Santiago Rivadeneira Aguirre
En el reino de las coartadas que Henry Lefebvre menciona en “La vida cotidiana en el mundo moderno”, (1984) aparece la estructura latente, constituida por fragmentos de cultura, de ciencias parcelarias, etc. Si existe un presupuesto que permite lanzarse a la conquista de la subjetividad, también existe otro que le aprisiona en un círculo vicioso. Ese es el del discurso del orden. Un discurso ordenador de estructuras -dice Gerard Imbert- conformador de un universo de referencias más o menos imaginarias, que inmunizan de alguna manera contra el desorden y que puede coincidir en el orden del intercambio económico, con la función del orden cumplido por el dinero.
Orden y democracia andan juntos, desde antaño. Se perfeccionan en la fragilidad que cada uno representa, aunque apelan a la estrategia del cinismo. Se dejan juzgar por quienes los combaten para que rápidamente olvidemos sus resultados. La violencia en sus diferentes facetas, incluyendo el terrorismo, es la coartada de la democracia, como en su momento la derecha fue la coartada de cierta izquierda.
La democracia representativa, dentro de los mismos signos de violencia que dice condenar, sigue “decidiendo y ejecutando de noche”. En el día toma el sol y se despereza estirando las piernas para que, ungidos por el espectáculo que nos brinda, aceptemos la provocación de que todo lo que puede hacerse debe ser hecho. De esta manera puede sintetizarse el tramposo ‘programa económico’ del régimen.
Porque la primera ironía de la ‘victoria’ del presidente Lenin Moreno en la consulta popular y referéndum, es que siempre se la entendió como si se tratara de una capitulación anticipada. Y ya sin asidero político e ideológico alguno y mientras se aplacaban los últimos retumbos de la batalla electoral, el presidente Moreno se enfrentó al país para decirle que el suyo es un ‘gobierno de izquierda’. De esa manera parecía saldar cualquier réplica con la historia. Y siendo esa la segunda ironía, ahora pretende darle un revestimiento más liberal y generoso a su gestión y orientarla entre los segmentos más modestos del pueblo. Estos supuestos ‘subyacentes’ de su discurso, crea otras sintonías y nuevas lecturas. La adecuada ‘tolerancia de las diferencias’, es decir, la supuesta base democrática, nos acercan a la tercer ironía: la de las ilusiones necesarias (otra vez la fe).
Y son los tiempos de la globalización los que restituyen la lucha por el poder que deja de ser una abstracción. Se convierte en una disputa sin piedad entre seres humanos que casi siempre se sientan en la misma mesa, discuten o se ponen de acuerdo para consumar después la traición contra el otro. La paradoja de la ‘mesa servida’ vista ahora al revés.
Veamos el modo operativo, solo siguiendo la línea de acción de la abdicación de Ricardo II, en la obra homónima de Shakespeare: Enrique, conocido por Bolingbroke y que más tarde será el rey Enrique IV, desembarca con su ejército y hace prisionero a Ricardo II, abandonado por sus vasallos. El golpe de estado se ha producido. Ahora hay que legitimarlo. El viejo rey todavía vive.
“Hay que ir a buscar a Ricardo para que a la vista de todos pueda abdicar: así nuestros procedimientos no se harán sospechosos”. (Ricardo II. IV, 1.) Qué le resta al destituido rey: “Aún le queda por leer esas acusaciones, esos crímenes graves cometidos por su persona y sus familiares contra el Estado y los intereses de este país, de manera que al hacer esta confesión la conciencia de todos quede convencida de que ha sido depuesto justamente”. Ese es el rol cínico que está cumpliendo ahora la Contraloría, cuando acaba de acusar penalmente al expresidente Correa por el endeudamiento externo. Otra vez la procacidad.
Sin embargo al tramposo de hoy le está fallando su libreto, por ignorancia o prepotencia. Al final de la tragedia el rey depuesto dice esta gran frase que el mismo Hamlet hubiera podido pronunciar:
“No les gusta el veneno a aquellos que tienen necesidad del veneno” (Ricardo II. V, 6.).