El pensamiento tercermundista no construye, destruye, no fortalece, debilita, no mejora, empeora, no profundiza ni expande la democracia, favorece a la plutocracia. No vela por la excelencia, ni por la meritocracia, ni mucho menos porque sean los mejores los que gestionan lo público, puesto que se sirve de la mediocridad (recordemos la polémica designación de la nueva fiscal general del Estado), sin pensar ni un minuto en las consecuencias de sus actos.
Al pensamiento tercermundista no le preocupa la justicia, dispone de ella para anular el campo de la política y de la deliberación, activando la persecución en contra de aquellos que han trabajado, o que han osado modificar el desorden existente, mejorando las condiciones del mundo social.
El pensamiento tercermundista cree que es posible alterar la historia de un plumazo, o por decreto, no mediante el trabajo, no mediante el esfuerzo, o la superación a través de una mejor propuesta o proyecto político de desarrollo que se incorpore al otro anterior. Por el contrario, optan siempre por la vía que considera más fácil, la del supuesto impacto rápido, como el pretendido lavado de cerebros, o de la reconfiguración de sentidos, negociado en un tinglado artificial y postizo entre los medios, la banca y las cámaras (de comercio y de la producción).
El pensamiento tercermundista olvida, que de la mediocridad y de la injusticia nuestros pueblos huyen como de la peste. Por eso es que a pesar de todo lo que hoy día se cuece, sigue siendo nuestro pasado inmediato, el que benefició a las mayorías, el que la gente todavía enaltece (basta ver la última elección 24M).
En países donde impera el desempleo, la falta de oportunidades y la miseria, a quien construye o mejora las condiciones de vida, se reconoce, se congratula y se conmemora, a diferencia del pensamiento tercermundista, que todo desarrollo social deplora, castiga o desmejora.
Nuestro país y continente claman por oportunidades, claman por una adecuada institucionalidad, que brinde amparo, seguridad y esperanza. El pensamiento tercermundista, es el que tira piedras a su propio tejado, el que retrocede en todo lo andado, despotricando cotidianamente contra el pasado, buscando la corrupción hasta de bajo de las piedras, cuando en realidad la tienen a su lado.
El pensamiento tercermundista es un pensamiento de lacayo, de aquel que se arrodilla frente al imperio, y que no le importa perder autonomía y soberanía firmando cartas de intención con organismos multilaterales, aunque eso implique reducir las inversiones del Estado, incrementar el desempleo, con olas de despidos masivos, o sacrificar los servicios públicos como la salud, la educación o la seguridad social, único patrimonio de los más desamparados.
El pensamiento tercermundista es el del entusiasmo religioso, del que se aferra al neoliberalismo como dogma de “Fe”, y sigue pensando que la productividad se mejora a través de la precarización de las condiciones laborales, en lugar de apostar a la ciencia, la tecnología y el conocimiento, para optimizar sus procesos productivos y el desarrollo endógeno de nuestros pueblos.
El pensamiento tercermundista es el que se orienta estrictamente hacia el mercado, el de la escasa repartición del crecimiento económico, el de la exclusión “normalizada”, el que no duda en desmantelar las estructuras de asistencia social, ni asegurar o garantizar un mínimo de los derechos que corresponden a la dignidad humana. Pensamiento tercermundista del sálvese quien pueda y que Dios nos salve a todos.