José Antonio Figueroa
El gobierno neoliberal de Lenín Moreno ha hecho suyo el discurso del emprendimiento, mostrando su perspectiva política y su comprensión del mundo. Este discurso es tan débil, insostenible, vacío, y, sin embargo, tan eficiente, como el cielo calvinista: a pesar de que son muy pocos los pecaminosos que serán salvados por la magnanimidad de Dios, son muchos los millones que creen en ese cielo y a él dedican toda su vida.
Bajemos de ese cielo teológico y vamos a datos más concretos: cuando en los Estados Unidos, los movimientos afrodescendientes se organizaron pidiendo derechos, el sistema creó el mito del héroe deportivo y algunas figuras negras descollaron alrededor de la industria del espectáculo en la que devino el deporte. Mientras la exclusión, el desempleo y la violencia se expandían en las comunidades, el sistema utilizó la imagen de los multimillonarios deportistas negros para demostrar que el éxito individual sí era posible y que aquellos que no lo alcanzaban eran unos incapaces.
En este ejemplo está la médula y la trampa del discurso del emprendimiento: en un contexto de control monopólico de las grandes transnacionales, de despidos masivos en las esferas pública y privada, de dominio del capital especulativo y financiero, al gobierno neoliberal no se le ocurre más que montar la cantaleta en todos los medios de comunicación de que dispone, de que cada uno debe convertirse en emprendedor para poder afrontar las dificultades económicas de la vida; la cantaleta de que de los emprendimientos depende el éxito de los individuos y de que su fracaso es el resultado de la falta de iniciativa.
Los medios de comunicación (los que intentaron ser públicos por un ratito y los que nunca lo han sido) se han convertido en el más eficiente mecanismo transmisor de esa idea: emprendimiento en la empresa, emprendimiento en los deportes, emprendimiento en la cultura, mientras el gobierno desmonta una a una las conquistas sociales que se consiguieron en los últimos años y que tienen que ser garantizadas por el Estado.
El discurso es tan claro como tramposo: “si eres pobre, si estás desempleado o si has sido despedido de una empresa, monta tu emprendimiento”. Esta eficiente consigna recuerda aquella frase que se ha instalado en el sentido común de “tú eres tu único salvador”, que es una combinación de liberalismo y misticismo religioso y remite a los libros de autoayuda que parecen ser la única escuela que conoce con sistematicidad el actual gobierno: los libros de autoayuda se han convertido en el manual del buen gobierno.
El discurso del emprendimiento se cae por su propio peso una vez analizamos como los campos estratégicos del conocimiento y de la producción están en manos de grandes corporaciones y cómo estos monopolios sólo pueden ser disputados desde una planificación en la que el Estado, los actores públicos y privados, las organizaciones políticas y los movimientos sociales establezcan estrategias a corto, mediano y largo plazo. Pero nada más lejos de la planificación y de la regulación que el discurso del emprendimiento y las prácticas neoliberales del actual gobierno: a junio de este año la pobreza ha aumentado a un 24,5%, un nivel no visto desde el 2007, mientras que la pobreza extrema alcanzó el 9%, 1,4 puntos más respecto a junio de 2017. El flojo discurso del emprendimiento justifica el desmonte del Estado y busca hacer creer que los 3,9 millones de ecuatorianos que viven en la pobreza y los 1,4 millones que viven en la pobreza extrema, pueden con mucho esfuerzo vender naranja exprimida y, milagros se han visto, quizá hasta desplazar a la coca cola.