Por Juan Montaño Escobar
“Vámonos, tesoro. No te juntes con esta chusma”.
Frase de Doña Florinda
(personaje de la serie mexicana El Chavo del Ocho).
La academia ecuatoriana está quedadísima para investigar, analizar, confrontar teorías y literaturizar aquello que ocurre ahora mismo en el país y las Américas, más que todo en Latinoamérica. Mientras mastica lo conocido y sabido no quiere meterle diente a lo que en apariencias es desconocido. Parecería, pero está ahí, en la calle, es cotidiano, asombroso para muchos. Aun si eso es poco, recordemos que mucha gente universitaria proviene de barrio adentro y las sabe completas. La sociología abunda en señales distantes del hervor socio-político del país en estos últimos años, cuando la economía es la plata-forma del bandidaje nacional (con estilos y estratos sociales) y la antropología cree que la vida no ha renovado sus representaciones culturales desde el último simposio. En el laboratorio esquinero de ideas ya hay otra materia para darle harto trabajo a la sin hueso. La florindología, señoras y señores. No es sobre el personaje burlesco de la comedia de El chavo del 8, de ninguna manera, ahora es una entidad social, seria y jodida, que no causa risa sino muecas de amargura, cuando más. (Alguna hilacha de risa, es posible). Y con la calle durísima aquello está más para la irritación popular y a la carta que para el chiste reflexivo. Retornemos a lo sencillo como el día de ayer: la florindología. ¿De qué guarandinga hablamos? De una vaina empírica que exige curiosidad chamánica, paciencia filosófica, disgusto controlado y humor del bueno para entender qué es ese hallazgo florindópico. ¿Será un bife del último rescoldo de jodedera.
Barajándola suave, fue desquite humorístico de adversarios de la candidatura de Daniel Roy Gilchrist, picados por la pérdida electoral balurda y por la evidencia carifruncida del resultado. Es humor en algo divertido y bastante agridulce, porque es burla a gente en arranquitis que mostraba su alegría por quien es fácil que actúe invariablemente así: “si te vi no me acuerdo”. O el pertinaz descrédito de las elecciones: “yo te ofrezco busca quien te dé (en pleno día y con la linterna de Diógenes el Cínico)”. Un karma didáctico, sin dudas. O sea aquello que en las religiones hindúes se llama el karma (nuestras decisiones y acciones determinan el rumbo y la rumba de nuestro destino). Hay una sociologismo serio buscador de analogías accesibles con el barrio menos informado y aprovecha esas referencias de boca en boca para establecer cátedra. Y ya, el resultado fue la florindología. Es decir, el estudio de los florindos: alma, corazón e intenciones. Esos grupos de chirez proletaria y de barrio adentro que tienen lleno el mate de la propaganda de la mediática burguesa, babilónica, pelucona, de clase exclusiva, de ricachones que se ofenden si les obligan a pagar los impuestos, etcétera. Etc. por triplicado. Es obligatorio saberlo, los florindos no nacen los hacen. Or they make themselves.
¿Habrá un manual de creación de florindos? ¿O una colección de leyes sociales prácticas y muy sencillas? ¿Cómo saberlo para satisfacer el morbo intelectual? Como sea, ahí está la florindología, campo amplio de estudio, zanganada mental y posterior quejadera afrentosa. Y parece que en estos años, por razones misteriosas, han aumentado hasta convertirse en grupos decisorios en temas electorales. ¿Cómo fue que se avanzó en esta devolución? Aquellos florindos, convencidos de su insoportable diferencia social, hablan fuerte y claro sobre sus preferencia distintas a los “ajetreos de la chusma” y alaban las imágenes de sus preferidos (o preferidas), sus maneras de hablar, la elegancia de sus trajes, su finura (falseta) en el trato a la clase barriobajera y la lindura de su tele novelesca familia. Y el programa electoral, ¿qué tal? Na’, entonces, hablan mal de R. Correa. Tuntunea como chiste ingenioso, pero fue así en la última campaña electoral a la presidencia de la República. Yo estuve ahí.
Los clanes florindizados son ambiguos, sentimentales, odian y aman (quizás sea mejor esta corrección pendeja: “admiran”) a la poderosa casta económica ecuatoriana (y americana, ¿por qué no?). Estos grupos se babean con sus formalismos aristocráticos (frivolidades triple X) y sus caprichitos vulgarones. Hum, hay más, sienten como propios sus novelones rosas (Lavinia Inc., Canes de Milei Co., Bolsonaro trust, etc.). ¿Cómo se sentirían si supieran que la casta ni en sus peores pesadillas se acuerda del florindariado? Ya vendrán las elecciones, cualquiera que estas sean, para votar contra ese “algo” o ese “alguien” que la mediocracia conservadora de desgañota gritándole lo que sea, mejor si es con una podrida mentira. ¿Y los intereses político-económicos del florindismo? “Espérate, un chance, después que no ganen los descachalandrados”. (“¡Cómo se atrevió ese o esa patirrusio-a[1]!”, dicho excluyente en Esmeraldas).
El florindismo no se queda solo en modos y modas de la casta, qué va, el periodismo conservador acomoda narrativas triviales para sostener el desafío a los infortunios populares que no dan tregua. Y vaya que sí. La gafas de Roy Gilchrist, el vestido de Lavinia, los elegantes disparates de algún alto funcionario y así por el estilacho. El florindismo estuvo ahí, en las barriadas, pero es ahora que adquiere nutrición anímica. Ahora es cuando la derecha ultra parece ganar la disputa ideológica por mentes y corazones ciudadanos. Es muy posible que mejorara sus estrategias comunicativas, sobre todo en las redes sociales y algo en la mediocracia televisiva. Uno de estos días comenzó con el estribillo sin condumio pero con sabor: “no hay ideologías”. Después metamorfosearon su vetustez fraseológica con palabraje zurdo. Y les mejoró el talante del electorado en algunos países.
No hay una métrica florindológica, pero no importa a ojo de sabio callejero es posible distinguir cinco grupos florindológicos, aunque podrían ser más y sin olvidar las combinaciones entre ellas, jerarquías y actitudes inclasificables. No importa, están aquellos que aprendieron de Doña Florinda a chusmear; están esos que siempre fueron pero apenas habían llegado al umbral floripóndico por falta de oportunidad; están los emberracados provenientes y vivientes del anticorreísmo espeso y rabioso; están los vergonzantes que después de cinco minutos de conversa se muestran como el retrato de Dorian Gray; y, cómo no, los softs (o blandos) admiten el desatino social, pero tienen canastos de justificaciones. Es posible que estos grupos, grupillos y tribus no tengan solidez duradera. Ojalá. Daniel Roy Gilchrist tiene el mérito de haberlos sacado de los armarios. Mejor que fue así, eso demuestra nuestra democracia social.
El florindismo, como camuflaje político, no se achanta en lo banal, es algo serio y mejorando. Este jazzman cree que se sostendrá mientras no cambie el humor político de la gente ecuatoriana (y latinoamericana), se gestione mejor el descontento social por la izquierda (vale decir, el progresismo) y se alcance atenuar el descrédito mediático derechoso a las propuestas de cambio. Aquí es donde hay pensar un ¿Qué hacer? Variado y pronto. Con cimarronismo en términos de productiva rebeldía, historicismo amplio e incluyente, creacionismo de artes de esperanza para las barriadas, anti sectarismo radical e imperdonable y si quieren un poco de leninismo. Todo aquello para crear comunitarismo (de comunidad) que es exactamente lo contrario del florindismo. Así sea.
[1] Patirrusio o patirrusia: palabra despectiva para referirse a la gente negra empobrecida. Se decía, porque al trabajar en áreas pantanosas y no tener posibilidad de lavarse las piernas y los pies, estos se ponían “rusios” o sea grises por el lodo seco. Ahora es un genérico despectivo para cualquier persona negra.