Por Luciana Cadahia

Con la famosa consigna “América para los americanos”, plasmada en la Doctrina Monroe, Estados Unidos expandió su lógica imperial dentro del continente Americano. Durante dos siglos, esta lógica ha ido mostrando sus diferentes rostros en nuestros países. No solo la han usado para quedarse con estados enteros de México, robarle el Canal de Panamá a Colombia o incursionar en la Antártida, sino que, además, han ido construyendo un relato cultural muy poderoso que hace del resto de los americanos subhumanos de segunda categoría.

Convencidos de su superioridad ontológica, han diseñado todo tipo de artimañas para evitar el contagio. Esta estrategia económica ha ido acompañada de un fuego religioso inmunitario. Desde las políticas de la identidad multicultural, en su propio territorio, hasta la esterilidad forzada de las mujeres indígenas, en diferentes países del continente, todo ello ha estado al servicio de un terror atávico a nosotros: los sudacas. 

Esta guerra económica contra nuestros pueblos es una guerra cromática contra unos colores de piel que temen con terror reverencial. Pero mientras este terror no deja de crecer, nosotros tampoco dejamos de hacerlo.

Estados Unidos de América queda en el continente Américano. Y aquí yace un cruce de caminos civilizatorio poblado de las viejas y las nuevas civilizaciones. América, África y el mediterráneo se conjugan de un modo misterioso y vital. Somos un mundo hermanado como futuro. Pero a pesar de ello, los herederos de un puñado de migrantes protestantes siguen obcecados con la idea de que podemos ser una sociedad ortopédica.

Organizada como un cuadro de costumbres cromático, sueñan con una América delimitada en compartimentos estancos; donde cada quien cumple una función jerarquizada en la sociedad. Con esta idea preconcebida de nuestro continente, no hacen otra cosa que asesinar la vida de nuestros pueblos, disecar la suya y destruir la humanidad entera. 

Si bien es verdad que las deportaciones masivas que está realizando el gobierno de Trump por estas horas causan dolor y sufrimiento a nuestros hermanos migrantes de toda América Latina y el Caribe, paradójicamente, esta acción es un signo inconsciente de impotencia de un imperio decadente.

Como anunció Claudia Sheibaum: “los migrantes mexicanos sostienen la economía en Estados Unidos”. Trump se equivoca al desafiar a los pueblos del sur. Xiomara Castro acaba de anunciar que cerrará las bases militares en Honduras y, como presidenta del CELAC, convocará reunión de emergencia para el próximo 30 de enero. Allí se jugará el destino del continente. 

El gobierno de Colombia, por su parte, acaba de prohibir el arribo de dos aviones con migrantes deportados desde los Estados Unidos. Brasil, por su parte, no ha dudado un minuto en repudiar el trato recibido de sus migrantes deportados. 

Trump se está burlando de los pueblos del sur, con una crueldad despiadada y con la ignorante creencia de que él es un poder imperial sin fisuras.

Su decisión de salir a cazarnos, esposarnos y arrojarnos en aviones como pura mercancía tiene las horas contadas. El problema es que este poder tiene agujeritos por todos lados y del otro lado, está enfrentando nada más ni nada menos que a tres gigantes como México, Brasil y Colombia. 

En estas horas de máxima tensión en el continente americano, solo cabe pensar en una cosa: necesitamos construir una América para todos los americanos y no para un puñado de migrantes protestantes que se creen de mejor familia.

Que los legados históricos de la emancipación nos acompañen para que por fin caiga la Doctrina Monroe y florezca la verdadera libertad del continente.

La historia está abierta y la hacen sus pueblos. Jamás la harán los brabucones facistoides de turno, fieles lacayos de un supremascismo en horas bajas.

Por RK