Por Daniela Pacheco

Mientras el mundo se “entretiene” con las monstruosas imágenes en la nueva mega cárcel de las personas privadas de la libertad, asociadas a las pandillas en El Salvador, sigue en marcha el proceso autoritario de su presidente, Nayib Bukele, de concentrar en sí mismo todo el poder del Estado. Se hizo con el control de la Asamblea Nacional y de instituciones como la Sala Constitucional de la Corte Suprema y la Fiscalía General.

Disfrazado de millennial y de disruptivo, misógino y con muchísimos tintes fascistas, representa lo peor de la política salvadoreña y del continente. Gobierna desde Twitter como mesías, con apoyo de las iglesias evangélicas que lo ven como un iluminado, y sin transparentar su acción de gobierno directamente con el pueblo. Nadie puede disentir. Estratégico en su comunicación y su discurso evoca a la izquierda cada vez que puede.

La política de seguridad del gobierno centroamericano pasa por la violación masiva y deliberada de los derechos humanos y por el desconocimiento de las causas estructurales que han originado la violencia. Bukele convirtió al régimen de excepción en su forma de gobierno: populismo punitivo con soluciones de puro maquillaje a situaciones históricas de violencia, muy complejas.

El efecto propaganda de su discurso hostil con los derechos humanos y contra aquellos que osen defenderlos cancela cualquier posibilidad de diálogo. Solo él puede tener la razón y su séquito de funcionarios solo asiente.

Frenar el crimen y la inseguridad, de verdad, no tiene respuestas inmediatas ni mucho menos fáciles. Hay que invertir en derechos básicos como salud y educación, en la generación de empleo, en fortalecer las capacidades de las fuerzas del orden y del poder judicial, en programas de reinserción social, aspectos que por supuesto su régimen del terror no está atendiendo.

El abandono del Estado en todos los ámbitos ha sido reemplazado estratégicamente por discursos de mano dura contra el “enemigo interno”, convirtiendo a las pandillas en el actor antagónico de cualquier gobierno salvadoreño de los últimos años. Una reciente acusación del Departamento de Justicia de los Estados Unidos —ratificada por medios de investigación de ese país— asegura que, en 2019, en el inicio de la administración de Bukele, su gabinete de seguridad pactó con jefes de la MS-13 para darles trato preferencial en las cárceles a cambio de reducir los asesinatos en las calles, hasta que la luna de miel se acabó. Hoy, su antagonismo sigue vigente pero la estrategia es otra.

El fascismo se instaló en El Salvador y difícilmente se irá, al menos en los próximos años. La izquierda no supo responder en su momento a las demandas del pueblo salvadoreño y hoy no hay ninguna posibilidad de que pueda emerger, tanto por su incapacidad como porque cualquier opción distinta será anulada. En tierra de creyentes es una pelea titánica de Dios contra el diablo.
Tomado de Milenio

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