Por Daniel Kersffeld
La reiterada amenaza de Donald Trump de rebajar la participación de los Estados Unidos en la OTAN frente a quienes no aportan lo suficiente para mantener viva a la organización y, sobre todo, la eventual restricción de la ayuda económica y militar a Ucrania ha generado un profundo estado de discusión interna entre los principales socios, quienes por primera vez se animan a pensar si no es hora de iniciar el reemplazo de Washington en el liderazgo de la Alianza Atlántica.
Con el gobierno de Olaf Scholz en caída libre y la convocatoria a elecciones generales en Alemania para el próximo 23 de febrero, y con la administración de Emmanuel Macron en una seria crisis de gobernabilidad entre la derecha y la izquierda, quien se prepararía para asumir la conducción de la OTAN a partir del próximo año es Keir Starmer, el actual primer ministro del Reino Unido.
Para hace valer hoy una candidatura a la dirección política de la OTAN hacen falta tres compromisos básicos, tal como recientemente fueron enumerados por John Healey, el actual ministro de Defensa británico. Así, la labor del Reino Unido frente a Ucrania en 2025 implicará más armamentos, más entrenamiento y más sanciones a Rusia.
La estrategia de Starmer consiste en la creación de un nuevo pacto de seguridad y defensa con sus aliados de la OTAN en la Unión Europea para continuar con el sustento a Ucrania, lo que en los hechos implicaría una mayor coordinación en materia de capacidades militares, financiación y entrenamiento de tropas.
Si bien su campaña se centró en los difíciles aspectos sociales y económicos prevalecientes en Gran Bretaña, la llegada al gobierno del líder laborista el 5 de julio de 2024 fue acompañada por la “Revisión Estratégica de Defensa”, un nuevo plan sobre las actuales capacidades de seguridad principalmente contra Rusia y, en menor medida, frente a China.
A continuación, y en el interés por mejorar las relaciones con la UE, el primer ministro firmó en octubre un nuevo acuerdo de defensa con Alemania y con Estonia, principalmente, para reforzar la seguridad común frente a Rusia. Se trató, al mismo tiempo, de una inicial revisión crítica del Brexit con el objetivo de volver a tender puentes con el continente europeo.
El punto más reciente en la elaboración de la nueva estrategia defensiva se concretó el 16 de diciembre, cuando Starmer viajó a Estonia para una cumbre de la Fuerza Expedicionaria Conjunta (JEF), una asociación militar multinacional creada en 2015 y diseñada para realizar operaciones de respuesta rápida como un bloque subsidiario a la OTAN y siempre bajo el liderazgo de Londres.
Por pedido del gobierno británico, los representantes de los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia), los Estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y de los Países Bajos, firmaron una declaración a favor del presidente ucraniano Volodímir Zelenski.
Ahora, el Reino Unido se ha comprometido a enviar a Ucrania un nuevo paquete por 286 millones de dólares que incluye pequeñas embarcaciones, drones de reconocimiento, buques de superficie sin tripulación, municiones de merodeo y drones antiminas. En tanto que otra parte se destinará a equipos de defensa aérea, incluidos radares y sistemas de guerra electrónica antidrones.
El Reino Unido ha sido uno de los aliados más firmes de Ucrania desde que comenzó la guerra en febrero de 2022 y, hasta noviembre, había otorgado a Kiev más de 16 mil millones de dólares. Londres también se ha comprometido a proporcionar casi 4 mil millones de dólares al año hasta 2030 para rearmar la economía ucraniana.
Sin embargo, el sustento podría profundizarse ya que el Ministerio de Defensa está considerando la posibilidad de enviar tropas británicas a Ucrania para mejorar el entrenamiento de sus Fuerzas Armadas. De manera oficial y hasta ahora, el Reino Unido y otros miembros de la OTAN no han transferido tropas a Ucrania ni han impuesto una zona de exclusión aérea sobre el país por temor a verse arrastrados a un conflicto directo con Rusia. Esta situación pronto podría cambiar.
En el aspecto interno, la obsesión de Starmer por liderar la guerra contra Rusia tendría un alto costo político para el laborismo inglés. En sus últimas apariciones públicas, el líder laborista se ha esforzado por justificar que la “agenda bélica” podría contribuir a recuperar la alicaída economía británica y que, incluso, empresas armamentistas como BAE Systems, Leonardo y Raytheon serían útiles para la generación de puestos laborales.
La opinión pública parecería no acompañar el deseo del gobernante. Según una encuesta de IPSOS de fines de noviembre, sólo el 20% de los encuestados afirmó estar satisfecha con el desempeño del Partido Laborista. Además, se encontró que Starmer tenía los peores índices de aprobación (-34) de cualquier Primer Ministro después de tan sólo cinco meses en el cargo.
El 18 de diciembre Starmer tuvo una conversación telefónica con Trump y le reiteró su demanda para que “permanezca junto a Ucrania”. El pedido al presidente electo de Estados Unidos podría ser excesivamente costoso, y no sólo en términos económicos, para el actual mandatario británico.