Por Álvaro Campuzano Arteta
Después de permitir el asesinato bajo custodia policial de los involucrados en el asesinato del candidato Villavicencio, de todos con la excepción de un solo sicario, el único bajo protección, según nos dicen sin empacho alguno, que habría rendido un testimonio que inculpa, vaya sorpresa, al “gobierno de Correa”… ¡que terminó hace siete años! Después, asimismo, del silencio encubridor tendido sobre el asesinato de Cherres (operador turbio y pieza clave para investigar el vínculo del gobierno de Lasso, ese sí actual y en funciones, con la mafia albanesa). Después, además, de la falta de resultados en la investigación de otros asesinatos políticos, empezando por el del alcalde de Manta, Agustín Intriago. Después de todo esto y más, el hecho de que justo a una semana de la segunda vuelta electoral se cierre, en milagroso tiempo récord, esta «instrucción fiscal» de baja estofa sobre el caso Villavicencio expone, otra vez pero con gritos aún más destemplados, su intención de atacar por las alcantarillas a la candidatura de la Revolución Ciudadana.
Pretenden favorecer ya sin rubor alguno a Noboa, el junior, expuesto justo como eso, lo que es, un heredero advenedizo, en el debate con Luisa González; Noboa, el nuevo rostro publicitario de la vieja política, al que le acompaña como candidata a la vicepresidencia una agresiva neoconservadora que vocifera contra toda noción de justicia social y propone ahondar todavía más el retiro selectivo del Estado propugnado por Lasso y compañía, es decir, el abandono del Estado como promotor y garante de derechos y su grotesca instrumentación, desde el aparato judicial y represivo, para defender privilegios.
Se encargaron de despejar todo asomo de duda: ellos, los que ahora se sostienen con garras del poder gubernamental, los que tienen una desaprobación clamorosa (expresada en calles y medida en encuestas que registran incluso la opinión de sus propios votantes decepcionados de hace dos años), los que debieron adelantar elecciones porque iban a ser destituidos, ellos, desesperados, apoyan sin ahorrar artimañas, sin medir consecuencias, la candidatura de la dupla de Noboa, el desabrido junior, y Abad, la versión cuencana de Milei.
Se acaba la indecisión. Votar por ellos es votar por la profundización del descalabro de inseguridad y violencia en el que estamos sumidos, porque a eso nos ha conducido su peligroso proyecto del retiro selectivo del Estado.
Su principal recurso de agitación política es el odio ciego, la estigmatización simplona, la cansina invocación de ese fantasma repelente, el «correísmo».
Ya fue más que suficiente de esa trampa retórica.
No solo es necesario votar sino llamar a votar, desde la esquina del barrio hasta estas enrarecidas esquinas digitales, por la candidatura de la Revolución Ciudadana. Se trata de la única alternativa democrática (no solo para las izquierdas sino, me atrevo a decir, incluso para la derecha más centrista) en las elecciones del próximo domingo.
Democracia mínima versus barbarie. Esa sería la alternativa para el próximo período de intensa transición de año y medio. A votar sin odio.