Por Gonzalo J. Paredes
A través del tiempo las formas de someter al pueblo no han cambiado, los actores sí. El engaño y el oscurantismo es una constante independientemente del sistema político o del modo de producción. En la edad media la nobleza no gobernaba sola, dependía del falsario. Mantener sumisa a la parte baja de la pirámide no es una labor fácil y se necesitaba de la iglesia, la religión, para alcanzarla. Por lo tanto, la corona y la fe debían mantenerse juntos, como columnas, si una de las dos se derrumbaba, las otra sufriría el mismo destino. Las revoluciones y los cambios institucionales interrumpieron la dominación.
En el siglo XXI, ya no se habla de nobles, sino clase alta (no se la puede identificar como “elite”, en América Latina está muy lejos de ostentar la condición dirigencial). Una fracción muy pequeña de la población con mucho poder económico para imponer leyes, aunque sean ilegítimas. La iglesia ya no ocupa un lugar estelar en las relaciones de poder, son los medios de comunicación. Estos últimos procuran que la clase alta no pierda representatividad a través de obstaculizar el ingreso de invasores al sistema. A este no le pueden surgir porosidades, si desea que todo se mantenga constante.
Cuando esto último no es posible, el sistema se agrieta y la clase alta pierde representatividad. Si el “invasor” no se somete (palabra célebre del periodista Andrés Carrión), el aparato judicial ya no estaría para dirimir los conflictos de los dominantes (léase la época de la partidocracia). La nueva tarea es deshacerse del “invasor” y para esto es fundamental la homogeneización, como fase previa. Por lo tanto, el aparato judicial y los medios de comunicación son columnas que sostienen junto a la clase alta el sistema de reproducción de exclusión, marginación y de privilegios. No por nada, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señala la existencia de una “cultura de privilegio arraigada”.
En Ecuador, la descorreización implicó que el aparato judicial fuese selectivo y se dedicara a perseguir. María Paula Romo lo consiguió junto a Julio César Trujillo. Por lo tanto, justicia no existe, peor aún, independiente. La pregunta es, ¿quién puede creer que el presidente de la Corte Nacional de Justicia es independiente e imparcial después del caso sobornos? Ni se diga de la Fiscal General de la Nación. Está muy vigente el objetivo de deshacerse del “invasor”. Por otro lado, el propio presidente de la República, Guillermo Lasso, declaró en su discurso de posesión su no intromisión en la Función Judicial, pero hace unos días fuertemente demandó acciones en contra de los jueces corruptos invocando, quizás, la tan criticada función de Jefe de Estado.
Asimismo, el periodismo vive sus días más oscuros, a tal nivel que La Posta es vanguardia en la actualidad. Luis Eduardo Vivanco, periodista de título, pero no de oficio, emite sentencias, convierte conjeturas en delitos, sus entrevistas son espacios donde los servidores públicos buscan ser declarados inocentes. En sus redes sociales, la proscripción política es su tarea fundamental a través del linchamiento mediático. En fin, la prostitución del periodismo, y cabe preguntarse, ¿Cuál sería el destino de Jorge Yunda, si el 20 de julio de 2019 nunca habría revelado la falta de pauta para La Posta? Quizás, la de Mauricio Rodas, “impoluto” a pesar de su grotesca e ineficiente gestión. No se puede preguntar lo mismo de Rafael Correa que, a diferencia de Yunda, la clase alta lo considera como el “invasor” por excelencia
Ahora, juntos están por otro objetivo, pendiente desde las revueltas de octubre 2019, la prefecta de Pichincha Paola Pabón. Sin embargo, el problema para estas columnas, que sostienen al sistema y están permanentemente coludidas en contra del pueblo y sus representantes, es la paulatina autodestrucción de cada una de ellas, aunque estas no se den cuenta.