Pasados no más de cien días de gobierno en Brasil, el Ministerio de Educación (MEC) ha cambiado de ministro después de disputas internas en el gobierno de Bolsonaro, es decir, entre los grupos militares y los apoyadores del astrólogo conservador Olavo de Carvalho. La principal disputa es sobre un tema central para la educación en el país: el propio sentido de la ciencia y la crítica. Aun en la campaña electoral Bolsonaro afirmo que: “La educación brasileña se está ahogando. Tenemos que discutir la ideología de género y la escuela sin partido. Entrar con un lanzallamas en el MEC para borrar Paulo Freire…”
Según el pensamiento conservador predominante en el Estado brasileño hoy, temas científicos que tengan controversias con las creencias religiosas del individuo deben ser enseñados en la casa y no en la escuela, una vez que el “conocimiento de la verdad” de los niños y niñas son parte de la decisión privada de las familias. Le acusan a Paulo Freire de proselitismo político a favor del comunismo, aunque eso no tenga respaldo en la realidad. Vale decir que Paulo Freire nunca fue comunista y que lo leen más fuera de Brasil que en las universidades brasileñas.
Para la visión imperante en el Estado brasileño, existe isonomía epistemológica entre la religión y la ciencia, que debe ser respetada en las escuelas. La disputa entre militares y conservadores, por eso, dice respeto, entre otras cosas, al protagonismo que la religión ha asumido frente al conocimiento científico en el Ministerio de Educación. El lío termina por contagiar la política pública de la institución y tiene como consecuencia el total inmovilismo del estado en las áreas de educación.
Leyendo otra vez Las formas elementares de la vida religiosa, me parece que E. Durkheim explicó, en el siglo XIX, parte de esa situación que vivimos paradójicamente hoy. En el libro, el autor demuestra cómo, en las sociedades primitivas, la religión fue la base del conocimiento humano, dando a aquellos pueblos categorías fundamentales. Durkheim sigue el argumento explicando que son, prioritariamente, dos las principales diferencias entre la religión y la ciencia. La primera es el método, que le confiere rigor a las conclusiones científicas y que les quita las influencias subjetivas y el prejuicio. La otra diferencia es el hecho de que el conocimiento científico está, necesariamente, dotado de crítica.
La razón por la que un texto del siglo XIX parece explicar los hechos actuales es que el neoliberalismo, en su novísima fase, parece necesitar del obscurantismo social para sobrevivir y legitimarse. La nueva alianza entre el neoliberalismo y el conservadurismo pretende integrar, a partir de la racionalidad neoliberal (que hace que todo y todos sean tratados como objetos negociables), el proyecto de un mercado sin límites y el control social por medio de la moralización y la represión estatal de la población. Es, por eso, una síntesis entre los intereses del mercado y la necesidad de compensar los efectos socialmente destructivos del neoliberalismo con promesas de orden, que transforman el imaginario y que ofrecen a nuestra gente nuevas categorías fundamentalmente religiosas.
En la actual configuración del Estado brasileño, mercado y religión se mezclan y son presentados como un modo de existencia esencial, como una realidad natural e inescapable, mientras que los derechos y garantías fundamentales y los valores democráticos son vistos como obstáculos que deben ser superados para la realización de los fines del mercado, por medio de la eficacia represiva del Estado.