Por Juan Montaño Escobar
El fútbol es el pueblo, el poder es el fútbol:
yo soy el pueblo, decían esas dictaduras militares[2].
El jueves 13 de mayo de 1830, se establecía la República del Ecuador. El acto político primario y supremo de los siglos que estaban por venir, si dudas. En 1848, en Cambridge, se reglamentaba el football, reinventado en Inglaterra, aunque patear, con arte y oficio, algún objeto ocurrió poco después del homo sapiens. Uno de los puertos marítimos de más importancia durante gran parte del siglo XIX fue Liverpool, incluido el tráfico de personas africanas esclavizadas. Una década después de creada la Res-publica (o sea la vaina de toda la gente o debería serlo), Esmeraldas ya era puerto activo de exportación de madera y productos vegetales. No, no había infraestructura portuaria, la estiba se cumplía con la física de los cuerpos negros en disputa con la física de las aguas marinas. Uno de los puertos de destino de las exportaciones fue Liverpool y es posible que de allá llegó, un día sin fecha, el fútbol a Esmeraldas.
El fútbol de estos últimos años, como el Ecuador político, ha cambiado su semántica popular. Aunque las oligarquías balompédicas hagan la de Pedro en casa del sumo Sacerdote: nieguen su dios. El fútbol es la política con otras inteligencias y otros sudores. Hoy el país está en crisis política según como se lo mire y el fútbol también. Se incluyen las opiniones de los programas mediáticos y a la vez queda intacta la nostalgia en los picos de oro, inclusive de aquellos con pocos kilates de fama. Por estos días apenas son enredos palabreros para hablar de todo sin decir nada. Acaso, ¿se perdió el bembeteo de tanto filósofo esquinero que pretendía sabérselas todas? Alerta, es imposible no presentir que aquello que declina ojos a vistas. Aquello es más común que el sentido común y es el balompié. Así es y en el Ecuador está en crisis polisémica. Y uno de los significados de este deporte es su convocatoria al común. Contradiciendo a Eduardo Galeano, ya no es más el fútbol a sol y sombra. Ahora mismo es sombrío en vías a la perfecta oscuridad. Por generación y degeneración. ¿De veras, hay correspondencia entre fútbol y política? Bastaría un sí fuerte y claro. Pero equivaldría a un acto lánguido, no se podría esconder ese pesimismo angustioso de los pocos y últimos minutos antes de una eliminatoria definitiva y ese swing desalmado que campanea en el ánimo de una mayoría desconfiada en los buenos resultados de su equipo. Igual ocurre con los avatares políticos del Gobierno nacional. De Roy Gilchrist, para puntualizar. Con frecuencia ciudadanía y afición tienen en la punta de la lengua el deseo fervoroso de emigrar de país y de equipo. (“A donde sea”, se dice para confirmar la seriedad del deseo). Los futboleros padecemos el doble o el triple, según las circunstancias del partido y las decisiones de la actual tribu gobernante. Sea por la gestión política desde la institucionalidad y por la gestión descarriada de las argollas que gobiernan el fútbol. Y si aquello no es suficiente, entonces por las imágenes desabridas en las canchas ecuatorianas y las aposentadurías de los estadios vacías. Y eso que las narraciones de los partidos intentan calentar aquello que está congelado: el ánima futbolera de las hinchadas.
El futbol ecuatoriano necesita con desesperación dos actividades expresadas con los verbos amar y hacer. Desde que el mundo es aquello que es nada se hace sin amor. Dos verbos para la comprensión intelectual y cimarrona de causas y efectos de estas crisis. Estos efectos de baja futbolización son tan insoportables como los políticos, por lo tanto avancemos hacia las causas. ¿Cómo se jodió el buen fútbol en las canchas ecuatorianas? Ya precisamos: en las de los estadios. Las pichangas barriales y playeras aún tienen cierto condumio emocional, aunque quién Dios sabe… Más que la temporalidad (¿Cuándo ocurrió?) cabe la causalidad. Toda la literatura producida por el balompié, que no es poca ni en cantidad aunque tampoco en calidad, se concentra en cuatro palabras definitorias: El-fútbol-es-espectáculo. Un partido de fútbol es circunstancia histórica que no sacrifica el romanticismo de hazañas heroicas de equivocada semántica, no se conforma con ninguna metáfora y prefiere las paradojas. El fútbol encanta y desencanta, por eso como ley física después de las idas y vueltas del balón, le corresponde el turno a la narrativa de los sabios de la palabra y los sencillos analistas. Para unos u otros serían las sabatinas, las mañaneras o los aló Presidente. “Porque se equivoque uno, no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”[3], discurso político desde la ética del palenke del fútbol. Y al revés del dicho, si queremos hablar de revolución balompédica. Son noventa minutos de balón al pie o a cualquier parte del cuerpo menos a las manos salvo que sea el arquero. (O apropiador de los bienes públicos). Un partido es imagen que motiva a renovados imaginarios en los conversatorios parecidos a mítines de otros tiempos; es contemplación calenturienta y desesperada desde las tribunas o en el lugar que sea ese momento cumbre cuando el balón golpea la parte interna de la red (¡gol!, grito fantástico); el tiempo finito de la palabra cumplida; son escenas del drama sin fin porque jamás se irá de la memoria colectiva.
El proverbio es atribuido a César Luis Menotti (1938-2024). “Al fútbol se juega como se vive”. Si se aplica al Ecuador de las desventuras políticas del último septenio me arriesgaría a calificarlo de dogma. Noble dogmático este jazzman, quién creyera. Y con suficiente razones: pésimas gestiones políticas gubernamentales, sin importar el nivel territorial, y malísimos partidos de fútbol. Barrio adentro vida es un entendimiento total: biología, filosofía de calle y esquina, oralidad literaria y puro arte de vivir con el vaso de agua limpia y transparente ofrecido con respeto a algún orisha. En el fútbol, vida es viveza, rebeldía, perspicacia, solidaridad y minutos insufribles. Todo aquello con balón en cancha. La vida convoca a la devoción sin culpa, igual en el fútbol. Jorge Valdano escribió que se está instalando cierta mediocridad en el balompié europeo y la atribuye a “la peligrosa tendencia del fútbol industrial de estos días”[4]. Él explica el sacrificio de la genialidad de los jugadores por la mecánica implacable de lo táctico impuesta por los entrenadores. Exacto para el Ecuador político y atroz a la vez y a esta hora fatal. “La supervivencia de los peores, un darwinismo inverso”[5]. Analogías válidas y en demasía: partidos de fútbol malísimos contados como excelentes por los medias, no se comenta sobre los estadios vacíos, la disminución de las audiencias que hace imposible el PPV (pay-per- view), una indiferencia colectiva letal para perdurabilidad del interés futbolero y las grandes hinchadas se convierten en pequeños clanes melancólicos. Más o menos como en la vida política del Ecuador. ¿A qué seguir con este tono de alabao[6]?
[1] Paráfrasis del título del libro de Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra.
[2] El fútbol a sol y sombra, Eduardo Galeano, SIGLO XXI EDITORES, S.A., Madrid, 1995, p. 158.
[3] Palabras de Diego Armando Maradona, en el estadio de La Bombonera, dichas el 10 de noviembre de 2001.
[4] Nuevo fútbol y mediocridad, Jorge Valdano, publicado en El País digital, del 4 de octubre de 2024, 22:15.
[5] Ídem.
[6] Género vocal triste dedicado a las personas adultas fallecidas. Estos cantos de la tradición musical afropacífica colombo-ecuatoriana prescinden de cualquier instrumento de música; son horas y horas de canto a capela.