Por Orlando Pérez
Independientemente del resultado del 7 de febrero, hasta este momento (31/01/21), queda claro, para propios y ajenos, que el gran derrotado es el anticorreísmo: la gran prensa y sus acólitos en portales, los “líderes de opinión” bien instaurados en la misma matriz supuestamente liberal, todos los banqueros (con sus ministros en el gabinete de Lenín Moreno), las cámaras de la producción, cierta “izquierda” purista y moralista, además de los “refuerzos” internacionales de todo tipo.
Intentando derrotar y aniquilar a una persona, a un liderazgo, esa derecha se estacionó en su vereda sin renovación alguna, estableciendo la disputa en los términos de los que hoy son víctimas: correísmo-anticorreísmo. Descuidaron -por decirlo suave- a su propio electorado, que hoy rabioso se pregunta por qué pusieron al peor candidato y con la misma cantaleta.
Esa misma derecha hizo de todo, hasta forjó una Consulta Popular sin el dictamen previo de la Corte Constitucional, desmontó casi todas las instituciones bajo la égida de Julio César Trujillo, pero sobre todo implementó un modelo económico y jurídico diseñado por cierta embajada, el FMI y aquellas ONG montadas con dinero gringo para “asistir” a los ministerios y algunos legisladores y cortes de Justicia.
Pero fundamentalmente forjó una persecución perversa, con base en supuestas investigaciones periodísticas, donde prevaleció el indebido proceso, en todas sus modos y detalles. Eso tenía un propósito -confeso y dicho de diversas formas- estratégico: impedir el retorno de Rafael Correa y su movimiento político (con el nombre y partido que fuese). Y todo le salió al revés. Primero porque nunca estuvo en los planes de Correa su retorno, pero sí sus políticas y proyecto estratégico. Segundo porque ya sintió el campanazo de las elecciones de 2019 cuando ganaron las prefecturas Paola Pabón y Leonardo Orlando, pero no leyó el mensaje y siguió con el mismo empeño y con más osadas y virulentas medidas. Tercero, porque jamás entendió una candidatura como la de Andrés Arauz que potenció y revalidó la corriente “subterránea” del correísmo, como la mejor expresión de una continuidad en su esencial postulado.
Incluso, quienes no quieran ver no es porque sean ciegos, sino por ese grado elevado de enajenación en el que han caído: Moreno fue el peor aliado que se buscaron para impedir el retorno del correísmo: mentira tras mentira socava toda supuesta política liberal; contar como su operadora política a un personaje como María Paula Romo fue un detonante implosivo en la derecha, que no midieron ni sintieron como la sepultura de la continuidad del morenato; apoyarse en la derecha con Jaime Nebot y Guillermo Lasso a la cabeza, sin considerar que son personajes anquilosados de la política, elevados a la condición de líderes nacionales solo gracias al aparato mediático conservador que los socapa.
Esos supuestos líderes “históricos” de la derecha son egoístas al extremo: nunca entendieron lo ocurrido en octubre de 2019 y se empeñaron en la candidatura de Lasso, dejando por fuera a dos o tres jóvenes que bregaban por hacer el recambio en ese sector. Incluso, la tendencia de la caída de la derecha empezó a sentirse desde ese octubre, pero pudo más la codicia política. Incluso, si hay alguna explicación al lugar que ocupa en las encuestas la candidatura de Pachakutik, ni siquiera por su binomio, está asentado en el gran levantamiento popular del 2019.
Si se miden las encuestas sobre Moreno, Lasso y Nebot, además de otros que han cogobernado con este trío, no hay duda que la gran derrota está marcada y tiene en el fondo un sentido histórico que ya han analizado algunos expertos: el neoliberalismo ortodoxo, con un autoritarismo sostenido y financiado desde el exterior, expresado en estrategias de seguridad, inteligencia digital y persecutoria como nunca antes, sin dejar de lado la acción judicial más perversa de toda la historia del período democrático.
Me atrevo a decir que Moreno, Lasso y Nebot, después del 7 de febrero no solo deberían jubilarse de la política, sino pedir perdón al país por la grave y dramática situación en el que lo dejan después de cuatro años de trujillato y sobre todo porque hasta el 24 de mayo seguirán en su afán de desmontar las políticas e instituciones de la Constitución de Montecristi.