Por Santiago Rivadeneira Aguirre
En el actual paisaje político del Ecuador, bastante brumoso e incierto, los últimos acontecimientos alrededor de la transición al poder del banquero Lasso, exteriorizan las líneas más gruesas del nuevo mapa ideológico que la derecha quiere imponer como estrategia para los próximos cuatro años, con el infaltable respaldo de los medios de comunicación mercantiles. Hay un trasfondo de conspiradores profesionales muy aplicados, cada vez más visible, que ha tratado de normalizar los acuerdos y pactos que ahora sirven para justificar el alboroto de la ‘gobernabilidad’ que demanda con urgencia el gobierno temblón del banquero presidente.
Lasso llega a Carondelet convertido en un presidente farfullante, nervioso y asustado, atrapado antes de hora por los menjurjes y contubernios del poder y sin otro interés más que el de aparentar lo que nunca dejará de ser: un banquero angurriento, patético y desatinado como lo demostró en los discursos pronunciados al recibir las credenciales del CNE y en el acto de posesión del 24 de mayo en la Asamblea Nacional, dispuesto eso sí, a crear sinuosas complicidades con aquellos sectores igualmente proclives al acomodo.
Frente a la estúpida política económica neoliberal que se avecina, anticipada en el discurso de posesión del mando presidencial, el banquero presidente acentuará la concentración del poder en manos de ciertos empresarios y banqueros. Falta poco para saber si Lasso es el nuevo penitente o el nuevo confesor, que interpreta a su manera la reconciliación nacional, disfrazada con el sarcasmo de ‘encuentro’.
Sabremos muy pronto cómo estará construida la ‘verdad reparadora’ que propone el gobierno ‘laxista’ del banquero presidente Lasso. Por lo tanto, lo que quiere sustanciar como la gran doctrina del acomodo, es la neutralización de los ciudadanos, neutralidad que deberá sostenerse en los inalterables ‘pactos de sangre’ con los sectores económicos más poderosos del país y los medios de comunicación mercantiles, para asegurar la mentada gobernabilidad, como la ilusión reconciliadora que será, sin duda, la cortina de humo del neoliberalismo de la derecha.
Lo ocurrido con la elección de las principales dignidades en la Asamblea Nacional y de las respectivas comisiones de trabajo, es la demostración más clara de que sigue vigente el mecanismo que ha consagrado la fatuidad en la política ecuatoriana para procrear pequeños monstruos de la peor calaña, voraces e insaciables, dispersos por todos lados. El ejercicio de la política dependería, entonces, de la capacidad para acomodarse. Condicionada la política por los diversos acomodos, de primera o de última hora, los actores políticos, como vulgares coristas, pueden, a su vez, desgastar la lucha ideológica y convertir a sus partidos y movimientos políticos en auténticas agencias de colocaciones, negociados, intercambios de favores, etc. Y todo a nombre del pueblo y de la estabilidad del país.
Lo que parece reconfigurarse en estos momentos, como la constante indiscutible, es la mimetización, el uso de las máscaras y los disfraces, como los artilugios del poder que tampoco dejaron de estar presentes en los cuatro años del anodino gobierno de Lenín Moreno y que sirvieron para la compra de conciencias, el ocultamiento de la corrupción y la descomposición institucional. Pero bien podríamos decirlo de otra manera: en los procesos políticos e ideológicos de un país, no puede existir la neutralidad como ese repugnante disimulo de quienes no tardan en consentir acuerdos, pactos y convenios siempre al amparo de las sombras.
La democracia se convierte, así, en un ‘mal crónico’ donde prevalece el tiempo de la inmediatez que se sobrepone al tiempo de la política. Esos tiempos, el de la inmediatez y el de la política, acaban de colisionar otra vez, con la operación de los nuevos acomodos que llegan de la mano del presidente banquero. Cuando el hecho político (la acción de lo político y de lo público) queda sometido a las circunstancias de la realidad social, también queda excluido el flujo y las demandas de esa realidad porque la democracia se contrae por el desgaste de toda posibilidad de una continuidad histórica y de trascendencia, que la derecha siempre niega.
El ejercicio de la política, por la vía de los acomodos y los engaños, que está proponiendo el banquero Lasso, como parte de su ‘astucia artesanal’ para gobernar ‘con todos los sectores’ solo será, otra vez, una sucesión de hechos que ocurran uno detrás del otro, (muchos de ellos artificialmente provocados por el sistema) que variarán y se modificarán sin el tiempo político que demanda la democracia para ‘recordar y proyectar’, para percibir el antes y el después o la simultaneidad de los fenómenos sociales que la propia democracia procesa para interpelar el pasado y el futuro.
Pero bien sabemos que el neoliberalismo es lo opuesto a la democracia, cuando se convierte en el gran ’orden normativo’, como dice Wendy Brown, que los últimos 30 años ha impuesto a toda costa su ‘racionalidad dominante’ para atacar los principios, las prácticas y las instituciones democráticas. Eso es lo que el banquero presidente nos acaba de plantear a todos los ecuatorianos en su discurso de posesión: o se someten a la organización económica que planteará el gobierno o se quedan fuera del sistema. La economía se vuelve una razón que debe determinar el rumbo de una nación. De ahí la apertura indiscriminada a los capitales extranjeros, las privatizaciones de los bienes públicos y las firmas a granel de acuerdos internacionales para captar un mercado de miles de millones de consumidores que nos están esperando.
En la laxitud de las palabras preliminares del banquero presidente, está implícita la confesión sobre cómo orientará su gestión y a quienes va a favorecer. Lo que importa, por último, como en una narración kafkiana, es que los ciudadanos acepten ser parte de esa lógica retorcida, de una cierta lógica para establecer canónicamente los preceptos y los nexos atados a la promesa laxista de Lasso de inaugurar un nuevo país y una nueva democracia, porque todos los mandatarios anteriores le fallaron al Ecuador.
Ordo est amoris, el orden que viene del amor: amar lo que debe ser amado, al amparo de las virtudes teologales –fe, esperanza y caridad- que el banquero encubrió en su discurso presidencial al hablar de la familia y de las interrelaciones, (aquí ensayó el guiño cursi a la presidenta de la Asamblea Nacional, Guadalupe Llori) porque también dijo con vehemencia que la nación es enteramente laica, amén.