Por Jorge Elbaum
El presidente sigue desfilando sin ropas por los desvanes del poder. Su indumentaria fue adquirida por las corporaciones locales y extranjeras para que su desnudez sea menos evidente. Repasemos: Javier Milei es el único presidente en la historia democrática argentina que asume el poder con menos de un 20 por ciento de legisladores propios, que carece de una estructura partidaria propia y que no cuenta con gobernadores acólitos. Sus alianzas políticas se sustentan en el conglomerado partidario que obtuvo el tercer puesto en las últimas elecciones, que se encuentra hoy fragmentado. Su soporte simbólico más compacto, sin embargo, se monta sobre las propaladoras mediáticas y las redes sociales que han logrado –hasta el momento– conferirle un halo de fortaleza y seguridad útil para disimular su escasa red de contención institucional y su endeble equilibrio psíquico.
Los titulares de los últimos días corroboran esa hipótesis: el radicalismo entra en crisis por el voto partido en el Senado y el pretendido superhéroe libertario vuelve a extorsionar a la sociedad con la promesa de la dolarización. En este nuevo capítulo, a ser sustentada por otro crédito del FMI que ya le advirtió que no había plafón para esa política. Mientras vuelve a encaramarse en espejismos promisorios acelera en la curva amenazando con la confrontación contra los gobernadores. Mientras el palacio tiembla, los sindicatos empiezan a moverse en forma descordinada y los usuarios del transporte se miran aterrados ante las amenazas de aumentos. La licuación de salarios y jubilaciones comienza a hacer mella entre los propios votantes libertarios y las derrotas políticas siguen acumulándose en los pasillos del Congreso.
Las diferentes apuestas legislativas no encuentran apoyos sólidos y el engranaje simbólico que lo rodea continúa fingiendo demencia. Insisten en disfrazar la debilidad en virtud: frente a sus votantes de 2023 se sigue explotando el imaginario de una especie de superhéroe (Milei), encargado de combatir contra los molinos de viento del “poder profundo” de la política, de las castas y de los enemigos de la prosperidad económica. Muchos de sus acólitos empiezan a dudar acerca del tiempo disponible para evitar que se note su desnudez.
Pero esa continúa siendo su fortaleza. La fantasmagoría del uso de un traje blindado que descree de fechas de vencimiento. Sin embargo, en el prospecto de la historia política se inscriben, también, los hitos de los límites, las postrimerías y los desenlaces. La vigencia de su firmeza radica en la paciencia –por ahora apenas alterada– de los sectores más postergados, que fueron también parte de su sustento electoral, luego de sufrir sendas frustraciones con Macri y Fernández. En ese rechazo de los dos últimos gobiernos aparece una de las explicaciones de la pasividad política actual de los opositores: en Unión por la Patria se asume la frustración por el último cuatrienio y/o se disimula la ingratitud hacia el último presidente, que buscó gobernar sin quien lo instituyó como primer mandatario.
Los primeros cien días de gobierno de Milei ya han transcurrido. En el retrovisor se acumulan las pataletas y los despidos de colaboradores. Cada uno de los exonerados acumulan resentimientos que fagocitan el entramado interno de las derechas más o menos libertarias. El desorden, la impericia y la negación de la realidad se acumulan en los pliegues de la incremental suspicacia del círculo rojo: mientras apuestan en forma denodada al éxito del brutal ajuste se miran desconcertados ante el peligro de su potencial desilusión. Prevén que la contracara del Macri-mileísmo pueda devenir en un populismo desenfrenado.
Mientras tanto, las diferentes piezas del rompecabezas social continúan su tarea de alineación y balanceo, sin lograr compactarse. Sucede que la especulación política apela a una temporalidad masiva: los actores políticos consideran que hay que mirar en forma estratégica. Y que eso requiere la paciencia de un armado aluvional. Conjeturan que la lógica de la política ha sido cuestionada con la elección de Milei y que su potencial revalorización solo puede provenir de una efervescencia originada en el entramado social, tanto de los movimientos como del espacio intersindical, acompañada de una solapada presencia política. En lenguaje peronista: desensillar hasta que aclare.
Quizá sea este el entramado que le brinda ventajas competitivas a Juan Grabois, quien transita un puente que va desde la dirigencia social hacia la referencia política. Juan no puede ser acusado de “casta” por quienes utilizaron el fracaso de Alberto Fernández para homologar a la reacción macrista con el movimiento nacional y popular. No fue parte del laberinto de la formalidad edulcorada de los consensos ni se postuló a través de las buenas maneras, asociadas a las prerrogativas de las sutiles imposturas.
Los tiempos mediatos parecen encaminarse hacia propuestas esperanzadoras, pero al mismo tiempo radicalizadas. Parece haber quedado atrás, por lo menos parcialmente, el consensualismo del empate suma cero, el acomodo de la rosca y la parafernalia de la retórica vacía. Milei desenmascara a la derecha y Grabois se postula para ser uno de sus antagonistas. Mientras que el presidente cabalga sobre la crueldad sacrificial de los más vulnerables, el reservorio de lo social se prepara para dar pelea. En apenas seis meses la ebullición será evidente. Las referencias políticas, para ese momento, podrán recuperar algo de su autoridad desteñida, solo si son capaces de asumir el fin de la timidez y la moderación.
Tomado de El Argentino