Por Juan Montaño Escobar
Aquellos que deseen seguirme (Mi evangelio del ghetto).
se les agradece con estas manos
y el cielo rojizo finalmente se hunde en las colinas de oro
y hay paz para este joven guerrero sin el sonido de las armas[2].
Ghetto gospel, Tupac Shakur.
“¡Es la historia, pendejo!” Así se respondería a la pregunta: ¿cómo llegamos a esta situación de miedo ciudadano? Y si falta cátedra se la busca en el periodismo de análisis. “Memoria corta”, dicen los arqueólogos matutinos de la oralidad mediática. Sí, cortísima. Coincido. Por otras vías de conversa y diagnóstico, quizás menos transitadas, se concluye: bajísima educación política. Se aprueba y se complementa dejándola sin el otro adjetivo: bajísima educación. A secas. Me refiero a la ministerial y a las mediciones del INEVAL[3]. Ahí está: desmemoria popular y negación artesanal de la política. Respuestas sobran a esta pregunta que bien podría enfatizarse a lo Mario Vargas Llosa: “¿en qué momento se jodió la tranquilidad social en Esmeraldas?”. Este jazzman la tira directa y a los gobernantes de Carondelet, porque él no es ajeno al club de los preocupados. Y tiene reservado lugar en el de los ‘paniqueados’ de Esmeraldas City. ¿Entonces? Nada, la fieras urbanas van por la economía de los empresarios mínimos y máximos, por las damas de carteras de falsa marca exclusiva, por el transeúnte que busca su Madre de Dios y debió hallarla porque compra algo de tiempo vital y por cualquiera en cualquier calle. Van por todas y todos sin ninguna excepción. Ya ocurría, pero por estos meses es una plaga. ¡Ah, los asesinatos del día a día! Estadística macabra, impensable hasta hace poco. No comenzó el 22 de octubre del 2021, con el asesinato del hermano Álex Quiñónez (escaso reconocimiento oficial), en Guayaquil, pero relacionado con Esmeraldas; no es un dato insignificante.
Un paseo por la ciudad de Esmeraldas te deja angustias para regalar, la gran cantidad de casas en ventas y el cierre de abarroterías barriales, almacenes, restaurantes, cafeterías y otros negocios por las vacunas. Eufemismo para no decir extorsión. La ciudad ha ingresado en la high way del languidecimiento económico. Ojalá sea reversible. No hay estadísticas para hablar de cantidad, pero muchas familias están migrando hacia no sé dónde. ¿Migración? Disfraz verbal para ocultar aquello que realmente es, huida masiva ydesesperada. Ya es parte de la conversación cotidiana la huida de alguna familia. Oscureció y no amaneció, se concluye el relato. Tristeza, desesperanza e impotencia social está ahí, en el ambiente urbano. Y el desasosiego. Y el temor colectivo. Y esa rabia grupal e instantánea desfogada a golpes en el cuerpo del carterista capturado. Está ahí, en los barrios, ese miedo ecosistémico que encierra a las familias antes de las ocho de la noche.
Esta etapa violenta tiene historia, ahí va el conteo rápido: la clase política nacional y la clase política local muy preocupadas por joder la institucionalidad o dicho con la metáfora cool, “ausencia de Estado”; actores armados oportunistas y con lecciones aprendidas de otros países; descuidos políticos imposibles ahora de cuantificar; acumulación de dificultades económicas y sociales en miles y miles de familias esmeraldeñas; y una lista de culpables directos (e indirectos). ¿Diagnósticos? Sí, claro, ¿de qué tamaño los quiere? Están aquellos aventados por la caterva de predicadores religiosos, están esos sinsentidos de los agrios derechosos que culpan de la violencia a la Constitución (no se caiga de espalda, por favor), los profetas idiotas que proclaman acusaciones a la blandura de la leyes y reclaman una Glock en cada mano ecuatoriana. Hay de todo en esa feria de disparates. ¿Soluciones duraderas y efectivas? (¡Ay, qué duro es pensar, planificar, invertir y ejecutar políticas públicas!) La respuesta silente y evidente es el darwinismo social o sea sobrevivirán las pandillas más fuertes, “porque esta matazón es entre ellas”. Sí y no. No y sí. Las estadísticas reales tienen la palabra. Clara, cifrada y pronta. Antes que empiecen por acá los “falsos positivos”, las leyendas tétricas y la justificación racializada para la juventud afroecuatoriana: “andaba en vainas raras”. Remember, Colombia, aquí nomás, al otro lado de la raya.
Estos estropicios sociales involucionan desde los político, con cientos de tragedias diarias, no corresponden a un desbarajuste rápido y descontrolado, tampoco a los líos de la creada e impuesta marginalidad provincial ni a la maldad de unos cuantos individuos; para nada, este presente de incertidumbre y aniquilamiento múltiples tiene su ayer de deterioros económicos persistentes de la provincia de Esmeraldas. Ahora el valor del ayer -recordando al Abuelo Zenón- es nuestra historia social y política. Y cultural, sin dudas. La historia de Esmeraldas con sus heroicidades paradójicas y sus descalabros increíbles, sus importantes instalaciones industriales estatales y privadas, su producción agrícola-ganadera y cien oportunidades para no ser gramática tétrica de un gangsta rap. Esta ciudad, Esmeraldas, se carga de cometarios mediáticos y periodísticos y las clásicas divagaciones de las autoridades de todas partes. Esmeraldas muestra ahora mismo desesperación y bilis barrial. Bastante hiel y por debajito está el espanto popular. “¡Vaya con Dios!”, no es solo un deseo de la costumbre solidaria, ahora es el inicio de una plegaria, porque estamos otra vez, para peor, en frase de Ricardo Arjona: “aquí no es bueno el que ayuda sino aquel que no jode”. Y de Esmeraldas se aplica para la ¿República? del Ecuador de estos meses insufribles. O de estos últimos años.
Nuestro ayer fue el de las galladas, la bacanería duraba hasta el llamado perentorio del padre o de la madre. Mojón de perro, quien no fue parte de alguna cuadrilla juvenil que mataba el rato con la pelota de trapo o seguir los pasos de los futbolistas de La Polverita[4]. Nuestra gallada se llamó La Colectiva, en los años ’60 del siglo pasado, este jazzman era bastante pibe y ya agarraba calle. Su nombre fue un hallazgo imprevisto, para un equipo de indoor-football (o índor-fútbol), alguien propuso ese nominativo socialista y de ahí con los años saltó al sector urbano y no porque faltaran otros nombres, pero la lógica esmeraldeña la buscaba en el flow sin atender al convencionalismo. Eran otros tiempos. Las galladas eran tribus juveniles que defendían el honor deportivo en la canchita de tierra pelada, el territorio barrial y el cariño de la muchachas. Así era de machista radical, only boys. De vez en cuando alguna disputa se resolvía con narices sangrantes o una persecución a pedradas hasta el límite caprichoso del barrio. Los malhechores del lugar eran apuntados con el dedo como ejemplos deplorables. Esmeraldas no era un territorio apacible ni beatífico, pero se vivía sin los sobresaltos de un despojo fortuito. La calle tenía horario ilimitado. Años ’60: exportación a full de banano, fútbol de vecindarios amistosos, leyendas que terminaban para que otras empezaran.
Esmeraldas amplió su geografía urbana y creció poblacionalmente. Años iniciales de la economía petrolera. El boom petrolero. Construcción de los puertos comercial y petrolero, de la refinería, de obras educativas y aún se exportaba banano. Esas cosas estaban acá, pero se gobernaban (aún, en homenaje a la realidad) desde Quito o Guayaquil. Nuestra economía dependía (o depende) de los humores de los jerarcas (ninguna mujer, por favor) de los partidos políticos. Bueno, también son pandillas de clubes con derecho de admisión. De smoking. Amén.
De las galladas a las pandillas se pasó a finales de los ’70. La diferencia era que los desacuerdos se resolvían con navajas, cuchillos o garrotes. También se acentuó la territorialización y algunas se afincaron en lo identitario. Por ahí estuvieron los pandilleros Mau Mau que muy poco tenían ver con el movimiento de liberación de Kenia y más con un componente identitario-territorial. Otras pandillas se formaron pero su impacto delincuencial no fue relevante. Aun había un bien organizado movimiento juvenil de izquierda política al filo de la insurgencia. Esmeraldas parecía que cambiaba el rumbo. Parecía.
Esmeraldas comenzó a irse al diablo, de a poco y con pausas para acelerar en las treguas de los buenos momentos políticos. Este jazzman cree que el peor significado de ‘populismo’ se consiguió en Esmeraldas. O sea una pandilla de políticos que apenas se distinguían por las siglas del partido (casi todos de derecha). Y nada más, porque hasta los colores eran iguales. No sé si el rapeo correcto es decir que todo se fue al diablo o él se lo llevó. Más gráfico: no había provisión de servicios básicos, desempleo a full, no funcionaban los municipios; las calles se abarrotaron de basura; los inviernos, sin importar su intensidad, eran desesperantes por las inundaciones urbanas o las lomas deslizándose con las casas de sus laderas sobre las abajo. En la mayoría de los barrios se malvivía, pero en los de la rivera del río Esmeraldas era como maldición bíblica. ¡Coño, qué no les ocurría! Eran los años ’90 y fue el colapso institucional de la provincia. Y del cantón y ciudad de Esmeraldas.
En septiembre de 1995, Eugenio Arellano Fernández llegó a Esmeraldas, al lugar acertado y en el tiempo indicado. El 1 de junio había sido nombrado obispo, por Juan Pablo II. Si hubo ceremonias de bienvenida fueron de protocolo rápido, porque de inmediato salió a involucrarse en los problemas de violencia social de la ciudad. Las pandillas se peleaban a balazo limpio los territorios urbanos para las fechorías y en esas guerrillas morían pandilleros y quienes tenían el infortunio de estar en ese sitio equivocado. Monseñor Eugenio Arellano no equivocó la ocasión ni el momento para pararse en el punto central del cruce de balas. Él hizo su parte y los medios policiales la suya. No bastaba la paz social armada, había que enterrar escopetas, pistolas y recortadas, porque los tiempos violentos vuelven. Y para peor en términos de asesinatos y espantos de cuatro dedos.
En el año 2000, gana las elecciones a la Alcaldía de Esmeraldas, Ernesto Estupiñán Quintero, con un voto de rechazo al candidato del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE). Al otro día de la posesión, ese viernes 11 de agosto de 2000 fue un lunes de trabajo y no de festejo, porque empezó una limpieza urbana sin precedentes. A los pesimistas empedernidos los atrapó con una frase motivadora: sí es posible cambiar a Esmeraldas. O con esta variante: sí es posible cambiar, Esmeraldas. Y cambió la perspectiva política local. Y aun social hacia la confianza. Cientos de jóvenes, unos dentro del pandillaje y otros en la frontera del malandrinaje, fueron empleados en las obras municipales de mitigación de impactos físicos urbanos. Una parte ingresó a trabajar como empleados en las áreas municipales de aseo y mantenimiento de la ciudad y las parroquias rurales. El obispo Eugenio Arellano trabajaba por pacificar las calles y el alcalde Ernesto Estupiñán producía oportunidades para mantener esa paz. Entonces, sí, si fue posible alcanzar la paz para esos violentos días. Por fragilidad de la memoria colectiva y el arranche partidista esmeraldeño no se le reconoce mérito a nadie. El ambiente sociopolítico es cizañoso. Total no se agota la elección de alcaldes malos o peores en los cantones de Esmeraldas. Las excepciones solo martillean la confirmación de estos mandamientos malditos. Por eso los próceres que se celebran hasta la aberración son dos o tres y parecería que no hay más.
Y llegamos a estas semanas. Las estadísticas macabras informan que hasta los primeros días de mayo del 2022 ya se había rebasado por completo la cantidad de asesinatos del 2021. Se incluye la brutal masacre de una familia, el 17 de abril de este año. ¿Cómo se alcanzó este nivel de despiadada violencia en Esmeraldas y en otras ciudades del país? Hay hipótesis a la carta, pero coinciden en algo: el tráfico de drogas hacia consumidores de otros países. Y al mercado interno o microtráfico. Como quiera que sea el tema es económico. Depredación económica. Extorsión (vacuna) a centenares de pequeños, medianos y altos empresarios de la provincia; extorsión a tenderos y tenderas de barrio, a los vendedores ambulantes y no se excluyen dueños de talleres de mecánica o de pintura. Es un viento malo que está barriendo con la economía informal, último refugio de miles de desempleados. Las paredes de la ciudad de Esmeraldas se adornan con una frase del miedo común: se vende. O se alquila. Hay una estampida silenciosa y lamentable, porque solo se puede elegir la huida o perder el bien. O la vida. ¿Quiénes son los extorsionadores?
La ciudad sobrellevaba como podía a los motociclistas asaltantes hasta que se volvió susto callejero viral. Y se configuró una amenaza que desbordó el ánimo popular con los asesinos por encargo. No sé quién los premió con la degradación de la nomenclatura de los luchadores hebreos contra el imperio romano de aquellos tiempos precristianos: los sicarii. Plural de sicarius. Sicario es el killer que mata por un sueldo. Es el que aplica la hipodérmica mortal al vacunado que no cumple con el envés de la vacuna. Es el que le muestra el empedrado camino a la eternidad a quien no devuelve la deuda del lavado monetario. Es el que cobra las deudas del rencor y del ajuste de cuentas. Hasta ahí son las misiones del sicario, por ahora.
La neurosis empaquetó el ánimo colectivo. La gente esmeraldeña aprende a vivir con el miedo cortante y engarrotante. Corta la respiración y engarrota articulaciones mientras se espera el retorno del ser querido que marcó la hora de regreso y ya pasaron cinco minutos sin su retorno. Es un aprendizaje con cada asesinato, con las tragedias que parecen un perverso sorteo y se rechaza con desesperación el premio. Una pregunta que nadie quiere hacerse por la superstición del acierto fatal: ¿me ocurrirá la próxima vez a mí? Este aprender no cabe, porque es innatural. El miedo como la tristeza son solo episodios emocionales porque el material dramatúrgico es transitorio. Debería serlo. De la prolongación del miedo en la ciudadanía proviene la neurosis. O sea se recicla la violencia por atavismos e ideologías, por ejemplo, racismo, clasismo, machismo.
E insisto. Un punto arquimédico de esta fatalidad es la economía de la provincia y la ciudad. El cierre desmesurado de negocios, talleres; la afectación a la informalidad ocupacional; la disminución al mínimo de la actividad turística nacional y local. Otro punto arquimédico es lo social y cultural: los resultados medibles de la educación son malos ahora serán peores, aumentará el desempleo a niveles jamás pensados y la desesperanza reciclará más juventud a la delincuencia. Y eso no es todo; falta la actividad política. ¿Nos gobernarán los jefes de las bandas? Este jazzman cree que están a pulgada.
Los bandulus[5] no aparecieron por generación espontánea. El crecimiento pandillero fue (o es) ajustado a las circunstancias políticas deprimentes (definan, por favor, ausencia de Estado), administraciones locales peleándose por saber cuál es la peor (con las excepciones), la huida por el túnel del tiempo de la clase política de Esmeraldas a los peores años del siglo pasado y la dependencia rastrera del caciquismo partidista de Quito o Guayaquil. A la provincia se la gobierna desde alguna oficina quiteña o guayaquileña. Ah, sí las administraciones tienen alguna dirección conocida en Esmeraldas city y en las otras ciudades. Ahora entienden la inoperancia social de aquello que está instalado en la provincia o la ausencia de políticas públicas provinciales y municipales. En fin, el desempleo al tope, saquen las cuentas del problema y calculen que en las pandillas hay miles de jóvenes, la mayoría son afroecuatorianos.
Los bandulus organizados en grupos juveniles de allá con jefes de otras comarcas nacionales, hasta los nombres son extraños. Tiguerones, Choneros, Águilas, Gangsteres, Grupo Cóndor de lo que se sabe. Y están Los Patones al parecer se han reactivado, su jefatura y miembros son del vecindario. Ahora sí se han armado para la mortandad (pistolas, fusiles de asalto, metralletas y granadas), para posesionarse sin disputa posible de sectores de la capitán provincial y de otras ciudades. La cosa va en plan de apropiación indefinida de la vida urbana esmeraldeña. Y quienes crean que esta violencia es residual y se resuelve a balazos, entre policías y bandidos, se equivoca.
[1] El gospel se deriva del vocablo godspell que significa palabra de Dios. El gospel es la denominación de cantos de religiosos celebrativos de las comunidades afro estadounidenses. Arrullo son cantos religiosos festivos de las comunidades afropacíficas colombo-ecuatorianas. Estos cantos tienen dos líneas interpretativas. Una a lo divino o sea de alabanza religiosa. Y la otra a lo humano para exaltar virtudes de personalidades. El Bunde es hermano rítmico del arrullo, aunque se acostumbra con danzas y rituales. Estas músicas afroamericanas son entendidas equivocadamente por cierta antropología como de “culto a los muertos”.
[2] Those who wish to follow me. (My ghetto gospel).
I welcome with my hands.
And the red sun sinks at last into the hills of gold
And peace to this young warrior without the sound of guns. (La traducción del epígrafe es responsabilidad del autor).
[3] El Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEVAL) es la institución pública de Ecuador creada, por mandato constitucional, el 26 de noviembre de 2012 para la evaluación interna y externa del Sistema Nacional de Educación (Wikipedia).
[4] Así llamó el periodista Ronald Murillo Cabrera, en los años ’60, a la cancha del Estadio Folke Anderson, de la ciudad de Esmeraldas. No tenía aún césped.
[5] Pandilleros, bandidos, según el habla de la Nación Rastafari.