Miguel A. Ruiz Acosta
¿Está en crisis la oleada posneoliberal que atravesó América Latina durante los primeros lustros del Siglo XXI? Cada vez hay mayores indicadores que apuntan a una respuesta afirmativa. Hay por lo menos dos dimensiones de la realidad que explicarían el porqué de esa crisis: los factores económicos y los políticos. De entre los primeros se destaca el cambio en la coyuntura económica mundial: menor crecimiento económico de nuestros principales socios comerciales y fin del ciclo alcista de los precios de las materias primas exportadas por los países de la región. Estas tendencias se han traducido en crecientes dificultades para las economías latinoamericanas, que han visto mermados sus ingresos de forma significativa, enfrentando problemas de balanza comercial, problemas fiscales y, en definitiva, un ambiente de recesión que, aunado a otras contradicciones propias de los procesos posneoliberales y a una nueva ola de insurgencia de las clases dominantes más conservadores, ya pasó la factura a algunos gobiernos latinoamericanos, como en los casos de Argentina y Brasil.
El investigador cubano Francisco López Segrera identificó de forma clara seis debilidades y contradicciones de las experiencias posneoliberales recientes: 1) incapacidad de transformar las matrices productivas centradas en la exportación de commodities. Con el declive mundial de los precios de aquéllas, la capacidad de mantener los niveles de gasto social y, por tanto, de fortalecer la base social, se vio mermada; 2) en algunos casos como el de Argentina, Brasil y Uruguay, no se dieron grandes cambios en el sistema político, ni en el protagonismo de los medios de comunicación privados y el sistema fiscal; esto último, orilló a algunos de esos gobiernos (y no sólo los tres mencionados) a ampliar sus fronteras extractivas para tener rápido acceso a recursos frescos, con lo cual se abrieron diferentes frentes de conflictos socioambientales; 3) no se realizaron suficientes esfuerzos para acompañar las políticas sociales con una nueva cultura política revolucionaria, por lo que no le fue difícil a la nueva derecha recuperar la iniciativa ideológica y cultural en las coyunturas de crisis; 4) tampoco se tomaron las medidas suficientes para combatir la corrupción de carácter estructural que atraviesa a los aparatos estatales, y en la cual cayeron no pocos funcionarios de los gobiernos posneoliberales; 5) no se supo acompañar a los liderazgos personales con formas institucionalizadas de liderazgo colectivo, que permitieran continuar con los procesos aún en la ausencia de aquéllos; 6) se dieron importantes avances en la dimensión política de la integración latinoamericana, pero no así en la dimensión económica, la cual habría sido fundamental para sentar las bases de transición hacia otros modelos productivos de carácter más complementario.
¿Hacia el neoliberalismo recargado?
Probablemente los espejos que debemos mirar los latinoamericanos para ver los rostros más descarnados del momento pos-posneoliberal (¿neoliberalismo recargado?) sean los de Brasil y Argentina. Independientemente de que los actuales gobiernos de esos países tengan un origen diferente (golpe en Brasil; elecciones en Argentina), su proceder apunta más o menos en la misma dirección: desmantelamiento de algunas de las conquistas sociales auspiciadas de los gobiernos que les precedieron (Lula/Dilma, los Kirchner) y la puesta en marcha de un agresivo programa de neoliberalismo recargado: privatizaciones, despidos masivos, contención salarial y políticas laborales abiertamente regresivas, reducción presupuestaria en educación y salud; extranjerización acelerada de los recursos naturales; y, recientemente, militarización de los territorios habitados por los más pobres, como el caso de Rio de Janeiro, en Brasil… todo ello impulsado por personeros de las fracciones de capital económicamente más concentradas y políticamente más reaccionarias de ambos países, las cuales recuperaron espacios perdidos en el seno del aparato de Estado. Sobra decir que, como lo han mostrado diversos académicos, periodistas y activistas de movimientos sociales, los costos sociales de las políticas referidas se han cargado sobre los hombros de las clases trabajadoras, entre las cuales han aumentado las tasas de desempleo, precarización, y exclusión social.
Con esto no queremos decir que bajo los gobiernos de Lula/Dilma y los Kirchner hubieran desaparecido por completo algunas de las tendencias arriba señaladas, pero sí es claro que con Temer y Macri, las políticas heterodoxas del periodo anterior fueron echadas al tacho de la basura para dar paso a modalidades de acumulación más propias del neoliberalismo desembridado: aquél que deja por fuera, casi por completo, consideraciones de promoción de estándares de bienestar mínimos para las masas trabajadoras, así como de defensa de espacios de soberanía nacional sobre los recursos naturales, por no mencionar el abandono total de cualquier intento por impulsar mecanismos de integración regional por fuera de los paradigmas hegemónicos, como aquellos que fueron ensayados durante la oleada posneoliberal.
En pocas palabras, los casos de Brasil y Argentina nos muestran que, al menos hasta la fecha, la crisis de ciclo posneoliberal no se ha resuelto de forma progresiva, sino regresiva, pues no había en esos países fuerzas sociales y políticas con la capacidad organizativa, programática y de movilización para impulsar un proyecto capaz de superar “por la izquierda” las contradicciones y límites de los gobiernos de signo posneoliberal. ¿Existen ese tipo de fuerzas en Ecuador, Venezuela o Bolivia? No parece que así sea. Lo que sí se vislumbra en el horizonte y para lo cual deberíamos estar preparados, el menos en el Ecuador, es un punto de inflexión del propio proceso posneoliberal, que parece haber llegado a un callejón sin salida durante los últimos tiempos pues, en el marco de una nueva correlación de fuerzas sociales nacionales y regionales, existen muchos indicios de que no sólo se cerró una coyuntura económica favorable para el país sino, lo que es más grave, el nuevo gobierno, pese a ser heredero directo del ciclo posneoliberal, está dando señales cada vez más claras de que un giro a la derecha se torna inminente: tanto en aspectos económicos (retorno de los Tratados Bilaterales de Inversión, ¿TLC disfrazado con los EEUU?) como geopolíticos (acercamiento a la política norteamericana para la región). De confirmarse ese giro, se estarían abriendo las puertas para el retorno desembozado de los rancios poderes fácticos que históricamente han tenido las riendas del país; los mismos poderes que se opusieron ferozmente a los aspectos más progresivos del ciclo posneoliberal. ¿Estamos suficientemente conscientes de lo que está en juego? ¿Permitiremos alguna variante criolla del neoliberalismo recargado? O, como diría el viejo refrán, en aras de corregir los problemas irresueltos por el posneoliberalismo ¿arrojaremos al niño con el agua sucia de la bañera?