Por Pablo Carrillo Hernández
No sé si sea verdad que existen libros que debas leer en momentos determinados. Que llegan a ti de súbito y traen consigo una serie de interrogantes que cambian la perspectiva de la vida. Es decir, no sé si es azar, predeterminación o cualquier estupidez de esas cosas que suenan a superchería, para los incrédulos y, para los crédulos a alguna sentencia determinante para la existencia. Yo pienso y creo, que los libros son una forma de destino trágico al estilo griego. Sí, griego. En estos tiempos de corrección política se ha convertido en una mala palabra hablar de los griegos. Especialmente en algunos círculos académicos.
Los libros llegan, los lees, y algo se abre en ti. Te muestran raíces profundas y pactos secretos con uno mismo, los más hondos silencios que retumban en nuestra tumba personal, confeccionada con altruismos falsos y otros no tanto. En fin, te develan. El último libro que leí es Novela de Ajedrez de Stefan Zweig. Este libro lo tenía entre ceja y ceja desde hace cinco años atrás. La obra me acosaba y me asechaba como un predador, pero no había sido tiempo de encontrarnos. La obra y yo, nos cazábamos en una temporalidad constituida por lo íntimo. Nuestros caminos habían surgido y al mismo tiempo nos habían diluido a cada uno en una vorágine de fantasmas e ilusiones. Al fin, ahora que soy bibliotecario, lo encontré. Tomé el libro en uno de esos momentos en los que no se tiene nada que hacer en el trabajo y lo inicié. La primera traducción que leí fue rica en sinonimia y con una elegancia lingüística notable. Es la edición de la campaña Eugenio Espejo que no lleva en su información editorial el nombre del traductor. Un amigo me comentaba que podía ser obra de una serie de traductores que empezaron a traducir a toda esa camada de notables novelistas de habla alemana en la primera mitad del siglo XX. Lo cierto es que no se puede saber quién es el traductor de esa obra, tal vez, los editores podrían aclararlo.
La novela me desarmó con terribles consecuencias estéticas y personales, que, de algún modo, son lo mismo. No hay nada humano que no cumpla una función estética. En todo caso, el ritmo del relato y la información que empieza a develarse en la trama me enfrentó a un momento importante de mi vida actual. Esto es en realidad una sandez. A nadie le importa mi vida, en ocasiones, ni a mí mismo. Y si de alguna forma mi vida puede ser interesante, como la de todos, es por el chisme, que debería ser considerado patria potestad de la identidad ecuatoriana. No lo digo con superioridad moral, lo digo en un profundo acto de honestidad. Los chismes incluso regulan los niveles de amistad o amor que se dan entre las personas. Tanto así, que se podría decir que el nivel de pertenencia de una pareja es plausible medirla en los chismes secretos que se cuentan a mitad de la noche o, en sus momentos más altos de complicidad.
Pero eso es tema de otro texto. El libro es la radiografía de la locura, de una muy especial, una que al mismo tiempo nos jala hacia las profundidades, pero tiene la facultad, de rehacernos. Dejar que la hierba crezca, las hojas, los frutos. Toda esta transformación incluida en un contexto político atroz. No voy a hablar más de la novela, porque mi intención, es que la lean, aquellos que no han tenido el placer de leerla. La interrogante que en realidad deseo plantear es: ¿hasta qué punto nuestros abismos se conjugan con los abismos sociales en los que nos encontramos viviendo?
La novela, como ya dije, me encontró en un momento de absoluto desenfreno. En una clase leíamos a Arquíloco. Ese poeta griego del siglo VII A.C. que se atrevía a desafiar los temas homéricos reinantes en la poesía griega lírica. El hombre decía en cierta parte del poema:
“Alma, mi alma, agitada de incontrolables penas,
ponte en pie y defiéndete mostrando al enemigo
el pecho en la primera línea del combate,
con valor.”
A qué se refería Arquíloco con el término “enemigo”. Hubo un consenso, una aclaración entre los presentes. El enemigo es uno mismo. La locura y la destrucción de nosotros mismos, es al mismo tiempo, el espacio de construcción de nuestro enemigo íntimo, para saborear la perdida y el éxito. Pero al enemigo nunca se le puede construir con odio. El odio es la destrucción de todo. Cuando el enemigo es construido con odio, no hay batalla alguna, existe la derrota total sin antes llegar a una batalla. Entonces nos convertimos en lo que odiamos. En cuantas ocasiones nos ha sucedido eso a los seres humanos. Cuantas veces la vida nos pone en esa situación, para probarnos, para que la dignidad se eleve por sobre nuestras nimiedades y la construcción constante se atenga hacia una prolongación de la incompletitud reinante de nuestra existencia. Y si bien, estas batallas parecen completamente personales, no lo son. Allí, a nuestro alrededor está el mundo que nos absorbe y nos escupe con serenidad. Pero el mundo, es también la proyección de nosotros, de cada acto que realizamos y cada libertad que nos permitimos. De las pasiones desaforadas que como humanos estamos llamados a sentir y de las auto prohibiciones que nos estructuran.
El personaje de Novela de Ajedrez me tendió su mano de un modo gentil. Me guió entre una alucinación que me había torturado durante todo este año. Acarició mi pecho, me dio un fraterno abrazo y abandonó el trasatlántico. Sin antes, enseñarme la belleza de contemplar a mi propio enemigo con prudencia y respeto. Pero también me mostro la crueldad de lo que los seres humanos podemos lograr en diferentes momentos históricos. Ahora, el país se enfrenta a una realidad trágica en todo sentido. El narcotráfico, la violencia, las élites buscando acrecentar su fortuna por medio de pactos virulentos con pandillas. La familia del presidente y el presidente gobernando para destruir un país. Pienso que todos los ecuatorianas y ecuatorianas debemos enfrentar ese enemigo que también alimenta nuestro enemigo interno. Porque la desesperación existencial no es una responsabilidad propia, también se la construye sin no hay trabajo, si no hay educación digna, si no hay salud. En fin, si no hay un gobierno y un Estado que garantice la justicia social y las oportunidades para todos los ciudadanos de alcanzar una vida digna. Al igual que en la novela, este gobierno nos esta llevando a la locura, por medio de la tortura de nuestras vidas. Es momento de considerar nuestro voto en una consulta tramposa que solo busca crear más injustica y pobreza material y espiritual para el pueblo ecuatoriano.
