Jacques Ramírez G.

Mientras escribo este texto acaba de terminar la primera fase del mundial. Hemos visto treinta y dos selecciones que salieron a la cancha y, antes de hacer lo que más les gusta, entonaron el himno de sus países (salvo España, cuyo himno no tiene letra) como manda el protocolo en este evento deportivo.

La FIFA, desde su fundación en 1904 pensó en organizar una competencia deportiva que reuniera a jugadores que representen a las asociaciones nacionales de fútbol (y se estipuló que ellos son los únicos autorizados a organizar tan evento). Desde los estatutos fundacionales se acordó la prohibición de que clubes y deportistas jugasen al mismo tiempo para diferentes asociaciones nacionales, léase selecciones nacionales.

De esta manera la FIFA desde sus orígenes hasta la realización del primer mundial en 1930 pensó en una competencia deportiva de carácter nacional que prohibía a un jugador representar a más de un equipo nacional. Si bien hasta la fecha se mantiene este prohibición, en la historia del fútbol se registran algunos casos excepcionales. En Ecuador el más recordado es el de Alberto Spencer quien en una ocasión jugo un partido amistoso con la selección uruguaya que enfrentaba a Inglaterra. Pero también ha ocurrido en competiciones mundialistas oficiales, por ejemplo Luis Monti, único jugador en disputar dos finales con dos camisetas diferentes: en 1930 con la selección Argentina y 1934 con la selección Italiana. Su historia se pude resumir en aquella frase que él mismo dijera: “en Uruguay me querían matar si ganaba y en Italia, cuatro años después, si perdía”.

Hay varios jugadores que han disputado por dos selecciones ya sea porque se nacionalizaron, tienen doble nacionalidad o por los cambios políticos que dieron origen a nuevos Estados: Di Stéfano (Argentina–España), Diego Costa (Brasil–España), Diego Mota (Brasil–Italia), Jermiane Jones (Alemania–EE.UU.), Edgar Castillo (México–EE.UU.), entre otros. Un caso único es el de Dejan Stankovic quien nació en Belgrado y representó en 1998 a la desaparecida Yugoslavia, en el 2006 a la naciente Serbia y Montengro y el 2010 a Serbia, país que después de una consulta popular se separó de Montenegro.

Y me quedo en esta región del mundo porque de aquí viene el tema que ha captado la atención en lo que va del Mundial de Rusia. Como sabemos, la guerra de los Balcanes no solo provocó la erosión de nuevos Estados, sino también el éxodo de cientos de miles de personas que buscaron refugio en algún país, sobre todo en Europa, uno de ellos Suiza.

En el grupo F de la primera fase se enfrentaban Serbia y Suiza. El primer gol lo anotó el equipo serbio, minutos después empató el combinado suizo y faltando un minuto para que termine el partido anotó el segundo gol que le dio la victoria. Los tantos helvéticos fueron anotados por Xhaka y Shaquiri jugadores de origen albanokosovar: Xhaka nació en suiza tiempo después que sus padres huyeran de la guerra y las persecuciones hacia los albaneses y Shaquiri nació en Kosovo de padres albaneses que migraron hacia Suiza por los mismos motivos. Ambos celebraron sus goles juntando las manos emulando un águila de dos cabezas, símbolo de identidad de los albaneses y que es parte de su bandera. Shaquiri incluso antes del mundial colgó en sus redes sociales una foto de sus zapatos Nike que tenían la vadera de Suiza y la Kosovo.

Ilustración JRamírez.PNG Fotos: El Clarín 22.06.2018

Por supuesto que el uso de estos símbolos trajo repercusiones. En Serbia, el gobierno lo tomó con una ofensa a su nacionalismo (vale señalar que Serbia no reconoce como Estado a Kosovo, población mayoritariamente albanesa, que ha sido reconocido por 112 países), los hinchas de esta selección lanzaron objetos y mostraron pancartas discriminatorias; en Kosovo y Albania festejaron el triunfo como propios y sus respectivos gobiernos han decidido hacer colecta para pagar la multa de 10.000 francos suizos impuestos por la FIFA por el uso de dichos símbolos al momento de festejar los goles. En Suiza por su parte señalaron que el equipo es un reflejo de su multiculturalidad. En efecto, el 65% del combinado suizo nació en otro país o son hijos de inmigrantes. Hay jugadores -a parte de los señalados- provenientes de Costa de Marfil, Macedonia, Cabo Verde, Camerún, Croacia, Nigeria, Bosnia, Chile y el Congo.

Pero el caso suizo no es el único. En el equipo de Marruecos por ejemplo 17 de los 23 jugadores nacieron fuera del país que representan: en España, Francia, Portugal, Holanda, Bélgica. De nuestro continente, Oscar Duarte nació en Nicaragua y juega para el seleccionado “tico”. En su momento señaló: “yo represento a Nicaragua y a Costa Rica, creo que es normal”. De los jugadores más famosos, Lukako es belga de ascendencia congoleña y Mbappé, la gran promesa del fútbol francés, su padre es de Camerún y su madre de Argelia. Existen 82 jugadores que juegan en una selección diferente del país donde nacieron.

Como sabemos los mundiales de fútbol, así como las olimpiadas, por citar los dos acontecimientos deportivos más importantes, constituyen espacios idóneos para la reafirmación de las identidades nacionales y, lamentablemente en algunos casos, para la exacerbación de los nacionalismos. Ya la historia se ha encargado de registrar algunos episodios del uso político de ciertos gobiernos a la hora de hablar de sus equipos deportivos. Desde la Italia de Mussolini en los mundiales de 1934 y 1938 o Videla en el mundial de 1978, por citar dos casos conocidos. Igual en nuestro país no podemos olvidar la famosa frase del ex presidente Sixto Durán: “Ecuador ni un paso atrás”, que luego fue utilizada para referirse al combinado tricolor.

Siempre he dicho que uno de los “grandes inventos” son los Estados-nación. Esto ha dado paso a un ‘pensamiento nacional’ que hace que nuestro mundo social y político esté permeado por las estructuras de carácter nacional ayudados por ciertos dispositivos (incluido los deportivos) que han hecho que nos identifiquemos a una sola membresía. Así se ha construido la idea de un “nosotros” (nacionales) y los “otros” (extranjeros, inmigrantes) que en muchos casos permite prácticas de discriminación y xenofobia, sobretodo de aquellas personas nacionalistas.

Desde los estudios de migración ya se han hecho varios cuestionamientos a los sentidos de pertenencia anclados a un solo Estado. De hecho se han acuñado términos como ciudadanías duales, múltiples, multiculturales, transnacionales, ciudadanía mixta, etc. Pero el caso del fútbol, leído y visto por muchas más personas, puede ayudar a desterrar los nacionalismos, algo que debe detestarse –incluidos los nacionalismos deportivos-.

Shaquiri, protagonista de esta historia, señaló luego del partido: “En el fútbol se vive siempre con sentimientos. Pudieron ver lo que hice y es solo un sentimiento”. Uno no elige dónde nacer, tampoco elegimos la nacionalidad. Pero uno sí elige las identidades. Y las identidades son unas construcción en perpetuo rediseño y todos tenemos más de una. Por eso el gol Shaquiri se festejó en Pristina, Zurich y Tirana.

Ahora que la FIFA acaba de tomar la decisión de realizar el Mundial 2026 en una región (Norteamérica) en vez de un país, pasó por mi mente la idea de que si un Mundial ya no será en un país sino en una región, ¿por qué no también para ese mundial se plantea que nos representen selecciones regionales o subregionales en vez de nacionales? Tendríamos partidos, por ejemplo, entre la Confederación de Fútbol Asiático vs. la Confederación Africana de Fútbol. O entre andinos vs. centroamericanos. Algunos amigos me han sugerido que también se podría organizar un Mundial según el país donde residan los futbolistas. Otros armados por sorteo -un principio democrático radical- escogiendo a los mejores jugadores del mundo según la posición que juegan. Como hacíamos en el barrio al jugar “futbito”. 

Sueño con un mundo organizado de otra manera. Veo la necesidad imperiosa de buscar otra forma de ser nosotros, de presentarnos y de representarnos. Si sueño que otro mundo es posible, ¿por qué no soñar también que otro Mundial es posible?.

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