Samanta Andrade M. y Jahiren Noriega D

La filósofa española Amelia Valcárcel utiliza la metáfora del gran árbol del patriarcado, para explicitar dos características propias de este sistema de organización y dominación social. Por un lado, señala Amelia, está la condición de sobrevivencia del árbol a la fortaleza y profundidad de sus raíces, de allí también la dificultad de derribarlo; y por otro lado, la metáfora es útil porque habla de la apariencia “benevolente” del patriarcado, símil de un árbol que cuida, da sombra y ofrece resguardo.

Un enorme esfuerzo teórico y práctico a lo largo de la historia, principalmente a partir de los años 70, ha permitido remover la tierra que alimentaba las raíces de este gran árbol; cuestionamientos y nuevas formas de entender y vivir el mundo que han contribuido a podar sus hojas secas, quebrar sus ramas, secar su sabia… Sin embargo, y contra todo pronóstico, el árbol asoma cada vez más frondoso, se adapta y encuentra nuevas formas de reproducirse, igual de fuerte aunque menos benevolente. Es así que, si bien más visibles, sus raíces aún se erigen en el sistema de justicia, de educación, los medios de comunicación, los afectos, la economía, y muchas tantas esferas de la vida en las cuales el feminismo sigue siendo una necesidad urgente.

El análisis de los procesos judiciales del caso denominado “La Manada” en España y el de Vanessa Landinez Ortega en Ecuador, dan cuenta de tal condición. En estos casos, la justicia, lejos de constituirse en un garante de los derechos humanos, asoma, en sí misma, como una de las raíces más regordetas y obscenas del patriarcado.

El pasado miércoles 02 de mayo de 2018, el asesino de Vanessa Landinez Ortega, Esteban G. fue condenado a tres años de prisión por el delito de homicidio no culposo. Sentencia con la que culmina un proceso arduo y desgastante de búsqueda de justicia, que inició la madrugada del 19 de agosto de 2013 cuando Vanessa murió, producto de un golpe lacerante en su hígado propinado por su agresor.  La lucha por la declaratoria de nulidad del primer proceso penal que había absuelto al victimario y la consecuente reapertura del caso permitieron que tras cinco años, finalmente la familia de Vanessa, en su memoria, pueda obtener un mínimo de tranquilidad.

Sin embargo, el cúmulo de atropellos que dieron como resultado ese dictamen no sólo exhibe la falta de rigurosidad en la investigación del delito, sino también la escasa intención de introducir un verdadero enfoque de género en la justicia. Exclusión que oculta las relaciones de poder sobre las cuales se fundamentó el superlativo cuestionamiento a la vida de Vanessa, y bajo cuyo marco de interpretación el establecimiento de medidas de reparación para su familia no fueron consideradas en la sentencia; relaciones de poder que, al camuflarse en la sombra del árbol, consienten la impunidad de asesinos y violentadores en muchos otros casos.

Casi paralelamente a la audiencia de juzgamiento al asesino de Vanessa, en España la Audiencia Provincial de Navarra absolvía del delito de violación a los cinco victimarios de una joven de 18 años a quien éstos forzaron colectivamente a mantener relaciones sexuales en 2016. El caso “La Manada” (denominado así por el nombre que llevaba el grupo de Whatsapp del que eran integrantes los agresores y a través del cual comentaron el delito) ha causado indignación no solo por la naturaleza particular de la violación (colectiva, pública y publicitada) sino también por el accionar de la justicia.

 “¡No es abuso, es violación!” fue la consigna de miles de mujeres y hombres en España y en el mundo que expresaron su profundo desacuerdo con el fallo de los magistrados, quienes sostuvieron no haber dilucidado violencia o intimidación (fundamentales para diferenciar entre los dos tipos penales establecidos según el Código español) en los videos que fueron grabados por los agresores y que sirvieron como prueba en el juicio. Incluso, uno de los tres magistrados votó a favor de la absolución de los acusados aduciendo que la víctima accedió voluntariamente a tener relaciones sexuales con los mismos.

Parte de la argumentación de los magistrados fue que la víctima no había manifestado “explícitamente” que no deseaba encontrarse en esa situación, de lo cual se deduce que a su entender, si la víctima expresaba su rechazo los agresores la hubiesen dejado marcharse. La formulación de este tipo de alegatos en el discurso penal, además de colocarnos nuevamente  frente a la incapacidad de comprensión de las relaciones de poder de género por parte del sistema de justicia, manifiestan de manera ejemplar la pervivencia de una ideología machista en sus operadores, para quienes la no oposición es sinónimo de deseo. Así, una vez más, es el comportamiento de la víctima el que se pone en cuestión para establecerlo como atenuante del delito. Tal fue la magnitud de las manifestaciones ciudadanas en rechazo a este tipo de fallos, que el propio ministro de justicia se vio obligado a cuestionar dicha sentencia.

El árbol benevolente, que tiene el poder de “moralizar” y castigar

Siguiendo a Amelia, la alegoría citada es útil también para describir otros aspectos del funcionamiento actual del patriarcado. El carácter benevolente del árbol se manifiesta no sólo en el “cuidado”, sino también en poder moralizador. En este sentido, el ejercicio de violencia de un hombre hacia una mujer se constituye como acto ejemplarizante para aquellas que no cumplen con el estereotipo socialmente asignado al género femenino; recordemos las palabras de uno de los femicidas de Karina del Pozo antes de su muerte en 2013: “¿quieren ver cómo se mata a una puta?”.

Esta caracterización da luces para identificar un aspecto que se repite en los casos de Vanessa y de La Manada: el intento desacreditador hacia la víctima y su relato, que se traduce en justificativo social y atenuante penal de la violencia. Los siguientes hechos verifican este razonamiento: en España, que el tribunal haya aceptado como prueba de la defensa el informe de un detective privado, que constó de un seguimiento personal y de la actividad de la víctima en redes sociales cuyo objetivo fue demostrar el escaso impacto traumático de los eventos; en el caso de Vanessa, el que los alegatos del abogado defensor de Esteban estuvieran centrados insistentemente en que ella había salido en la noche y que estaba alcoholizada, así como el rechazo de los jueces a la introducción de una perspectiva de género en las pericias. 

El árbol tupido que se pretende incomprensible

Otro aspecto en el que la metáfora resulta asertiva es el carácter tupido y profundamente complejo de las estructuras patriarcales, que otorga a éstas la apariencia de una maleza enmarañada. 

A diferencia de los casos más comunes de violencia sexual y feminicidio en los que los agresores suelen ser parejas, ex parejas o miembros del entorno cercano de las víctimas, en el caso de Vanessa y de la joven violada por La Manada, sus perpetradores no formaban parte permanente de sus vidas, ni sostenían relaciones sentimentales con ellas. En el caso español, incluso eran completos desconocidos para la víctima. Esta característica de desvinculación incrementó la dificultad para comprender ambos delitos como productos de violencia de género.

Para la justicia y quienes la ejecutan, la incapacidad de entender estas particularidades se explica por una voluntad de indistinción de los delitos. Esta miopía, pretende por un lado alejar toda intromisión del enfoque de género en la legislación y cuando éste ya se ha instituido, interpretar bajo el mismo rasero todas las agresiones, dejando inevitablemente fuera aquellas que no cumplan con los requisitos establecidos en la tipificación que, dicho sea de paso, ha sido construida en su gran mayoría desde la perspectiva masculina.

En este contexto se entiende legítimo el clamor ciudadano por una modificación de los tipos penales en España, para que puedan dar cuenta de la violencia de género en su especificidad contribuyendo a la reducción del margen de impunidad en el sistema de justicia; así como la demanda del movimiento de mujeres en Ecuador de establecer mecanismos legislativos especializados para el tratamiento de violencias incluida la prevención, atención y reparación a las víctimas y sus familias. Sin embargo, este proceso solo será posible mediante un ejercicio de reflexión, destinado a despojar al gran árbol de su espesor.

En esa línea, el planteamiento de la violencia expresiva (terminología utilizada por la antropóloga feminista Rita Segato), cuya finalidad no es el exterminio del otro sino su empleo para afirmar una potencialidad dominadora, resulta particularmente útil. En este tipo de violencia el mandato de dominación masculino se ejecuta sobre los cuerpos feminizados, generalmente de las mujeres, indistintamente de quienes sean, porque solo mediante la obtención de un “tributo femenino” que acredite la calidad masculina del perpetrador, éste se constituye como igual frente a los otros hombres.

La ausencia de una relación permanente entre los actores en los casos analizados, permite inferir que la intención de los violentadores de aleccionar o controlar se conjugó con otro móvil no dirigido hacia las víctimas. Mediante el ejercicio de poder sobre ellas, los agresores preservaban su estatus de masculinidad. La grabación y publicitación del video de la violación por los miembros de La Manada en un grupo compuesto por otros hombres semejantes es muestra de ello. En el caso de Vanessa el hecho de el agresor haya sentido la necesidad de golpear contundentemente a una mujer que no le representaba una amenaza física, habla del poder de este mandato. 

Atacar la raíz desde la memoria

Contrarrestar la capacidad del sistema judicial de constituirse como una de las raíces del árbol vuelve imperativo introducir una nueva forma de interpretación de los hechos, es decir, desmontar la ideología dominante en la justicia y en sus operadores por una en la cual el valor de la vida de las mujeres y el nivel de autonomía de sus cuerpos no se establezca en función de su calidad de tributo de reafirmación de la masculinidad.

Es la multiplicidad de roles sociales que las mujeres cumplen dentro de sus familias, sus lugares de trabajo, sus comunidades y sus círculos de afecto, la que fundamenta un nuevo parámetro de la justicia. Muestras de esta transformadora concepción, han sido construidas desde la firmeza y la sensibilidad de la familia de Vanessa y las organizaciones sociales que la han acompañado, impidiendo que su memoria se reduzca a la de una víctima; así como desde el rechazo de miles de personas alrededor del mundo al intento simbólico de negarle a la joven agredida por los miembros de La Manada, la posibilidad de apreciar su vida más allá de la violación.

Siguiendo la metáfora, cabe homologar la transformación de los roles de género tradicionales con la constitución de una nueva tierra en la cual el patriarcado no halle sustento y esté destinado a secarse y morir. Tierra que sin embargo sigue siendo fértil y generosa a los brotes de nuevas formas de sociabilidad adaptadas a la demanda contemporánea de las mujeres al acceso a la calle, a la noche, a la diversión y a la libertad.

 

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