Por Viviana Sánchez de Verduga
En estos días de oscuridad… de oscuridad en todos los sentidos, también en el literal, he emprendido uno de esos viajes que tanto me gusta realizar: viaje de ideas, de reflexiones, de experiencias, de recuerdos y sueños. Una aventura mental con temas desordenados, en la que he tratado de explorar, de entender, de aproximarme lo más cerca que pueda a algunos hechos. No solo a los recientes, sino con una visión más amplia, he tratado de unir hilos, de enlazar circunstancias de hechos reales, no subjetivos.
Siempre que hago esto, es porque el mundo que toco y veo me queda pequeño para explicarme a simple vista el porqué de algunas situaciones. Hace falta entonces un ejercicio más intelectual, más atrevido, mucho más consciente, para encontrar el sentido.
Y a propósito de los hechos que, como país entero, vivimos y que nos causan tanto desazón, he hecho algunas reflexiones que, si me decido, las compartiré… ahora mismo no lo sé.
He pensado mucho, por ejemplo, en que el reto para Daniel Noboa, o cualquiera que hubiese sido el presidente después de la administración de Lasso, no le sería sencillo. Le costaría mucho revertir las cosas. Se conocía de antemano el proceso degenerativo que enfrentaba el Estado ecuatoriano, en el ámbito de la seguridad, de sus instituciones, de su capacidad para dotar de servicios (salud, educación, vialidad). Pero en poquísimo tiempo, el problema se agudizó cuando se confirmó lo que muchos ya sospechábamos: no estaba listo para administrar un país, peor aún un país ya en crisis. Ni siquiera digo que por falta de experiencia, porque esa se adquiere en el camino. Él carecía de amor patrio, de empatía, de agudeza, de preparación, hasta para formar un equipo de trabajo consolidado que lo asesore y que ejecute; no encontraba el rumbo, no lo ha encontrado aún.
Muy pronto esa confirmación se hizo evidente cuando lo escuchamos y le vemos ese tono de sorna hacia sus críticos. Pronto, muy pronto, sucumbió a esa fuerte cultura del odio que tanto daño ha causado en la vida personal y en la vida colectiva de la nación. Nuestro presidente se volvió agudo para denostar a sus adversarios, para destruir a aquel que ose criticarlo. ¿Y qué decir de sus fieles seguidores? Convirtieron las redes sociales en un espacio de desahogo, donde se desprestigia y se condena, donde se habla de todo aunque no se conozca o no se entienda.
La red se convirtió en un movimiento medieval de inquisidores en busca de carne para chamuscar. A veces dan ganas de quedarse fuera del mundo hostil del internet. A veces es mejor pensar que muchas de las personas que queremos y respetamos nunca ingresaron a esa secta malévola de las redes; y que su diafanidad es real, y que cuando te bendicen, en su corazón de verdad hay bondad.
Me da tanta pena ya no poder hablar casi en ningún círculo de amigos y familiares sobre algo tan elevado como es la Política; y sí, lo escribo con mayúscula, porque de esa hablo, no de politiquería barata. Se ha convertido casi, casi en un tema tabú. Pena, porque la política no es morbosidad permanente en la que disfruta la gente que no la entiende; y los que sí la entendemos y la dignificamos, preferimos callar.
¿Y qué decir de la maquinaria mediática que ha abierto sus puertas de par en par, pero no para ayudar a desarrollar el pensamiento crítico de los ciudadanos? No, esa no es su real función desde que se convirtieron en empresas rentables; su primera función es controlar, reforzar estereotipos, endiosar o destruir personas, según sea el caso. Sí, también he reflexionado en este entramado cuyas interioridades conozco muy bien y sé cómo afectan el clima social mediante imágenes sobre «buenos» y «malos». Pero nada de esto es fácilmente perceptible al ciudadano común.
En estos días de oscuridad, he reflexionado también en cómo cada ecuatoriano está enfrentando las tragedias sociales, como los incendios forestales y la falta de energía eléctrica, de la manera que mejor sabe hacerlo. Todos lo hacen develando lo que sale de su interior, de aquello que guardan y atesoran. Unos expresan su impotencia, buscando culpables donde no están; dividiendo, atacando, filtrando su odio a través de los mensajes que envían en sus redes. A veces me parece que lo que ocurre en el país lo han asumido como una especie de magnífica oportunidad para sacar las miserias de sus almas… tienen enferma la espiritualidad. Y digo esto a propósito de aquellos que hasta comparten pasajes bíblicos que les vienen bien y encajan con sus propósitos, no con los propósitos de Dios.
Estos son realmente patéticos, no son capaces de visualizar la profunda brecha que existe entre sus manifestaciones de devoción cristiana y su proceder en la vida cotidiana, en la que afirman hechos y condenan personas, tal como lo hizo Herodes en tiempos de Jesús. Su religiosidad es más parecida a la de los fariseos que a la de los verdaderos cristianos.
Creo firmemente que el antagonismo que se ha devorado a los ecuatorianos no está en los líderes, está en la razón y el corazón de su gente. Las diferencias que nos consumen han abandonado la senda del raciocinio; nadie ve lo que ocurre, a nadie le parece importar la verdad de los hechos, solo interesa lo que reafirma el odio hacia algo o hacia alguien. Prueba de ello es que cotejados los hechos, aclarados los temas, puesta en evidencia la verdad, nadie se disculpa, nadie la asume, a nadie parece importarle la solución de los problemas; lo que buscan es enfrentar. Ya se destiló el veneno, y eso fue suficiente.
Qué feo se me está haciendo vivir en una casa… por si acaso, hablo de la casa grande, del entorno en el que uno desarrolla su vida. ¿Y saben por qué? Porque cada uno parece tener su corazón echado llave.
Para finalizar… solo una advertencia: este itinerario improvisado y desordenado de reflexiones no espera ser leído y menos comprendido por personas que creen que lo saben todo y que todos los demás están equivocados.