Por Alfredo Serrano Mancilla
Sí, han leído bien. Estoy realmente feliz por haber pagado impuestos durante todos los años que estuve trabajando en España como profesor universitario. Y la felicidad se explica muy fácilmente: ayer estuve un rato hablando con mi mamá por videollamada de WhatsApp y me mostró los equipos de asistencia respiratoria que le entregaron hace poco para ayudarla a estar mejor. Le dieron un concentrador estacionario y un concentrador portátil a pulsos para que pueda disponer de ellos en su casa y en la calle, respectivamente. Son muy necesarios para afrontar su malestar y facilitarle su día a día.
Me contó además que está a la espera de que le den un tratamiento que también es muy efectivo para evitar la progresividad de su enfermedad. Por lo que le dijeron, en el mercado estos medicamentos son muy costosos, pero gracias a la sanidad pública los tendrá sin necesidad de pagarlos. Con lo que mi mamá gana de pensión, no podría comprarlos.
Previamente, le hicieron todas las pruebas pertinentes, incluso una tomografía axial computarizada (TAC). Y estuvo constantemente atendida por los médicos neumólogos del hospital público del pueblito donde ella vive y donde yo nací. Que no es ni la capital ni seguramente una de las cien ciudades más pobladas de España.
Es obvio que nadie puede estar contento por tener a su propia mamá necesitada de asistencia médica. Sin embargo, con sinceridad, me entró una extraña sensación de felicidad por saber que ella tiene y tendrá todo lo que necesita para cuidar su salud.
Y esto solo es posible gracias a que mucha gente paga sus impuestos; y a que la recaudación obtenida es destinada a asuntos tan necesarios como la sanidad. O para el salario de los bomberos que deben acudir súbitamente a apagar un incendio. O para las escuelas públicas. O para que la policía haga su labor.
Estoy seguro que a nadie le gusta pagar impuestos, así como si nada. Porque es como si te sacaran algo que has ganado con tu propio esfuerzo para que se vaya a una caja pública que nunca se sabe cómo será usada.
No obstante, cuando ocurren estas cosas, que seguramente no solo le ocurre a mi mamá, sino que es una situación por la que pasa la gran mayoría de la ciudadanía, es cuando podemos entender bien el valor y la importancia de pagar impuestos.
También tengo claro que no todo el mundo debe pagar impuestos. Solo ha de pagarlos quien tenga suficiente para ello. No tiene sentido que una persona con dificultades para vivir cotidianamente (por bajos ingresos) deba pagar impuestos. Tampoco un pequeño empresario que esté pasando por malos momentos. Es decir, solo deben pagar aquellos que realmente tienen de sobra. Unos más y otros menos. Cada quién en su justa medida.
Realmente, estoy muy feliz porque gracias a que pagamos impuestos, mi mamá tiene asistencia médica. Y por esta misma razón me entristece la irresponsabilidad política y electoral de quienes hablan abiertamente de que hay que eliminar como sea los impuestos.
Ahora vivo en Argentina. Y cuando escucho a gente como Milei, Larreta, Bullrich, Macri o a cualquiera de sus correligionarios pronunciar ese tipo de discursos, realmente creo que no piensan en gente como mi mamá, o como tanta gente que necesita asistencia médica y no tendría como pagarla con sus propios ingresos.
Además, mienten. Es verdad que en Argentina hay muchos impuestos, pero se paga poco. Es decir, hay un mal diseño de la estructura tributaria porque hay más de 150 impuestos. Pero luego, a la hora de la verdad, no se paga tanto. Porque se elude mucho dado que la ley lo permite. Y se evade más porque los ricos no cumplen la ley.
Tres datos hablan por sí solos. Uno: Argentina tiene una presión tributaria 6 puntos por debajo del promedio de la OCDE. Dos: las grandes empresas de Argentina, en vez de pagar entre 25 y 35 pesos por cada 100 que ganan, acaban pagando solamente entre 4 y 5 pesos porque se aprovechan al límite de todas las exenciones tributarias. Unas con razón y otras sin razón. Tres: las grandes empresas evaden la mitad de lo que les corresponde.
En conclusión: si yo tuviera que hacer un programa electoral en Argentina, la primera línea se la dedicaría a eliminar tanto privilegio tributario que tiene la gente que no lo necesita para que gente como mi mamá pueda acceder a lo que necesita en algo tan básico como es la salud. Para ser más concreto, me estoy refiriendo, por ejemplo, a eliminar la exención tributaria al Poder Judicial, para que los miembros de la judicatura paguen sus impuestos como cualquier otra persona con su misma capacidad económica. Esta medida, con proyección para el año 2023, daría una recaudación de 237 mil millones de pesos. Y así se podría ayudar a mucha gente, como mi mamá, que lo necesita.
En Argentina, si se eliminasen todas las exenciones tributarias se podría recaudar un extra del 2,4% del PBI.
Sé que no todas ellas son injustas y ociosas, pero muchas de ellas sí, porque se pusieron precisamente en respuesta a presiones de determinados grupos de poder a lo largo de los años, y luego, se quedaron para siempre. Como por ejemplo las del Poder Judicial.
Y por cierto: que nadie diga que no se puede. Porque poder se puede. Y si no lo creen pueden revisar cómo ha podido López Obrador en México y recientemente Petro en Colombia. En ambos casos se recauda mucho más gracias a eliminar los privilegios tributarios para los más ricos.