Orlando Pérez
Una de las mayores proezas intelectuales de los mandatarios de derecha es cuestionar o eliminar una política o un proceso calificándolo de “ideológico”. Igual hacen para criticar a quien piensa o expone sus ideas para responder a las políticas económicas y sociales neoliberales o conservadoras. Como si al decirlo no estarían enfatizando su propia ideología, un modo de ver la vida y la historia.
Hemos llegado al extremo de imponer la idea de que combatir la pobreza, la desigualdad o la inequidad es un asunto ideológico, tal como cuando se atacaba todo movimiento de resistencia o insurgencia como “comunista”. Y con ello ya quedaba estigmatizado o anulado para el “sentido común” de la hegemonía conservadora. Y si solo lo hicieran los de derecha se entendería, pero ya hay algunos analistas “comprometidos”, de “avanzada”, de “izquierda” y “progresistas” que consideran que ciertas conductas, acciones y tareas políticas están cargadas de ideología.
Aunque no es nuevo, pues desde la caída del Muro de Berlín se enfatizó en el fin de las ideologías, también es cierto que ahora se justifica hasta en las conversaciones domésticas el no tocar ciertos temas por no entrar en el campo de la “ideología”. Por suerte, tras la caída del Muro y el posterior debate de su razón de ser y de haberlo derribado como un símbolo para pensar de otros modos la liberación y la emancipación, hay muchos autores que afrontan el tema con rigor y hasta creatividad. Solo con citar dos libros y autores (El sublime objeto de la ideología, de Slavoj Zizek, es la aportación más relevante y el de Terry Eagleton, Ideology, contienen un examen a esas posturas “neutras”) podríamos ya dar por cerrado el debate, pero hay algo más: el uso mediático como verdad absoluta.
Se ha instaurado un modo de mirar la realidad que parecería que sin “ideologías” funciona mejor, es mucho más entendible y, por supuesto, aleja de todo debate político su transformación o atención simple y llana. Por ejemplo: se destruye la Unasur, como entidad y edificio, porque “está viciada de ideología”. ¿Si es así qué hacían en su creación personajes como Álvaro Uribe o Sebastián Piñera? ¿Acaso estaban aportando su ideología a las estructuras, procesos y normas o agachaban la cabeza ante presidentes “ideológicos”?
¿Es obvio que cuando lo hace la derecha no hay ideología?, ¿y cuando lo hace la izquierda es ideologismo extremo? Todo esto también va por la vía de que la despolitización de nuestras sociedades apunta a un solo objetivo: dejar, aparentemente, la administración pública y el debate político en manos de técnicos, tecnócratas y expertos asépticos, puros y castos, que no miran más allá de los números y de las ciencias exactas, como si eso no hubiera sido motivo de muertes y condenas antes y durante la edad media.
De ahí que afrontar los nuevos escenarios políticos y su disputa histórica pasa también por devolver a la sensatez a los mandatarios, analistas, periodistas, académicos y, valga la reiteración, a la misma izquierda criolla que apuntala a la derecha con sus supuestas purezas “ideológicas”.