Me sorprenden los hombres que se declaran feministas. Me sorprendí yo mismo cuando lo hice. Y me obligué a pensar hasta dónde era cierta y persuadida esa afirmación cuando atravesé por el momento, quizá, más duro de mi vida. Claro, también me asombran algunas mujeres que se declaran feministas sin entender aún por qué. En estos tiempos hace falta entender la hondura de una declaración novedosa todavía para algunas mujeres, menos con y en las nuevas generaciones.
La sorpresa va porque estoy convencido que es muy difícil -a veces me parece imposible- entender a las mujeres y la compleja situación de discriminación, desigualdad y, sobre todo violencia, en la que han vivido toda la vida (y no es exagerado ni un lugar común, menos como una frase de relleno).
En la marcha de la semana pasada observé a algunos hombres (varios de ellos personajes políticos y académicos) marchando junto a las mujeres, vestidas de negro, cuando protestaban por el asesinato de Diana Carolina y la violación de Martha. Uno en particular me llamó la atención (prefiero guardar sus referencias, lo conocí muy de cerca y vi cómo trataba a su esposa y dos hijas). Jamás habrá sido violento con ellas, pero es el patriarca de ese hogar, ellas lo atienden, sirven y actúan como si fuese un discapacitado: todo está enseguida cuando lo solicita y ni siquiera sabe dónde se hallan sus medias, pues su mujer siempre se las tiene a la mano. No era, en los tiempos que lo conocí y frecuenté, mayor de 50 años, así que bien podía valerse por sí mismo, como es obvio.
Ese modo de vida es “natural” de muchos de nosotros los hombres y también de aquellos que se autodefinen feministas. Tal vez no tengan en su “récord policial” una agresión o un maltrato o un abuso, pero, ¿si toda la vida tienen a su “servicio” a sus esposas, hijas, madres y hermanas (de hecho este personaje tiene dos hermanas a “su servicio”) cómo se llama eso?
No quiero abundar en anécdotas, pero sí entrar a un sentido muy práctico y polémico de este momento de eclosión por el respeto a las mujeres y por la defensa real, concreta y plausible de todos sus derechos. Y esto tiene que ver con que los hombres no estamos para “ayudar” a las mujeres en su lucha. Aunque suene extraño o poco políticamente correcto. Nuestro mayor aporte, si cabe el término, es dejar de ser tan patriarcales como sociedad, como familia y como compañeros de trabajo y de lucha.
“Esa sensación de ser el único con este problema, me llevó a creer que la masculinidad es un papel que interpretan ciegamente muchos hombres que no encuentran motivos para cuestionar lo que están haciendo. Cuando estudié la naturaleza de nuestras identidades mientras preparaba la serie televisiva Who Are You?, descubrí que la identidad es una actuación continua. En palabras del filósofo Julian Baggini, “Yo es un verbo disfrazado de pronombre”.
Las palabras son de Grayson Perry, un artista británico que acaba de publicar el libro, en español, La caída del hombre. Y vienen al caso porque ahora la identidad que se forjan algunos varones declarándose feministas va enlazada a esa actuación que nos obliga el nuevo momento, pero también denota la ausencia o carencia de la necesidad de entender nuestra masculinidad como otro modo de ser para eliminar la violencia patriarcal.
Aunque suene a mofa o ridiculice la reflexión: es como autodefinirse gay para defender a los homosexuales o negro para estar con los afrodescendientes. Nunca un heterosexual machista entenderá lo que vive el cuerpo y el espíritu de un homosexual en una sociedad machista y xenófoba por más lecturas y estudios que haga. Y no por eso deja de respetarlo y reivindicar sus luchas y demandas.
Por lo pronto hace falta un profundo debate para pensar lo que decía en su artículo de la semana pasada Carol Murillo:
“Después de conocer la noticia horrenda de la violación de Martha (nombre protegido) por tres sujetos cuyos nombres y fotos ya circulan, comencé a leer los comentarios sobre el hecho que hacían hombres y mujeres –de distintas edades- en espacios de exposición pública como son Facebook y Twitter. Las redes sociales se han convertido en un charco grande pero de vez en cuando salen algunas perlas que avivan un debate más amplio y menos superficial y/o coyuntural”.
Por supuesto, los hombres sentimos miedo por varias razones, incluidas aquellas que usan los machos para asesinar a sus parejas. Una más y que no se discute: la pérdida de poder, la disminución de los privilegios de un estilo de ser y de vivir (como el de aquel personaje que marcha junto a las mujeres, siendo un político reconocido, pero que cuando llega a la casa la comida está lista y caliente por su mujer de toda la vida), el miedo a ser menos entendido y atendido en el debate público por el solo hecho de ser hombre, blanco y occidental, como señala en Una carta abierta a los hombres (feministas), Alexander Ceciliasson.
En concreto, dejémonos de pensar en la violencia en los minutos del escándalo y el espectáculo de la crónica roja. Hay una violencia estructural y muy soterrada que se pasa por alto, sobre todo en aquellos hombres feministas que quieren obligarnos a creer que con la sola declaración o marchando junto a las mujeres ‘ayudamos’ a desterrar la cultura patriarcal. Como dice Grayson Perry: “La mayoría de los hombres son unos tipos cordiales y razonables, pero los sujetos más agresivos (los violadores, los delincuentes, los asesinos, los evasores de impuestos, los políticos corruptos, los destructores del planeta, los abusadores sexuales y los pelmazos) tienden a ser… bueno, hombres. En todo el mundo hay hombres que cometen crímenes, declaran guerras, reprimen a mujeres y desbaratan economías, todo debido a su anticuada versión de la masculinidad.”
Cuando leo y escribo estas líneas me informan que han descubierto el cadáver de una mujer en Santo Domingo de los Tsáchilas, asesinada por su pareja, de un modo violento y que solo porque se supo que estaba con él la última vez han dado con su cuerpo. Me pregunto ahora: ¿por esa chica ya no habrá marchas? ¿Qué van a hacer los hombres amigos y cercanos al femicida? ¿No estamos más que nunca “bien informados” de la violencia cruda y dura contra las mujeres y los femicidios no se reducen ni desaparecen? ¿Nos faltan más hombres feministas o menos machistas, patriarcales y cavernarios? ¿Qué falta?