Por Roberto Marchán

En este periodo de tiempo donde se ha desatado la violencia en el mundo y, particularmente en nuestro país, nos preguntamos cómo y por qué estamos viviendo este fenómeno donde la muerte y la destrucción son el pan de todos los días, rodeados de un baño de sangre que está destruyendo la estructura social y productiva de muchos lugares, en especial en el Ecuador, que incluso ha visto amenazada su viabilidad y existencia como Estado. En este entorno nos preguntamos qué podemos hacer para salir de esta realidad que vivimos, sin que veamos respuestas coherentes y completas que vayan más allá de la simple e indiscriminada represión violenta.  En este sentido quiero proponer una reflexión sobre dos ámbitos fundamentales en esta discusión y aportar a la construcción de respuestas a esta pregunta.

En primer lugar, entender el fenómeno del actual ciclo de inseguridad y violencia para examinar si es un fenómeno “nuevo” o, al contrario de larga data, junto con sus posibles causas. En segundo lugar, la naturaleza, capacidades y acciones de tres elementos fundamentales que tiene un Estado para enfrentar las dinámicas de violencia e inseguridad: la Inteligencia Estratégica, la Policía y las Fuerzas Armadas.

En este contexto, mucho se ha hablado de que el mundo en su conjunto se enfrenta en la actualidad a “nuevas amenazas”, entendidas como formas no tradicionales de desestabilización de los Estados, lo que implica gran riesgo, puesto que su alcance puede ser global, nacional o regional dependiendo de su impacto, cuyas características implican un alto grado de incertidumbre sobre la manera en que los Estados deben enfrentarlas. Me refiero a estas acciones catalogadas como “nuevas amenazas” como la violencia criminal, el crimen transnacional, el terrorismo nacional o internacional, el narcotráfico y lo que siempre está relacionado a todos ellos y suele pasar desapercibido, el lavado de activos. 

Para entender esta dinámica, cabria en principio preguntarnos si en realidad las amenazas a las que nos enfrentamos como sociedad en la actualidad son “nuevas” o si, al contrario, son amenazas que siempre han estado presentes de una u otra forma; de ser así, qué es lo que ha cambiado en la actualidad para que pongan en riesgo la estabilidad y la supervivencia del Estado Nación tal como lo conocemos. Para ello es necesario mirar que, por ejemplo, el narcotráfico y sus delitos conexos datan al menos del siglo XIX, el sabotaje que puede ser entendido como el terrorismo moderno puede ser rastreado en toda la historia humana incluso en las guerras de guerrillas de la Segunda Guerra Mundial, tan heroicamente reivindicadas. Cabe resaltar que la disputa asimétrica entre los Estados y otros actores y fenómenos violentos ha existido desde que el mundo se volvió estatocentrico, a partir de la paz de Westfalia en 1648 que puso fin a las guerra motivadas por la religión en Europa.

Por otra parte, si las amenazas a las que nos enfrentamos como sociedad no son nuevas y más bien han tenido una presencia permanente durante mucho tiempo, la nueva pregunta que debemos hacernos es: ¿qué ha cambiado en el mundo y en el Ecuador en especial para que nos veamos enfrentados a la realidad lacerante que vivimos, cuando todos los datos disponibles nos muestran que hemos pasado de ser uno de los países más seguros de Sudamérica a ser uno de los más inseguros del mundo. 

Entonces, si las amenazas están presentes a través del tiempo, su mejor estructuración que ha llegado a niveles trasnacionales no es suficiente para explicar la situación. Lo único que puede complementar como causa fundamental es la actual debilidad relativa de los Estados que han perdido capacidades para enfrentar estos fenómenos. Debilitamiento progresivo que se ha convertido en una constante a partir del final de la Guerra Fría y la caída del “socialismo real” que indujo la idea de que se había dado el definitivo triunfo de una ideología capitalista y de la economía de libre mercado como sistema económico. Pero lo que más ha contribuido en esta dinámica es la implantación del neoliberalismo que se ha ido construyendo desde los años ochenta del siglo pasado que ha llevado al extremo la idea del mercado que ya no solo regula la economía sino también la vida de las personas y sus relaciones sociales. Una ideología que propugna un Estado mínimo o inexistente en base a la idea de que este no es más que un entramado burocrático costoso e ineficiente, las consecuencias son visibles ahora en todo el mundo. 

Entonces, el continuo debilitamiento del Estado y su consecuente pérdida de capacidades para controlar el espacio territorial, sumado a la carencia de autoridad, tanto en el ámbito interno como externo en las relaciones internacionales, nos muestra que lo que realmente ha cambiado en estos años no es la emergencia de nuevas amenazas como generalmente se ha afirmado. Visto así, las nuevas amenazas no son más que subsidiarias a la amenaza central que es el continuo debilitamiento de las instituciones del Estado en su conjunto que se convierte en la causa principal de la realidad que enfrentamos. Esto es especialmente visible en el caso del Ecuador, desde la arremetida neoliberal que se produjo a partir de la traición a un proyecto nacional y popular por parte de Lenin Moreno y que se ha prolongado a través de los gobiernos de Lasso y Noboa, quienes han destruido la institucionalidad que se había logrado alcanzar y desarrollar en medio de dificultades y contradicciones. 

Estos tres gobiernos consecutivos (Moreno, Lasso y Noboa), sobre la base ideológica de un Estado mínimo y sobre sus intereses corporativos, han deteriorado de manera continua las capacidades del Estado para proveer de un entorno de seguridad a la población y que esta pueda desarrollar sus actividades sociales, culturales y económicas. La inseguridad actual es una responsabilidad del Estado y sus instituciones en su conjunto;  este deterioro no se circunscribe solo a educación, salud, la situación económica, entre otros, sino que también es visible en las instituciones que son las encargados de prevención y de represión, me refiero a la Inteligencia del Estado, la Policía y las Fuerzas Armadas, que en conjunto sufren esta pérdida de capacidades que las hace ineficientes y susceptibles de ser cooptadas por los poderes que enfrentan al Estado y manejan los recursos del que estas instituciones carecen.

Si este análisis es correcto, la única forma de cambiar la situación actual es con un esfuerzo continuo y coordinado por fortalecer el Estado en su conjunto, empezando por mejorar las capacidades económicas de un Estado al borde de la quiebra; al mismo tiempo buscar una distribución adecuada de la renta nacional en la población a fin de apartar, en especial los jóvenes, de las manos de los grupos del crimen organizado con su promesa de enriquecimiento fácil y rápido. Tomar acciones en este sentido es contradictoria con la ideología neoliberal que ha cooptado a toda la derecha nacional, incluso a la socialdemocracia de otro tiempo, que han abrazado con entusiasmo al dios mercado.

La seguridad como objetivo estratégico:

La seguridad tanto interna como externa es un objetivo estratégico de todo Estado, es una situación que le permite desarrollar sus actividades productivas en armonía y continuar con el objetivo de alcanzar un estado de desarrollo que garantice el bienestar material de sus habitantes. Para ello se requiere de la acción de todo el Estado, no solo de sus cuerpos de seguridad; sin embargo, nos vamos a adentrar en temas más propios de estas instituciones de seguridad, entre las que están la Inteligencia Estratégica, la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas para hacer un corto e incompleto repaso de las contradicciones y dificultades que enfrenan.

Inteligencia estratégica:

La inteligencia no es solo información, es un paso más allá, implica un análisis de diversas fuentes de información y contrastar con las probabilidades de ocurrencia de diversos fenómenos sociales; dicho de otra forma, es la capacidad de identificar, conocer y adelantarse en las acciones de los diversos actores o adversarios de un conflicto en base a analizar de manera activa toda la información disponible. Por lo tanto, contar con inteligencia oportuna y suficiente es fundamental en el proceso de toma de decisiones y para adoptar un curso de acción adecuado para prevenir amenazas o finalmente para eliminarlas. Sin contar con ella, todo lo que se haga no será más que dar “palos de ciego” en un entorno desconocido y eso es funesto en cualquier circunstancia, no se diga en el ámbito de la seguridad del Estado.

Por otra parte, la inteligencia estratégica de un Estado es el conocimiento que se elabora sobre la base de las necesidades y los objetivos estratégicos del mismo, lo que no es más que una situación concreta planteada para alcanzar una meta importante a largo plazo, en este caso el objetivo estratégico del Estado Ecuatoriano es la desarticulación de las bandas criminales y del narcotráfico, cortar sus fuentes de financiamiento y de equipamiento a fin de proveer un entorno de paz a toda la sociedad. Por tanto, la inteligencia estratégica es el conocimiento que nos permita en el corto y largo plazo tomar las acciones necesarias orientadas para alcanzar el objetivo de la paz social. 

Sin inteligencia estratégica los resultados de las acciones desarrolladas serán fruto del azar no de una adecuada toma de decisiones. Es allí donde se puede ver la importancia de la inteligencia del Estado, en nuestro caso a cargo del Centro de Inteligencia estratégica (CIES), una organización que aún tiene cuestionables capacidades y conducción, más orientada a la inteligencia política que a desarrollar una verdadera Inteligencia Estratégica del Estado, situación que se mantiene luego de la desarticulación del sistema de inteligencia por parte del gobierno de Lenin Moreno. 

La policía Nacional

No existe en el mundo un Estado exitoso que no cuente con una o varias organizaciones Policiales eficientes, también se puede afirmar que no existe un Estado, incluso aquellos que rondan ser fallidos, que no tengan algún cuerpo de seguridad que realice las acciones policiales que son indispensables para mantener la paz y el control de la sociedad siempre amenazada por la violencia que viene de factores externos e internos. Bajo esta lógica es fundamental disponer de una Policía o unos cuerpos policiales de calidad y eficientes que luchen permanentemente en contra de la corrupción interna que siempre estará presente como una grave amenaza por la naturaleza misma de su función.

Pero ante esto hay que cuestionarnos sobre si la Policía Nacional del Ecuador es una institución policial lo suficientemente institucional y moderna, con la estructura y capacidades adecuadas y con los controles suficientes para que nos garantice una acción eficiente y eficaz. Es sobre esto donde se requiere hacer un profundo análisis el cual necesariamente debe partir por cuestionar si su actual estructura para-militar es la adecuada en este tiempo, tomando en cuenta que esta organización obedece al proceso de “institucionalización” que se dio durante el gobierno del General Alberto Enríquez Gallo, quien le dio una estructura copiada del Ejército Ecuatoriano, incluso en sus uniformes, prácticas y reglamentos, no porque esta sea necesariamente la estructura más adecuada para una organización policial.  Esta estructura obedece a las limitaciones de los tiempos en que se implantó, pero se ha convertido en una realidad que se resiste a cambiar por fuerza del corporativismo interno que ha generado.

Es conocido que la estructura piramidal y jerárquica de un ejército obedece a la razón de su existencia, el fenómeno social llamado Guerra, donde los siglos de experiencia han demostrado que la toma de decisiones vertical es la que mejor funciona en un entorno de alta incertidumbre y de violencia como es una guerra. En ella es poco probable que un grupo empeñado en combate pueda hacer una reunión y tomar acciones consensuadas o acordadas con todos o la mayoría de sus miembros, en la guerra se confía en la experiencia, conocimiento y buen juicio de un comandante que, generalmente es el que más experiencia acumulada y cualidades de liderazgo ha demostrado.

La pregunta que salta a la vista es ¿en qué guerra está empeñada la policía en su quehacer diario? A diferencia de un ejército que tiene por misión en combatir, destruir o eliminar al enemigo, para lo cual hace uso de la extrema violencia; la policía tiene como función controlar las conductas discordantes y tipificadas en la ley que cometen los ciudadanos en su día a día; es decir, la policía no tiene la función de eliminar o destruir a los ciudadanos de un país por más que ellos hayan incumplido con la ley, su función es la de detenerlos y ponerlos a órdenes de los poderes con la capacidad de discernir sobre su futuro en base a la ley, la institución llamada justicia que también está en entredicho.

Visto de esta manera, salvo algunos grupos específicos que deben mantener capacidades tácticas, la estructura militar piramidal y jerárquica de la Policía Nacional del Ecuador resulta anacrónica y debe ser repensada de manera urgente, puesto que ha llegado a niveles de corporativismo prebendario interno que no pueden ser tolerados y que funcionan para esconder los procesos de corrupción que se dan a su interior. Otro compromiso urgente es el de establecer adecuados instrumentos de control internos y externos que permitan una permanente depuración, puesto que por su naturaleza están sujetas a la acción de actores que fácilmente pueden cooptar a sus miembros para sus fines. Esto pasa por establecer procesos internos de confianza tanto en el ingreso y de manera permanente durante toda la carrera policial.

Por otra parte, se necesita pensar si lo adecuado, mientras se evalúa y corrige a la actual Policía Nacional, sea establecer un nuevo cuerpo policial completamente civil que pueda hacer contrapeso a la policía actual. Por ello antes de invertir en el continuo incremento de funcionarios policiales, se debe invertir en una nueva policía de investigaciones totalmente ajena a la estructura actual.

Las Fuerzas Armadas

Las Fuerzas Armadas Ecuatorianas durante toda la vida republicana del país y en especial a partir de la invasión peruana y la posterior firma del Protocolo de Rio de Janeiro de 1941-1942 existieron, se construyeron, se desarrollaron, se equiparon y capacitaron en función de la disputa territorial con el Perú. Ese fue su objetivo estratégico principal y razón de ser durante la mayor parte del siglo XX. Sin embargo, la firma de la paz con el Perú en 1998, luego del siclo de incertidumbre que en un inicio produjo, ocasionó posteriormente un proceso de desconcierto institucional que hasta el día de hoy no ha logrado ser superado y que ha sido un duro lastre para que la institución siga desarrollando capacidades y evolucionando en función de la realidad social interna y la realidad de las relaciones internacionales.

En otras palabras, las Fuerzas Armadas Ecuatorianas que en algún momento fueron una institución adecuadamente equipada y entrenada para ser eficiente en la guerra interestatal, se ha convertido en una organización con falta de equipamiento apropiado y, por lo tanto, sin capacidades, desorientada y que no sabe con claridad su función y sus objetivos en el mundo actual y la realidad nacional. Esto se debió a diversos factores, desde las resistencias internas y falta de visión de los que se apropiaron de los éxitos en las confrontaciones con el Perú y que aún continúan en los mandos de la institución, como también por la realidad nacional marcada por una inestabilidad política a nivel de todo el Estado que desde la misma firma de la paz con el Perú en 1998 no ha dado tregua, salvo el periodo 2007-2017. 

Una inestabilidad crónica produjo que los mandos militares nuevamente se vieron actuando como árbitros de la política nacional. Protagonismo que en algunos casos fueron fruto no buscado de las disputas políticas de los actores civiles y en otros casos son producto de causas no tan claras, pero que finalmente posicionó a los mandos militares como actores con el poder de mediar en la Política Nacional por diversos intereses corporativos internos o externos.

Esta realidad ha traído como consecuencia que la institución no haya podido hacer un profundo análisis de su realidad y generar los cambios necesarios para adaptarse a un contexto donde, sin dejar de ser su objetivo principal el defender al Estado de las amenazas externas, es decir otros Estados, cada vez es más claro que su función en la actualidad también va de la mano de enfrentarse a las “nuevas” y emergentes amenazas que ahora se oponen a los Estados no solo en nuestro país. Esta reorientación que está pendiente desde al menos 1998, debió ser realizada en conjunto con las entidades políticas y académicas del país, pero no se ha logrado concretar salvo pequeños cambios como el famoso Libro Blanco de la Defensa que en el fondo solo fue una forma de “Gatopardismo” militar (cambiar algo, para en realidad no cambiar nada).

Esta realidad no es solo producto de la falta de visión y liderazgo de los mandos militares de estos años, es sobre todo una consecuencia de la irresponsabilidad con la que se hace la disputa política e ideológica en el país, donde la mayoría de actores no se guían por los intereses nacionales y dan poca o ninguna importancia a aquello que no entrega réditos inmediatos, sean políticos o económicos. Por ello, es fácil constatar que la “clase política” del país, en especial desde el retorno a la democracia en 1979, poco o ningún interés han tenido por tratar a profundidad los asuntos militares, dejando para los mandos militares y un pequeño grupo de académicos tratar estos temas, sin tener en cuenta que los asuntos de la seguridad interna y externa del Estado es una de las funciones y preocupaciones principales de la política puesto que ello garantiza la supervivencia misma del Estado.

Al interior de las Fuerzas Armadas por mucho tiempo se ha ocasionado también un corporativismo prebendario que ha generado un entramado de relaciones de poder complejas que deben ser desmontadas. Para ello se debe iniciar analizando la naturaleza y función del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas que nació con la misión inicial de llevar adelante la conducción operativa de la institución militar, pero en la actualidad ha mutado a constituirse en una especie de Comandancia General de las Fuerzas Armadas donde su jefe tiene injerencia, generalmente sin el conocimiento necesario, en las actividades propias de cada una de las fuerzas y ha generado una acumulación de poder con la consiguiente disputa al interior.

Por otra parte, se requiere contar con instrumentos de análisis que permitan la suficiente información interna para alimentar la toma de decisiones y que esta no se produzca, como hasta la actualidad, basado solo en el buen o mal juicio de algún mando militar y su particular punto de vista. Sobre esta base, es urgente emprender en un proceso de estudio que permita orientar a esta institución, indispensable para el Estado, a enfrentar los nuevos retos que le impone el escenario interno, pero sobre todo el escenario geopolítico mundial, que no podemos ignorar y que está marcado por la emergencia de un nuevo mundo multipolar.  

Como vemos, la situación que vivimos al contrario de lo que se piensa no es producto de situaciones inesperadas o imprevistas, es fruto de un continuado y consiente esfuerzo de desarticulación del Estado, que le ha dejado carente de capacidades para enfrentar la realidad que vivimos. Por lo tanto, es fundamental que las personas que ejercen su voto y que son el soberano, en el que según la teoría democrática reside el poder, lo ejerzan con la suficiente conciencia para no volver a endosarlo a los mismos grupos que son los causantes de la tragedia que estamos viviendo. Los ciudadanos si tienen la oportunidad de corregir la realidad que vivimos y volver sobre una senda de desarrollo y progreso para todos.

Por RK