Por Martín Smud
Esta semana me encontré con temas de los que vengo escribiendo hace muchísimos años pero a pesar de la reiteración, irrumpieron de una manera inesperada. Por un lado el mundial de fútbol, la pasión redonda, la pelota que genera un movimiento de subida perfecto según las fuerzas de la física pero su movimiento de caída genera mucha incertidumbre y los imprevistos pueden terminar en el fondo de la red o pegar en el poste e irse afuera: la diferencia abisal entre ganar o perder.
Pero en este mundial de Qatar existe menos incertidumbre, la pelota tiene un chip que deja afuera esa radical incertidumbre ubicando a los cuerpos con precisión milimétrica. El fuera de juego en el fútbol es la regla más difícil de comprender para cualquier persona pues implica al que mira (el árbitro, al juez de línea, al Var), al instante de salida y la posición del receptor activo, con todo el cuerpo por detrás del último jugador sin contar al arquero. Una trabazón de posiciones, una transversalidad, difícil de captar por la mirada humana, un locus, en un cuadrante que se llama cancha de fútbol: un espacio de acciones, disposiciones, decisiones, instantes, incertidumbres, momentos y un veredictum ahora dictado por una computadora: fue o no “off side”.
La pelota que ahora debería llamarse chip genera un tipo de veredictum inapelable, milimétrico y aporta debates acerca de las consecuencias que estamos viviendo por la entronización de las nuevas tecnologías y las múltiples pantallas. Las estrellas de fútbol ya no son jugadores del videojuego, sino que ahora son convertidos en avatars, representaciones gráficas que terminan siendo la repetición objetiva de la jugada que genera un veredicto. Ya no se trata de la mirada del árbitro ni de los asistentes del Var, la mirada separada de lo humano, se trata del comienzo de la llamada poshumanidad, una de las posiciones más temidas y ansiadas con respecto al futuro del ser humano y la tecnología.
La caída de la pelota minimiza esa incertidumbre propia del fútbol anterior al siglo XXI pero maximiza un efecto contrario: la desilusión. Ya no se trata de lo imprevisto sino de la estrategia de juego, se puede jugar con la estrategia del ser observado por las nuevas tecnologías. Los cuerpos de los jugadores son identificados en un cuadrante que ya no es un campo de fútbol, hasta sus hombros entran en la estrategia, como nos lo ha enseñado el DT francés de Arabia Saudita. Sabiéndose inferior como equipo, se arriesga a jugar en el precipicio y termina ganando. Un equipo profesional de grandes estrellas, frente a algo que parecía desconocer cómo jugarlo, convertidos en avatars por las nuevas tecnologías terminan desconcertándolos y todo un país llorando el resultado. No luchaban contra un equipo rival sino con las nuevas tecnologías que cambiaron las reglas del juego.
Por otro lado, volvió a la pantalla de aire el programa Gran Hermano (GH), hace años y años que hablamos sobre el tema. Lo más raro es que año a año seguimos debatiendo y aprendiendo. Los antecedentes de este juego los debemos rastrear en el siglo XVIII con el panóptico de Bentham, un artefacto de productividad donde somos observados todo el tiempo pero sin distinguir quiénes nos miran (y si nos miran). Ese es el Gran Hermano que, nos explican año a año, “todo lo ve”. Están los participantes mostrándose meses y meses, no viendo amigos, familiares, desprendiéndose de sus vidas cotidianas y generando una cotidianeidad farsesca, aceptando ser mirados hasta en los mínimos detalles y conversaciones, nada se puede esconder, hasta resulta necesario pedir permiso para tener sexo.
GH que todo lo ve, expone sus veredictos, descubre las tramoyas del ponerse de acuerdo para candidatear a los posibles expulsados. Un programa que podés ver todo el día, que te hace sentir un vouyerista y que genera tendencias en redes sociales. Los espectadores se ponen de acuerdo para votar a algunos de los candidatos para dejar la casa. Se trata de un producto exponencial de aumento de rating pues no se trata del programa sino de todo lo que bulle a su alrededor, las redes sociales, los opinólogos, las conversaciones cotidianas.
Y ni siquiera se trata de los participantes, ni de ese mirar sin ser mirado sino de lo que hay afuera. Esta semana, una participante, “La tora”, fue expulsada y hace lobby para volver, el juego no termina afuera de la casa, claramente afuera y adentro, no está bien determinado, todos y todas somos mirados, continuamente nos llegan veredictos de si estamos o no fuera de juego, y de nuestro condición de ser mirados, seguidos por cámaras cada vez más personales identificables a nuestro querido celular que jamás tenemos más lejos que un brazo.
Los participantes postulan a quienes quieren expulsar, las que deciden son las redes sociales. GH nos deja ver semana a semana la síntesis de los extenuantes y aburridos tiempos de la casa, nos muestra algunos pasajes, fragmentos de la vida de los participantes. Lo que nos puede ayudar a generar reacciones de apoyo, de desaprobación o de cancelación.
Nuevamente se trata de un juego donde los cuerpos son milimetrados, se buscan los fuera de juego, quienes ganan y quienes pierden, los participantes deben exponer en el confesionario el porqué de sus votos, y la mayoría aduce que es por estrategia o mala espina que dan sus votos. El efecto sociológico de GH es interesante, en lo formal se trata de un juego que implica expulsar a otros participantes para quedarse con la gloria de unos millones, de fondo es la aparatología del reconocimiento de tu cuerpo clavado en un cuadrante, ser reconocido por toda la gente que al salir de la casa no te vuelve famoso sino reconocible, todas las miradas te caerán encima, convertido en un avatar, conocerán tu forma de hablar, amar, jugar, hasta tus lunares, tus olores, las pocas pulgas, tu cara luego de levantarte, tu intimidad, te conocen más de lo que alguna vez soñaste que alguien te conociera.
Ya no se trata de salir a la calle ni al campo de juego, a la cancha, se trata de la ubicación en un cuadrante, el lugar donde te movés y la posibilidad de que no sólo conozcan sus apodos íntimos sino la ubicación de un hombre en comparación a la ubicación del cuerpo del otro.
La cultura de la cancelación por un lado, y por otro lado, la localización de lo íntimo, han convertido a los jugadores de fútbol y los participantes del GH en avatars, y el veredicto es inapelable, el ser humano tiene poco para decir frente a sus avances tecnológicos, tus lunares y tus fuera de juego, tus pecadillos veniales son parte de la estrategia de juego que ya no es tanto dentro de la cancha sino que afuera y adentro ha dejado de tener tanta relevancia. Vayamos a quejarnos de nuestra suerte futbolística al confesionario de GH y candidateemos al Var.
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