Por Abraham Verduga
Advertencia necesaria: escribir en caliente, pensar desde el dolor
Este texto no pretende esconder su lugar de enunciación. Está escrito en caliente, con el corazón golpeado por una sensación de injusticia que es imposible disimular. No hay pretensión de neutralidad, hay una urgencia. Una necesidad ética y política de entender lo que parece inexplicable, de poner en palabras una indignación colectiva. El fraude del 13 de abril no fue una anécdota electoral, fue una operación estructural, violenta, diseñada para quebrar la voluntad democrática del pueblo ecuatoriano.
A la hora en que escribo esto, aún aguardo —con expectativa y escepticismo— los informes de los veedores internacionales. Hay demasiadas dudas sobre la diferencia de votos, incongruencias estadísticas, comportamientos atípicos. Ejercer los mecanismos legales para exigir transparencia no es desconocer los resultados, es defender la democracia. Y es desde ese compromiso que escribo, con dolor, pero con honestidad intelectual.
Lo liminar como coyuntura
Vivimos —como diría alguien que supo interpretar las grietas del tiempo— un momento liminar, un umbral entre dos órdenes históricos. En Ecuador, ese umbral se expresó como colapso institucional: una elección que, más que una fiesta democrática, fue la coronación de un modelo autoritario. El 13 de abril de 2025 no solo se votó, se asistió a una puesta en escena donde las reglas fueron sistemáticamente torcidas para garantizar la victoria del poder.
Este no es un análisis neutral, pero sí riguroso. La democracia no es solo votar. Es votar con igualdad de condiciones, sin miedo, sin trampas ni manipulación. Nada de eso estuvo garantizado.
Fraude estructural: cuando las reglas ya están rotas
La Corte Interamericana de Derechos Humanos lo ha dicho con claridad: no hace falta manipular actas para que exista fraude. Basta con que se viole, de forma sistemática, el principio de equidad. Y eso fue exactamente lo que ocurrió:
– El presidente-candidato no pidió licencia, violando la Constitución, usando el aparato estatal como maquinaria electoral.
– Se cesó ilegalmente a la vicepresidenta electa y se impidió el principio de sucesión.
– Se persiguió judicialmente a los opositores y se inhabilitó al candidato que se proyectaba tercero en la contienda.
– Se declaró un estado de excepción un día antes de la votación, alterando recintos y generando confusión.
– Se cambiaron las reglas electorales en plena campaña, con el aval de instituciones cooptadas.
Esto no fue una elección libre. Fue un dispositivo autoritario de control político. Un fraude estructural, planificado, ejecutado con precisión por un régimen que ya no disimula su vocación antidemocrática.
El dispositivo del odio como técnica de poder
El actual presidente no ganó porque entusiasmó, sino porque representó, por un momento, el significante vacío del odio. Su figura es frágil, sin densidad política, sin trayectoria, sin programa. Pero encarnó con eficacia la antipolítica y el anticorreísmo. En un país adoctrinado por medios sin escrúpulos, donde el odio se ha instalado como un sentido común dominante, su discurso hueco fue funcional.
La campaña fue una guerra digital: bots, trolls, IA generando noticias falsas, audios truchos, sembrando miedo, estigmatizando. Todo eso fue parte de una operación comunicacional destinada a suprimir el pensamiento crítico y desactivar el debate. No hubo confrontación de ideas, hubo manipulación emocional.
Lo advirtieron los pensadores de la hegemonía: la lucha política se libra también en el campo de lo simbólico. Y allí es donde más se degradó el proceso electoral.
El capataz de hacienda y la celebración de las cadenas
Hay una escena desgarradora que recorre la historia de los pueblos: la de los oprimidos celebrando su opresión. El pueblo ecuatoriano, golpeado por la crisis, abrazó a su verdugo. Noboa se comporta como un capataz: autoritario, vertical, vengativo. Su figura apela al castigo más que a un horizonte de gobierno. Y sin embargo, fue elegido.
Pero eso no significa que tenga hegemonía. Tiene poder institucional, sí. Pero no consenso social duradero. El anticorreísmo no es una adhesión positiva, es una reacción. Y toda política fundada en la reacción está destinada a erosionarse.
La crisis, como decía Gramsci desde la cárcel, es precisamente cuando lo viejo no muere y lo nuevo no nace. Hoy, Ecuador está atrapado en ese interregno.
Política para emancipar: formar, unir, resistir
Primera reflexión: no hay revolución sin sujetos revolucionarios. El progresismo no puede contentarse con resistir. Tiene que formar, construir conciencia, disputar el sentido común. Esa ha sido mi obsesión política: la formación como eje estratégico. Paradójicamente, ahora circulan “audios” falsos donde supuestamente critico esa apuesta. La política del fake no descansa, ni siquiera cuando intenta suplantar lo más coherente que hemos defendido.
Formar pueblo es enseñar a soñar, es generar convicciones, es construir sujetos críticos. Esa es la única vía para una transformación duradera.
Segunda reflexión: la unidad se prueba en la derrota. La izquierda no puede permitirse fracturas en este momento. Hoy más que nunca hay que cuidar el proceso de confluencia nacional-popular, que ha logrado articular sectores diversos, con tradiciones distintas, pero con una misma vocación de justicia. Luisa González es el símbolo más poderoso de ese esfuerzo.
Luisa González: liderazgo histórico en un contexto adverso
Lo que Luisa ha hecho en este proceso electoral trasciende el resultado. Mujer, en un sistema patriarcal. Progresista, en una coyuntura de odio. Pacificadora, en un país polarizado. Logró lo que parecía imposible: tender puentes entre fuerzas distintas, entre generaciones, entre memorias dispersas. Su liderazgo ha sido inspirador, valiente, incluyente. Su campaña fue una defensa de la dignidad nacional y de los valores democráticos, aún por fuera de las ideologías. Y, por, sobre todo, un ejemplo de templanza.
Luisa no solo lideró una candidatura: sostuvo un proceso histórico de resistencia democrática. Y lo hizo sin renunciar a su ternura, sin perder su claridad. Hoy, más que nunca, merece nuestro respaldo y nuestra confianza. Porque su sensibilidad no es debilidad: es una fortaleza política imprescindible.
Contra el cinismo: memoria y dignidad
Este proceso no fue limpio. No fue legítimo. Y no debe ser normalizado. Documentarlo, denunciarlo y organizarse frente a él no es una reacción emocional, es una exigencia democrática. Como advirtió alguien que pensó la historia desde sus escombros: “ni siquiera los muertos estarán a salvo si el enemigo vence”.
La democracia no es un trámite. Es una lucha permanente. Ecuador aún tiene memoria. Y esa memoria es el primer paso para volver a caminar.
Referencias:
- Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel.
- Laclau, Ernesto. La razón populista.
- García Linera, Álvaro. Plebeian Power: Collective Action and Indigenous, Working-Class and Popular Identities in Bolivia.
- Corte Interamericana de Derechos Humanos. Opiniones consultivas y jurisprudencia: [www.corteidh.or.cr](https://www.corteidh.or.cr)