Tomás Quevedo Ramírez

Resumir la organización del metabolismo social del Ecuador en el 2018, implica priorizar los principales momentos políticos que lo han definido, los mismo que se convertirán en factores determinantes para lo que viene en el 2019. En un contexto, en el que parece que esos ya lejanos años noventa han regresado con fuerza: arremetida neoliberal, inestabilidad política y crisis económica parecerían ser los determinantes para un nuevo año que estará marcado por una intensa confrontación, no solo con los sectores dominantes, sino también entre diferentes fracciones de la izquierda, que no han logrado superar la división política interna profundizada en los últimos diez años.

I

Lenín Moreno, es sin dudar, la peor herencia que nos dejó la ‘Revolución Ciudadana’, pues sin mayor esfuerzo se comprometió con las élites tradicionales representadas en las  Cámaras y las grandes empresas. Les ha perdonado deudas, les ha reducido impuestos y ha precarizado las condiciones de trabajo para favorecerles. Todo esto, en el marco de la ‘descorreización del Ecuador’, celebrada por toda la derecha y casi toda la izquierda, y encabezada por un Consejo de Participación Ciudadana Transitorio, que ha servido como caballo de Troya en la arremetida neoliberal y ha validado el proceso de reducción estatal.

Hemos pasado de una política pública de la confrontación discursiva, entre los grandes grupos de poder y el Estado, a un modelo de alianza, en el cual, el Estado garantiza con celeridad las condiciones para la realización del proyecto neoliberal. No en vano, socialcristianos, socialdemócratas y toda la vieja partidocracia hablan de un ambiente de libertad y democracia. Con una figura presidencial que parece más un personaje de libro de autoayuda que un político, la herencia política del 2018 es la incertidumbre. No sabemos si habrá más vicepresidentes, o si quien se irá es el presidente.

II

Durante el 2018 mucho se ha hablado de crisis económica. Los grandes grupos señalan que no hay condiciones para generar empleo y tampoco para atraer la inversión extranjera, por lo que sería necesario que todos los ecuatorianos sacrifiquemos nuestros bienes comunes, como la salud y la educación, por el ‘bien de la patria’. En consecuencia, se han implementado políticas que se dirigen hacia el empobrecimiento del trabajador, en especial, aquellas relacionadas con el salario, pues su alza no se estima más allá de los ocho dólares para el 2019, mientras los productos de primera necesidad suben de precio. En un contexto, donde los 250 mil empleos por año, ofrecidos en campaña, no aparecen.

Este nuevo ajuste, al igual que en los noventa, intenta precarizar las condiciones de trabajo, a través del control por parte de los representantes de los grupos económicos, de los cargos de dirección de las instituciones llamadas a regular el trabajo. Desde estas instancias se ha planteado modalidades flexibles de jornada de trabajo, la modificación de los términos de la contratación, dando mayor facilidad para despidos de trabajadores, tal es el caso de Novacero o Fabrec. Con estos antecedentes, se han fortalecido formas ‘autónomas’ de trabajo que profundizan la condición de precariedad laboral; proceso que a gran escala se ha llamado ‘uberización’ de la economía y del trabajo, cuya característica principal es la ausencia de derechos y la retórica anti-sindical.

III

En este contexto, ¿qué le espera a la izquierda? Una primera respuesta sería, reinventarse, o seguir siendo una fuerza marginal con escasa capacidad de incidencia y aceptación electoral. Gran parte de la izquierda ecuatoriana sigue pensando que hace política en el siglo XX, por lo que sus repertorios de acción se limitan a movilizaciones con poca convocatoria, y limitado impacto en las situaciones políticas de conflicto. Las alianzas políticas de varios dirigentes y sectores políticos de la izquierda con el gobierno de Moreno, en el menor de los casos, los convierte en cómplices de la facilidad con la que la receta neoliberal se vuelve a aplicar.

En medio de este enredo, la relación -mediada por la visceralidad- entre ‘verdadera’ izquierda e izquierda correísta, de seguro será un obstáculo para la construcción de una estrategia unitaria que pueda tener mayor potencialidad política. Mientras más división haya, más fácil será la aplicación de nuevas políticas antipopulares. Por lo tanto, en el contexto regional de fortalecimiento de la derecha, el gran reto de la izquierda para el 2019, estará en la posibilidad de unirse y redefinirse como anti-capitalista, anti-patriarcal y anti-fascista.

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