiero regional al servicio del capital global.