Víctor García Salas
PER ME SI VA NE LA CITTÀ DOLENTE
PER ME SI VA NE L’ETTERNO DOLORE
PER ME SI VA TRA LA PERDUTA GENTE
LASCIATE OGNE SPERANZA, VOI CH’INTRATE
Dante Alighieri, Inferno
Con la policía federal mexicana en la frontera sur del país, en la frontera con Guatemala, estos versos, escritos en la entrada del Infierno de Dante, parecerían ser los versos con los que se topó la Caravana migrante centroamericana (hondureña, particularmente). No hablemos ahora de quien, o quienes, envió a los federales, ni de aquél que agradece a México y a los líderes de México porque han sido increíbles (por haber detenido a los migrantes), “¡Porque ahora México respeta el liderazgo de Estados Unidos!”. A ellos podemos aplicar las palabras que dice Virgilio a Dante, ante una muchedumbre de hombres que incluso el mismo infierno desdeña: “non ragioniam di lor, ma guarda e passa” [“no hablemos de ellos, mira y pasa”] (Infierno, III).
Dejemos, pues, por ahora, la entrada al infierno y vayamos más adelante, al último círculo. En el canto trigésimo tercero, en el noveno círculo del infierno, en el aro segundo, Antenoria, están los traidores a la patria, pero un aro más abajo, en la Tolomea, están los traidores a los huéspedes, sólo un aro arriba de la Judeca, llamada así por Judas Iscariote, quien traicionara a Jesús, benefactor de la humanidad. Aquí es el mismo Lucifer, el primer gran traidor, quien desgarra el cuerpo de Judas con su hocico central. Ya se ve el valor tan alto en que tenía Dante el sacrosanto deber para con los huéspedes. Pero no es sólo Dante y los medievales; no estaría mal releer a Homero en esta clave, particularmente la Odisea. En Homero, lo propio del huésped es que se vuelva amigo y es, incluso, un lazo hereditario; la hospitalidad camina con el respeto, la honra y la justicia. No hay oportunidad mala para honrar y ayudar al extranjero. Ayudar al migrante, no depende del conocimiento que de él se tenga, es un deber sagrado, de respeto al mismo Zeus Xenio, a los dioses: “Mal has hecho, ¡oh, Antínoo!, en herir a ese pobre errabundo: / ¡desgraciado de ti si es que existe algún dios en el cielo! / Pero hay más, pues los dioses, que toman tan varias figuras, / las ciudades recorren a veces en forma de errantes / peregrinos a ver la justicia o maldad de los hombres” (Odisea, XVII, 484-487, traducción de J. M. Pabón). Para los griegos, pues, la hospitalidad no es sólo una virtud, es una obligación religiosa; junto con la adoración a los dioses y el respeto a los padres, es un deber sagrado. Así lo deja también plasmado Platón en las Leyes: “Estamos bien persuadidos de que nada hay más sagrado que los deberes de la hospitalidad, y que todo lo que a ellos se refiere está bajo la protección de un dios, que vengará con más severidad las faltas cometidas contra los extranjeros que las que se cometan contra un conciudadano” (Platón, Leyes, V, traducción Patricio de Azcárate).
Del cristianismo no diremos nada, aunque acaso no esté mal echarle un ojo al menos a Mateo 25, 31-46.
¿Qué ha pasado, pues, con esta gran herencia, con este deber sagrado? En la presentación del Congreso internacional Tonalestate 2018, Paola Leoni decía más o menos lo siguiente: “Desgraciadamente, el sagrado respeto al huésped ha sido desechado de la cultura occidental, y a quien llega, pobre, en barcas o cruza el desierto hacia tierras más ricas, se ha encontrado la manera de no considerarlo ni un huésped sagrado ni una persona necesitada de ayuda; se le considera un invasor que ha dejado su tierra para generar, en tierra ajena, pobreza y muerte, o para desencadenar guerra y terror. Y son muchos los que creen esta falsedad, aunque, quienes cruzan las fronteras, sean cada vez más a menudo niños y adolescentes que sus padres tratan de salvar de la miseria y la muerte”.
¿Es acaso que de verdad creemos que los extranjeros son la causa de nuestros problemas: la miseria, la falta de empleo, la violencia, la guerra, el terror y la muerte? Hay que estar atentos, no sea que de repente de verdad la Caravana centroamericana haya entrado, al entrar en nuestro país, en el infierno, que Virgilio describe, en un primer momento, de la siguiente manera: “Noi siam venuti al loco ov’ i’ t’ho detto / che tu vedrai le genti dolorose / c’hanno perduto il ben de l’intelletto” [Hemos venido al lugar en el que te dije / verás a las gentes dolorosas / que perdieron el don de la inteligencia] (Infierno III).