Orlando Pérez
Durante más de diez años se hizo propaganda, oposición política y casi nada de periodismo desde los “altares” de los sets de radio y televisión y las portadas de los diarios, sin descontar que en los últimos cinco años proliferaron también en los portales web y las redes sociales quienes se autodenominaban libres e independientes.
Y son ahora ellos quienes sin rubor hacen periodismo oficialista, bloquean todo indicio de correísmo y comulgan con los poderes políticos y económicos. Incluso, son ellos los más entusiastas cronistas de la “derechización” del gobierno y sobre todo los apologistas de un Consejo de Participación Transitorio y su excelso titular, para quien no escatiman aplausos, elogios, adjetivos y parabienes.
Son los mismos medios, periodistas y analistas que calificaron de fraude a los comicios presidenciales del 2 de abril de 2017. De hecho, algunos de los actuales ministros o el actual secretario privado, reafirmaron en sus cuentas personales la ilegitimidad del gobierno de Lenin Moreno, haciéndose eco de las denuncias de Guillermo Lasso y el aparato mediático a su servicio.
A eso se suma la censura en los medios públicos, el despido de periodistas de entidades estatales y una obsecuente postura de los directores de prensa a favor ya ni siquiera del poder político en sí, sino en contra de la misma realidad al decir medias verdades, negar la historia reciente y también usar el linchamiento mediático para estigmatizar a sus adversarios sin derecho a la réplica, la rectificación y la aclaración.
¿Qué pasó para que ocurriera esta transformación? ¿La prensa dejó de ser el denominado “contrapoder”? ¿A dónde fueron a parar los valores y principios a los que tanto apelaban para tomar distancia de los gobiernos de turno y para “fiscalizar” a los poderes?
Nada de eso fue sustento de sus actuaciones. Por el contrario, ahora más que nunca queda demostrado que periodistas y medios “libres” son solo actores políticos con una agenda programática bien plantada y articulada a los grupos de poder económico y a unas agencias internacionales, bien sea a través de ONG y embajadas claramente identificadas. Basta revisar las cifras y comportamientos de todos ellos en la consulta popular del 4 de febrero para tener un caso de estudio y comparar cómo actuaron en la consulta del 7 de mayo de 2011. Todos los titulares de aquel entonces se pudieron aplicar, sin corregir una coma, ahora y no tendríamos ninguna consideración semántica ni política para entender que bajo los mismos argumentos ahora cambiaron los papeles.
Y como se trata de una actoría política militante y moralista quienes pierden son las audiencias, los lectores y los ciudadanos, además pierde la historia y se deterioran los valores deontológicos del periodismo. Incluso, tal ha sido el nivel de deterioro que ahora proliferan “periodistas-payasos” que creen hacer periodismo porque insultan, agreden verbalmente y hacen “humor político” desde las más agrias y morbosas plataformas digitales.
A todo esto se añade una política oficial de doble rasero: mientras en Carondelet se almuerza semanalmente con los dueños de las empresas mediáticas y con ellos se “coordinan” matrices de comunicación, la información oficial carece de productividad y es deficitaria la atención a la prensa crítica. Prueba de ello fue el momento trágico del secuestro y posterior muerte del equipo periodístico de El Comercio. Pasado el dolor no han podido responder a los requerimientos de los familiares, pues los medios se olvidaron de sus colegas a los que tanto usaron para el morbo mediático y convertirse en los protagonistas del drama y no los verdaderos investigadores de lo ocurrido. ¿O acaso los Villavicencio, Ricaurte o Hinostrosas han podido revelar (sin tan buenos investigadores son) qué mismo pasó con ese equipo periodístico?
Lo único que cuenta ahora es desmontar la Ley Orgánica de Comunicación, que sea un descafeinado adorno para no violentar la Constitución de Montecristi y quizá también para usarla, tal cual Contralor Celi, como herramienta de persecución para quienes intenten hacer periodismo de verdad, investigar a los poderes, así como hizo el alcalde de Quito Mauricio Rodas con los medios que lo señalaron en sus incapacidades y actos de corrupción cuando todos los demás callaban gracias al pago de favores vía publicidad y contratos.
El periodismo “libre e independiente” ecuatoriano ya es digno de estudio por su doble moral, actoría política y sobre todo por esa alta sofisticación para decir medias verdades y usar el linchamiento mediático como su arma de demolición política.