Bryan Castillo

Cuando uno se pregunta por la producción artística (pictórica) en el Ecuador, lo primero que se nos viene a la mente son los nombres de Oswaldo Guayasamín y Eduardo Kingman. Pero, ¿son en realidad estos pintores los máximos exponentes de la pintura ecuatoriana? Si bien no he de creerme teórico crítico–estético, desde la teoría de la cultura podemos tomar conceptos que nos permiten repensar esta interrogante y dirigirla hacia el artista descartado1 en este caso Enrique Tábara.

Se ha seleccionado a Enrique no solo por haber compartido escena con otros grandes exponentes de la pintura ecuatoriana como Kingman y Oswaldo Viteri, sino por aquello que Simmel reconoce como la significación de la vida2 y de cómo este ha creado una suerte de núcleo duro3 de la producción artística alrededor del cual los artistas contemporáneos han actuado como axiomas con un estilo marcado.

Lo primero que cabe reconocer en la producción artística de Tábara es que este marca una ruptura con el indigenismo que había sido dominante en la puesta en escena de la pintura en el Ecuador (probablemente en las otras artes también), en palabras de Hernán Zúñiga: “el aporte de Tábara es una base multiforme que se desvincula de aquella pasión doliente del indio como raza vencida.” De modo que, si bien Tábara domina el ejercicio de pintura figurativa, es capaz también de trabajar con líneas y relieves que empezarán a marcar un estilo propio, pero no únicamente un estilo, sino como reconoce Juan Hadatty en la creación de un mundo4, en el que no solo está el presente, sino que acude a sus recuerdos de infancia y adolescencia, en las visitas al campo y en el volar de una cometa.

El mundo que Tábara construye es habitable para la nueva generación de artistas en el Ecuador (con preponderancia en Guayaquil), recuerda el Dr. Juan Castro y Velázquez a un Tábara generoso con estos nuevos artistas, les regaló algunas obras a los miembros del grupo que él fundó llamado “La Artefactoria”, entre los que se encuentran Jorge Velarde, y Francisco Cuesta hoy reconocidos artistas de la plástica ecuatoriana.

Simmel propone una revisión respecto del conflicto de la cultura moderna, y entiende que existe un distanciamiento entre la significación de la vida y la forma; esta significación comenta Simmel, “en cada gran época cultural se puede percibir un concepto central del que se originan los movimientos espirituales y por el que éstos parecen estar orientados.” En el caso de Tábara, la ruptura producida con el indigenismo actúa como un nodo central donde se condensan diversas formas de pensar el arte y como no, probablemente de entre los fundadores del arte moderno en el Ecuador.

Si uno se fija en la producción del grabado actual de Jorge Velarde ha de reconocer la fuerte influencia de un joven Tábara en esas obras, de modo que es preciso notar el hecho de que sin esa ruptura que Tábara marcó, para una serie de artistas contemporáneos, es impensable el arte moderno, y como tal su significante de vida. A esto hemos de acotar que “el cambio permanente de los contenidos culturales, en definitiva, cada estilo cultural como un todo, es la constatación o, antes bien, el éxito de la fecundidad inextinguible de la vida, pero también de la profunda contradicción entre el flujo eterno de la vida y la validez y autenticidad de las formas objetivas en las que inhabita la vida.”

Finalmente, si hemos de reconocer que el arte plástico en el Ecuador no se resume a Guayasamín o Kingman, y que Enrique Tábara es un aporte significativo al arte moderno en el país, también hemos de preguntarnos por aquellos supuestos y condiciones de posibilidad que permiten que Tábara aun siendo un descartes hoy para el imaginario común del artista ecuatoriano, fue eje central de producción pictórica moderna no solo en el país sino en otros lugares del mundo.

 

 

 

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