Por Juan Fernando Terán
Ecuador está en el mundo, pero no hay “más mundo” en Ecuador. A pesar de todas las nuevas tecnologías, seguimos siendo una parroquia que se contempla ensimismada el ombligo. Una comarca donde los periodistas “pre-pago” repiten los temas que las elites proponen para distraer a los votantes.
Por ello, mientras reímos o lloramos por tener un presidente que no sabe multiplicar 20×30, el cambio internacional está acelerándose en múltiples sentidos. Sobre esto deberíamos estar discutiendo para avizorar qué hacer o, por lo menos, hacia dónde correr.
Fascismo es la palabra utilizada para designar ese cambio… Aquella dice todo y nada porque es una entidad simbólica cuyo significado varía según el propósito del discurso que la evoca.
Para poder incitar diálogos sobre cómo el fascismo podría arraigarse en América Latina, comenzaré una serie de artículos a través de la cual intentaré abordar el tema en forma sistemática. Empecemos, entonces, con algunos apuntes con información histórica y contextual.
1.- La «neo-neo-neo derecha» no es ni liberal ni neoliberal. En estricto sentido, Donald Trump, Ivan Duque, Nayib Bukele, Jair Bolsonaro, Luis Lacalle o políticos similares no son «fascistas». En América Latina, utilizamos este calificativo para connotar que ellos tienen intenciones que van «muchísimo más lejos» que aquellos anhelos enarbolados por la derecha “convencional” cuyos personajes aparecen «modocitos» y bien vestidos.
En Europa, a principios del siglo XX, el «fascismo» emergió como una forma de hacer política que, a diferencia de los demócratas liberales, buscaba fundamentar el poder del Estado en un control «total» de las clases subordinadas y sus formas de acción y organización.
El nacionalismo, el ritualismo, el racismo, la violencia y otras aberraciones «típicas» del fascismo fueron adornos grotescos y peligrosos. Pero, no nos confundamos: el fascismo clásico no habría existido sin esa obsesión por controlar a las clases subordinadas… cooptando a los dirigentes sindicales y campesinos hacia el partido, abriéndoles espacios en instituciones estatales, ofreciéndoles educación adoctrinadora, recuperándo los colores, olores, sabores y sonidos de una nación plebeya humillada por los poderosos, o haciéndoles sentir qué son algo y merecen ser más.
Para que quede bien claro: en estricto sentido, el fascismo organiza, activa y engrandece a las masas para controlarlas. Y eso no quieren, ni pueden, hacer aquellos a quienes llamamos «fascistas» actualmente. Los «neo-neo-neo conservadores» conciben a la gente con bastante repudio y cierto temor. Su agenda no es ni liberal ni neoliberal.
2.- Decir que la historia se repite como «tragedia» es decir muy poco. Sí… pues lo que está sucediendo merece calificativos más fuertes. En una primera aproximación, se podría pensar que estamos viviendo algo parecido a lo que sucedió entre las dos guerras mundiales del siglo pasado.
Siguiendo las interpretaciones efectuadas por intelectuales como Karl Polanyi o John Maynard Keynes, por ejemplo, se podría sostener que «algo» o «alguien» ejerció un poder tan abusivo y tan depredador sobre ciertas naciones que las víctimas decidieron movilizarse en sentido contrario a la «utopía» que los abusadores les plantearon como panacea.
Antes de 1905, el agresor se llamaba «Reino Unido» y su promesa era «el liberalismo» como principio estructurador de la sociedad, la economía, la política, el Estado, la cultura y el orden mundial. Después de 1945, Estados Unidos usurpó ese papel y construyó las instituciones multilaterales requeridas para el saqueo… Su promesa, después de 1979, se difundió por el mundo con la bandera del «neo-liberalismo».
En ambos casos, sin embargo, los proyectos de modernidad buscaron colocar a las clases y naciones subordinadas al servicio de los intereses imperiales. Para ello, en las últimas cuatro décadas, la promoción del «libre comercio» ha sido la punta más visible de un conjunto de transformaciones que aspiran a modificar incluso la subjetividad de los individuos.
Solo cambiando la cultura de los dominados, se pueden lograr pobres que crean que ellos son los verdaderos culpables de su condición o trabajadores que acepten salarios miserables para fomentar eficiencia y desarrollo económicos.
El liberalismo inglés y el neoliberalismo estadounidense fomentaron «una gran transformación» que destruyó a las comunidades, empujando a la gente a reaccionar detestando todo aquello que los modernizadores, internacionalistas o globalizadores les propusieron.
En esta reacción básica y primitiva de autodefensa, las comunidades arrojan el agua sucia con el bebé incluido… La sospecha de la modernidad occidental se vuelve tan grande que conduce a abrazar propuestas tan ridículamente conservadoras que convierten al «fascismo» en motor del cambio histórico.
3.- «Europa pagará caro las sanciones contra Rusia». Las ondas de cualquier transformación global suelen llegar a Ecuador con un rezago de años. Por eso, mientras los periodistas criollos siguen alabando «el liderazgo» de un presidente que tiene todo menos liderazgo, un terremoto está arrasando en Europa. Hasta que su tsunami se haga sentir por acá, reflexionemos sobre el diagnóstico presentado a continuación.
Europa pagará caro las sanciones contra Rusia. La guerra en Ucrania es peligrosa porque sintetiza y potencia todos “los delirios globalizadores”. Esos delirios han fracasado rotundamente porque pensar que todas las sociedades pueden tener la misma forma de gobierno es un error. También es «francamente risible» creer que todo puede ser resuelto con el libre comercio.
La visión estadounidense y europea sobre las naciones y sus gobernantes es altamente sesgada. Aquella ejerce una critica despiadada contra algunos países pero es complaciente con los regímenes autoritarios y fundamentalistas existentes en los países árabes petroleros.
Gracias a la «ligereza» de los gobiernos, la globalización se ha reforzado. Mientras la mano invisible del mercado no logra resolver nada, ¿quién se hace cargo de los problemas relacionados con la seguridad y la producción nacional, la autosuficiencia alimentaria o la soberanía energética? ¿Quién?
Antes de continuar, por favor, lea esos tres párrafos nuevamente.
Si ya lo hizo, le comentó que Antonio Gramsci, el político comunista escribió sobre algo parecido desde la cárcel. A él le sorprendió constatar cómo la combativa clase obrera italiana sucumbía ante la extrema derecha de su tiempo. ¿Cómo pudo eso ser posible? ¿Qué seductor encanto tenía Benito Mussolini?
Algo tenía… como lo tiene Georgia Meloni, la lidereza de los «neo-neo-neo conservadores» a quienes llamamos «fascistas». Aquellos párrafos resumen sus palabras en una entrevista para la televisión italiana. Esos párrafos no son extractos de un discurso liberal, anarquista, socialdemócrata o comunista. Y esta aclaración debería bastar para dejarnos estupefactos.
La historia se repite como estiércol. A diferencia de antaño, los nuevos fascistas no buscan convencer a trabajadores sino a ciudadanos afectados por el «neoliberalismo» fomentado por Estados Unidos y sus aliados porque la utopía de los economistas ortodoxos trasladó sus puestos de trabajo o sus clientes hacia China, España, Costa Rica o Senegal.
La historia se repite como estiércol cuando el nuevo fascismo se apropia del discurso de la izquierda… mientras la izquierda sigue ingenuamente asumiendo el discurso de los intelectuales «políticamente correctos» que Estados Unidos difundió a través de sus aparatos de dominación ideológica. La izquierda está aletargada y sin capacidad de reacción… al menos en Europa.
En este contexto, el «pos-fascismo» cosecha del desencanto que agobia a millones de personas debido al deterioro de sus condiciones materiales de existencia. Pero esto, repito, no es nuevo.
Rosa Luxemburgo también olió anticipadamente el estiércol que derramaría después un fulano que sedujo a las masas uniendo dos símbolos poderosos para los obreros alemanes, el socialismo y la nación. Y la izquierda, en su época, tampoco pudo hacer mayor cosa.
¿Qué rostro y olor tendrá el fascismo en Ecuador? Sobre eso especularemos en la próxima entrega. Mientras tanto, anticipo que… si no nos organizamos para cambiar nuestra actual trayectoria histórica, aquí el fascismo no fortalecerá la economía nacional ni creará empleos para los ecuatorianos.
Aquí el fascismo tendrá rostro de hombre y olerá a mierda.