Por Ramiro Aguilar Torres
Este artículo que usted va a empezar a leer es, quizá, uno de los más complejos que he escrito en mi vida. Habla de cómo los ecuatorianos nos hemos empecinado en destruir el país; y de sus consecuencias. Probablemente haya leído ya que el Ecuador se ha roto, que es un país inviable; pero seguramente lo oye lejano, apocalíptico.
No es así. Permítame ponerle un ejemplo real: Irak.
El Fondo de Cultura Económica ha publicado el libro BAGDAD NOIR compilado por el escritor iraquí de ascendencia asiria Samuel Shimon. Los cuentos que componen el libro serán materia de otro artículo. Por el momento quiero compartir lo que Shimon escribe en la introducción: “Hui del país unos pocos meses antes de que Sadam tomara el poder en 1979. En aquel entonces, antes de que el régimen le declarara la guerra a Irán, el dinar iraquí valía 3.60 dólares estadounidenses; hoy en día un dinar vale 0.00084 dólares. El país se encontraba en la cumbre de la prosperidad y se jactaba de contar con una fuerza de trabajo internacional y una clase media en ascenso. La guerra Iraq e Irán fue el inicio del fin de la sociedad civil iraquí. Con medio millón de soldados y medio millón de civiles asesinados en cada bando, se aniquiló eficazmente a una generación completa. La invasión de Kuwait en 1990, bajo órdenes de Sadam Huseín, cimentó la destrucción del estilo de vida iraquí. Tanto los diecisiete de bombardeos en Bagdad y otras ciudades comandadas por la coalición militar comandada por los estadounidenses en defensa de Kuwait, como los trece años siguientes de sanciones económicas demoledoras, regresaron a Iraq a la Edad de Piedra”.
Leyendo a Samuel Shimon uno comprende, en palabras simples, como un país que toma los caminos equivocados puede desintegrarse. Imposible no hacer el símil con lo que ha pasado en este pequeño país de la América del Sur que se llama Ecuador. País que tiene alrededor de dieciocho millones de habitantes, un territorio de doscientos cincuenta mil kilómetros cuadrados; con un Producto Interno Bruto de cien mil millones de dólares.
Observando las cifras de territorio, PIB y población, podemos hacernos una idea real de que el país es pobre, pequeño y con un crecimiento económico menor al uno por ciento del PIB anual. Su población se ha visto diezmada en más de un millón de personas fundamentalmente por la migración; y es acosada permanentemente por la violencia.
En este contexto, en lo económico desde el 2016, año del terremoto de Manabí y desde lo político año 2017, el país puede identificar ciertos hitos que han ido acelerando su derrumbe:
- La ruptura institucional del Ecuador a raíz del asalto del Consejo de Participación Ciudadana a las otras funciones del Estado.
- La traición política del gobierno de Lenin Moreno que dio un viraje neoliberal agresivo, pauperizando a la sociedad ecuatoriana y paralizando la construcción y mantenimiento de la obra pública.
- La violencia represiva de octubre de 2019 a cargo del gobierno de Moreno y Romo, que paralizó la resistencia ciudadana.
- La desatención criminal de la pandemia del COVID, con un número real de muertos que no se cuantifica hasta la fecha.
- La corrupción desinformadora de los grandes medios corporativos y sus agentes que trataron de invisibilizar la pandemia y su tragedia.
- El acuerdo mafioso entre el narcotráfico y el gobierno de Guillermo Lasso que obligó a su muerte cruzada.
- Las medidas neoliberales de Lasso y su sucesor Noboa que han hecho salir del país a más de un millón de ecuatorianos.
- La cooptación por parte del narcotráfico de cárceles, policía, militares, fiscales, jueces, periodistas y políticos.
- La errática política exterior del país que puso en riesgo las exportaciones a Rusia; y la invasión a la embajada de México en Quito, que margina al país de la comunidad internacional.
- Crisis energética con apagones de ocho horas que agravan su ya deteriorada economía.
Como pueden ustedes apreciar, no solamente es que el Ecuador no levanta cabeza desde hace ocho años, sino que no existe conciencia de este proceso auto degenerativo. Como en Irak o en cualquier otro país que se haya autodestruido, hay un grupo de gente que busca distraer la conciencia de tal autodestrucción, justificándola con razones de odio. Este sentimiento encubre en realidad el hecho indiscutible de que a los agentes del odio: periodistas, políticos, grupos políticos extremos, no les importa la supervivencia del país, sino su propio bolsillo.
Un país puede volver a la Edad de Piedra, sí, claro que sí. Irak y Afganistán, son un ejemplo. Luego llegan los americanos a tratar de reconstruirlos y tienen que irse vencidos por el deterioro irreversible que encuentran.
El Ecuador es un país catastrófico; y los americanos siguen empeñados en que se someta al FMI. Siguen empeñados en financiar agentes de opinión pública y ONG´s para evitar que el progresismo gane una elección. Los americanos son expertos en equivocarse de amigos cuando se trata de combatir a los que ellos creen sus enemigos. Son expertos en financiar a la gente equivocada en países en conflicto. El problema es que están contribuyendo aceleradamente al desmantelamiento del Ecuador. Esto va más allá de que se aniquile al correísmo o al anticorreísmo. Se está matando – en sentido literal y simbólico – a todo un país.
Más allá de lo que hagan los americanos, es importante lo que hagamos los ecuatorianos. Lo primero que debemos hacer es estar consientes de que esto no es un juego político, no es cuestión de mentarse la madre. Es cuestión de entender que TODOS nos estamos aniquilando. Un país que se divide en unos y otros, termina destruyéndose a sí mismo. Por esta razón, casi todos los días tenemos esa sensación de que el Ecuador ya no tiene remedio.