Por Geoconda Pila Cárdenas
Ya lo dijo Ryszard Kapuściński en su inmortal frase recogida en Los cínicos no sirven para este oficio: “Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”. Particularmente considero que es un principio que aplica para todas las actividades, sin embargo, por convicción personal, pienso que la ética es fundamental en el quehacer periodístico pues, aunque no lo parezca, lo que ponemos a circular en el papel, las ondas de radio y televisión o los bits de internet puede tener serias implicaciones en la vida de nuestras audiencias, nuestras fuentes y la sociedad misma.
A propósito de la propuesta de reforma a la Ley Orgánica de Comunicación (LOC) enviada a la Asamblea Nacional por el presidente de la República, Guillermo Lasso, se han puesto en debate conceptos como ética, deontología y autorregulación de los medios. Se ha repetido en numerosas ocasiones que, debido a la LOC, los medios y periodistas no gozan de libertad de expresión y que la solución es la autorregulación, sin siquiera rascar un poco más sobre lo que esto significa.
Si bien los códigos deontológicos, manuales de estilo, códigos de ética realizados por los propios medios, grupos mediáticos o asociaciones gremiales no son una novedad en el mundo, valdría la pena preguntarnos si antes de la LOC el impulso y adopción de estos textos era una práctica generalizada en los medios ecuatorianos (no solo los escritos). También deberíamos analizar qué tan profundos son estos documentos o si por el contrario no pasan de sugerencias puras de estilo y ortografía, como los manuales de estilo de primer nivel sobre los que se ha referido Martínez Albertos, ya muy superados en otras latitudes.
Lo cierto es que basta con revisar el código deontológico (https://especiales.elcomercio.com/codigo_deontologico/codigo_deontologico.pdf) de uno de los grupos mediáticos más importantes de Quito y del país para darse cuenta de que para la ética periodística apenas están reservadas cuatro de 75 páginas, con conceptos y principios muy vagos y generales. Además, esas cuatro páginas incluyen temas de seguridad ocupacional y hasta la propiedad intelectual del grupo mediático sobre los contenidos que generen sus trabajadores. Las 71 páginas restantes son pautas lingüísticas.
A un lado se dejan asuntos como la forma en que los periodistas se relacionarán con información sensible como aquella relacionada con migración, violencia de género; niñas, niños y adolescentes, información judicial, grupos de atención prioritaria, entre otros. Menos aún, sus periodistas podrán buscar en el manual ejemplos de cómo se ha de tratar cierta información cuando tengan casos puntuales sobre los cuales les surjan dudas, como ya sucede con los manuales de estilo más recientes de varios medios y grupos mediáticos europeos.
Por otro lado, tampoco se dice nada sobre qué pasa si no se cumplen esos principios o si los proveedores externos al grupo mediático (productoras, por ejemplo) deben cumplir el mismo código deontológico. Es decir, más que obligaciones parecerían ser meras sugerencias.
Lo cierto es que cualquiera que conozca el mundo del periodismo sabe que se trata de una profesión altamente demandante en términos de tiempo y esfuerzo intelectual, pero muy precarizada laboralmente. Y no podemos desconocer que el comportamiento ético está estrechamente relacionado con las condiciones laborales, pues cómo podemos pedir periodismo de alta calidad cuando los periodistas tienen bajos salarios, inestabilidad laboral y altas cargas de trabajo. En ese contexto cabe preguntarnos: ¿más allá de la sección de estilo, los periodistas han leído los principios deontológicos del código de su medio, los han podido interiorizar, saben qué significan y cómo aplicarlos en su trabajo?
Estoy segura de que la mayoría los ha leído y considera que sabe cómo hacer un trabajo apegado a la ética. Sin embargo, la ética va mucho más allá de no mostrar cadáveres sangrientos en la portada de un diario. Implica un tratamiento serio y respetuoso de la información, que no condicione u oriente a las audiencias en favor de la línea editorial del medio o la ideología de sus directivos. Implica contrastación, verificación, contextualización, no poner las cargas y la culpa sobre las víctimas, no usar imágenes o titulares sensacionalistas que conduzcan a los consumidores de información a creer que las luchas sociales son actos vandálicos o que la religión está por encima de los derechos en un Estado laico.
En todo caso, para que una autorregulación de los medios sea posible, hay que hacer énfasis en el papel que la academia tiene como formadora de los futuros periodistas, en el rol social que cumplen los periodistas como narradores de la realidad y en la responsabilidad que tenemos −como sociedad− de educarnos y alfabetizarnos mediáticamente para poder ser audiencias críticas que sancionen el mal ejercicio periodístico con la protesta pública, pero también con un castigo al consumo de esos medios y de las marcas que los auspician para obligarlos a mejorar.
Mientras la profesionalización sea opcional, mientras los propios medios se conviertan en vectores de polarización social (https://www.pichinchacomunicaciones.com.ec/indio-encontrado-indio-presodicen-periodistas-de-la-posta/) y discriminación, mientras siga importando más el número de likes que la calidad de la información, lamentablemente no somos buenos candidatos a la autorregulación, pues no podemos dejar al azar los derechos de las personas que son víctimas de delitos de odio (a través de los medios) o de un tratamiento inadecuado de la información, aunque haya una rectificación, ya que la información original siempre se difundirá más y causará más daño que la reparación que ofrezca la rectificación.
Cabe entonces recuperar la famosa frase: “sin periodismo no hay democracia”, que es tan válida y cierta como decir que sin ética no hay periodismo
Tomado de Desalineados