Por Daniel Kersffeld
El Caribe como un área geoestratégica ha sido generalmente relegada por los países del Cono Sur. La amplia distancia geográfica, pero sobre todo en términos históricos, culturales y políticos, ha tendido a ver a ese conjunto de islas sólo como sinónimo de vacaciones exclusivas o de paraísos fiscales.
Sin embargo, y como históricamente ha estado concebido desde Washington a partir de teóricos de la geopolítica como Alfred Mahan (1814-1914), las Antillas representan un muro de contención frente cualquier intento de asedio proveniente desde el sur o desde el Atlántico. El Mar Caribe, de hecho, fue representado como una especie de Mar Mediterráneo como lo fue en la antigüedad para el imperio romano, un auténtico Mare Nostrum.
Pese a la presencia de otras potencias coloniales como el Reino Unido, Francia y Holanda, la influencia de Estados Unidos allí fue decisiva en los tiempos de la Guerra Fría con la instalación de bases militares y navales en Bermudas, Cuba (Guantánamo), Puerto Rico y Honduras.
En las últimas décadas –y con las preocupaciones de EE.UU. situadas en otros territorios del planeta, las Antillas se convirtieron en una arena de disputa en la que inicialmente México tuvo una presencia fluctuante. Sin embargo, comenzó a redefinirse con Venezuela, especialmente, desde la llegada al poder de Hugo Chávez, en lo que fue un lento proceso de conversión política.
Con la elección de San Vicente y Las Granadinas en la Presidencia pro Tempore, la CELAC asume el desafío de que una nación de mínimas dimensiones, gobierne un bloque de amplísima extensión territorial. Este bloque tiene fuertes tensiones internas entre sus socios, a lo que se le suman las complejidades de su relación con EE.UU. y otros polos de poder en ascenso, como China y Rusia.
El país que estará al frente de la CELAC tiene sus particularidades: lo habitan 110 mil personas en 387km2 distribuidos en 32 islas. San Vicente es la de mayor tamaño y población: el resto del territorio se extiende en el archipiélago de Granadinas, que agrupa más de 600 islas e islotes.
Como varias de las islas caribeñas, San Vicente fue, sucesivamente, colonia española, luego francesa y, desde 1796, también británica. Su independencia fue tardía, en 1979. Aunque es una nación soberana “a medias”: por ahora continúa formando parte del imperio británico con un grado importante de autonomía.
Desde 2001 el país está bajo la conducción de Ralph Gonsalves, Primer Ministro por el Unity Labour Party, partido de izquierda creado en 1994 y que desde hace más de dos décadas, integra el Foro de Sao Paulo.
Más allá de los logros sociales y educativos, Gonsalves –el “Camarada Ralph”– ha impulsado una activa política exterior. El país es protagonista del bloque de la Comunidad del Caribe (CARICOM) y es considerado un aliado del grupo de países bolivarianos: es uno de los socios fundadores del ALBA-TCP, el bloque regional que Venezuela y Cuba establecieron en buena parte de centro y Sudamérica.
Pero uno de los mayores logros en la política exterior de Gonsalves fue convertirse en miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para el periodo 2020-2021. Así, San Vicente y las Granadinas se impuso ampliamente al otro candidato latinoamericano, El Salvador, apadrinado por el gobierno estadounidense.
Desde el año pasado, San Vicente se ha constituido en uno de los focos más rebeldes de la Commonwealth caribeña, en busca de su propio futuro como un régimen democrático y republicano. Es claro su creciente rechazo a la familia real británica y, sobre todo, al nuevo monarca Carlos III.
Durante la gira caribeña de los condes Eduardo y Sofía de Wessex a fines de abril de 2022 por el jubileo de Isabel II, hubo en San Vicente protestas por la falta de reconocimiento del daño causado por el tráfico de esclavos en la región. En medio de la agitación en la isla, Gonsalves propuso en octubre pasado la realización de un próximo referéndum para definir el destino del país.
Pese a sus limitaciones territoriales, San Vicente y las Granadinas se ha caracterizado en términos estratégicos en la OEA, por sus posiciones contrarias al intervencionismo y al gobierno estadounidense en su bloqueo a Cuba.
Es esperable que la actuación de San Vicente al frente de la CELAC no se desarrolle en solitario: aprovechará sus extensas vinculaciones políticas para moverse en bloque como ocurre en la OEA, donde la decena de votos del conjunto caribeño puede ayudar a promover iniciativas o contribuir a rechazarlas de manera decisiva.
En la presidencia del bloque, Ralph Gonsalves seguramente recibirá el apoyo de la Comunidad del Caribe (CARICOM) y quizá también de los países del ALBA. Y en situaciones adversas, es esperable que el conjunto de gobiernos progresistas de la región contribuya a su sostenimiento.
El principal eje de su gestión probablemente estará atravesado por la mayor preocupación de San Vicente en la actualidad: el cambio climático que origina frecuentes y cada vez más violentos huracanes en la región y atentan contra el turismo, una de las pocas actividades redituables hoy para las naciones caribeñas.
La elección de San Vicente y las Granadinas como titular de la CELAC da cuenta de un saludable reacomodamiento del eje de poder dentro de la organización, en la que además de Brasil, México y Argentina, ahora también cobrarán mayor relevancia un conjunto de islas que podrían resultar claves para la construcción de una renovada agenda política en la región.
Tomado de Página 12