Los graderíos del campo de fútbol americano de la escuela se llenaron de gente, el sol de los días de verano estaba sazón, en su mero punto, el clima era perfecto, los asistentes iban en sus mejores galas, no era para menos pues se graduaban de la escuela secundaria los retoños de la familia. Muchos nacidos en Estados Unidos y otros emigrados de niños que hablaban inglés sin acento y a los que el recuerdo del país de origen les iba quedando cada día más lejos, como la universidad, la casa de los abuelos y la residencia legal en el país.
Muchas familias de migrantes latinos en Estados Unidos se conforman de distinta manera a como en los países de origen: niños que viven con vecinos porque deportaron a sus padres los cuales decidieron dejarlos para que tuvieran un mejor futuro; otros que se quedaron viviendo con tíos, unos que se quedaron solos y que los cuida el hermano mayor que es adolescente, el cual trabaja y estudia; viven en un cuarto que alguien les hizo favor de prestarles o alquilarles en una casa. Nadie reporta a las autoridades para que esos niños no tengan problemas de separaciones, prefieren que estén juntos y los ayudan entre la comunidad.
Esa comunidad puede ser conformada por miembros de una iglesia, vecinos, padres de familia de la escuela, en una red de ayuda silenciosa; así es como entre vecinos, conocidos y familiares se turnan para llevar a los niños a la escuela, al doctor, a sus actividades extracurriculares y, se van tejiendo hilos que van conformando el enorme hilar de telaraña que hace de las comunidades migrantes latinoamericanas un mundo externo con realidades distintas al del concepto de familia que aparece en los libros de texto.
Y se encuentran también dentro de ese abanico de familias distintas las que tienen al padre o madre deportados: al que lo agarró la migra cuando iba de camino al trabajo, en la calle, en la parada de autobús, en el trabajo. Las familias que llegó el papá primero al país y que poco a poco se ha ido trayendo a los hijos con el espacio entre la llegada de uno y otro de años, entonces están los casos del papá con el hijo mayor viviendo en Estados Unidos y el resto de la familia en el país de origen. Rentan un cuarto o un apartamento donde viven otros 20 migrantes en las mismas condiciones: indocumentados.
El caso de la mamá soltera que emigró y que ha ido mandado a traer a los hijos, galán que sin traumas a causa del viaje de travesía, cada uno con sus infiernos post frontera que explotan de mil formas o que los consume de mil formas también. Así es como niños de escuela primaria o de los básicos ya tienen uno o dos arrestos con la policía porque los encontraron en la escuela con drogas, alcoholizados o robando para comprar droga. Porque solo la droga les permite olvidar momentáneamente el infierno. O los que terminan siendo esclavizados en las redes de trata.
El averno también de vivir en situaciones de pobreza extrema, porque en Estados Unidos también existe, de ver que su mamá o su papá trabajan tres turnos al día para lograr traer al país a sus otros hijos y mucho más difícil si viven en estados donde nieva, donde bajan las temperaturas a extremo y no tienen calefacción o en verano cuando suben y no tienen aire acondicionado.
La situación de familias que después de que finalmente lograron traer a todos sus hijos al país los papás terminan divorciándose. El caso de los niños que viajaron solos y que los agarró la migra en la frontera y a los que ningún familiar fue a recoger por miedo a ser deportados y terminaron siendo parte del programa de gobierno viviendo con familias que ayudan en las crianzas. Los niños que lograron llegar pero que sus padres fueron reportados con las autoridades por tener viviendo a sus hijos en condiciones inseguras que representaban un peligro para los niños y fueron dados a familias que trabajan en los programas del gobierno. Y están los niños también que cruzan la frontera todos los días para estudiar en Estados Unidos y que duermen con sus familias en territorio mexicano.
Están los niños que nacieron en Estados Unidos y que ven a sus papás solo unas horas durante la semana, como los niños migrantes, porque estos son indocumentados y trabajan tres turnos al día, estos niños no pueden viajar al país de origen de sus padres a visitar a sus abuelos por la situación económica en la que viven, apenas alcanzan a pagar la renta de un apartamento o de un cuarto. Y viven de la misma forma que los niños migrantes sin documentos.
El sol estaba sazón y el clima era perfecto, se graduaba una generación más de la escuela secundaria del poblado donde viven obreros latinos en su mayoría, era mes de graduaciones en Estados Unidos y son pocos los privilegiados en terminar la secundaria, porque por cada niño que se gradúa hay miles trabajando sin tener la opción de estudiar, y los tantos que dejaron la escuela a medio camino, más los cientos que se mueren en la frontera buscando llegar al país.
Esos niños graduandos son en muchas familias los primeros en ir a la escuela, de ellos pocos seguirán diversificado y apenas contados con los dedos los que seguirán la universidad, porque la mayoría tiene la carga de ayudar en los gastos de la casa y crianza de los hermanos, como en los países de origen, como les tocó a sus padres y abuelos. La mayoría tal y como lo hicieron sus padres y sus abuelos, se casan jóvenes casi niños y también casi niños tienen hijos.
Un ciclo que varía muy poco y que es muy difícil de romper porque es sistemático y patriarcal, más allá de las fronteras territoriales.