Por Felipe Vega de la Cuadra
Sí, me refiero al Ecuador; y para que los gentiles lectores (y/o lectoras) no se escandalicen, no estoy con ello insultando a nadie, peor a mis modestos, sencillos y crédulos conciudadanos que hacen parte de la población sufrida y burlada de este país del medio.
Es necesario saber que el adjetivo «idiota» viene del vocablo griego «idiṓtēs» (ἰδιώτης) que, en su uso no era insultante ni tampoco aludía a la inteligencia de otra persona, como hoy establece la RAE. Con esa palabra, por el contrario, en la Grecia clásica, se designaba a aquel que se desentiende de los asuntos de la comunidad, bien porque no participa de la política o bien porque, displicente, vela por sus propios intereses. Es decir, un idiota es, en el sentido original del término, aquel que solo atiende a sus intereses particulares y que se desentiende de los asuntos políticos, digamos un egoísta irredimible o un “pasota” de aquellos que ignoran la política, como si esta fuese cosa despreciable.
Con esta lógica, todo aquel (y/o aquella) que diga: «A mí no me importa la política, yo vivo de mi trabajo» es, en la acepción griega del término, un idiota; y todo aquel que sostenga que no es ni de derecha ni de izquierda porque eso no le importa ni le da de comer, también resulta ser, en el sentido original de la palabra, un idiota; de la misma forma, quien desprecie la necesidad ajena y solo le preocupe su propio bolsillo, resulta ser, en la extensión del término, un completo idiota. Así entendida la cosa, podemos concluir que el Ecuador (y algo similar sucederá con otros países del orbe) es un país de idiotas o, una buena parte de su población resulta serlo.
Pero la gente que “pasa” de los asuntos públicos no es la que nos preocupa en esta reflexión, a la final, en una sociedad neoliberal y ultra competitiva como la que nos tiene atrapados, en donde el individualismo se ha enseñoreado en el pensamiento y en la cultura, no es raro que la gente se haya idiotizado y mire su ombligo, sin tratar de entender el contexto ni echar un vistazo, cuando menos, al conjunto de ombligos. Me convocan, en verdad, los idiotas gubernamentales, los idiotas con poder, los idiotas que resuelven. Porque si los asuntos del estado se deciden solo atendiendo el interés individual de quien gobierna, sin tomar en cuenta ni la política ni las necesidades de toda la población, entonces la idiotez es peligrosa, destructiva y causa graves afectaciones a la gente, a la colectividad a la que los idiotas gobernantes no miran ni tienen en cuenta ni les importa.
Y todavía queda un grupo de idiotas patológicos, enfermos y crueles, que está integrado por quienes pervierten la ley y mienten para defender y consolidar las ambiciones individuales de unos cuantos poderosos en detrimento de los intereses colectivos, del bienestar de la gente; y lo hacen impidiendo el imperio de la justicia y menoscabando la verdad. Aquellos idiotas se han convertido en una real plaga en nuestro país (y en nuestros países) “administrando” la información, tergiversando la verdad y cobrando por ello. Son, en la escala de la idiotez los peores, los más malsanos y perversos, pues, a diferencia de los demás idiotas que se ocupan de su personal avaricia, estos otros prestan su voz y sus decisiones tras recibir pago para defender el bolsillo y el enriquecimiento de quienes los compran, digamos que además de idiotas son seres prostituidos, tema del cual podremos ocuparnos en otro artículo.