Por Orlando Pérez
No fue tan difícil como tramitar una visita a Jorge Glas en Latacunga.
En una semana quedó acordado y autorizado mi ingreso a la llamada Cárcel 4, en Quito, frente al abultado y concurrido centro comercial del Condado (¿algún día alguien contará cómo es que se hizo ese ‘shoping´ en terrenos de la Empresa Eléctrica Quito, tras el paso por la alcaldía del excelentísimo Rodrigo Paz?).
Los militares (jóvenes, humildes y frescazos) revisan mi cédula, pero rechazan mi carné de vacunación. Los miro, me miran y frente a los policías todo queda como si fuésemos cómplices de algo.
Esos policías (no tan jóvenes, no bien puestos el uniforme) anotan mi nombre y número de cédula y revisan qué llevo: una novela (La ceniza del adiós) y un ensayo poliautoral (El peor presidente de la historia). Y de inmediato el policía más osado se ríe y dice que el peor fue Correa cuando ve la cara de Lenín Moreno en la portada. Uy, qué memoria la suya, le digo. Correa les subió los sueldos y construyó la mejor infraestructura para una Policía moderna. Responde: “Qué va. Ese fue Lucio”. Ya para qué más. No se diga más.
Paso la revisión (que incluye cacheo) y adentro, en el primer patio, hay un ambiente relajado, tres mesas con detenidos que reciben sus visitas, en plan familiar, sin recelo ni temor. Todo bien.
Sale Fredy Carrión de una oficina y me recibe en ese patio. Nos damos un abrazo y me conduce al segundo patio. Viste una camisa blanca con rayas azules, ligera, como si fuese un día de hacer compras. Sencillo y ligero, agradece la visita. Su voz se percibe apagada, pero luego se aclara conforme comenta su “caso” y también cómo vive sus días (que en mayo será un año) en ese espacio de privación de libertad.
En el segundo patio (una cancha de ecuavoley) hay cinco mesas cuadradas, unas botellas de agua y unos vasos, en cada una. ¿Casualidad? Supongo que los detenidos preparan así la mesa para recibir a su visita. En una de ellas está Pablo Celi (ex contralor general del Estado, exalto dirigente de los “elenos” (EL, las siglas de Liberación Nacional, movimiento de izquierda en los ochentas, escisión del Partido Comunista del Ecuador) y ex de un montón de cosas más. Me mira, me reconoce y me hace un gesto de saludo cordial. Le digo: “Hola Pablo”. Y paso.
Me siento en una de las sillas plásticas, color verde. Quedo de costado para ver a Fredy, a dos metros de Celi y a unos 10 o 15 metros de Carlos Pareja Yannuzzeli, subido en una terraza, quizá observando una pantalla de televisión, junto a su perra Tomata. A mis espaldas otros detenidos, seguramente policías, algunos del ellos del caso 30-S.
La tarde es fresca y soleada. El ambiente se presta para una larga conversación (ojalá con cervezas y unas picadas). Fredy luce más bronceado de lo que le vi la última vez. Quizá porque hace ejercicio, pasea en el patio y recibe más sol del que un Defensor del Pueblo, en sus trajines puede disfrutar. Hablamos cómo viejos amigos, pero no lo conocí mucho. Sentí la obligación de visitarlo por un impulso que nace de algo que ahora no cabría detallar en estas líneas (sólo diría que creo en su inocencia, por todo lo que he leído, por las absurdas imputaciones de la Fiscalía, en particular por el uso morboso que han dado los medios a su “caso” y también por quienes forjaron todo esto, con el afán más perverso que se haya visto antes contra un funcionario estatal de tal nivel). Los primeros 15 minutos fueron de intercambio de opiniones sobre lo que pasa en el país.
Su relato está marcado por la indignación, el sentido que adquiere para él lo que significó el trujillato y el rol de María Paula Romo. Me detalla cómo se ganó el cargo, de cómo quisieron coloca al señor Moscoso, amigo de la ex ministra de Gobierno, y cómo fueron tan procaces en las faltas que no pudieron imponer a su aliado, así como hicieron con los demás altos funcionarios de las entidades de control. Me cuenta los dos únicos encuentros con Romo, en su casa, de cómo intentó “alinearle” y someterlo a Carondelet, la misma persona que en la década pasada supuestamente defendía la independencia de poderes. Algún rato se conocerá más cómo operó para el control total, para luego cometer esos casos de corrupción, con el llamado reparto, bajo la confianza de tener el poder absoluto.
Fredy es pausado en la conversación y explica en detalle cómo se fraguó la emboscada y el posterior andamiaje judicial para condenarlo. Tantos detalles e indicios que solo explican para qué les sirve el poder a determinadas fuerzas políticas y mediáticas. Y, sobre todo, cómo percibió el ataque desde octubre de 2019, el modo que fueron construyendo un esquema de hostigamiento, de dejarlo por fuera de ese “círculo de poder” y la inmediata amplificación de la prensa pautada por #ElPeorGobiernoDeLaHistoria.
La llegada de su esposa y de sus hijos gemelos, de cinco años de edad, me parte el corazón. Se lanzan sobre él con un afecto rico, exultante, apabullador. Miro la escena y se remueven muchos recuerdos y dolores. Lo abrazan, lo acarician, se suben, le miran, son un puñado de mil amores, en un espacio que quizá en su futuro lo vean como un recuerdo de absoluta ternura con su papá. Su esposa Priscila (vestida de negro, alegre, festiva en el encuentro y en el beso que se dan) tiene una mirada vivaz, intensa y como madre organiza el desbarajuste que empieza con sus hijos queriendo tomar todo, ocupar la atención de su padre y la visita. Parecemos una familia en una tarde a la espera de un chocolate caliente o la llegada de una visita que se demora.
Con Priscila el intercambio de información y datos sobre el proceso adquiere más intensidad y dinámica para una conversación que no tenía ese propósito. Me entero de muchas cosas más, a partir de preguntas que podría hacer cualquier periodista responsable o inquieto. (Antes y después de la visita revisé muchos documentos y publicaciones y los “cabos sueltos”, la estigmatización y, sobre todo, el trabajo “periodístico” de los aliados de Moreno, Romo y Guillermo Lasso, da cuenta de un caso plagado de la persecución política, el linchamiento mediático y el objetivo final: anular el informe de la Comisión de la Verdad, los señalamientos de delitos de lesa humanidad sobre autoridades bien identificadas y también ese pedido de arraigo contra Moreno que fue, a mi modo de ver, la razón de que un ministro de Salud del anterior gobierno le dijera a Carrión que se cuidara, que iban con todo contra él).
Entre temas y cruce de informaciones, comentarios, explicaciones y ante todo preguntas, el patio se va copando de otras visitas, baja Pareja Yannuzzelli con su perra Tomata, se reúne con otros detenidos en la zona donde hay pesas y todos los aparatos para mejorar el estado físico (seguramente construidos por los presos), Pablo Celi sostiene una conversación con sus dos visitas. Todo sin ninguna vigilancia, de rato en rato pasan dos guías penitenciarias mujeres, que saludan amablemente con los detenidos y sus familias.
Es hora de dejar a la familia en sus pocos minutos. Las visitas que no son de la familia y de lo más cercano no siempre ayudan a los detenidos que requieren de todo el tiempo posible con quienes ama y desea cercanía plena.
Me levanto y los gemelos no quieren que me vaya. Me retienen con sus juegos. Les prometo volver a verlos. Y también me despido de Pablo. Me despide amablemente y dice un gracias tímido por el saludo y la despedida.
Los policías de la garita exterior me preguntan antes de despedirme cuándo voy a escribir el libro sobre Correa. ¿Les interesa tanto? ¿Quieren leer un libro o seguir entretenidos en los videos de YouTube en los que ocupan la mayor parte del tiempo custodiando a los detenidos o impotentes de no poder pasear por el centro comercial que tienen frente, donde se ven largas filas, a esa hora, para ingresar y gastar y gastar y gastar.