Por Santiago Ribadeneira Aguirre
El ensayo corporativo/neoliberal gestado por el banquero para acceder a la presidencia del Ecuador, ha terminado demostrándole al país y al mundo el estado de descomposición del poder y de las élites económicas que le sustentan, incluyendo a los grandes medios de comunicación nacionales. Desaprobar la corrupción debe ser un imperativo ético y moral, pero no es suficiente: hay que meterse en las complicaciones de esta putrefacción galopante que permea las instituciones del Estado y profundizar vehementemente sobre el hecho de que este período –siendo uno de los más graves de los últimos 20 años– que comenzó en el gobierno anterior, es la repetición bajo formas distintas de lo que siempre ha sido la derecha totalitaria ecuatoriana.
En estos casi seis años hemos vivido una inestabilidad social y política tan evidente, que se caracteriza por la lúgubre circunstancia de unas élites económicas conformadas por banqueros y empresarios –más allá de los matices correspondientes– que solo reaparecen para tratar de hacerse del poder a cualquier costo. Esta inestabilidad muestra que las estructuras y la institucionalidad del país están en crisis y que esta crisis está tocando fondo por la putrefacción y el mal manejo de la cosa pública, pero que no vamos a salir de ella mientras no se modifiquen las relaciones de poder. Esta inestabilidad provocada es de tal naturaleza que tenemos al país divido entre ‘correistas y anticorreistas’, o entre ‘narcotraficantes’ que van a negar la consulta y ‘patriotas’ que eventualmente la aprueben, entonces las fuerzas sociales deben revalidar la conciencia democrática, crítica y progresista para cambiar radicalmente dichas estructuras y arrebatarle a las élites económicas el poder político, en las urnas o fuera de ellas según lo demanden las circunstancias históricas.
Estamos hablando, por supuesto, de objetivos fundamentales para sostener una práctica social que incluya a todos los sectores del país. No hay otra salida verdadera inmediata. Es decir, un cambio cualitativo en el pensamiento, una utilización real de las potencialidades económicas, sociales y culturales para garantizar una distribución más equitativa de la riqueza, que signifique mejorar la salud, la educación, la cultura, auspiciar el crecimiento de las industrias nacionales, más inversión en el agro, en vivienda digna, en infraestructura, en vialidad, etc. El gobierno del banquero desestima estos principios porque su premisa única es precautelar la ganancia desmedida del capital financiero. La derecha neoliberal reinventa la coartada de la ‘desigualdad natural’, para fetichizar la noción de ‘progreso’ y proteger el aparato productivo que está en manos de los grupos económicos de la sierra y la costa que ahora mismo se reparten las instituciones del Estado, incluyendo la seguridad social.
El banquero, señalado por un sector de la prensa que antes le apoyaba por ser el cabecilla de una red de corrupción, junto a su cuñado poderoso (El Gran Padrino) y también banquero, quiere presentar la gestión de su gobierno como un ‘mérito ideológico’ y casi espiritual envuelto en una nube de incienso, como si él hubiera sido el destinado o el ungido de alguna deidad superior para resolver los grandes problemas de la sociedad ecuatoriana. Este simplismo muy próximo a la demagogia ha rebajado el ejercicio de la política a la impotencia de cualquier determinismo cercano a las teorías positivistas de fines del siglo XIX.
La gestión fracasada del banquero, como la de su antecesor, ha roto la continuidad histórica y la convivencia ciudadana, (‘las piedras angulares de la condición humana’, diría Agosti) consciente eso sí de sus propósitos de clase que se fortalecen abusivamente en el dominio económico y político, en el arranche, en la especulación, la evasión de impuestos, que se derrocha en la intriga y el reparto de cargos públicos para sus amigos, que ni siquiera pestañea frente a las denuncias que le embarran desde el comienzo de su gestión como en el caso Pandora Papers.
De ahí que derrotar en las urnas al proyecto neoliberal del banquero y a su consulta popular mañosa, debe considerarse como un signo de fortaleza democrática urgente. Hay que pasar de la contemplación a la acción y vincularse enseguida a los problemas generales de la sociedad para superar estos momentos de envilecimiento, de desmanes fascistoides, poniendo en evidencia aquella ‘voluntad totalitaria’ del régimen del banquero y de sus aliados ideológicos como el disfraz con el cual ha podido, hasta ahora, mentir, engañar y confundir al electorado, bajo el sofisma del ‘Ecuador del Encuentro’ que la Fiscalía acaba de derrumbar, bautizando las investigaciones de corrupción del gobierno con el mismo apelativo.