Entrevista a Francisco Sierra Caballero sobre Marxismo y comunicación (y II)

Por Salvador López Arnal 

Fuentes: Rebelión

Francisco Sierra Caballero es catedrático de Teoría de la Comunicación de la Universidad de Sevilla. Director de la Sección de Comunicación y Cultura de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM), en la actualidad, preside la Unión Latina de Economía Política de la Información, la Comunicación y la Cultura (ULEPICC) y es miembro activo de la RED TRANSFORM de la UE, y de la Asociación Española de Investigación en Comunicación (AE-IC). Autor, entre otras obras, de Políticas de Comunicación y Educación. Crítica y Desarrollo de la Sociedad del Conocimiento (2006) e Introducción a la Comunicología (2019).

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Nos habíamos quedado en este punto. ¿Qué significó para este ámbito de estudios (y de prácticas anexas) la publicación a principios de los setenta de Para leer el Pato Donald, de Dorfman y Mattelart?

Pues fundamentalmente la pérdida de la inocencia y la apuesta por una investigación comunicacional de intervención en lo que podríamos definir como Comunicología de la Praxis. No olvidemos que el trabajo se hace en medio del acoso vivido por el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. En ese escenario de disputa ideológica, Armand, radicado en Chile, ha de dar respuesta al colonialismo que la industria Disney, y en general los medios, proyectan ideológicamente en el país, y el libro, el más difundido en la historia de la investigación en comunicación, contribuiría a develar los dispositivos de enunciación y control ideológico, aportando además elementos para el análisis en un contexto de proliferación de los estudios semióticos y estructuralistas. El ensayo, además, sirvió como herramienta de resistencia de los movimientos populares y puso en evidencia la dimensión ideológica e imperialista de la llamada industria del entretenimiento. Cuando hoy desde la izquierda cuestionan el proceso bolivariano, atacando al gobierno de Maduro, a partir de la lectura de referencia dominante en los medios, ganas dan de imponerles como tarea la lectura de este clásico. Más aún en la era google.

¿Y por qué la izquierda cae en un error tan elemental como ese, el de la lectura dominante en los medios, que usted comenta? ¿Tan acríticos nos hemos vuelto?

Digamos que la izquierda, por la misma deriva cientificista y positiva que impregna la tradición marxista, ha hecho una lectura reduccionista y limitada de los medios, por no decir instrumental. Pareciera que el problema de la ideología es el contenido transmitido por la información de actualidad, cuando sabemos que el poder de la información no es tanto lo que dice como lo que oculta, por ejemplo. La izquierda no sería tan crítica con la revolución bolivariana si se informara adecuadamente, por poner un caso, sobre el exterminio en Colombia, sobre el que nada dicen los medios dominantes. En otras palabras, hemos de aprender que los medios median no solo sobre qué pensar sino sobre qué centrar nuestro interés, determinan la agenda, cultivan nuestros imaginarios y representaciones, mediatizan nuestro conocimiento del mundo y, más allá aún, estructuran las formas de relación con la realidad. Por ello el poder informativo es también la forma de la formación de la comunicación.

Usa la expresión “lógica materialista de análisis de la mediación”. ¿Cómo debemos entender aquí la expresión “lógica materialista”? ¿Qué materialismo es el suyo?

Hago uso de la expresión que el profesor Bernard Miège aplica para explicar el funcionamiento de las industrias culturales. En su análisis económico político de la comunicación, introduce la noción de lógicas sociales, es decir, la deriva o líneas de fuerza que determinan el contenido y modo de producción cultural del sector infocomunicacional. Retomando esta idea, podríamos concebir la lógica materialista de análisis de la mediación como un abordaje sociocrítico que, en la dialéctica de acceso y control de la comunicación, reconoce el condicionamiento ideológico de los medios y mediaciones en la reproducción de la estructura de clases, al tiempo que, como insistía Raymond Williams, cabe observar una relativa autonomía del campo cultural. En otras palabras, la unidad del discurso crítico de Marx presupone asumir que lo material determina la producción simbólica, las condiciones de producción orientan la lógica social de la comunicación de principio a fin, desde la edición al consumo y apropiación tecnológica de los sujetos (llamados receptores), pero al tiempo la proyección ideológica influye y conforma la organización de la industria cultural, los modos de producción informativa y hasta el propio diseño de las tecnologías de intercambio e interacción. Por ello insistimos tanto en nuestro ensayo en la relectura de Gramsci y, en general, en la concepción materialista de la filosofía de la praxis que supo avizorar, en el caso del filósofo sardo, la contradictoria composición de la cultura de masas en la literatura de folletín en términos de hegemonía y contagio del discurso dominante y las formas subalternas de decir y hacer la vida en común.

¿Relectura de Gramsci? ¿Qué tipo de relectura del revolucionario sardo propone usted?

La que denomino Comunicología de la Praxis, una lectura crítica de la hegemonía como un proceso abierto, dinámico y complejo del discurso informativo y las prácticas de resistencia y contrainformación de las culturas subalternas. Ello implica retomar muchas de las consideraciones de Raymond Williams y los estudios culturales, en un contexto nuevo como el actual, eludiendo una interpretación idealista, diríamos que hoy dominante, por influencia de Laclau, del giro lingüístico, que entiende la mediación y la hegemonía en términos de lo que algunos cuestionamos como pancomunicacionismo, una deriva que termina por sustituir la lucha de clases por una mera lucha de frases.

En una nota a pie de página, hablando de la situación española, comenta usted que la investigación marxista sobre información y comunicación en nuestro país ha sido marginal. ¿Lo fue… y lo sigue siendo? ¿No hay excepciones a esa marginalidad general?

Bueno, convendría matizar la afirmación. Diría que, en general, la universidad española ha sido radicalmente antimarxista. El franquismo sociológico, pero también la década neoliberal, paradójicamente abanderada por un gobierno que se autodenominaba socialista, impuso una matriz y cultura hegemónica acomodaticia. Gregorio Morán hace una disección periodística demoledora a este respecto.

Habla usted del gobierno PSOE de los años ochenta y parte de los noventa.

Exacto. Como decía, franquismo sociológico y la década neoliberal impusieron una cultura académica entreguista por no decir directamente negacionista de otras formas de pensar e interpretar la realidad. Ello es notorio, a diferencia de otros contextos como el francés o italiano, en el conjunto de las ciencias sociales. Pero hay una particularidad en España con la comunicación y es que la primera escuela de periodismo y las facultades fueron fundadas, como el campo comunicológico nacional, por las fuerzas vivas del régimen, sea por falangistas y adeptos del régimen, caso de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, o por el Opus, en la Universidad de Navarra, y los propagandistas de la Iglesia Católica. La producción científica impuso por ello el canon de ilustres teóricos fascistas italianos o alemanes, a diferencia de otros países que exploraron los aportes de la Semiótica, la Sociología fenomenológica o, como en Latinoamérica, los aportes marxistas. Esa herencia, en congruencia con cuarenta años de dictadura franquista, y la importación de la tradición funcionalista estadounidense, prefiguró una cultura académica profundamente antimarxista y, en general, poco o nada crítica con el papel del periodismo, la organización de los medios o la función ideológica de la comunicación en la reproducción del estado de malestar en nuestra cultura y economía periférica. Ahora, por supuesto que ha habido excepciones en la academia, y además sobresalientes.

Por ejemplo…

La propuesta del modelo de análisis dialéctico de la mediación social de Manuel Martín Serrano ha contribuido a desarrollar un programa de investigación y una escuela de suma importancia en México, Cuba y otros países de América Latina y, por descontado, en España. Creo que, injustamente, valorado pese a la potencia y relevancia de sus contribuciones científicas desde la tradición materialista. Igualmente, hay aportes como los de Vicente Romano que, formado en Münster con Manuel Sacristán, no solo tradujo obras fundamentales de la tradición crítica de la publicística alemana, sino de referentes como Brecht y el propio Marx y Engels. Fue incluso editor en Taurus de la primera antología en castellano de la obra periodística de Marx. Por no mencionar la contribución de Pablo del Río desde la recuperación de la lectura histórico-cultural de Vygotsky y Luria en su aplicación al análisis de recepción del audiovisual o la educomunicación. Hay, en fin, una producción científica relevante del marxismo en comunicación, pero muy marginal comparativamente con otros países o latitudes por la historia de control del periodismo y, en general, del pensamiento sobre los medios y la comunicación.

Una pregunta demasiado general, soy consciente de ello: ¿nos puede hacer un breve resumen de los fundamentos marxistas de la teoría de la comunicación?

Una primera premisa, a modo de hipótesis de trabajo, al respecto es asumir la necesaria aplicación del principio relacional por el cual estudiar los medios es analizar el proceso general de acumulación y reproducción del capitalismo. Esto es, no es posible estudiar la comunicación sin pensar la mediación, este concepto hegeliano es teóricamente central, pues la Comunicología no ha de abordar el análisis de los medios sino las mediaciones que dan sentido, determinan y preconfiguran el modo dominante de producción comunicacional. Ello implica el reconocimiento de la naturaleza material, inmanente, de la dialéctica informativa frente a toda veleidad idealista, como sucede hoy al definir la sociedad cognitiva, según ha popularizado la Comisión Europea, que concibe como un proceso de desmaterialización de la economía, algo, como puede suponer todo atento analista, imposible, incluso en la era virtual, por la propia siliconización de la infraestructura y los intermediarios que interfieren en todo proceso de intercambio en las redes. A partir de aquí hemos de asumir tres elementos constitutivos de la mirada marxista en comunicación.

Que serían…

En primer término, el antagonismo como matriz explicativa de los procesos de mediación social, sujetos a la disputa de la lucha de clases, aunque sea, como irónicamente dijera Eulalio Ferrer, una lucha de frases, la disputa del sentido. Luego, en consecuencia, el análisis de la ideología en los productos y contenidos de la industria mediática es un componente neurálgicopara develar el modo de producción dominante en la lógica de control hegemónico de la comunicación, lo que exige pensar las representaciones y los imaginarios, en el sentido de la Escuela de Frankfurt. Y, por último, no hemos de olvidar que toda comunicación es una práctica, que la mediación es actividad, que la dialéctica informativa es producción y, desde una perspectiva marxista, no es posible desconectar la organización productiva de la industria cultural del consumo, no solo en términos de asimetrías y desigualdad de clases, sino también desde el punto de vista de poner el acento en la dimensión económico política, productiva, de la mediación, frente a una tradición epistemológica que podríamos calificar de difusionista, informacional, o distributiva de la comunicación. La asunción de este desplazamiento o ruptura epistémica contribuiría por ejemplo a pensar la economía moral de la multitud, los procesos por ejemplo de resistencia, apropiación y adaptación creativa de las tecnologías de representación por las clases subalternas, como hoy se hace con los llamados medios sociales. En resumen, a partir de estos principios podemos proyectar una mirada otra de la comunicación, poco o insuficientemente explorada, y sobre todo un programa de investigación de infinitas posibilidades en el nuevo ecosistema informativo.

Con el capitalismo de las plataformas y de la llamada revolución digital, ¿ha surgido un nuevo paradigma, por decirlo con un término más que gastado, en el ámbito de la comunicación o incomunicación? ¿Nos comunicamos más o nos distanciamos más?

Como advierte Mattelart, el discurso de la nueva era, del advenimiento de la sociedad postindustrial, de la era cuaternaria, ha sido recurrente en el pensamiento conservador. De Daniel Bell a Manuel Castells, la visión tecnocentrista siempre ha revestido las utopías liberales. Cuando, en el fondo, estamos, como explicara Paul A. Baran, con una salida a la crisis de acumulación fordista, especialmente impulsada en la década gloriosa de los ochenta que es cuando se liberalizan con Reagan las telecomunicaciones y se acelera el proceso de concentración del sector multimedia. Estamos pues ante la cuarta revolución industrial pero no ante un nuevo paradigma, sino ante la modulación y adaptación del capitalismo a las nuevas condiciones de reproducción basada en la ciencia y la tecnología, ya anticipada por Marx en los Gründrisse y ampliamente documentada en la tradición marxista. Ello ha dado lugar a contradictorias dialécticas como la era del acceso –un sistema informativo por vez primera radicalmente descentralizado para la producción local con Internet– y un control de la red oligopólico y global, con una gobernanza privada y en manos de Estados Unidos, al tiempo que se intensifica la desinformación, por saturación o manipulación de la guerra psicológica, a lo Trump, y resulta posible un nuevo periodismo de investigación como demostró Wikileaks, por lo que se criminaliza el periodismo libre y se encarcela a Assange. Es decir, como en otras etapas de la historia de la comunicación, el poder hegemónico despliega formas de control y restricciones estructurales de la libertad informativa por medio de nuevos intermediarios y una política securitaria de control y videovigilancia que llega a criminalizar la protesta y el activismo digital, mientras siguen proliferando comunidades de autogestión en los pliegues del sistema. De manera que al tiempo que se produce el extrañamiento, el efecto burbuja y el aislamiento social y psicológico que describe Naomi Klein en La doctrina del shock, muy vigente hoy en golpes mediáticos como el de Bolivia, se producen procesos mancomunados de autogestión y apropiación social de las nuevas tecnologías y sistemas de información: de Oaxaca con los servicios comunitarios de telefonía en localidades indígenas a Anonymous, de los laboratorios ciudadanos al arte público en red o los medios ciudadanos que emergen a lo largo y ancho de nuestros países, ahora que los movimientos sociales han entendido que el centro de la disputa del sentido y el poder empieza por la política de la representación.

Sitúa usted a Manuel Castells entre los autores de mirada tecnocentrista. ¿No es extraño tratándose, como se trata, del Ministro de Universidades del gobierno PSOE-Unidas Podemos, asignado por una fuerza que se dice rupturista como En Comú Podem?

No es tan extraño si consideramos la brecha que se observa entre práctica teórica y compromiso político. No cuestiono su posición tanto en el 15M como en los debates e intervenciones en España. Si uno sigue sus columnas de opinión ha sido del todo congruente, dando apoyo explícito a Ada Colau, y asumiendo una posición socialmente comprometida en temas delicados, nada o poco habitual, por otra parte, en la academia. Otra cosa es su trabajo científico, en especial en Comunicación. Hoy Castells no tiene nada que ver con el sociólogo marxista que escribió sobre la cuestión urbana. La trilogía sobre la sociedad-red incide en lecturas tecnológicamente deterministas, que además parten del desconocimiento de aportes fundamentales de la tradición materialista como, en general, de la literatura especializada sobre la disciplina. El problema de todo ello es que, si se piensa desde el valle de silicio, se termina por perder de vista la realidad concreta y material. Y uno acaba publicando informes, como en el caso de Chile, que hace abstracción histórica del laboratorio criminal del neoliberalismo. De ahí, con esta suerte de esquizofrenia intelectual, la cuestionable propuesta de borrador del estatuto del profesorado en España, una reforma que, de aprobarse, incidirá aún más en la precariedad de la educación superior, dando otra vuelta de tuerca al modelo neoliberal que se ha impuesto con la LOU al tomar como referentes realidades que, dicho sea de paso, no solo en Chile, sino incluso en Estados Unidos, han demostrado ser un fracaso. En fin, lamento decir que el profesor Castells conoce poco y mal la realidad universitaria española y menos aún la comunicación como objeto de estudio, lo que no quita que valoremos su contribución a la Sociología y las Ciencias Sociales y, aunque seamos muy críticos con su obra, también a la comunicación.

Cuando hablamos de “cultura de masas”, ¿de qué estamos hablando exactamente? ¿Podemos hablar a día de hoy de “cultura obrera” o de “cultura popular”?

La concepción marxista de la cultura de masas es una lectura productiva y emancipadora del acceso de las clases subalterrnas a los bienes simbólicos, lamentablemente muy vituperada por ciertas lecturas restrictivas como las de la teoría crítica o desde el elitismo idealista por la supuesta mediatización degradante de la calidad cultural que introducen a partir de principios del pasado siglo las industrias culturales. Por ello vindicamos la lectura de Gramsci que Williams y la Escuela de Birmingham supieron apreciar al observar que, en todo producto mediático, el cine por ejemplo con la representación del cholo (de Chaplin a Cantinflas), tiene lugar una apropiación simbólica de la cultura popular. Diríamos que no hay cultura de masas sin cultura popular, pero no es posible identificar, sin más, como hoy se hace, la cultura de masas con la cultura popular. De la cultura pop a nuestros ideas ese mimetismo no es real sino figurado, pero nos encontramos en departamentos universitarios y en los propios medios con que la difusión, capilaridad y populismo mediático que empaquetan y distribuyen las celebridades por ejemplo, tienden a transformarse o ser presentados como la esencia de la cultura popular, un razonamiento absurdo cuando no malintencionado si uno observa que las nuevas generaciones ni consumen los medios de masas en el paso, como dice Ramonet, de los medios de masas a la masa de medios personalizados. Conviene, en fin, por lo mismo explorar los elementos de la cultura obrera y la cultura popular, la economía moral de la multitud, en los nuevos canales y procesos de hipermediatización que vivimos, no solo para comprender mejor ciertos fenómenos y dinámicas culturales, sino también para proyectar vías de intervención y cambio social en el campo de la comunicación y la cultura.

Hace usted varias referencias a Althusser y a la teoría de los AIE. ¿Nos puede hacer un resumen de esa teoría? ¿Tiene interés para la situación que estamos viviendo?

Sin duda, es de interés y, en cierto sentido, cobra plena vigencia en la actualidad. Pero se ha desestimado, quizás por razones más propias de la moda académica que del juicio fundado, el aporte de Althusser a la teoría marxista de los medios. Su contribución no solo fue hegemónica en Francia y Europa durante décadas, sino que condicionó buena parte del debate sobre el papel de los medios en América Latina. Con todas las reservas que su formulación sobre el papel de la ideología en la lucha de clases tiene para quienes nos reclamamos de la Comunicología de la Praxis, conviene advertir que su interpretación de la función del periodismo y los medios informativos, lejos de ser una caricatura de la función vectorial para la reproducción del capitalismo, adquiere pleno valor hoy día si observamos por ejemplo el tratamiento de la crisis financiera de 2008 en la prensa de referencia dominante, dentro y fuera de España, o cuando analizamos el tratamiento de las medidas de salud pública contra la pandemia, por no mencionar la legitimación del golpismo en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Ahora, más allá de Althusser, y de los aportes magistrales de Juan Carlos Rodríguez, cabe hacer otra lectura marxiana de la comunicación y la ideología en nuestro tiempo, creo que muy productiva y adecuada a la naturaleza volátil, dinámica y abierta de la cultura digital, sin menoscabo de algunas intuiciones relevantes actualmente en el caso específico del periodismo que es, en realidad, el que estaba pensando Althusser.

Me queda mil preguntas más pero no quiero abusar más de su tiempo y generosidad. Déjeme citar una de sus últimas reflexiones: “Sabemos que no hay conocimiento sin pasión, ni transformación sin deseo o afán de superación. La creación es vida en movimiento, imaginación liberada, producción sensible de lo común. Decir lo que se piensa, hacer lo que se quiere y vivir como se sueña. Este y no otro es el principio esperanza que anida en la voluntad de liberar la comunicología de la lógica de captura que cerca y amenaza con inanidad al trabajo académico” (p. 368). Hermoso homenaje a Bloch. Permítame una descortesía. También usted hace trabajo académico. ¿Siente usted también la amenaza de esa inanidad?

He de reconocerle que ese peligro lo vivimos a diario. La lógica de la calidad total y la mercantilización del sistema de ciencia y tecnología se ha traducido por un lado en mayor burocratización (hasta tenemos que medir las horas dedicadas, como si la creación intelectual se pudiera medir) e imposiciones de agendas, métodos y objetivos de investigación que son irrelevantes, pura redundancia, sin valor real en términos de pertinencia y relevancia. Por otra parte, la concepción mancomunada de la investigación está siendo liquidada. La nueva generación de investigadores ha de cumplir lo que les demandan y eso acentúa una lógica competitiva e individualista que mina toda vocación colectiva de investigación en común y de la propia posibilidad, en fin, de la academia. En este horizonte de conocimiento, la renuncia o el silencio, el aislamiento o la adaptación a una lógica administrativa de la práctica teórica se imponen como razón instrumental. En esta situación nos encontramos, y por ello, creo que hoy más que nunca hay que pensar en la coinvestigación y el trabajo académico militante al margen del circuito, exigencias y condiciones del sistema formal de ciencia y tecnología en la que difícilmente se puede hablar, pensar y decir lo necesario y lo posible. En eso estamos, de funambulistas de la Comunicología. Nada fácil, créame.

¿Quiere añadir algo más?

Nada más. Agradecer la entrevista y animaros a continuar la encomiable labor editorial de El Viejo Topo, uno de los pocos espacios de pensamiento emancipador y contracultura que tenemos en España. Estos días se cumplen noventa años de Mundo Obrero. Proseguir con esta tarea no es algo menor. Es todo un reto prometeico, considerando el contexto cultural en el que nos encontramos. Mi más sincera enhorabuena. Disfruto como lector todos los meses y ojalá podamos imaginar un salto al audiovisual de este proyecto único en España. AVANTI.

Nota: Una versión parcial de esta entrevista se publicó en El Viejo Topo de septiembre de 2021.

Entrevista a S. Béroud y K. Yon

¿Cómo reconstruir los contrapoderes sindicales?

Por Alexis Cukier | 29/10/2021 | Economía

Fuentes: Viento Sur

 [Ofensivas de las fuerzas neoliberales y antisindicales, avances de la extrema derecha y del confusionismo, nuevas formas de movilización que ponen en tela de juicio el repertorio tradicional de acción del sindicalismo, dificultades organizativas en el momento de la pandemia, etc. Esta entrevista con Sophie Béroud y Karel Yon propone examinar estas fuerzas, amenazas y problemas a los que debe enfrentarse el sindicalismo.  Hemos concebido esta entrevista, en el marco del libro recientemente publicado coescrito por Sophie Béroud (En lutte! Les possibles d’un syndicalisme de contestation, Raison d’agir, 2021-), y un artículo de Karel Yon publicado en mayo de 2020 en Contretemps (“Le syndicalisme, la retraite et les grèves”) – a raíz de la violencia antisindical que tuvo lugar durante la manifestación del 1º de mayo de 2021 en París. Y lo hemos constatado cuando se acerca la fecha de la movilización sindical y de organizaciones juveniles del 5 de octubre (la entrevista se realizó antes del 5 de octubre, ndt). Mientras tanto, se han desarrollado las movilizaciones contra el pasaporte sanitario, que han cristalizado algunas de las dificultades del período para el sindicalismo de clase y el movimiento obrero.]

Alexis Cukier: Entre las cuestiones puestas en juego en estas fechas (1º de mayo y 5 de octubre, 2021), no están las de la evolución de las formas y prácticas de las manifestaciones. Desde 2016, entre manifestantes sindicados/as, autónomos o chalecos amarillos se ha hablado mucho de los grupos, cortejos, que se sitúan a la cabeza de las mismas [normalmente sectores en lucha o radicalizados, que escapan al control de las organizaciones convocantes, aunque en ella participen gente afiliada a esos sindicatos], así como de los acuerdos y desencuentros tácticos frente a la represión policial y de la nueva generalización de ciertas técnicas para mantener el orden (por ejemplo el cercamiento policial de las manifestaciones). ¿Creéis que hay algo nuevo, duradero e importante ahí? 

También ha habido mucho debate, dentro del movimiento de los chalecos amarillos y en el exterior del mismo, y más tarde, durante las movilizaciones del invierno de 2019, sobre la efectividad o no de las manifestaciones, su relación con las reivindicaciones, la huelga, el motín. … ¿Qué opináis de estos debates sobre las transformaciones y el futuro de las manifestaciones? 

Karel Yon: Creo que el fenómeno de los cortejos que se sitúan a la cabeza de las manifestaciones refleja una relación más fluida y menos cautiva entre asalariadas/os y sindicatos, más que una ruptura. Expresa desconfianza en la delegación, más que en la representación sindical per se, basta con ver el número de miembros del sindicato que se encuentran allí. Para mí, es un fenómeno que, junto a otros: desde Nuit debout, de la que en parte emergió la práctica de esos grupos que se sitúan a la cabeza, hasta los chalecos amarillos, pasando por las huelgas feministas, atestigua que en las movilizaciones que tratan temas (el derecho del trabajo, las pensiones, los salarios, etc.) que anteriormente se consideraba que estaban en la jurisdicción exclusiva del movimiento obrero

[sindicatos]

, ahora éste debe lidiar con otras fuerzas.

Ello es a la vez una muestra del debilitamiento del sindicalismo, lo que es lamentable, y también de la pluralización de las representaciones de la clase trabajadora, lo que es más bien una buena noticia en relación con algunas carencias de las organizaciones sindicales.

Otros fenómenos son más anecdóticos, pero, no obstante, siguen siendo preocupantes. Estoy pensando en la agresión del cortejo de la CGT durante el 1º de mayo. De acuerdo con lo que acabo de decir, no creo que exprese una desconfianza latente. En mi opinión, se trata de una operación política de facciones muy minoritarias pero que, en el ambiente de confusión de las manifestaciones, han logrado transformar esa distancia en abierta hostilidad. Cuando hablo de confusión, pienso tanto en la confusión militante provocada por la actitud de la policía como en la confusión ideológica; pero, sin duda, tendremos  oportunidad de volver a hablar de ello en relación con las manifestaciones anti-pasaporte/anti-vacuna…

Volviendo al futuro de las manifestaciones, me parece que lo que está en crisis es menos la manifestación en sí misma que la ilusión de su autosuficiencia. Es una crisis que se remonta a mucho tiempo atrás, al Juppethon de 1995 [movilización contra la reforma de las pensiones y la Seguridad Social impulsada por Alain Juppé que dió inicio a un nuevo ciclo de movilizaciones en Francia], pero que se ha agravado bajo la presión de la represión de las manifestaciones y el agravamiento de las políticas neoliberales desde la crisis financiera de 2007-2008. Esto plantea la cuestión práctica de la construcción de una relación de fuerzas eficaz, de la renovación del repertorio de protesta (con la cuestión del recurso a los bloqueos), de las condiciones de redinamización de la acción huelguística, pero también de los resortes políticos del poder sindical.

Sophie Béroud: Para ampliar este último punto, me parece que el aumento de la represión policial así como las tensiones dentro de las manifestaciones plantea un problema central para los sindicatos: el de lograr que los sectores más alejados [del sindicalismo] se involucren en este tipo de protestas. El miedo a quedar atrapado en interacciones violentas puede disuadir a un cierto número de asalariados/as a unirse a los cortejos. Se me puede replicar que muchos de los y las participantes en los chalecos amarillos fueron nunca antes se habían manifestado. Eso es cierto y precisamente prueba lo mucho que les marcó el enfrentamiento con la policía.

Como recordaba Karel, la jornada de acción centrada en las manifestaciones en todo el territorio nacional se ha consolidado como el elemento central del repertorio de acción sindical desde 1995. Si este elemento cada vez es más difícil de manejar y aporta menos que antes a la extensión de la movilización, uno de los riesgos es privilegiar las acciones que puedan ser más efectivas en términos de bloqueo de la economía, pero que son llevadas a cabo, sobre todo, por grupos de militantes que ya están convencidos. Existe, por tanto, una cierta urgencia no solo de lograr redesplegar manifestaciones más festivas, sino también de pensar en métodos más variados para implicarse en las luchas sociales (como se hizo, además, durante el movimiento contra la reforma de las pensiones con las flash-mobs Rosie la riveteuse).

Alexis Cukier: Vayamos a las dificultades más generales a las que se enfrenta hoy el sindicalismo en Francia. En este sentido, generalmente mencionamos estas grandes tendencias: transformaciones en la organización y división del trabajo, desmantelamiento del derecho del trabajo y generalización de las políticas antisindicales, declive generalizado del movimiento obrero y del campo de la emancipación social en Europa, emergencia de nuevas prácticas llevadas a cabo por nuevos actores y actrices en el seno del movimiento social. 

Mis investigaciones sobre la relación entre trabajo y democracia, pero también mi experiencia sindical y militante, me impulsa a insistir en otro factor, sobre el que también habéis arrojado luz en vuestras respectivas investigaciones: la dificultad de democratizar la actividad, la organización, la división del trabajo sindical. Así, en torno a lo que a veces se denomina “enfoque trabajo”, se trata de acabar con la concepción delegataria del sindicalismo, según la cual el sindicalista recoge las quejas, las transforma en reivindicaciones y negocia con la patronal en lugar de los trabajadores y trabajadoras. Pero, sobre el terreno, a menudo es muy difícil desafiar y reemplazar estas prácticas delegadas y aportar una nueva cultura política, heredera de los movimientos sociales post-2008, más horizontal y autogestionaria. ¿Cómo analizáis, en general, estos problemas del sindicalismo contemporáneo en general y, más en particular, la cuestión de la democratización del trabajo sindical? 

Karel Yon: Me parece que la forma en que planteas el problema es la correcta: pensar en términos de división sindical del trabajo es darse los medios para generar una mirada materialista a las condiciones de la actividad sindical, lo que significa varias cosas. Primero, nos permite entender que el problema del sindicalismo no es tanto el de una cultura delegataria como el de las condiciones materiales que, por un lado, fomentan esta relación social delegataria y, por otro, obstaculizan una práctica más colectiva y democrática.

Son todas las transformaciones institucionales las que consolidan la práctica del trabajo sindical, así como la de los profesionales del diálogo social, mientras los apoyos a una práctica sindical inclusiva tienden a declinar. La fusión de todos los órganos de representación de los trabajadores en el Comité Social y Económico (CSE), siguiendo las Ordenanzas de 2017, resume bien estas dos tendencias, ya que concentra las responsabilidades sindicales y, a su vez, reduce el derecho sindical y los recursos a disposición de los militantes.

En contra de estas tendencias, abogo por la institución de un derecho sindical interprofesional y en particular de un mandato de organizador/a sindical, que reconozca y valore el saber hacer militante de movilización y organización colectivas[1]. Es una propuesta que me ha inspirado las experiencias de organizing que lleva a cabo el ReAct que estudio, y que concibo no como un conocimiento militante que vendría a ser abordado desde el exterior sobre las situaciones de trabajo, sino como un medio de atraer la atención sobre lo que llamo el trabajo sindical reproductivo necesario para la producción de la acción sindical[2].

Continuando con esta reflexión, la otra ventaja de un enfoque en términos de división del trabajo es que nos interpela sobre la división sexual  del trabajo sindical. Sigue existiendo una tendencia a denigrar todo lo que precisamente se relaciona con el manejo y tratamiento de las reclamaciones, que se califican como sindicalismo de servicios. Este trabajo, que se percibe como menos noble que el trabajo de negociación o el de conflicto, es mayoritariamente realizado por mujeres. Esta es a menudo la primera forma de encuentro entre las y los trabajadoras/es, especialmente los más precarios, y los sindicatos. Y dado el estado del mundo del trabajo, de las condiciones laborales y del empleo, ¡no es probable que eso cambie de inmediato! Sin embargo, como ha demostrado claramente el trabajo reciente de jóvenes colegas, este tipo de trabajo sindical puede ser un vehículo importante para politizar la relación con el trabajo[3].

El último desafío de este enfoque en términos de división sindical del trabajo es que nos permite entender la actividad sindical como una configuración de la acción colectiva, un mundo del trabajo sindical que no puede reducirse a los sindicatos tradicionales, sino que involucra a otros actores individuales y colectivos: IRP [inspectores], expertos y expertas, abogadas, asociaciones y organizaciones para-sindicales y, por supuesto, a todas las trabajadores y trabajadores que no están sindicados… Pensar la actividad sindical en esta escala evita reducir la cuestión de la democracia sindical a la del funcionamiento interno de los sindicatos. La democracia en el seno de los sindicatos depende de las relaciones que los sindicalistas oficiales forjen con esta multitud de actores, y sólo en esta escala se puede vislumbrar un verdadero funcionamiento democrático.

Sophie Béroud: Comparto completamente este marco analítico. La transformación de los órganos de representación en el sector privado, con la constitución de los CSE y, en determinados casos, cuando los acuerdos lo prevean, de representantes de proximidad, empobrece aún más la labor de representación para la que algunos y algunas asalariados aceptan comprometerse. Se encuentran sentados en reuniones muy técnicas y muy largas, alejados de la realidad concreta de su trabajo, sin tener tiempo para estar en contacto con sus compañeros y compañeras. Este es también el caso de los representantes locales, que en ocasiones se encuentran muy aislados, a los que el empleador ha concedido muy pocos recursos. También genera trayectorias de desvinculación muy rápida de los mandatos.

En varias empresas sobre las que he investigado recientemente, el número de electos y electas del CSE se ha reducido, la lista de titulares y suplentes casi se ha agotado en dos años. Es muy difícil implementar formas de democracia sindical, entendidas como espacios abiertos de participación y deliberación, cuando los sistemas institucionales de representación en los centros de trabajo no solo aíslan a las y los electos sino que los agotan. Así pues, podemos ver claramente la urgencia de que los sindicatos se liberen de este corsé institucional que enmarca y reduce su rol para crear espacios autónomos de discusión y participación.

Alexis Cukier: Estas dificultades parecen haberse incrementado durante la pandemia, con el confinamiento, la escolarización a domicilio y el teletrabajo, el estado de emergencia sanitaria, las políticas sanitarias muy verticales sin posibilidad de intervención de los y las asalariados. Es la instrumentalización de esta situación por parte de las jerarquías de las empresas y de la función pública, y también el hecho de que el excedente de trabajo, los riesgos y esfuerzos se concentraran en las mujeres, las personas racializadas, las más precarias. Podríamos haber esperado, en la primavera de 2020, que hubiera derechos de abandonar el puesto de trabajo [posibilidad de las y los trabajadores de abandonar el trabajo cuando exista un peligro grave e inminente para su vida o su salud, ndt], derechos de alerta, por ejemplo; pero al final es bastante lógico que lamentablemente no haya sido así… ¿Disponéis de alguna investigación u observación sobre las dificultades específicas del sindicalismo en tiempos de pandemia?

Sophie Béroud: Sería importante contar con datos precisos sobre lo que sucedió durante el primer confinamiento, porque las encuestas de campo realizadas en las empresas muestran que, no obstante, los y las asalariados utilizaron con frecuencia los derechos individuales de abandono del trabajo y de alerta. Esto, especialmente desde que las CHSCT  [comité de higiene, seguridad y condiciones laborales] acababan de desaparecer y las Comisiones Salud, Seguridad y Condiciones de Trabajo (CSSCT), cuando existen, no siempre han encontrado un lugar real en los CSE. A veces, para las asalariadas y asalariados el derecho de desistimiento han sido la única solución disponible

Este período del primer confinamiento fue muy interesante porque allí se planteó con fuerza la cuestión de las actividades esenciales y, por tanto, las preguntas planteadas por las y los asalariados sobre los productos fabricados y la forma de producirlos. Estas preguntas se formularon en ocasiones en desacuerdo con los sindicatos, aunque organizaciones como la CGT o Solidaires hicieron de la protección de la salud una prioridad muy clara.

En una empresa de un sector de alta tecnología en pleno auge, sobre la que estoy realizando un estudio, por ejemplo, las y los asalariados plantearon su derecho a abandonar el puesto mientras que los sindicatos, por muy combativos que fueran, tenían más en cuenta la situación de la empresa en un contexto de un mercado muy competitivo y no tenían previsto detener la producción. Así, el primer confinamiento no sólo permitió arrojar luz sobre la utilidad social de los llamados oficios de primera y segunda línea y mostrar la paradoja de su devaluación social, sino también renovar el significado del trabajo.

En la primavera de 2020, quizás hubo un espacio abierto para hacer entender a escala masiva otro discurso, para subrayar la necesidad de reforzar y redesplegar los servicios públicos, pero también se mostró hasta qué  punto nuestra sociedad está marcada por una división de género y una racialización del trabajo. Como sabemos, los trabajos de segunda línea, desde las cajeras hasta las auxiliares domiciliarias, son trabajos predominantemente femeninos y precarios. En las semanas que siguieron, los sindicatos se esforzaron por plantear las cuestiones de la mejora social de estas profesiones, en particular al estar muy movilizados por la Seguridad de la salud.

Pero, precisamente, si bien se trataba de no ceñirse a una lógica de compensación económica para obtener medidas más estructurales, este hilo de protesta se perdió un poco, ahogado por la irrupción de otros temas. Los sindicatos tuvieron que posicionarse sobre el teletrabajo, los primeros planes de despidos colectivos, etc. Esta multiplicación de temas de intervención, impuesta por el contexto, ha servido, me parece, para una estrategia discursiva más unificada que podría haber sido en cierto modo contrahegemónica en relación a las políticas neoliberales y centrada en las opciones fundamentales de sociedad.

Karel Yon: Por mi parte, yo me fijé más bien en lo que estaba sucediendo en los restaurantes comerciales y de comida rápida en el momento del primer confinamiento. En ese momento fue muy publicado el caso de una franquicia de McDonald’s en la región de Tours, el único que mantuvo abiertos sus restaurantes[4]. Trabajadores y trabajadoras de varios restaurantes se movilizaron para intentar cerrarlos haciendo valer colectivamente su derecho abandonar el puesto de trabajo, a pesar de la desinformación e intimidación por parte del empleador. Este es un caso interesante, porque inicialmente estas personas actuaron solas, y fue la publicidad de este enfrentamiento en las redes sociales lo que les permitió obtener el apoyo sindical. Esto demuestra que más allá de los casos publicitados de grandes empresas como Renault o Amazon, puede haber formas de movilización más o menos autónomas en pequeños establecimientos, que han pasado desapercibidos por falta de infraestructura sindical que les haga eco[5].

Además, es interesante la observación de Sophie sobre la brecha entre los y las asalariadas favorables al derecho abandonar el puesto de trabajo y sus representantes sindicales, que temían las consecuencias económicas [para la empresa], porque por mi parte, en el momento del primer desconfinamiento, me enfrenté a la situación inversa: en otro establecimiento de comida rápida que estudié, ¡era el representante sindical quien estaba frenando la recuperación mientras las y los asalariados querían volver al trabajo! Refleja las dificultades de este período, la alineación de preocupaciones sanitarias y económicas que no era evidente, las diferencias en la experiencia del confinamiento según las edades y la situación material de las y los trabajadores…

Dicho esto, la crisis sanitaria también pudo haber sido la ocasión de una mayor visibilidad de los sindicatos que supieron apoderarse de las redes sociales. Me refiero al caso de un gran minorista donde el sindicato más activo en las redes sociales pasó de 5.000 a 10.000 suscriptores en su página corporativa de Facebook, porque fue el único que brindó información actualizada sobre las consecuencias del confinamiento y las condiciones de desempleo parcial, por ejemplo. Ello no sustituye a la implantación sobre el terreno, pero en determinados casos podría prepararlo. Muchos sindicalistas evocaron un cambio de actitud de los y las asalariados hacia ellos, una necesidad de información, una mayor escucha.

Alexis Cukier: Y luego surgió el movimiento contra el pasaporte sanitario, que ha dividido a toda la izquierda y al movimiento obrero, dificultando tomar una posición: ¿cómo hacer que la gente entienda, escuche, defienda que se está a la vez a favor de la vacunación y contra el pasaporte sanitario y lo que éste contiene de amenazas y nuevos retrocesos para los derechos de las y los trabajadores? 

Hemos observado discrepancias entre las posiciones de las centrales sindicales y algunos sindicatos e incluso federaciones (por ejemplo, CGT Santé action sociale y Sud santé sociaux); también entre diferentes ciudades con manifestaciones a veces francamente de extrema derecha que a veces también incluyen una fracción no política no insignificante de sindicalistas, y evoluciones en el tiempo, como en Orleans, donde Solidaires convocó (junto con otras organizaciones de izquierda y antifascistas) a manifestaciones distintas de las que se habían desarrollado inicialmente. 

¿Cómo analizáis los debates y las posiciones tomadas en el seno del sindicalismo en relación a este movimiento contra el pasaporte sanitario? También aquí se puede hablar de confusión política, del avance de la extrema derecha, del retroceso del movimiento obrero, pero ¿no es esta movilización contra el pasaporte sanitario también el signo de una cierta impotencia de los sindicatos para avanzar reivindicaciones claras (por ejemplo, vacunación para todos, levantamiento de las patentes, pero también propuestas de democracia sanitaria tanto en las empresas como en las ciudades) y audibles a gran escala desde el inicio de la pandemia?

Sophie Béroud: La imposición del pasaporte sanitario en algunos sectores podría ser vista por un cierto número de trabajadores/as y sindicalistas como una doble provocación por parte del gobierno. En primer lugar, el hecho de apuntar fuertemente a determinadas profesiones, en particular la salud, pero no solo -como se ha visto con los bomberos- que un año antes se presentaban como heroicas porque permanecían en el lugar de trabajo a pesar de los riesgos de contagio y, en segundo lugar, el intento de transformar el despido en una herramienta de política pública para regular la crisis sanitaria.

Creo que hay que agrupar todos estos elementos para comprender la hostilidad generalizada en las filas sindicales contra esta nueva medida, hostilidad que ha llevado a direcciones sindicales como la de la CGT a apoyar este rechazo a la vacunación obligatoria. Esta medida es parte de un proceso continuo de reducción de las libertades públicas y, no lo olvidemos, una de las raras movilizaciones que tuvo un poco de amplitud durante la crisis fue la que tuvo lugar contra la ley de seguridad global en el otoño de 2020.

También muestra toda la hipocresía de un gobierno que, sin embargo, estaba dispuesto a crear una nueva causa de despido mientras las pérdidas de puestos de trabajo eran masivas -con una situación que se acerca a la crisis de 2008- y todo el desprecio social que siguen mostrando los máximos dirigentes políticos. Por tanto, son muchas las razones para el descontento que han alimentado huelgas localizadas.

Encontrar a colectivos de chalecos amarillos que se han mantenido en el tiempo, a pesar de muchas dificultades, en las primeras manifestaciones contra el pasaporte sanitario no fue para asustar a los militantes sindicales que han recorrido un largo camino en relación con los chalecos amarillos, que han podido asistir localmente en la primavera de 2019 y luego durante la movilización contra la reforma de las pensiones del invierno 2019-20. Sin embargo, lo que diferencia a estas movilizaciones del movimiento de los chalecos amarillos es que los grupos de extrema derecha se han mantenido en las manifestaciones, en las que han tomado un lugar cada vez más importante, logrando influir en las consignas, en los símbolos, etc. Es un poco el movimiento inverso de lo que había sucedido con los chalecos amarillos donde, por el contrario, la infiltración liderada por la extrema derecha se había reducido poco a poco a lo largo de las semanas, también a medida que se establecían conexiones con las y los militantes sindicales. Esto muestra, como dices, que hay círculos de extrema derecha más organizados en relación a este tipo de protestas y que también han aprendido, por su parte, del movimiento de los chalecos amarillos.

Karel Yon: Voy a ser prudente en esta cuestión, porque ya no estaba en Francia cuando comenzó el movimiento y desde entonces lo he seguido desde la distancia y con mucha cautela. Entiendo por supuesto la rabia de las y los asalariados, y en primer lugar de las enfermeras que, después de tener que soportar la dilación, los errores y las mentiras del gobierno, la falta de medios a lo largo de la crisis sanitaria, de repente fueron tratadas como irresponsables y merecedores del palo, aunque los verdaderos oponentes a la vacunación son una minoría. También escucho a los oponentes al pasaporte sanitario que denuncian una nueva restricción de libertades. Pero en el contexto de una nueva ola epidémica con una variante a la vez más contagiosa y peligrosa, se necesitaba una política de salud pública que acelerara la vacunación y controlara la circulación del virus. Y tenía que hacerse tanto a nivel nacional como internacional. El método punitivo del gobierno era la peor forma de hacerlo, pero me parece que las movilizaciones que se desplegaron para oponerse a él, al mantener la confusión entre oposición al pasaporte sanitario y a la vacunación, no podían ser vistas más que como fuerzas que obstaculizaban el logro de estos objetivos fundamentales de salud pública.

Alexis Cukier: En los círculos militantes hay mucha expectativa con respecto al paro y la jornada de movilización en defensa del salario, el empleo, las condiciones de trabajo y  el estudio que se llevará a cabo el 5 de octubre, convocada por la CGT, FO , FSU y Solidaires junto con organizaciones juveniles. En ella se plantea el vínculo entre las políticas sociales y sanitarias del gobierno; la intersindical indica que las organizaciones “se oponen a que la situación sanitaria sea utilizada por el gobierno y la patronal para acelerar el cuestionamiento de los derechos y conquistas de los trabajadores/as y de los jóvenes

¿Se puede ver en esto un intento de recuperar el control de la oposición al pasaporte sanitario integrándolo en las reivindicaciones y posiciones clásicas del movimiento obrero? Después de un año y medio de crisis sanitaria, social y política, y el escaso impacto de la movilización contra el seguro de desempleo antes del verano, ¿cómo percibís los retos de esta movilización del 5 de octubre y del período pre-electoral que se abre? 

Sophie Béroud: El 5 de octubre es sin duda una importante iniciativa que se apoya en una intersindical extendida a las organizaciones juveniles, que puede contribuir a su éxito en un contexto de mayor precariedad de las y los estudiantes pero también de desestabilización de estos últimos ante un mayor proceso de selección en la universidad (a la entrada con Parcoursup, pero también en Master). La movilización también puede ser fuerte en los servicios públicos por el mantenimiento de las políticas de austeridad pero también por los grandes cambios que allí se están produciendo, a raíz de la ley de transformación de la función pública.

A esto se suma, por supuesto, el enfado acumulado por la obligatoriedas del pasaporte sanitario. Sin embargo, creo que esta jornada de acción hay que verla, sobre todo, como un encuentro militante que apunta sobre todo a removilizar a quienes ya están comprometidos a nivel sindical, para reinyectar de cierta forma un poco de combustible militante. Varias organizaciones sindicales están inmersas en la preparación de su congreso, la Unión Syndicale Solidaires lo acaba de realizar, el de la CGT se pospuso en 2023, pero internamente está en la mente de todas. En este contexto, es importante mostrar que se está movilizado, que se está tratando de construir una relación de fuerzas.

Sin embargo, existen varias dificultades, cuyo impacto deberá medirse en la jornada de acción. Uno de ellos es el hecho de llamar en base a un conjunto de motivos de descontento y no en oposición a un proyecto de ley específico (las intenciones del gobierno sobre la reforma de las pensiones no están del todo aclaradas)… Establecer una valoración crítica y transversal de la situación social y un llamamiento a movilizarse por aumentos salariales, etc., constituye un planteamiento original y ofensivo por parte de los sindicatos. Pero siempre es más complicado tener un registro de propuestas y lograr imponer un calendario autónomo, diferente al calendario impuesto por el gobierno y esto incluso cuando entramos en la precampaña para las elecciones presidenciales. Otra dificultad surge de las condiciones para recibir este llamamiento a la movilización por parte de las y los asalariados, especialmente en el sector privado. Este período de regreso está marcado por una especie de retorno a la normalidad que no es total, el teletrabajo se ha reducido mucho, se han reanudado las reuniones presenciales, pero también los viajes domicilio/trabajo. Para muchos asalariados y asalariadas, hay que volver a acostumbrarse a las condiciones de lo presencial en un contexto que aún sigue siendo incierto…

Karel Yon: Estoy totalmente de acuerdo con la evaluación matizada de Sophie. Solo podemos alegrarnos de la existencia de este llamamiento sin dejar de ser cautelosos sobre su posible alcance. La multiplicidad de reivindicaciones, el contexto de la vuelta post-vacacional y el hecho de que parte del movimiento sindical permanezca al margen no facilitan la movilización. Tampoco estoy seguro de que este día permita que el sindicalismo recupere el control de la oposición al pasaporte sanitario. Es un llamamiento a la movilización durante la semana, que hablará sobre todo a militantes y sectores acostumbrados a las jornadas sindicales. No a quienes se manifiestan los sábados. Ya hemos observado este tipo de discrepancia durante las movilizaciones de los chalecos amarillos. Especialmente permite que el sindicalismo ocupe su sitio.

Alexis Cukier: Finalmente, ¿cómo resumiríais los desafíos del sindicalismo en el próximo período? Después de los chalecos amarillos, cuando el neoliberalismo se hace cada más autoritario, frente a la extrema derecha, el confusionismo y la fascistización de la sociedad, para construir convergencias con la nueva generación de movimientos ambientalistas, feministas y antirracistas, ¿qué pensáis que puede hacer el movimiento sindical en los próximos años? 

Karel Yon: Creo que hay una doble apuesta para el sindicalismo, organizativa y política, que resumo en la idea del movimiento sindical como partido del trabajo. Pero para no dar la impresión de divagar[6], insistiré en un solo punto, el de la reconstrucción de una capacidad representativa que permita al movimiento sindical hacerse cargo de los intereses del mundo del trabajo en toda su diversidad, no solo de las y los obreros ni de los que aún se benefician de la plenitud del estatuto salarial. En mi opinión, esto significa adoptar políticas reales de sindicación y desarrollo, que vayan al encuentro y estén a la escucha a de las trabajadoras y trabajadores en su diversidad, y en particular de las y los más precarios. Como las políticas de organizing que he mencionado anteriormente.

Pero para eso debemos reconocer que todo el trabajo militante de prospección, de encuentro, de conexión con las y los asalariados, ¡requiere tiempo y dinero! Esto es lo que llamo trabajo sindical reproductivo, porque encuentro esclarecedora la analogía con la noción feminista-materialista de reproducción social: para que haya acción sindical productiva, en el sentido de producir resultados de protesta, debemos comenzar por producir y mantener a colectivos que apoyen esta acción. Sin embargo, muchas veces este trabajo militante no se toma lo suficientemente en serio, se considera como algo informal, que se puede aprender en el tajo, que no podría ser formalizado ni siquiera un mínimo y gestionado colectivamente.

Tengo la impresión de que la indiferencia hacia este trabajo militante invisible, referido a cualidades innatas, se basa en ocasiones en un sindicalismo más bien masculinizado que reduce el trabajo sindical a sus escenarios más visibles, como la mesa de negociación, el piquete de huelga, o la tribuna de mitin.

Sophie Béroud: Lo que plantea Karel como elementos de reflexión sobre esta capacidad representativa de los sindicatos es realmente muy estimulante. En relación con su análisis, me parece también que una de las cuestiones a las que se enfrentan los sindicatos consiste en vincular más estrechamente lo que se juega en la esfera del trabajo con lo de fuera del trabajo, precisamente en relación con las condiciones de la reproducción social. Esta articulación entre las dos -con énfasis en las dificultades materiales relacionadas con la vida diaria, la vivienda, el transporte, etc.- estuvo en el corazón del movimiento de los chalecos amarillos, que fue abrumadoramente una movilización de las trabajadoras y trabajadores pobres.

También encontramos un entrelazamiento muy estrecho de estas dimensiones (laboral y no laboral) en los sindicatos de privados de empleo y precarios en la CGT o Solidaires, que está empujando a los militantes de las uniones locales a realizar acciones de recuperación de viviendas vacías, sobre transporte gratuito, etc. Los temas son similares, excepto que los sindicatos para los privados de empleo y precarios tienen más probabilidades de encontrarse en áreas urbanas, mientras que los chalecos amarillos dan testimonio de experiencias vividas en espacios semiurbanos. Por supuesto, los sindicatos siempre han desarrollado acciones para ampliar sus demandas a las condiciones de vida de las y los trabajadores (en particular mediante la creación de asociaciones de consumidores/as, sobre vivienda, etc.) Pero me parece que se debe ir mucho más lejos porque también es una forma de estar más en contacto con los componentes más populares del mundo del trabajo.

Para ser clara, obviamente no se trata de abandonar la acción reivindicativa en los lugares de trabajo, que sigue siendo fundamental para los sindicatos, sino de lograr que el sindicalismo forme parte de la vida cotidiana de las clases trabajadoras y de poder alcanzar a esas fracciones de trabajadores/as precarios que son asalariados en empresas franquiciadas o en pymes subcontratadas, en sectores de actividad con escasa presencia sindical, o a trabajadoras/es desplazados a los márgenes de la clase asalariada, como las y los autónomos, etc.

Una iniciativa como “Plus jamais ça!

[iniciativa unitaria surgida durante la pandemia contra las políticas
gubernamentales, que impulsa iniciativas diversas]

interesante porque inscribe a los sindicatos que participan en ella en otras redes de militantes, les da otra visibilidad y contribuye al surgimiento de propuestas alternativas articulando lo que está en juego el fin de mes con las cuestiones de fin del mundo. Pero todavía hay mucho por hacer en los círculos militantes ya implantados, aunque sin duda afecta más a las generaciones más jóvenes. Sin duda, sería importante fortalecer también las iniciativas transversales con grupos formados en barrios populares sobre temas como la vivencia diaria de las discriminaciones.

Notas:

[1] Karel Yon, “Renforcer les moyens d’action du syndicalisme pour garantir une citoyenneté sociale effective”.

[2] Marielle Benchehboune, Balayons les abus. Expérience d’organisation syndicale dans le nettoyage, Syllepse, 2020.

[3] Véanse por ejemplo los trabajos de Saphia Doumenc (ver “Anarchosyndicalisme et nettoyage: l’improbable politisation de la lutte par le recours juridique”) y de Angelo Moro (ver “Un métier syndical au féminin ? Rôles et pratiques des déléguées ouvrières dans une usine mixte”.

[4] Ver Quentin Muller, “12 MacDonald’s n’ont jamais fermé et ont mis en danger employés et clients”, Streetpress.

[5] Karel Yon, Antoine, asalariado de McDonald’s e Irvin Violette, “Pourquoi pas nous? Récit d’une grève passée sous les radars/ Entretien avec Antoine, salarié McDonald’s”, Mouvements, 2020.

[6] Ver Karel Yon, “Le syndicalisme, la retraite et les grèves”, Contretemps, 2020.

Texto original: https://www.contretemps.eu/syndicalisme-france-cgt-solidaires-entretien-beroud-yon/

Traducción: viento sur

Las veinte horas de Graham Greene en La Habana

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

18 ENE 1983 – 18:00 ECT

Graham Greene ha hecho en La Habana una escala de veinte horas, a la cual le han dado toda clase de interpretaciones los corresponsales locales de la Prensa extranjera. No era para menos: llegó en un avión ejecutivo del Gobierno de Nicaragua acompañado por José de Jesús Martínez, un poeta y profesor de matemáticas panameño que fue uno de los hombres más cercanos al general Omar Torrijos, y fueron recibidos en el aeropuerto por funcionarios del protocolo dentro de la mayor discreción, de modo que ningún periodista se enteró de esa visita sino después de que había terminado. Fueron conducidos a una casa de visitantes distinguidos reservada, en general, para los jefes de Estado de países amigos, y pusieron a su disposición un solemne Mercedes Benz negro de los que sólo se usaron durante la sexta reunión cumbre de los países no alineados, hace cuatro años. No lo necesitaban, en realidad, pues no salieron de la casa, donde los visitaron algunos viejos amigos cubanos, que se enteraron de la noticia porque el mismo escritor la hizo saber. El pintor René Portacerrero, que es su amigo desde los tiempos en que Graham Greene pasó por aquí para estudiar el ambiente de Nuestro hombre en La Habana, recibió el recado demasiado tarde y cuando llegó a la visita el escritor ya se había marchado por donde vino. Apenas si comió una vez en aquellas veinte horas, picando un poco de todo como un pajarito mojado, pero se tomó en la mesa una botella de buen vino tinto español y durante su estancia fugaz se consumieron en la casa seis botellas de whisky. Cuando se fue, nos dejó la rara impresión de que ni él mismo supo a qué vino, como sólo podría ocurrirle a uno de esos personajes de sus novelas, atormentados por la incertidumbre de Dios.Pasé por su casa dos horas después de la llegada, porque me hizo llamar por teléfono tan pronto como supo que estaba en la ciudad, y esto me produjo una muy grande alegría, no sólo por la antigua e inagotable admiración que le tengo como escritor y como ser humano, sino porque habían pasado muchos años desde la última vez en que nos vimos. Había sido -como él mismo lo recordaba- cuando ambos viajamos a Washington en la delegación panameña a la firma de, los tratados del canal. Algunos periódicos especularon entonces que la invitación había sido una maniobra de Torrijos para adornar su delegación con los nombres de dos escritores famosos que nada tenían que ver con aquella fiesta. En realidad, ambos habíamos tenido que ver con las negociaciones del tratado mucho más de lo que suponía la Prensa, pero no fue ni por aquello ni por esto por lo que el general Torrijos nos invitó a acompañarlo a Washington, sino porque no pudo resistir a la tentación de hacerle una burla cordial a su amigo el presidente Jimmy Carter. El caso es que a Graham Greene y a mí -como a tantos otros escritores y artistas de este mundo- se nos tiene prohibida la entrada a Estados Unidos desde hace muchos años por razones que ni los propios presidentes han podido explicar nunca, y el general Torrijos se había empeñado en resolvernos el problema. Les planteó el asunto a muchos de los funcionarios de alto rango que lo visitaron por aquellos tiempos, y por último lo llevó hasta el propio presidente Carter, quien le manifestó su sorpresa y prometió resolverlo a la mayor brevedad, pero se le acabó el tiempo de su poder antes de dar una respuesta. Cuando estaba integrando la delegación para ir a Washington, a Torrijos se le ocurrió la idea de meternos de contrabando en Estados Unidos a Graham, Greene y a mí. Era una obsesión: poco antes, le había propuesto, a Greene que se disfrazara de coronel de la Guardia Nacional, fuera a Washington en misión especial ante el presidente Carter, sólo por hacerle a éste una de sus bromas habituales. Pero Graham Greene, que es más serio de lo que pudiera parecer por algunos de sus libros, no quiso prestar su cuerpo glorioso para un episodio que, sin duda, hubiera sido uno de los más divertidos para sus memorias. Sin embargo, cuando el general Torrijos nos propuso asistir a la ceremonia de los tratados con nuestras identidades propias pero con pasaportes oficiales panameños e integrados a la delegación de ese país, ambos aceptamos con un cierto regocijo infantil. De modo que llegamos juntos a la base militar Andrews. Ambos con pantalones de vaqueros y camisas de mezclilla en medio de una delegación de caribes vestidos de negro y aturdidos por el estampido de veintiún cañonazos de júbilo y las notas marciales del himno norteamericano, que parecían formar parte de la burla. Consciente de la carga literaria del momento, Graham Greene me dijo al oído cuando bajábamos por la escalerilla del avión: «Dios mío, qué cosas las que le suceden a Estados Unidos», el propio Carter no pudo menos que reír con sus dientes luminosos de anuncio de televisión cuando el general Torrijos le contó su travesura.

Al cabo de tantos años me encontré con un Graham. Greene rejuvenecido, cuya lucidez sigue siendo su virtud más sorprendente e inalterable. Hablamos, como siempre, un poco de todo. Pero lo que más me llamó la atención fue el sentido del humor con que evocaba los cuatro juicios que debe enfrentar esta semana en distintos tribunales de Francia, como consecuencia del folleto acusatorio que publicó contra la mafia de Niza. Para muchos conocedores de los bajos fondos de la Costa Azul, las revelaciones de Greene no decían nada nuevo. Pero los amigos del escritor temimos por su vida. El no se inmutó, sino que siguió adelante con su denuncia. «Para morir de un cáncer en la próstata», dijo, «prefiero morir de un tiro en la cabeza». Yo dije entonces, no recuerdo dónde, que Graham Greene estaba jugando a la ruleta literaria, como jugó en su juventud con un Smith y Wesson calibre 32, según lo había contado en sus memorias. El recordó esta declaración mía durante la visita y la tomó como punto de partida para contarnos los pormenores de sus cuatro procesos judiciales.

Hacia la una de la madrugada pasó a visitarlo Fidel Castro. Se conocieron al principio de la revolución, muy al principio, cuando Graham Greene asistió a la filmación de Nuestro hombre en La Habana. Se volvieron a ver varias veces, en los viajes periódicos de Grahain Greene pero, al parecer, no se habían visto en los dos últimos, porque esta vez, cuando se dieron la mano, Graham Greene dijo: «No nos veíamos desde hace dieciséis años», ambos me parecieron un poco intimidados y no les fue fácil empezar la conversación. Por eso le pregunté a Graham Greene qué había de cierto en el episodio de la ruleta rusa que él ha contado en sus memorias. Sus ojos azules, los más diáfanos que conozco, se iluminaron con los recuerdos. «Eso fue a los diecinueve años», dijo, «cuando me enamoré de la institutriz de mi hermana». Contó que, en efecto, había jugado entonces al juego solitario de la ruleta rusa con un viejo revólver de un hermano mayor, y en cuatro ocasiones diferentes. Entre las dos primeras hubo una semana de intervalo, pero las dos últimas fueron sucesivas y con pocos minutos de diferencia. Fidel Castro, que no podía pasar por alto un dato como ése sin agotar hasta las últimas precisiones, le preguntó para cuántos proyectiles era el tambor del revólver. «Para seis», le contestó Graham. Greene. Entonces, Fidel Castro cerró los ojos y empezó a murmurar cifras de multiplicación. Por último, miró al escritor con una expresión de asombro y le dijo: «De acuerdo con el cálculo de las probabilidades, usted tendría que estar muerto». Graham Greene sonrió con la placidez con que lo hacen todos los escritores cuando se sienten viviendo un episodio de sus propios libros, y dijo: «Menos mal que siempre fui pésimo en matemáticas». Tal vez porque se hablaba de la muerte. Fidel Castro se fijó de pronto en el semblante juvenil y saludable del escritor, y le preguntó qué ejercicios hacía. Era una pregunta que no podía faltar, porque Fidel Castro considera la cultura física como una de las claves de la vida. Hace varias horas de ejercicios todos los días, con las mismas proporciones descomunales de todo lo que emprende, y les aconseja un régimen semejante a sus amigos. Sus condiciones físicas son excepcionales para un hombre de 56 años y a ellas atribuye su buena salud mental. Por eso se sorprendió tanto cuando Graham Greene le contestó que nunca había hecho ningún ejercicio en toda su vida, y, sin embargo, se sentía muy lúcido y sin ningún trastorno de salud a los 79 años. Además, reveló que no tenía ningún régimen de alimentación especial, que dormía entre siete y ocho horas diarias, cosa que también era sorprendente en un anciano de costumbres sedentarias, y además se bebía, a veces, hasta una botella de whisky al día y un litro de vino con cada comida, sin haber padecido nunca la servidumbre del alcoholismo.

Por un instante, Fidel Castro pareció poner en duda la eficacia de su régimen de salud. Pero muy pronto comprendió que Graham Greene era una excepción admirable, pero nada más que una excepción. Cuando nos despedimos, ya me estaba inquietando la certidumbre de que aquel encuentro, tarde o temprano, iba a ser evocado en el libro de memorias de alguno de nosotros tres, o quizá de los tres.

© 1983. Gabriel García Márquez-ACI

PENSADORES INTEMPESTIVOS | 22

Niels Bohr, la mente que vendrá

Para el científico danés, el mundo solo existe cuando lo percibimos y, si parece que exista al margen de nosotros, es porque siempre hay otro que está percibiendo

JUAN ARNAU

28 OCT 2021 – 22:30 ECT

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Uno de los aspectos más interesantes en los inicios de la teoría cuántica son los dilemas que surgen cuando hay que abandonar un viejo lenguaje (el de la física clásica) y crear otro que lo reemplace. Para observar el mundo, ya sea a simple vista o con un espectrógrafo (que es el ojo con el que vemos el átomo) necesitamos una teoría o una idea de lo que el mundo es. Ver es teorizar. De hecho, los instrumentos utilizados en física son, por así decir, teoría materializada. Imponen a la naturaleza el lenguaje en el que queremos que hable. Ese lenguaje puede ser el de los patrones de interferencia, las longitudes de onda o frecuencias, cuando investigamos las ondas. O el lenguaje de la velocidad y la posición, cuando lo que investigamos son partículas. No es posible “medir” ni “observar” sin una teoría y un dispositivo experimental al que referir las observaciones. Sin ambos no veríamos nada. Curiosamente, Heisenberg entendió perfectamente el argumento de Einstein y le reprochó que el propio Einstein había hecho lo mismo con su teoría general de la relatividad: recurrir a la retórica de basarse únicamente en “magnitudes observables”, como si ese tipo de empirismo fuera posible sin una teoría.

El salto de una visión teórica a otra distinta, en términos lógicos, no puede hacerse. Llega un momento en que hay que cambiar de baraja y esa sustitución debe pasar desapercibida. Es aquí donde empieza la magia. Kuhn y Rorty lo han explicado muy bien. Ninguna teoría revolucionaria “refuta” a la anterior. Simplemente, no puede hacerlo, pues habla otro lenguaje. Sería como refutar un refrán castellano con uno normando. Lo que hace la nueva teoría es proponer un juego de lenguaje diferente. Y, para que esa propuesta tenga éxito, debe ganar adeptos. Los factores decisivos de esa adhesión son tanto intelectuales como afectivos. Sólo reuniendo suficientes aliados es posible realizar la transformación. Y eso fue lo que ocurrió en los orígenes de la teoría cuántica. El gran catalizador de ese cambio fue un joven físico danés, Niels Bohr. Contaba con otras armas, además de las técnicas: la caballerosidad, la confidencia, la empatía y la amabilidad. Todas ellas virtudes que aparentemente poco tienen que ver con la lógica experimental. Bohr se había formado en el laboratorio de Rutherford en Manchester, pero para Heisenberg era más un filósofo que un físico, que supo intuir las interioridades del átomo y que, al hacerlo, “adivinaba más que matematizaba”. Bohr fue el eje de esa gran tarea de seducción que dio lugar a la teoría cuántica. Tuvo dos grandes aliados, dos jóvenes geniales de los que había ganado su afecto: Heisenberg y Pauli (formados con Sommerfeld), y Max Born, un matemático de Gotinga un poco mayor que él. Con este pequeño equipo fue capaz de neutralizar los ataques de la vieja física, de férreos enemigos como Einstein, Schrödinger o De Broglie. Bohr logró, de alguna forma, ganárselos a todos ellos. Los invitaba a pasar temporadas en Copenhague o mantenía con ellos un diálogo abierto y cordial. Sabía que la objetividad es el consenso entre los especialistas, el pacto entre los expertos. Y que sin ese consenso una teoría tan extravagante no podría sobrevivir.

La incertidumbre esencial

Saber dónde están las cosas y a qué velocidad se mueven no es posible en el mundo atómico. El lugar y el movimiento. Con esa pregunta Newton había iniciado la física moderna. La respondió postulando un espacio y tiempo absoluto. Einstein lo corrigió, relativizando el tiempo y el espacio e introduciendo al observador. Acontecimientos que para un observador son simultáneos, pueden ser secuenciales para otro. Un tercero puede ver esa secuencia invertida. El pasado y el futuro resultan intercambiables. Una idea fascinante y aterradora. La relatividad revolucionó la visión del tiempo, pero dejó intactos el determinismo y el “realismo racional” que tanto complacía a Einstein: la idea de un mundo exterior objetivo, que evoluciona conforme a leyes y al margen del observador. La nueva teoría que trataba de afianzar Bohr, basada en pulsiones energéticas espontáneas y destellos de luz (denominados cuantos), parecía poner en duda estas premisas.

A finales del siglo XIX se pensaba que solo era cuestión de tiempo alcanzar un conocimiento exhaustivo del mundo natural. El optimismo reinante parecía confirmar la hipótesis de Laplace, formulada en 1814. Si se conoce la ubicación precisa y momento de cada átomo en un instante dado, sus valores pasados y futuros, para cualquier otro momento, serán deducibles mediante las leyes de la mecánica clásica. La nueva teoría parecía abolir esa posibilidad. El determinismo decimonónico se desmoronaba y el demonio de Laplace parecía conjurado. Desde entonces, las nuevas ciencias ya no aspiran al ideal que ofrecía la física, pues la física se había complicado de un modo endiablado. Hasta el punto que muchos han ignorado esta “nueva objetividad” y todavía viven en el mito de Laplace, cuyo sueño (o pesadilla) no se ha desvanecido del todo.

Bohr llegaría a decir, en una de sus escasas salidas de tono, pero de un modo cálido y afable, que la nueva física exigía renunciar a la idea clásica de la causalidad. ¿Cuál sería entonces el papel de los físicos? Bohr no tenía entonces una respuesta, pero tenía claro que debían cambiar de mentalidad. La vieja guardia no tardó en reaccionar, Einstein y Schrödinger a la cabeza. La física dejaba de ocuparse de la naturaleza y pasaba a ocuparse de “lo que podemos decir sobre la naturaleza”. Wittgenstein tenía un heredero en Dinamarca. Pero, entre los físicos, ocuparse de cuestiones metafísicas no está bien visto y se considera una pérdida de tiempo.

Un observador puede escoger medir una cosa u otra, pero tiene que asumir las consecuencias

Heisenberg había señalado la inevitable discordancia entre una posible medición y otra. Un observador puede escoger medir una cosa u otra, pero tiene que asumir las consecuencias. Y, también, que la incertidumbre asedie el futuro desarrollo del sistema. La función de onda cuántica cambia para reflejar el hecho de que se produjo una medición particular y no otras. Ese hecho, a su vez, influye en los resultados subsiguientes. En definitiva, la libertad de elección del observador deja su huella en el itinerario de sus investigaciones. La propia experimentación no es indiferente a dicha elección. Las mediciones han dejado de ser descripciones inocuas de un mundo objetivo e implican alteraciones en lo que se está midiendo. Pero hay algo más. El investigador debe decidir previamente qué es lo que quiere medir, y esa intencionalidad afecta al resultado del experimento (intencionalidad materializada en la elección del aparato de medida), transformando eso que llamamos “realidad”. La actividad científica no sólo es epistemológica, es ontológica. El mundo de ahí fuera depende de lo que escojamos medir. Una medida del sistema en un sentido cierra la puerta y limita la información de otro tipo de medida. Dicho en otras palabras, podemos matematizar la naturaleza en un sentido (con un formalismo específico), pero, una vez hecho, la naturaleza ya no es la misma, ya no nos dice lo mismo que podría decirnos si no hubiéramos elegido ese camino. Las consecuencias, en este sentido, resultan inquietantes. La intención se ha infiltrado en el experimento y el mundo parece etificado.

Esas medidas, en un sentido y otro, son además complementarias. Es aquí donde se gesta una “nueva objetividad”. La complementariedad puede (y debe, según Bohr) aplicarse a otras ciencias. Si hablamos de la vida, podemos concebirla como un conjunto de moléculas interconectadas, de acuerdo con la mecánica clásica, o como un organismo con percepción e intenciones. Ambas visiones son complementarias, pero no es posible sostenerlas simultáneamente. Estudiar la vida molecularmente exige acabar con ella, perdemos las cualidades del organismo vivo. Por otro lado, si se quiere estudiar lo vivo, no es posible examinar el papel de cada una de las moléculas del organismo. Bohr subrayó que la intencionalidad (la ambición del investigador) era refractaria al análisis de la mecánica clásica. Complementariedad significa precisamente que el objetivo o la finalidad del organismo (de dar fruto o madurar) pueda ser una característica general del mismo, aunque carezca de sentido desde un punto de vista molecular. Ambas visiones se complementan. Con todas estas disquisiciones, el espectro del padre de Hamlet (la causa final), regresa del mundo de las sombras. Sin embargo, el éxito de la idea de Bohr fuera de la física fue más bien escaso. Muchos siguen creyendo que la historia de los organismos se desarrolla de acuerdo a leyes inexorables. Cientos de fenómenos cuánticos, como la radiactividad o el salto del electrón, ocurren sin una razón conocida. Un enigma que importa poco a la gran mayoría de los físicos, que prefieren continuar con sus mediciones y no enredarse en cuestiones filosóficas. En todo caso, Einstein estaba en lo cierto al considerar que la teoría cuántica era una teoría incompleta (cualquier teoría lo es). Pero Bohr acertaba también al considerar que esa incompletitud, no sólo era inevitable, sino que podía sentar bien al entendimiento.

Naturaleza radiante y espontánea

La historia de Bohr no puede entenderse sin la de Rutherford y la materia pulsante. Con una mezcla de razonamiento físico y fórmulas inspiradas, Bohr elaboró su modelo atómico. Un par de años después de que Rutherford fundara la física nuclear, Bohr lo hacía con la atómica. Los electrones giraban en torno al núcleo en “ondas estacionarias” No podían tener la energía que quisieran, sino que debían asumir un conjunto limitado de valores (la libertad es siempre limitada). El electrón podía absorber energía cuando se proyectaba luz sobre el átomo. Entonces el átomo se excitaba. Posteriormente, volvía a su estado fundamental emitiendo luz. Esas cantidades de luz, emitidas y absorbidas, podían disponerse de tal forma que reprodujeran la serie de Balmer. Se había descubierto la razón de la ciencia espectroscópica: las transiciones de los electrones de un estado estacionario a otro. Muchos físicos veteranos consideraron que lo que hacía Bohr no era física. La crítica de Rutherford al modelo de su discípulo incidía en lo esencial: ¿Cómo decide el electrón con qué frecuencia va a vibrar y cuándo va a pasar de un estado estacionario a otro? De nuevo surgía la cuestión de la espontaneidad de la vida atómica. El electrón parecía escoger a qué orbital inferior iba a descender y, por tanto, que línea espectral iba a producir. Rutherford sabía que la desintegración de un átomo radiactivo sigue el mismo procedimiento, y que su ritmo resulta impredecible. Lo mismo parecía suceder aquí. Los electrones parecían elegir no sólo el momento del salto, sino también su destino. La transición del electrón al contacto con la luz y la emisión radiactiva compartían un mismo modus operandi. El cambio ocurría de forma espontánea, sin motivo aparente. Ambos fenómenos carecían de una causa identificable. La idea misma de la causalidad se veía amenazada. El asunto preocupaba a Einstein. Pero los físicos estaban demasiado entretenidos utilizando el modelo atómico de Bohr para perder el tiempo en cuestiones filosóficas.

A finales del siglo XIX, los átomos se asocian con los elementos químicos. Había pues 92 clases de átomos o elementos. Para la física, esa clasificación era insatisfactoria. La posición y el movimiento de los átomos debían bastar para explicar la materia. Los elementos fundamentales no eran en realidad tan variados y podían reducirse a tres: protones, neutrones y electrones. Todos los átomos químicos eran combinaciones de estos tres. Pero la cosa se complicaría. En 1938, Otto Hahn descubrió la fisión nuclear y el sueño de los alquimistas, que había anticipado Rutherford, se hizo realidad. En poco tiempo se logró la transmutación de los elementos. Pero en los años cuarenta el panorama volvió a complicarse. A las tres partículas básicas se añadieron una infinidad de “partículas elementales” que surgen espontáneamente de los experimentos a altas energías. Las nuevas partículas son como las mariposas y otros insectos, tienen una vida breve. Son “inestables”, no por iracundas, sino porque existen en periodos muy breves de tiempo (billonésimas de segundo). Al margen de su fugacidad, se comportan de modo parecido a las tres partículas estables de la materia. Los experimentos subrayan ese carácter proteico. Al colisionar a gran velocidad, pueden transformarse unas en otras. Ovidio y Kafka lo habían anticipado, la extravagancia literaria era ya realidad física.

La ciencia no es ya un espectador frente a la Naturaleza, sino que refleja (y expresa) la interacción entre el ser humano y la Naturaleza.

Cuando se supera una perplejidad, se genera otra. En los años veinte la teoría de los cuantos es poco más que una intuición de Bohr apoyada por Sommerfeld y otras mentes brillantes. El modelo atómico empieza a despegar cuando Heisenberg encuentra su formulación matemática. El alemán es muy consciente de que sus arreglos bidimensionales de números (matrices que desconoce y que ya eran conocidas por los matemáticos chinos e indios de la antigüedad) no expresaban la Naturaleza, sino el conocimiento que tenemos de ella. No se trata tan sólo del hecho de que cada ciencia ofrece su propia imagen de la Naturaleza (y esas imágenes resultan a veces inconmensurables), sino que la división cartesiana entre un proceso objetivo en el espacio y el tiempo (res extensa) y una mente que lo conoce (res cogitans) ha dejado de tener sentido. La ciencia no es ya un espectador frente a la Naturaleza, sino que refleja (y expresa) la interacción entre el ser humano y la Naturaleza. La teoría de los cuantos permite, quizá por primera vez, reconocer que el método o dispositivo experimental del investigador condiciona su objeto y lo “determina”. Heisenberg ofrece una analogía. La fe en un progreso indefinido, en la expansión ilimitada del poderío material gracias a la tecnología, es como un buque que tiene tanta abundancia de hierro y acero, que la aguja de su compás no puede detectar el norte y apunta a la masa férrea del propio buque. El capitán ignora que su compás ha perdido la sensibilidad para detectar la fuerza magnética de la Tierra.

La idea misma de la causalidad ha ido evolucionando a lo largo del tiempo. Hasta la época medieval, se conservan los matices introducidos por Aristóteles. Se distinguen cuatro factores o se habla de cuatro tipos de causas: material (de lo que está hecha la cosa), formal (lo que la estructura y le da forma interior), eficiente (la circunstancia externa) y final (la aspiración a la madurez, sobre todo en lo vivo). En la época moderna, esos matices se han perdido y la causalidad ha quedado limitada a la causa material y eficiente. Kant, que sigue a Newton, da la definición más influyente de la causalidad. “Cuando algo ocurre, suponemos que algo ha precedido al hecho, algo de lo que se sigue como una regla”. De este modo, se ha ido restringiendo la causalidad, hasta la idea de que el acontecer en la naturaleza está unívocamente determinado.

Pero con la teoría de los cuantos, la física deja de ser fiel a ese determinismo. Planck observa que el átomo radiante no despide energía de manera continuada, sino en “paquetes” o cuantos de energía. Golpe a golpe. La nueva teoría se ve obligada a explicar la materia mediante el comportamiento estadístico de los átomos. El determinismo pasa a ser “estadístico”, la física, “incierta”. A todo ello se une una genial intuición de Bohr, el principio de complementariedad. Este principio apunta a que las diferentes imágenes intuitivas destinadas a describir los sistemas atómicos (propiciadas por los diferentes tipos de experimento) pueden ser compatibles sin que se excluyan mutuamente. Según sea el dispositivo, el átomo se comportará de un modo u otro y ello no constituye un problema. Al contrario, se trata de una ventaja. La naturaleza asume (y asiente) nuestro modo de interrogarla. Esas diversas imágenes son verdaderas en cuanto que son fieles a cada experimento particular. Y aunque a primera vista pudieran parecer incompatibles, se complementan unas a otras. No existe un conocimiento completo de un sistema, existen diferentes modos de aproximación. El enfoque y la perspectiva del investigador forman parte del objeto de estudio.

Ante la revolución que esto supone, Bohr postula otro principio, compensatorio, que establece un armisticio con toda la física anterior, el principio de correspondencia. Cuando aplicamos estas leyes estadísticas a los procesos macroscópicos, el determinismo parece restablecerse. Esa es la razón principal por la que los positivistas acabaron por aceptar las perplejidades de la teoría cuántica. Todo quedaba como estaba a nivel macroscópico. El demonio de Laplace seguía vivo.

La diplomacia

Bohr tenía una acogedora casa de campo en Tisvilde, un lugar que jugaría un destacado papel en su actividad científica. Allí fue anfitrión de Pauli, Schrödinger y Heisenberg. Este último estuvo allí en numerosas ocasiones y confesó que había aprendido a querer a aquel alegre y pacífico país (Dinamarca), que había escapado de las catástrofes del siglo. Los invitados pasaban varios días en compañía de la numerosa familia, haciendo excursiones por las dunas y los bosques, recorriendo las playas que ofrecían espléndidas vistas del Báltico. En cierta ocasión, Bohr se internó a nado mar adentro y Heisenberg lo siguió. Al poco tiempo, ambos sintieron que los arrastraba mar adentro la corriente. Ninguno de los dos era capaz de acercarse a la orilla. Se iban quedando sin aire y vivieron momentos de intensa angustia. Finalmente, la corriente los arrojó a un banco de arena. Tras un prolongado descanso, se repusieron y pudieron regresar a la orilla.

Heisenberg no estaba dispuesto a admitir el formulismo ondulatorio de Schrödinger, pero Bohr se inclinaba a incluir el dualismo onda-partícula en las premisas de la teoría. En una de las estancias de Schrödinger en Tisvilde se decidió el destino de la teoría. Heisenberg lo cuenta. Bohr era un hombre particularmente amable y cortés, pero en esta ocasión exhibió cierta intransigencia y una sangre fría escalofriante, que le permitía seguir la argumentación hasta el final. No cedía ni un ápice, aunque perdiera horas enteras. Rebatió cada intento de Schrödinger de resucitar su teoría, punto por punto, tras fatigosas discusiones. A causa del agotamiento, Schrödinger cayó enfermo y tuvo que guardar cama durante varios días. La mujer de Bohr le preparaba caldos y lo cuidaba y mientras que su marido no abandonaba la cabecera de la cama, repitiendo una y otra vez: “Pero reconozca usted…” Hasta que llegó un momento que, al borde de la desesperación, Schrödinger exclamó: “Si esta bobada de los cuantos ha de ser así, lamento mucho haberme dedicado a la teoría atómica”. A lo que Bohr contestó: “Pero todos nosotros estamos muy contentos de que lo haya hecho y por lo bien perfilada que la ha dejado”. Cuando se marchó, en Copenhague se tuvo la impresión de que la interpretación de Schrödinger había quedado refutada. Schrödinger ofrecía otro formulismo teórico, que sería refinado por Born y Jordan. Bohr consideró que ese dualismo podía servir de punto de partida para llegar a la formulación correcta. Una formulación que encontraría tras unas discusiones muy intensas con Heisenberg (que se negaba a aceptar en nuevo formalismo matemático) en la buhardilla del Instituto. Para airearse, Bohr se fue a esquiar a Noruega, y allí, a finales de febrero de 1927, encontró la solución: el principio de complementariedad. Mientras tanto, Heisenberg, sólo, en un parque de la ciudad cercano al Instituto, había encontrado otro principio: el de incertidumbre. Ninguno de los dos principios sería aceptado por Einstein.

Luz y vacío, así es el átomo. Estos dos aspectos serán, junto con la radiación del cuerpo negro y el cuanto de acción de Planck, el detonante de la nueva física cuántica

En 1696, Leibniz describe a la princesa Sofía sus observaciones de una gota de agua y la actividad incesante se agitaba en su interior. Anticipa sin saberlo lo que más tarde se conocería como movimiento browniano. La conclusión principal que sacó Leibniz es que todo está lleno de vida. La característica principal de la materia no es la extensión, la inercia o la impenetrabilidad, como había creído Descartes, sino la fuerza y la percepción. A principios del siglo XX se descubrió que el átomo tiene forma interna, radia, palpita, emite señales de vida. En cierto sentido, puede decirse que la física cuántica restaura la antigua causalidad, más compleja y poliédrica. El átomo tiene forma interna, palpitante. Cuando es excitado emite energía, pero también puede absorberla. La materia no sólo es penetrable como muestran los experimentos de Rutherford sino que también es activa, como descubrió Marie Curie. Luz y vacío, así es el átomo. Estos dos aspectos serán, junto con la radiación del cuerpo negro y el cuanto de acción de Planck, el detonante de la nueva física cuántica. El movimiento browniano será explicado por Einstein en 1905, junto al efecto fotoeléctrico, en su año milagroso. La radioactividad servirá a Bohr para diseñar su átomo cuántico.

Complementariedad

Mientras Heisenberg se debate con sus incertidumbres, Bohr esquía en una estación de montaña en Noruega. Busca algo más que un teorema, un marco de referencia conceptual a los desafíos que planteaba el mundo subatómico. La paradoja radical de la realidad física, que podía comportarse como onda o como corpúsculo, merecía una respuesta contundente. Hasta ese momento, la materia y la radiación eran aspectos excluyentes de un mismo fenómeno, ahora son complementarios. En un determinado momento, el observador sólo puede ver unos de estos aspectos, y lo que vea dependerá del tipo de experimento, del tipo de aproximación al fenómeno. La ecuación de Plack-Einstein y la fórmula de De Broglie expresa el formulismo matemático de la situación. Cada una de ellas relaciona una propiedad de las partículas (energía y momento), con una propiedad de las ondas (frecuencia y longitud de onda). El que aparecieran combinadas en una misma ecuación resultaba inquietante, pues hasta ese momento una partícula y una onda eran entidades completamente diferentes. El principio de incertidumbre añadía un nuevo factor: la necesidad de elegir lo que vemos. Y la limitación que impide ver ambos aspectos. Por un lado, tanto los datos experimentales como los instrumentos de medida se expresan en el lenguaje de la física clásica. Por otro lado, toda interpretación debe, para convencer a los colegas físicos, expresarse en el lenguaje habitual de la física. Respecto a lo primero, Bohr se daba cuenta de que ya no era posible mantener una separación estricta entre el observador y lo observado, entre el instrumento de medida y lo que se está midiendo. La idea de una observación inocua, que no perturbe el sistema, se ha perdido. Respecto a lo segundo, los conceptos de la física clásica ya no sirven, hay que cambiar de lenguaje. El experimento concreto es el que pone de relieve un aspecto u otro del fenómeno. Preguntar si la luz es una onda o un corpúsculo carece de sentido. Nunca sabremos lo que es “realmente” la luz. Lo único que podemos saber es cómo se comporta (ante nuestras preguntas) y la única respuesta posible es decir que se comporta de un modo u otro en función del modo en que la interroguemos. Si preparamos un experimento de interferencia será una onda, si tratamos de localizar los cuantos de luz a través de una rendija se comportará como un chorro de partículas. La decisión sobre qué mundo ver está en manos del observador y de su laboratorio. En 1927, en el Congreso Internacional de Física celebrado en el lago de Como, Bohr, de un modo pausado y claro, apenas audible, expone la idea que habrá de revolucionar definitivamente la física: el principio de complementariedad. El universo de Newton era un cosmos determinista, un mecanismo de relojería, incluso después de su remodelación relativista. En el universo cuántico no hay lugar para el determinismo clásico. El espacio y el tiempo han dejado de ser el marco en el cual se despliegan los fenómenos que observamos. Más bien, es la propia observación la que crea las condiciones espaciales y temporales. Toda una revolución.

La imposibilidad de controlar la interferencia entre el acto de observación y el sistema observado es la razón de la imposibilidad de describir los fenómenos atómicos de un modo unívoco. Hasta cierto punto, pueden ser lo que queramos que sean, en función del dispositivo experimental que elijamos. Hablando de la complementariedad en una conferencia pronunciada en Zurich en 1949, Wolfgang Pauli decía que la situación epistemológica a la que se enfrenta la física moderna no ha sido prevista por filosofía alguna. Disentimos. Tanto Berkeley como Leibniz se sentirían cómodos en el universo cuántico. La idea de que la información que se gana y la que se pierden se encuentran al arbitrio del observador hubiera complacido a ambos. Las situaciones que plantea la física cuántica difieren radicalmente de las planteadas en física clásica. Se podría incluso decir que se trata de una disciplina diferente, que podría llamarse observática, donde cada observación es una interferencia y se hace camino al observar. En función de lo que usted vea (en función de lo que elija ver), su mundo será uno u otro, pues el itinerario de las observaciones incidirá en las visiones futuras. “En este sentido, nos dice Pauli, la irracionalidad se le presenta al físico moderno según la forma de la observación elegida”. Una nueva situación que convierte en imposible la concepción determinista.

Hasta ahora la física clásica exigía la distinción entre sujeto perceptor y objeto percibido. La existencia de ese corte es condición necesaria de la cognición humana. Lo que ocurre con la física moderna, nos dice Pauli, es que “la posición del corte resulta hasta cierto punto arbitraria y como resultado de una elección determinada por condiciones de conveniencia y, por tanto, de alguna manera, libre”. Bohr ya había incidido en este punto. “La actividad mental exige confrontar un contenido objetivo con un sujeto perceptor, pero el sujeto perceptor también pertenece a nuestro contenido mental”. Pauli no duda en adentrarse en el berenjenal filosófico. El concepto de conciencia exige ese corte entre sujeto y objeto. Mientras que la existencia de ese corte es una necesidad lógica, su posición es arbitraria. Y cita al respecto la cosmovisión hindú, sin entrar en demasiadas explicaciones. “La mentalidad occidental no puede aceptar semejante concepción de una conciencia suprapersonal sin un objeto correspondiente”. En lugar de tomar esa vía (que no domina), Pauli prefiere la del inconsciente (sus problemas con el tabaco y el alcohol lo han llevado a convertirse en paciente de Jung). Cada observación consciente genera una interferencia con el contenido del inconsciente que, en principio, es incontrolable, lo que limita el carácter objetivo de la realidad inconsciente y le confiere cierta subjetividad. Una situación análoga a la que estaba ocurriendo entre la vieja y la nueva física.

El debate Einstein-Bohr

“Einstein me dijo que la Luna tiene una posición definida independientemente que la miremos o no… También aludió a que la observación no puede crear un elemento de realidad”. La confidencia de Pauli a Bohr, en una carta fechada en 1955, plantea el meollo del debate Einstein-Bohr sobre la naturaleza de lo real. Una querella que ha durado más de medio siglo y que todavía no se ha cerrado. O se ha cerrado en falso, que es como se cierran los grandes problemas de la filosofía. Einstein estaba convencido de la existencia de una realidad independiente del observador. Era, en este sentido, un realista filosófico, aunque conocía bien la imposibilidad de justificar su postura. De hecho, llegó a confesar a un amigo que esa creencia indemostrable podía calificarse de “religiosa”. Junto a Schrödinger, pretendía recuperar la idea de realidad de la física clásica: la creencia en un mundo objetivo que existe independientemente de que lo observemos o no. Un mundo que había creado Newton a partir de unos axiomas que le permitieran explicar el movimiento (el eterno problema): un espacio y tiempo absolutos. La teoría de la relatividad los había desmentido, pero la creencia subyacente en un orden objetivo, al margen de la percepción, seguía vigente. Einstein se sentía cómodo con el demonio de Laplace, que era el que aseguraba el determinismo. De hecho, le irritaba que hubiera una incertidumbre en la naturaleza y, para conjurarla, llegó a aceptar las variables ocultas (aunque después descartó esa posibilidad). En todo caso, siguió creyendo hasta el final en una realidad en la que los fenómenos se desarrollan independientemente del observador y ateniéndose a leyes. Nunca se detuvo a considerar que la ley supone un lenguaje y que el lenguaje supone un observador.

La física no consistía tanto en descubrir cómo es la naturaleza sino qué podemos decir de ella

Bohr, por otro lado, se sentía cómodo sin el determinismo. La física no consistía tanto en descubrir cómo es la naturaleza sino qué podemos decir de ella. La investigación del átomo había mostrado que la palabra “fenómeno” no puede aplicarse a las partículas a menos que se especifique el tipo de experimento preparado y los instrumentos de observación.

Hasta la llegada de la física cuántica, los científicos realizaban sus experimentos suponiendo que eran observadores pasivos de la naturaleza, capaces de ver lo que veían sin perturbarlo. Esa separación entre el observador y lo observado se ponía ahora en tela de juicio. El objeto microfísico carece de propiedades intrínsecas y resulta absurdo preguntarse por su posición o velocidad entre medida y medida. La física abandona la cosa en sí para ocuparse de lo que podemos decir sobre el mundo. Heisenberg lo expresaría con claridad: “los átomos y las partículas no configuran un mundo de cosas y hechos, sino de potencialidades y posibilidades”. La nueva física recupera así la propuesta de Leibniz. Los elementos básicos del mundo no son cosas o hechos, sino el apetito y la percepción. Los errores de Descartes dieron pie a una física inexacta. La extensión no es la esencia de la materia, sino la fuerza (el anhelo y la percepción). Los cartesianos tuvieron una idea rutinaria y poco creativa de la materia. Una idea que hay que descartar. La naturaleza, toda ella, está viva. La radiactividad, el enlace químico o el movimiento browniano apuntan en esa dirección, pero también el átomo estable, con sus emisiones y absorciones de energía. Pero hay más. La transición de lo “posible” a lo “real” sólo sucede, según Heisenberg, durante el acto de observación. La conciencia se ha colado en la fiesta de la física. La creencia en la existencia de una realidad independiente del observador se tambalea. Einstein creía que sin esa creencia no era posible la ciencia. Los cuánticos han demostrado que no. Los éxitos cosechados por la disciplina lo demuestran.

Que el mundo existe independientemente de la observación es una idea de sentido común. Para gran mayoría de los físicos, incluido Pauli, se trata de una cuestión filosófica a la que la física no tiene porqué responder (“sería como darle vueltas al número de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler”). Sin embargo, el teorema de Bell llevó el problema al terreno experimental (anteriormente sólo se planteaban experimentos de pensamiento) y para Einstein supuso su última oportunidad de demostrar que la teoría cuántica era incompleta. Aunque la mayoría de los físicos acabó admitiendo la no localidad, el hecho de que el mundo no existiera si no había nadie observándolo era una cuestión que iba más allá de sus intereses. Una solución al dilema que vincula la existencia con la percepción es considerar que todas las cosas, incluidos los átomos, perciben o son de algún modo receptivos al entorno (de hecho, son “excitables”). En ese caso, todas las cosas, por estar en contacto unas con otras, existen. No necesitan de un dios o de un ser humano que las observe. La idea de que sólo los humanos perciben fue una de las manías de la ilustración dominante, pero ya hay suficientes indicios para descartarla. Ninguna cultura antigua hubiera aceptado ese prejuicio antropocéntrico, que no sólo se ha incorporado a las ciencias, sino también al sentido común moderno.

Einstein da por sentado, como hacemos nosotros todos los días, que los electrones tienen propiedades previas a cualquier acto de medición. Le inquieta que se pueda renunciar a la representación de una realidad ajena a la observación. Sus objeciones van mucho más allá del asunto probabilístico (si Dios juega o no juega a los dados con el universo). Su compromiso emocional e intelectual es la realidad de un mundo externo. El meollo del conflicto no es tanto el determinismo como el realismo filosófico. Pero Bohr también tiene sus manías. Exagera sin duda al afirmar que la teoría cuántica es completa y definitiva. Cualquiera que sepa un poco de historia de la ciencia lo sabe. Pero con aliados como Pauli y Heisenberg, la influencia de Bohr fue creciendo y la de Einstein disminuyendo. La interpretación de Copenhague acabó por imponerse y Bohr se convirtió en una figura legendaria para toda una generación de físicos. Su olfato e intuición le permitía no necesitar de cálculos para elegir o descartar posibilidades. Lo más curioso es que, aunque el dogma cuántico que se estableció fue el de su grupo, las consecuencias filosóficas que se derivaban del mismo no fueron asimiladas. Para varias generaciones de físicos, cualquier tipo de interpretación que fuera más allá de Copenhague parecía prohibida y era duramente censurada. Lo que demuestra que hasta los enfoques pluralistas como el principio de complementariedad pueden caer en el dogmatismo. Con el tiempo la influencia de Bohr se ha ido debilitando y los físicos teóricos de hoy no miran con tanto respeto a Copenhague. No sería un mal momento para rescatar la más audaz de las ideas de Bohr: el mundo sólo existe cuando lo percibimos y, si parece que exista al margen de nosotros, es porque siempre hay otro que está percibiendo, quizá un actante no intencional, como diría Latour.

Otra cuestión era la del determinismo. Entre el demonio de Laplace y el demonio cuántico, Einstein prefería al primero. Le parecía más serio y congruente. La elección, no obstante, es una cuestión de temperamento. No es tanto una cuestión lógica como estética. Einstein fracasó en todos sus intentos de refutar la interpretación de Copenhague y, cuando se refería a ella, hablaba con una pasión que no sentía discutiendo sobre relatividad.

El mundo atómico no es una versión diminuta del mundo que vemos todos los días. El electrón puede hallarse en un estado o lugar y reaparecer en otro, absorbiendo o emitiendo un cuanto de energía. Pero no podemos hablar de “salto”, pues el formulismo matemático impide la idea de trayectoria. El electrón no va de un lugar a otro, sino que desaparece y reaparece. Feynman tenía la absoluta certeza de que nadie entendía la mecánica cuántica, y probablemente tenía razón. Pero los investigadores saben cómo utilizar este mundo. Y resulta que es una teoría sumamente efectiva. Da que pensar.

Por Editor