El Imperio Romano conmemoraba sus grandes acontecimientos en un circuito alargado, llamado circo, destinado a carreras, espectáculos y representaciones, a los que asistían unos 300.000 espectadores. Los emperadores divertían a su pueblo de esta manera y si además añadían un poco de pan, los problemas desaparecían como por ensalmo. Pan y circo.

En algo semejante se ha convertido la cloaca, el Presidente Trump llama así al mundo político de Washington, que no da pan aunque sí, un espectáculo denigrante. Se sobrentiende que en la cloaca se resuelven los problemas del mundo entero, además de los de Estados Unidos. Lo triste es que el destino de la humanidad se encuentre en manos de una sarta de irresponsables, capaces de acabar con el planeta antes de ceder un ápice del terreno que han acaparado con tan poco esfuerzo.

Durante largos años, la cloaca funcionó de maravillas sin que nada cambiara y sin importar quien fuera el mandatario, ni siquiera para aparentar que algo cambiaba. En eso arribó Trump. A la cloaca le preocupó la llegada de este advenedizo que puso en entredicho todas sus actividades, legales e ilegales, e insinuó iniciar una montonera de acciones inéditas: la construcción de un muro que separe México de EE.UU., arguyendo, entre otras causas, el ingreso de drogas; la auditoría a la FED para controlar el sistema financiero de EE.UU.; el combate contra las mentiras de la prensa; el retiro de las tropas de EE.UU. de Siria, donde están ilegalmente, por considerar “que las fuerzas armadas de Estados Unidos no deberían ser el ‎‎gendarme del mundo.” Suena bonito, pero del dicho al hecho, hay mucho trecho.

Porque, ¡quién lo creyera!, para que un sector del sistema bicéfalo estadounidense gobierne desde la cloaca es necesario que se aconchaben ambos bandos para hacer la guerra, llevar la muerte a cualquier confín del planeta, derramar la sangre de niños, mujeres y ancianos, que tuvieron la mala suerte de nacer cuando el imperio pretende mantener eternamente su dominio global, sin que le importe ni costo ni el número de víctimas inocentes.

Trump, desde un punto de vista puramente imperialista, representa mejor que nadie los intereses imperiales, y es muy probable su reelección con resultados mejores que los que obtuvo para su actual mandato, razón por la que la cloaca le declara la guerra a muerte y para derrocarlo lo hacen el Otto, como se dice en Ecuador. ¿Qué hacer?, habrán pensado en la cloaca. Y a alguien de los servicios secretos se le prendió el foquito: hagámosle creer que el mundo le pide intervenir en Venezuela, Irán y en todas partes; de esta manera se hunde solo y nos evitamos la tarea de eliminarlo, como hicimos con Kennedy, parecen decir.

Con este antecedente, Trump diseña la política internacional de EE.UU., reflejo de la interna, que lo lleva a un callejón sin salida. O se rinden los demás y soy reelecto o me rindo yo y me largo de patitas a la calle; o me cargan en hombros o me sacan a rastras, parecería ser su canto de guerra. Para ganar a la cloaca, que hasta ahora ha llevado la batuta imperial, necesita apabullarla y arriesgar el todo por el todo. Ese es el porqué de su conflicto absurdo contra el mundo, en el que se enfrentan la heterogénea administración de su gobierno con los despistados de la cloaca.

Así las cosas, Trump y sus acólitos comienzan a dar palazos de ciego contra todos: a Rusia, a la que atacan desempolvando el plan “Enterrar a los rusos”, por lo que cada día inventan una nueva calumnia en su contra, porque de la mentira siempre queda algo de tizne; a China, a la que agreden económicamente, intensificando la guerra comercial y las sanciones contra las compañías chinas, como el caso de la empresa Huawei, que no será resuelto pero sí usado como elemento de chantaje para obtener condiciones ventajosas en una negociación futura; a la Unión Europea, a la que presionan para que detenga la construcción del gasoducto Nord Stream 2 y adquiera gas en EE.UU., que es un 30% más caro que el de Rusia; a Turquía, a la que amenazan con sanciones si obtiene los sistemas de defensa S-400; a Irán, cuando le advierten al mundo, “el que haga negocios con Irán no los hará con EE.UU.”, y ese es un yap directo a la cara de la UE; a México, al que advierten que le subirán los aranceles en un 25% si no reprime, rompiendo la Constitución mexicana, a los refugiados centroamericanos que abandonan sus terruños porque no encuentran trabajo sino violencia y hambre; a Venezuela, contra la que ejecutan medidas draconianas, que martirizan a su pueblo, y amenazan con agredirla militarmente; a Nicaragua y Cuba, contra las que pretenden poner en vigencia la vetusta Doctrina Monroe.

Por estas razones y por haber roto Trump el acuerdo implícito existente entre todos los sectores de la cloaca, tanto los demócratas como algunos republicanos califican los actos de Trump de errores terribles, peores que los de Obama; le acusan de ceguera estatal y le amenazan con un impeachment, que haga colapsar su presidencia. En el póquer político actual esa es una carta muy fuerte.

A todos ellos, Trump les podría preguntar ¿dónde está la plata? y acusarlos de haber malbaratado el presupuesto militar de EE.UU. Sino que expliquen ¿cómo así, gastando más de quince veces el presupuesto militar de Rusia, se han dejado avasallar por una potencia que llamaban la gasolinera de Europa? Porque, si se hace bien las cuentas, desde que Putin llegara al poder, por cada dólar que Rusia invirtió en defensa, EE.UU. invirtió sobre trescientas veces más y sus resultados son menos que magros. Lo cierto es que no pueden explicar en qué malbarató el Pentágono billones de dólares del presupuesto de defensa, para estar militarmente a la saga de Rusia.

Todo este desbarajuste asusta a los advenedizos y a la cloaca. Es que se les derrumba el mundo de fantasía que los medios de información masiva han construido con tanto ahínco y, por más que lo intenten ocultar, lo cierto es que llega a su fin el dominio global de EE.UU. Saben bien que todo cambia y que no son ya la primera potencia económica del mundo, que debido al incontrolado gasto público, especialmente el militar, ahora ocupan un honroso segundo lugar, lo que les disgusta. De ahí que hayan pasado del escepticismo cauteloso, cuando negaban los hechos, a la alharaquienta histeria con la que pretenden asustar al mundo.

Para muestra basta el botón, el de las sanciones. Por pedido de E.EUU., las autoridades de Canadá detienen a Meng Wanzhou, directora financiera de la compañía china Huawei Technologies, y solicitan su extradición, pues sospechan que esta empresa violó las sanciones comerciales impuestas por Washington contra Irán. Todo esto es un absurdo galimatías porque nadie está obligado a seguir las ocurrencias de Washington. Irán cumplió todas las obligaciones que contrajo en el acuerdo nuclear firmado con la comunidad internacional, incluido el gobierno de EE.UU. Por esta razón, las sanciones impuestas por la administración de Trump son arbitrarias por ir contra su propio acuerdo y no estar aprobadas por la ONU, único organismo que las puede aplicar. Por otra parte, ¿cómo se puede arrestar a alguien por no cumplir las arbitrariedades de Trump? ¡Resulta que lo ilegal es lo legal! Y Canadá, país soberano, cumple esa ilegalidad. ¡Qué horror!

Pero no sólo eso. Un mes después de que la administración de Trump anunciara medidas coercitivas que prohíben la compra de petróleo iraní, los clientes de Irán desaparecieron por el temor a las represalias de EE.UU., es que el desbalance del sistema internacional que se dio después de la Segunda Guerra Mundial en favor de ese país le permite mantener privilegios y chantajear desde una posición dominante en el sistema financiero; además, su poderío militar, disperso por sus bases en todos los continentes, le facilita imponer sus criterios hegemónicos, por lo que a cualquier país, o grupo de países, se le vuelve bastante complicado nadar contra corriente y, simplemente, le obedecen.

Eso explica el enorme bodrio que es la cloaca, en la que también se ha sumergido Trump, donde para ser buenos, ser los mejores, sobresalir en el cieno fétido en el que desde hace mucho están inmersos y ganar el voto de esa especie de troglodita en que se ha convertido un amplio sector del electorado estadounidense, deben sacar las uñas, mejor dicho, las garras del imperio, y cometer cualquier barbaridad a nombre de la libertad. Porque para ser buen mandatario en EE.UU. es necesario acusar y encarcelar sin pruebas al inocente, congratularse con el mal, hacer la guerra y destruir lo bello. Se explica también porqué la candidatura de Bernie Sanders no prosperó y fue derrotado de manera tramposa en las primarias demócratas, por ser una buena persona, por ser decente y honrado, características que le impedían en esos momentos llegar a la primera magistratura de su país. Por eso la pelea se dio entre la señora Clinton y Trump, que son el reverso espiritual de Sanders.

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