Reubicarse en el mapa político luego de una derrota electoral nunca es una tarea sencilla. La oposición argentina se encuentra en la búsqueda de su propio camino luego de que en octubre del año pasado no pudiera revalidar el mandato presidencial a pesar de haber conseguido casi 11 millones de votos, es decir, casi un tercio del padrón electoral (equivalente al 40,2% de voto válido).
Indudablemente, este apoyo ciudadano tuvo un sabor agridulce; la fórmula de Cambiemos había mejorado notablemente lo conseguido en primera vuelta del 2015, tanto en valores absolutos (en más de dos millones de votos) como en términos relativos (mejora de 5 puntos, de 26% a 31% sobre el padrón electoral); y, sin embargo, este avance no le alcanzó.
Tras casi un año de esa derrota, la oposición argentina afronta un dilema estratégico que va más de nombres y apellidos, y de movimientos tácticos.
Podemos distinguir dos posturas estratégicas en disputa en este espacio político:
1. El ensayo destituyente, basado en una línea “radical” de confrontación, que interpela a la totalidad; nada propositiva; muy televisada; con un discurso muy duro, y por momentos muy alejado del espíritu democrático; empeñada en lograr un “boicot a corto plazo”; en la búsqueda permanente de un clima desestabilizador; focalizado en contra del kirchnerismo (quiere presa a Cristina); y, desde hace unos meses, también comienza a criticar fuertemente a Alberto Fernández, llamándole “autoritario, títere, etc.”.
2. La rivalidad mesurada. Confronta puntualmente y con críticas quirúrgicas. Es menos “tuitera”; elige un tono tan “amigable” que a veces suena hasta impostado; a veces guiña un ojo al rol del Estado y a lo social, aunque sea únicamente en su plano discursivo; tiene la vista puesta en el mediano plazo; está menos concentrada en el kirchnerismo; mantiene una relación ambigua con el presidente, no se cierra al diálogo pero tampoco lo apoya.
La postura destituyente sintoniza con un 20-25%, que son pseudomilitantes antiK, fuertemente ideologizados; estos cuentan con la ventaja de conformarse como grupo cohesionado e intenso. Se parece y mucho al 22% que se autopercibe, sin complejos, de “derecha” (según encuesta Celag, Agosto 2020). Sin embargo, esta estrategia tiene un gran inconveniente: no tiene posibilidad alguna de crecer más allá de su propia frontera.
La única manera de ampliar este espacio es acudir a la segunda estrategia. Por la vía de una “oposición más mesurada”, que sí podría aglutinar hasta un 35% como piso electoral, lo que le permitiría llegar al sprint final con posibilidades reales de competir -y con opciones de ganar- en las próximas elecciones presidenciales del 2023. No obstante, esta opción estratégica corre el riesgo de disponer de una masa electoral muy amorfa, heterogénea, sin identidad política diáfana, menos cohesionada y menos activa; con el añadido que se puede fragmentar demasiado, o incluso diluir si no existe un claro vector de factores comunes que los nuclee.
He aquí el verdadero dilema de la oposición en Argentina: dos estrategias que se necesitan mutuamente, pero que conjuntamente son excluyentes entre sí.
A pesar de este dilema latente, por ahora no hay dos oposiciones. Hasta el momento, solo hay un único bloque opositor con un mismo corpus ideológico: el neoliberal. No hay ningún tipo de diferencia significativa en cuanto a los temas centrales de agenda, como lo demostraron durante el largo periodo en el que gobernaron la Argentina. No obstante, la tensión en su interior crece, y no sabemos todavía si este dilema estratégico provocará a futuro alguna grieta mayor que acabe desgajando este espacio. Para tener la respuesta a este enigma es mejor esperar al momento de la definición de las candidaturas. Ese tiempo preelectoral nunca es el más propicio para administrar grandes divergencias estratégicas. Sin embargo, seguramente prevalecerá la fuerza mayor que los une: evitar que el Frente de Todos siga gobernando.
Veremos cuál es el devenir de la actual oposición argentina en su laberinto.