Un antiguo compañero de colegio y muy apreciado amigo mío, me acaba de compartir un texto que, a pesar de mis años dedicados al estudio del derecho Penal, no había leído. El artículo en referencia es Elogio del Crimen publicado por Karl Marx en 1857, incluido como liminar en el libro de Ricardo Piglia: Los casos del comisario Croce.
Marx escribe con una magnífica ironía:
“El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad, y ello nos ayudará a sobreponernos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho Penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una “mercancía”. Lo cual contribuye a incrementar la riqueza nacional, aparte de la fruición privada que, se nos hace ver, un testigo competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su propio autor.
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo; desarrollan diferentes capacidades del espíritu humano, crean nuevas necesidades y nuevos modos de satisfacerlas (…) No solo produce manuales de derecho Penal, códigos Penales y, por tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran no solo La culpa, de Müllner, o Los bandidos, de Schiller, sino incluso el Edipo (de Sófocles) y el Ricardo III (de Shakespeare) (…)”.
Este artículo de Marx cobra una vigencia enorme al analizar los últimos acontecimientos de corrupción política en el Ecuador. La corrupción es un delito traducido en peculado, cohecho, enriquecimiento ilícito, concusión, etc. Con el dinero obtenido con la corrupción, el político crea su movimiento con lo que permite que otras personas de su misma catadura accedan a esta forma de producción. El corrupto consume, con lo que mueve el mercado de bienes y servicios. Activa el mercado inmobiliario; el comercio de ropa, joyas, vehículos y electrodomésticos; mueve el sistema financiero; aporta a la actividad académica pagando colegiaturas carísimas de sus hijos y nietos; da liquidez a portales de noticias por internet; fondea cirujanos plásticos y dentistas con mejoramientos estéticos; y, si le apuran, como lo explica Marx en Elogio del Crimen, paga esbirros, jueces, policías, etc.
La corrupción vista así (con la ironía de Marx), influye en el desarrollo de la productividad.
En época de vacas gordas, la sociedad es permisiva. Por ejemplo, el cirujano plástico que embellece a una fiscal o a una jueza no se pregunta de dónde saca la futura diva el dinero con el que paga sus altos honorarios profesionales.
Igual ocurre con el constructor que es feliz porque vende sus departamentos a tres mil dólares el metro cuadrado sin pensar que ese precio es absurdo para un mercado como el ecuatoriano. Felices son también los dueños de los colegios de mil dólares al mes que cuestan lo mismo que la universidad. En fin, vistas, así las cosas, cuando el dinero, bien o mal habido, se reparte, todos miran para otro lado, aunque, en el fondo, todos sepan de dónde viene.
En época de vacas flacas, la gente se rasga las vestiduras. Todos olvidan el departamento vendido, las liposucciones realizadas, los tratamientos dentales hechos a precio de cirugía de alta complejidad. Los más rabiosos son aquellos que probaron del fruto prohibido de la opulencia y en la crisis tienen que ajustarse los cinturones. Los corruptos no lloran mucho pues, como queda demostrado en la pandemia, encuentran modos de seguir delinquiendo. Total, la economía es una máquina que no para nunca.
Marx cierra su artículo con una cita de Bernard Mandeville: “Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente, si es que no perece”.
Mi reflexión final no es moral ni ética. Es una especie de consideración económica y antrópica: el común de la gente en Ecuador tiene una regla de conducta: “Si te lo dan, tómalo”. En palabras más claras: “si el delincuente te lo da, tómalo; a fin de cuentas, tú no robaste”. La corrupción en el Ecuador es una forma de productividad asociada a nuestro sistema económico que es opaco. Un rezago colonial que no podemos erradicar porque nos negamos a reconocer que opera en perfecta simbiosis con la economía formal.
Para salir de este karma hay que cambiar el sistema económico. Proteger al más débil en la relación comercial y productiva. Rigor impositivo a la acumulación y fuga de capitales. Transparencia en los contratos y demás procesos administrativos. Y a los niños enseñarles, día a día, que no todo lo que les dan deben tomarlo; que siempre es bueno preguntar de dónde viene lo que reciben.