Por Eduardo Puente Hernández

En Guayaquil reinaba el espectro del hambre, la desocupación, los salarios estancados, altos precios, miseria. El torrente de migrantes engrosaba los ríos de angustia y de tensión social.

Carlos Arroyo del Río era impopular entre amplios sectores de la población. Se lo acusaba de haber participado en la masacre obrera de Guayaquil del 15 de noviembre de 1922. Por ello, el 15 de noviembre de 1939 en hojas volantes se manifestaba, ‘El asesino del pueblo guayaquileño no puede subir al poder en el aniversario del trágico 15 de noviembre’.

Pueblo de Quito, ‘Por solidaridad con el pueblo de Guayaquil, debemos impedir que ocupe el solio presidencial quien masacró a nuestros hermanos costeños el 15 de noviembre de 1922’.

Carlos Arroyo del Río, fue electo con fraude como presidente de la República, y en su gestión, Ecuador perdió casi la mitad del territorio frente al militarismo peruano y a los intereses de empresas petroleras.

Antecedentes de las luchas de los trabajadores

Diez años antes de la masacre de obreros en Guayaquil, los más prestantes radicales ecuatorianos, eran tomados presos, linchados, arrastrados y quemados en la ciudad de Quito; de esta manera, con su muerte se inauguraba el periodo de dominio del liberalismo plutocrático y se inauguraba también la impunidad en el Ecuador durante el siglo XX con este primer crimen de Estado cometido aquel fatídico 28 de enero de 1912.

Precisamente es en uno de los gobiernos de la plutocracia, el de José Luis Tamayo, que, por lo demás, había sido abogado del Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil, en donde se produce la masacre de obreros hace 100 años; según algunos autores, el primer baño de sangre de la clase obrera ecuatoriana. Sin embargo, no era ni mucho menos la primera vez que los trabajadores protestaban, ya antes se habían producido huelgas de trabajadores en demanda de mejores condiciones de trabajo, tal es el caso de la huelga que se produjo en julio de 1919 por parte de los mineros de Portovelo, en donde se destacó una mujer, Rosa Vivar, como líder de esa huelga.

Aparte de las condiciones de explotación extrema de los mineros por parte de empresa transnacional de origen estadounidense South American Development Company (SADCO), se había establecido un sistema odioso de segregación, “el establecimiento minero estaba dividido en tres sectores: el “castillo”, reservado sólo por los gerentes y los altos funcionarios de la empresa estadounidense, y cuya entrada era prohibida para los trabajadores ecuatorianos; las modestas viviendas de los empleados nacionales, ubicadas más abajo; y, por último, las humildes, pequeñas y oscuras habitaciones de los obreros, divididas por tortuosos y malolientes callejones” (Kersffeld, 2013: p. 4).

En 1916, los trabajadores de los carros urbanos de la ciudad de Guayaquil se declaran en huelga, los trabajadores del ferrocarril en aquel año vuelven a paralizar sus servicios, en 1917 los operarios de sastrería en Quito también paralizan sus actividades logrando agrupar a todo su gremio en la “Sociedad de Operarios de Sastres y Modistos”, el 9 de octubre de 1920 se reúne en Guayaquil, el Segundo Congreso Nacional de Trabajadores y se forma la Confederación Obrera Ecuatoriana.

En Quito, los sectores artesanales mantenían frecuentes fricciones con sus patronos.

El irrespeto de los patronos a los preceptos legales sobre jornada de trabajo y descanso dominical, fijados primeramente por Decreto Legislativo del 11 de noviembre de 1916 y reformado el 21 de octubre de 1921, así como también su resistencia a aumentar los jornales, proyectó a los sectores sociales subalternos a luchar y organizarse por sus intereses durante esta década.

Proliferaron las protestas de los tipógrafos, de los operarios peluqueros, albañiles, oficiales zapateros y nuevamente de los operarios sastres.

En efecto, dando continuidad a la lucha de los operarios sastres y de los panaderos, los tipógrafos de Pichincha, en agosto-septiembre de 1919 se lanzaron a una importante lucha por aumento salarial que culminó en una huelga de magnitud (Luna, 1989: p. 59-60).

Todos estos movimientos se caracterizaron por sostener al menos dos aspectos comunes a todos ellos, tales eran las reivindicaciones económicas   ̶ mejores salarios̶   y mejoras en el trabajo; y, por otro lado, las reivindicaciones de unidad y mejor organización de la clase obrera del país.

Incluso luego de lo sucedido en Guayaquil, los humildes, los trabajadores, los pobres, los indígenas siguieron reclamando sus derechos. En los meses siguientes a la masacre del 15 de noviembre se sucedieron los grandes levantamientos indígenas en Sinicay, Jadan, Pichibuela, Urcuqui, Leito, reprimidos brutalmente, especialmente el levantamiento de Leito, en el cual murieron 29 campesinos” (Moreano, 2018: p. 111).

¿Cuál fue la plataforma de lucha de los obreros?

Los trabajadores presentaron un pliego de peticiones con sus demandas, algunas de ellas no tenían que ver con la situación de la clase obrera y estaba expresada en los siguientes puntos:

  1. – Incautación total de giros   ̶algo que no era de incumbencia directa de los sectores trabajadores̶   y que más bien favorecía a los sectores financieros.
  2. – Que se forme un Comité Ejecutivo y que sea reconocido por el gobierno para solucionar la situación económica de las grandes mayorías, concediéndole las más amplias facultades; este Comité Ejecutivo estaría formado por el ministro de Hacienda o su delegado, por el gerente del Banco de Emisión, el presidente de la Cámara de Comercio, dos delegados de la Asamblea Popular y dos de la Confederación Obrera del Guayas y,
  3. – Se exigía la abolición de los estancos.

Tales eran las “exageradas demandas de la chusma soliviantada” como fue calificada por la prensa de esos días. La huelga del 15 de noviembre de 1922 estuvo apoyada por veinticinco organizaciones obreras y por trabajadores de quince fábricas industriales y por vez primera una Huelga General tenía lugar en el país.

Los intereses en disputa

Precisamente, para entender el desenlace de lo que fue la masacre de obreros en Guayaquil, hay que tomar en cuenta los grupos y los intereses en juego; por un lado están los agroexportadores apoyados por un sector de la banca y por el gobierno de Tamayo; por otro están los importadores apoyados por otro sector de la banca, que además habían logrado infiltrar sus intereses en la Confederación Obrera del Guayas y finalmente estaban el grueso de los trabajadores agrupados en la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (FTRE).

Mientras tanto ¿qué pasaba con el Partido Liberal en el poder?

El partido liberal, ligado a los sectores dominantes, había sufrido una fractura, no por causas ideológicas sino por intereses económicos, esto se evidenció a propósito de un homenaje público que el director del diario El Telégrafo organizó en favor del hermano del expresidente Alfredo Baquerizo Moreno.

En 1922 el Partido Liberal estaba dividido en dos facciones, los ‘Tamayistas’ y los ‘Baquericistas’. Enrique Baquerizo, el homenajeado, era Senador, presidente de la Asociación de Agricultores del Ecuador y cercano al Banco Comercial y Agrícola. ‘El Telégrafo’ (o José Castillo, su director) le debía agradecimiento a su hermano que, cuando presidente en 1916, convirtió la deuda adquirida en pesos de 1898 a cuatrocientos mil sucres. No hay que olvidar que Castillo era parte del directorio de la Caja de Ahorros ‘La Previsora’, y era, por tanto, parte del grupo de nuevos banqueros de la ciudad (…) Cuando Castillo, “como respetuoso compatriota”, le remite un telegrama a Tamayo para contarle que la marcha organizada por la Federación Regional de Trabajadores del Ecuador (FRTE) se realizó sin inconvenientes y que el gobernador Pareja actuó con cordura, el presidente le responde acusándolo de ser un agitador político y de querer beneficiarse con la anulación de los bonos producto de la conversión de la deuda a sucres realizada en 1916. Es decir, según el presidente Tamayo lo que en realidad buscaba el director del periódico era la anulación de la deuda que la empresa mantenía en sucres (Tamayo, 2018: p. 151).

¿Cuál fue el papel de la prensa guayaquileña?

Uno de los temas más polémicos no solo en Ecuador sino a nivel mundial ha sido el rol de los medios de comunicación, tal y como señala Fernando Rivas, “Los periódicos y los diarios no son textos inocentes ni tampoco guardianes de la verdad histórica, son, eso sí, parte importante en el proceso de construcción de los imaginarios sociales y su acción informativa impacta directa e indirectamente en los tejidos sociales” (Tamayo, 2019: p. 139).

Actualmente hay un criterio generalizado sobre el papel de los grandes medios de comunicación a favor de los sectores dominantes, contrarios a la imparcialidad y a la objetividad que falsamente dicen representar, históricamente siempre han estado al servicio del poder, para el caso que nos ocupa los dos periódicos más grandes de Guayaquil en esa época, habían tomado partido, ninguno, claro está, por los trabajadores, sino por las facciones de poder en disputa.

Respecto al diario El Telégrafo, así se entiende por qué el periódico impulsó la propuesta de la Ley de Incautación de Giros y por qué en uno de los telegramas que Castillo le envió al presidente Tamayo argumentaba que sólo la aprobación de dicha ley podía calmar los ánimos y solucionar la crisis.

La capacidad de influencia que tenía el periódico, su capital simbólico, se volcó en apoyar la propuesta del movimiento cambiario, evidenciando las diferencias existentes en los grupos hegemónicos de poder: exportadores, importadores y financieros; y dejando de lado las necesidades expresadas por el gran movimiento obrero, al que el mismo diario El Telégrafo se alegraba de pertenecer.

Evidentemente, dentro de los medios de comunicación existió divergencia de opiniones. El Universo proponía una Ley que fijase un tipo de cambio único. El Telégrafo, una Ley que incautase divisas para luego ser distribuidas a los importadores. Pero en los dos casos el fin era el mismo: ayudar al sector importador a superar la crisis. De ahí la coincidencia de los medios en que se aplicasen medidas de políticas económicas que privilegiasen al sector de los importadores.

Finalmente, la propuesta de la Ley impulsada por El Telégrafo tuvo acogida al interior del movimiento monetario y fue impulsada por la Central Obrera del Guayas como la única salida posible a la crisis, no sólo económica, sino incluso para frenar un posible estallido popular que desestabilizase al Gobierno, tal como temía el presidente Tamayo. (Tamayo, 2019: p. 154-155).

Los hechos del 15 de noviembre

Según refiere Erika Silva, en una carta que le envía Joaquín Gallegos Lara a Nela Martínez, le expresaba el impacto que le produjo ser testigo de la masacre del 15 de noviembre de 1922. Él le decía, “Cierto, no he estado jamás ebrio. Pero he sentido la embriaguez hasta el punto en que está en un ligero vértigo inteligente. He sentido la embriaguez en mi dolor y en el ajeno, en mi placer y en el ajeno, he llorado toda una noche sobre una ruina sentimental y los ojos se sentían en llaga viva al claror del amanecer; he visto caer el 15 de noviembre de 1922, a mis 13 años, a cientos de hombres, de proletarios, bajo del plomo de los soldados. Estaba con Julián en la Cruz Roja. De noche fuimos al panteón del cerro, al panteón de los pobres. Habían puesto centinelas para que no se acercaran las mujeres y las madres. Abrieron una sola fosa, llevaban los cadáveres en plataformas. De la masa de cuerpos sangrientos, Nela, ¡salían gemidos! Y nos giraba la cabeza, cuando el oficial nos respondió, al intervenir por los heridos que iban vivos a la tierra: ¡Qué carajo, esos ya no se salvan!”.

El 13 de noviembre, la recién creada Federación de Trabajadores Regionales del Ecuador (FTRE) declaró la huelga general de actividades. A la medida se sumó la Confederación Obrera del Guayas (COG), cercana a los intereses de los banqueros y los importadores. Una Asamblea de Trabajadores tomó el control de la ciudad y designó a los abogados Carlos Puig Vilazar y José Vicente Trujillo como mediadores (Tamayo, 2018: p. 146).

La autora aquí citada, en nota al pie de página indica: Los abogados Carlos Puig Vilazar y José Vicente Trujillo fueron designados para mediar en el conflicto, quizá porque habían logrado con éxito el incremento salarial cuando se produjo la huelga ferroviaria y su actuación fue incluso destacada por las autoridades de la ciudad.

Tradicionalmente, han circulado dos versiones de los hechos: la de los represores y la de los actores del movimiento. Para los primeros, la movilización estuvo protagonizada por turbas de saqueadores con influencias indeseables que iban a destrozar la ciudad. Así, el movimiento de los artesanos, asalariados industriales y de servicios, tuvo para la versión oficial el concepto de motín urbano que debía ser reprimido.

Para los actores de los acontecimientos, la Federación de Trabajadores Regional Ecuatoriana (FTRE), se trató de un proceso de movilización popular de más de dos meses que culminó en una huelga general, en donde el papel vital lo tuvo la Sociedad de Cacahueros ‘Tomás Briones’ y la Asociación Gremial del Astillero en su deslinde del mutualismo.

Una tercera versión es destacada por González Leal, que señala que al interior de la huelga se dieron dos movimientos: uno de corte sindical, liderado por los obreros, y otro de corte monetario encabezado por la Central de Obreros del Guayas (COG), que a su vez recogía el planteamiento de los importadores. El primero exigía reivindicaciones salariales y respeto a la legislación laboral, mientras que el segundo exigía la expedición de la Ley de Incautación de Giros para frenar la especulación financiera por parte de los agroexportadores (Tamayo, 2018: p. 145).

“Aprobada la nueva Ley, la propuesta inicial de los trabajadores -incremento de salarios y respeto a las 8 horas de trabajo- fue desechada de la plataforma de lucha y de las reivindicaciones. Víctor Emilio Estrada, quien venía impulsando la LIG[1] desde 1921 como una propuesta de la banca, terminó presidiendo la Comisión de Incautación. La Ley marcó, además, el inicio de la política cambiaria en Ecuador y significó una derrota para los exportadores, que debieron limitar las acciones especulativas financieras” (Tamayo, 2018: p. 153 – 154).

En Guayaquil reinaba el espectro del hambre, la desocupación, los salarios estancados, altos precios, miseria. El torrente de migrantes engrosaba los ríos de angustia y de tensión social. En noviembre, cuando la inflación había alcanzado niveles sin precedentes, la tensión estalló. El 7 de noviembre, los tranviarios anunciaron la huelga; el 8, los trabajadores de alumbrado, de la compañía de gas, de los talleres mecánicos, del agua potable, del cuerpo de bomberos. Los días siguientes, aquellas fuerzas formadas por la revolución liberal y que fluían apaciblemente en el sueño ideológico de la burguesía, emergieron, se concentraron y confluyeron poderosamente en una gran concentración del 12, en la cual catorce delegados se comprometieron a realizar un paro general. Inmediatamente dos mil trabajadores respaldaron el planteamiento de la huelga general; el 13 la anunciada huelga de los tranviarios se llevó a efecto, medida a la cual se sumarían los trabajadores eléctricos. El 14 a las 12h00 se declaró la huelga general y Guayaquil en la madrugada del 15 amaneció paralizada y custodiada por los piquetes de obreros en huelga.

Por un día, los trabajadores asumieron el poder y el control de la ciudad, al punto que el gobernador tuvo que pedir permiso al comité de huelga para transitar en su vehículo. Sin embargo, el gobierno burgués, surgido de las gloriosas montoneras alfaristas, había dado la orden de reprimir el movimiento a sangre y fuego. Durante todos esos días secretamente habían llegado a Guayaquil contingentes militares como el batallón Marañón, que conjuntamente con el escuadrón Cazadores de Los Ríos, el batallón Vencedores Número 1, los Zapadores y la Policía, asesinaron a más de dos mil trabajadores y arrojaron sus cadáveres a la ría, “Gran prudencia demostró el Gobierno: parecería que ni un solo tiro de más fue realizado”, diría al día siguiente el diario El Comercio.

Por supuesto, la resistencia de los trabajadores fue heroica y creadora de extraordinarias lecciones de lucha: hubo expropiaciones de varias armerías, fortificaciones de barricadas, presión psicológica de las mujeres sobre la tropa. Sin embargo, el combate fue desigual pues enfrentó una burguesía dueña de todo el poder luego de una fase de expansión y consolidación monopólica con un proletariado incipiente, recientemente formado. Ese 15 de noviembre, sin embargo, fue el primer combate que la burguesía debió librar como clase dominante (Moreano, 2018: p. 110)

Al final de todo, nunca se sancionaron a los responsables de la masacre de obreros, constituyéndose en el segundo crimen de Estado que se ha mantenido en la impunidad.

Han pasado cien años y durante todo este tiempo se han producido crímenes contra trabajadores, líderes sociales, indígenas, mujeres, estudiantes y activistas; vienen a la memoria, la masacre de trabajadores en el ingenio Aztra, asesinatos como el del estudiante Isidro Guerrero, los bachilleres asesinados en la casona de la Universidad de Guayaquil -durante el primer gobierno social cristiano-, Rafael Brito Mendoza, Milton Reyes, Rosa Paredes Jumbo, Rene Pinto durante el último velasquismo, desaparición de los hermanos Restrepo, asesinatos de los principales líderes de Alfaro Vive Carajo -durante el segundo gobierno social cristiano-, estudiantes del colegio Mejía como Patricio Herman, Edison Cosios por citar ejemplos, que ofrendaron sus vidas por el único “delito” de luchar por un mundo mejor. En la mayoría de estos casos, no se sancionaron a los responsables, de suerte que la regla en este país es la impunidad y la sanción la excepción.

Al cumplirse cien años de la masacre de obreros en Guayaquil, cometida por un gobierno al servicio de la banca, debemos extraer lecciones que nos permitan identificar a los verdaderos enemigos de los trabajadores. Nunca más gobiernos de banqueros.

Bibliografía

GONZÁLEZ LEAL, M. (1997). En: Insurgencia popular, oligarquía regional y estado en el Ecuador liberal (1895-1925): la huelga general de Guayaquil, 1922. Barcelona. España. Universidad de Barcelona. http://estudiosamericanos.revistas.csic.es

KERSFFELD, D. (2013). En: Feministas y Revolucionarias: Cinco biografías políticas en la historia de La Izquierda Ecuatoriana. Quito. Ecuador. Taller de Historia Económica. PUCE.

LUNA, M. (1989). En: Historia y Conciencia Popular. El artesanado en Quito. Quito. Ecuador. Colección Popular 15 de noviembre N° 7, Corporación Editora Nacional.

MOREANO, A. (2018). En: Capitalismo y lucha de clases en la primera mitad del siglo XX en el Ecuador, en Antología del pensamiento crítico ecuatoriano contemporáneo. Gioconda Herrera Coordinadora. Buenos Aires. Argentina. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO.

PUENTE, E. (1986). En: Aspectos jurídicos y enfoque histórico sobre la intervención del Estado en Ecuador. Quito. Ecuador. Tesis Doctoral. Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

TAMAYO CRUZ, N. (2018). En: El Telégrafo de Guayaquil y los hechos del 15 de noviembre de 1922: La prensa como Actor Político en Ecuador en Revista de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Número 7. Sevilla. España.


[1] LIG Ley de Incautación de Giros.

Por RK