Por Daniel Kersffeld
Antes que resolver los problemas estructurales en los que se encuentra el moribundo gobierno de Guillermo Lasso, el mecanismo constitucional de la “muerte cruzada” podría favorecer el cambio en la correlación de las fuerzas políticas del Ecuador.
En este sentido, y frente a la extrema gravedad de las circunstancias, Lasso acaba de dar un verdadero manotazo de ahogado para eludir el proceso de juicio político por el delito de peculado en el que se encuentra, como si una disposición presidencial pudiera borrar de un plumazo el hecho concreto por el que la Asamblea se aprestaba a sancionarlo y, finalmente, resolver su poco honrosa salida del poder.
La herramienta
La “muerte cruzada” es una herramienta incorporada en la última reforma constitucional celebrada al inicio del gobierno de Rafael Correa. Apunta originalmente a la preservación de la institucionalidad cuando el gobierno es asediado por un parlamento dispuesto a utilizar cualquier tipo de recurso con tal de impedir su labor o, directamente, de provocar su crisis terminal.
La “muerte cruzada” opera, por tanto, como el último instrumento al que puede apelar un presidente en conflicto con la Asamblea Nacional: su aplicación implica, en la práctica, el llamado a elecciones generales en un corto plazo para medir el grado de popularidad de oficialistas y opositores en un nuevo contexto político.
En suma, se trata de una apuesta a todo o nada, en la que el gobierno buscará relegitimarse en las urnas esperando que cambie la composición del parlamento. Aunque también podría suceder lo contrario y que el presidente que convoque a un nuevo proceso electoral termine vencido por una oposición todavía más fortalecida en la Asamblea.
En principio, Lasso desvirtúa este recurso constitucional al proponerlo como una vía de escape con un sentido estrictamente individual y ante la persecución política de la que dice ser objeto por parte de la oposición. Algunas fuerzas políticas ya se manifestaron en contra de la intención del gobierno por medio de presentaciones legales, declarando la inconstitucionalidad de esta medida.
Probablemente, Lasso se presentará en la próxima elección presidencial, como si existiera la remota posibilidad de salir de todo este entuerto fortalecido y hasta aclamado por las masas. Todo indica que la realidad será bien distinta, con dos organizaciones que, a partir de motivos y razones distintas, podrían proclamarse beneficiadas por este marco de debacle política.
Ganadores y perdedores
En este sentido, no sólo el cada vez más deshilachado grupo político referenciado en la figura de Lasso perdería lo poco que todavía puede defender y conservar. La crisis terminal favorecería además a otros partidos y agrupaciones de derecha, principalmente al Partido Social Cristiano, el que pese a también encontrarse en una coyuntura compleja podría ostentar un predominio ya sin discusión dentro del espacio ideológico conservador y neoliberal.
Por otra parte, este barajar y dar de nuevo impulsado por la “muerte cruzada”, podría beneficiar al correísmo y a la izquierda en general, finalmente, quiénes más se opusieron a las reformas impulsadas por el gobierno de Lasso y quienes en definitiva propiciaron el juicio político contra el presidente.
Pero debido a la profundidad de la crisis política, cabe imaginar que otras fuerzas políticas del Ecuador actual, como Pachakutik y la Izquierda Democrática, también sean alcanzadas por la onda expansiva de una coyuntura tan particular, favoreciendo así nuevas configuraciones y alineaciones internas.
Algo de esta situación ya se pudo percibir durante todo el trámite del juicio político, por lo que no sería extraño que la próxima convocatoria electoral termine por redefinir políticamente a quienes optaron por mantenerse “neutros” o “en defensa de la institucionalidad”.
Legitimidad empobrecida
Mientras tanto, en los próximos meses y hasta que se defina quién será el próximo mandatario, el gobierno de Lasso, con una legitimidad cada vez más empobrecida, pero con el estratégico respaldo de las Fuerzas Armadas, intentará cumplir con un programa mínimo y responder así ante los poderes fácticos, tanto internos como externos, que le han brindado su principal sostén.
Con una Asamblea disuelta, Lasso apelará con gusto al decreto presidencial en un entorno social y político que, seguramente, será cada vez más hostil a su figura y a su propuesta.
Más allá de lo que finalmente ocurra, y de las formas y nuevas delimitaciones que adquieran los distintos partidos en los próximos meses, lo que está claro es que la derecha política agotó sus posibilidades de reciclarse en un corto plazo y que, carente de ideas, programa y líderes con amplio respaldo social, sólo apuesta a morder su propia cola para tratar de convencer a su núcleo duro de votantes de que todavía vive y que, incluso, aspira a mantenerse en el poder.
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