Por Pedro Granja
Según Ecuavisa y Teleamazonas y Pallares y Zurita y Boscan todo es culpa de Correa. La crisis carcelaria, la crisis sanitaria es culpa de Correa. Si alguien se enferma, si alguien se enoja, si sale el sol, si llueve, es culpa de Correa. Es ya una patología. No pueden vivir sin nombrarlo. Y claro, todos los cercanos a Correa, también son malos, y feos, y culpables. De lo que sea. El tema es decirlo y repetirlo mil veces.
Hay un maravilloso libro de Almudena Monge González, intitulado “La pena de muerte en Europa”. Me permito recomendárselo. No es muy caro y si usted estudia derecho le va a servir muchísimo.
Me impacta, sobre todo, una descripción de los verdugos, aquellos sujetos encargados de matar a otros seres humanos por orden de los monarcas. No importaba si eran culpables o inocentes. Recuerde usted que en un estado absoluto no existe ninguna posibilidad de que se respete el principio de inocencia. Todo enemigo del gobierno es culpable desde que nace o desde que se le ocurre al Rey. Y punto. No importa nada más.
Esto me recuerda mucho al Ecuador. En ese lugar, cuando los amarillos llegan al poder persiguen a los rojos, que se quejan de ser atormentados sin que se respete el debido proceso. Luego ganan los rojos y hacen exactamente lo mismo que antes hacían los amarillos.
Pero volvamos al libro de Almudena Monge. A partir de la página 31 de este delicioso documento, usted podrá descubrir que el verdugo “además de ser una figura temida era respetada por ser el curandero por excelencia, tengamos en cuenta que al ser el torturador oficial tenia pleno conocimiento de los huesos que debía romper y la forma de hacerlo; sin pasar por alto que, en ocasiones, los cadáveres de los ajusticiados eran propiedad del verdugo, quien los vendía a los familiares o a los médicos para realizar prácticas de anatomía”
Llegamos así al conocido boia que de 1933 a 1955 mató a 608 personas. Era inglés, su nombre: Albert Pierrepoint.
Al principio, la gente aplaudía a Pierrepoint porque ejecutaba nazis.
Con el paso del tiempo, las personas sienten horror del horror. Algo hay en ese proceso democrático interno que vivimos todos que nos hace despertar y decimos “no puedo apoyar y menos aplaudir estas monstruosidades”.
Cerca del final de su carrera, Pierrepoint se vio obligado a ahorcar a su único amigo, que fue condenado a la pena capital por haber supuestamente causado la muerte de su amante. En rigor, el amigo de Pierrepoint fue ejecutado por su preferencia sexual y Pierrepont sabía que su amigo era inocente y no obstante, fue parte y ejecutor de la persecución y lo asesinó, claro.
La historia no olvida. La historia te cuenta los hechos, tal cual. Y ahora nos cuenta que el ejército de trolls, de cuentas falsas financiadas con fondos públicos, hace las veces de Pierrepoint porque las élites en el Ecuador siguen suspirando por este criminal y necesitan verdugos que se encarguen de apagar a todo aquel que ponga en riesgo sus negocios. Hoy los Pierrepoint de twitter están obsesionados por responsabilizar a Correa de todo lo que Lasso hace mal y también tienen como tarea, escribir todo el día, insultos y calumnias contra quienes, reputan cercanos a la oposición, entre ellos, Jimmy Jairala.
La sociedad del siglo XVIII en materia penal, giraba en torno a la confesión que se entendía como la reina de las pruebas. El perseguido, en realidad, era prácticamente obligado a confesar con el fin de expiar su culpa. El Ecuador de hoy, hace algo muy parecido, pero a falta de confesiones, usa twitter o medios de “comunicación” al servicio de conocidos lacayos de la derecha para posicionar a cualquiera que piense distinto a ellos como culpable de lo que se les ocurra todo para desviar la atención de los crímenes en los que sus patrones están realmente involucrados.
Los jueces, en el medioevo, principalmente en Francia, eran piezas frágiles y débiles al servicio de un gobierno despótico. Siempre parciales, juzgaban con desigualdad los procesos que implicaban a los cercanos y lejanos al poder. Las sentencias eran indeterminadas, es decir, quedaban a la discreción. Hoy en Ecuador pasa algo muy similar.
Ustedes me conocen. Si se hace un análisis de todas las personas que trabajaron en la Prefectura del Guayas mientras Jimmy fue su titular, jamás encontrarán a nadie de mi familia, a ninguno de mis amigos en ningún puesto. Nunca le pedí nada.
Hago este análisis porque el día en que nos dejemos dominar por el miedo de un estado absoluto, el día en que miremos para otro lado mientras sabemos que un grupo de gorilas le está haciendo daño a otros seres humanos sin motivo alguno, ya no tendrá sentido vivir.
A Jimmy Jairala no se le perdona haber facilitado que los correistas tengan candidato en las últimas elecciones presidenciales, Jimmy es correista aunque él lo niegue y ese es el gran delito por el que hoy se lo persigue, se convierte en candidato a la Alcaldía de Guayaquil y hoy, se corre el rumor que podría ser nuevamente postulado para tal dignidad por su partido. Este hecho ha desencadenado las alarmas de los que saben que van a perder porque la gente está harta de un manejo absolutamente cantinflesco del puerto y entonces, nuevamente, desempolvan la misma historia.
En estricto rigor jurídico, contra Jairala no tienen nada, nada que no sea un informe de Contraloría de hace años, de entre cientos y cientos de contratos, del que no se desprende argumento alguno siquiera para iniciar una investigación. Es decir, primero se lo acusa y luego se buscarán las pruebas, las mismas que después no encuentran pero siempre tienen las redes sociales para escupir sobre todo el que represente un obstaculo para su negocio. No se actúa, por supuesto, del mismo modo, con los casos graves de personas cercanas a Carondelet de los que sí se desprenden presunciones de perjuicios al país.
Por eso, los señores y señoras que hoy se dedican a perseguir a los opositores de Lasso o a quienes no les somos útiles para tapar sus escándalos, deben saber que, algún día se les acaba la suerte y que, la gente no es tonta, sabemos todos que el único modo en que se puede fundar una sanción es con argumentos jurídicos y no políticos y que sin éstos, no existe proceso reglado. La persecución a Jairala carece de todo acervo probatorio, por consiguiente, es de clara matriz política.
Pasemos rápidamente a comparar a la sociedad del terror de mediados del siglo XVIII en Europa con el Ecuador actual:
En la sociedad medieval existía un proceso penal inquisitivo, que se desarrollaba en base a la discrecionalidad del que “investigaba” y sin que el acusado tuviera acceso a los motivos por los cuales se lo perseguía. No importaba investigar ni juzgar dos o tres veces por los mismos hechos.
Resulta bastante extraño que, cada vez que Lenin Moreno o ahora Guillermo Lasso, tienen graves acusaciones en su contra por la potencial comisión de ilícitos, se usa a Jairala como el enemigo, el causante de la pandemia de COVID, de los INA y también de los Pandora Papers, de las masacres en las cárceles, de la falta de empleo, de todo, de lo que sea, de lo que nos pasa y de lo que no nos pasa también. Es el saco de box favorito, el chivo expiatorio perfecto cada vez que los gobiernos ecuatorianos están embarrados de estiercol.
Siempre la misma historia y esto lleva AÑOS.
La persecución a Jimmy Jairala, que hizo más obras que todos los Prefectos anteriores y que luego de años de revisar toda su vida no se le encuentra nada irregular, me recuerda la obsesión del Papa Clemente XI quien en el año 1703, inauguró una temible cárcel en una de las alas del hospital San Michelle y siempre repetía “Parum este coercere ímprobos poena nisi probos efficies disciplina” que significa “de nada vale castigar a los malos sino es para convertirlos en buenos”
Jairala, para muchos fanáticos, es malo porque es correista. Debe ser castigado, perseguido, insultado para convertirlo en socialcristiano, o en militante de CREO, solo así pasará a ser “bueno”.
Yo, como ustedes saben no fui, no soy y no seré jamás correista pero moriré siendo un estudioso de derecho penal y un crítico de los estados policiales y obviamente me veo obligado a expresar mi absoluta solidaridad con un personaje con el que tenemos marcadas diferencias en muchos aspectos de la vida pero, con quien, no obstante dichas divergencias, me siento orgulloso de mantener una amistad real.
Los amigos pueden desaparecer en las buenas, jamás en las malas y los críticos de todo estado policial no deben desaparecer jamás. Yo ya me estoy poniendo anciano y pronto se apagará mi voz, pero me queda la tranquilidad que muchos de los jóvenes que hoy me leen, seguirán con la misma senda, porque es inevitable que calle el cantor y por eso debe seguir sonando la vida.
Tomado del perfil de facebook de Pedro Granja