Por Luis Herrera Montero
El mundo se aproxima a convivir insospechadas implicaciones, que se impondrían a consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania. Para una adecuada evaluación del acontecimiento político militar, debemos tener presente los procesos que lo explican y no simplemente tomar partido entre un país invasor y un país víctima. Los análisis son diversos y dan cuenta de multiplicidad de experticias, incluso, contradictorias. No cabe duda que la problemática no puede comprenderse ni explicarse sin las perspectivas ideológicas de tal o cual experto en materia de confrontaciones bélicas. Al respecto, algunos de éstos han coincidido en condenar unilateralmente a Putín y al expansionismo de la oligarquía rusa, que sueñan en recrear el imperio de Pedro el Grande. Otros han destacado la reproducción y reactualización del fenómeno de la Guerra Fría, que dividiera al mundo entre capitalismo y socialismo y que una vez caído el bloque soviético y sus aliados, facultó acuerdos entre Occidente y Rusia, lamentablemente irrespetados por la geopolítica estadounidense, al reforzar su ofensiva territorial misilistica-nuclear en los países exsocialistas.
Negar el derecho a emitir libremente opiniones, aunque contradictorias, sería un error. Sin embargo, el descuidar que muchas informaciones fueron malversadas y fruto de manipulación, seria sin duda algo peor e inadmisible. Para la comprensión del acontecimiento en análisis, procede relativizar críticamente las versiones difundidas, debido a que encubren intereses en el escenario de guerra. En esa dirección, puedo afirmar que lo sucedido más que una reactualización del conflicto entre capitalismo y socialismo, el planeta ha sido testigo de un claro reforzamiento de disputas capitalistas de índole imperial, que antes fueran el causal directo de la Primera y Segunda Guerras Mundiales: no es casualidad que los países en conflicto sean los mismos territorios de la cultura occidental, si se revisa los datos más allá del belicismo entre Rusia y Ucrania. Debe aclararse, no obstante, que no se sostiene que el hecho bélico, de primacía actual para el planeta en su conjunto, sea una repetición de lo acontecido durante las primeras cinco décadas del siglo pasado, sino una reproducción conforme correlaciones de fuerzas en el actual contexto capitalista, que innegablemente reactualiza las causales de las confrontaciones mundiales del siglo XX, pero como en toda recreación, también se manifiestan de manera novedosa y diferente. En esa lógica, el conflicto entre Rusia y Ucrania no se reduce a ámbitos binacionales, sino que da cuenta de la complejidad multipolar y a la vez global del capitalismo contemporáneo.
Un primer elemento diferenciador es la caída del bloque denominado socialista y sus efectos, al recolocar a Rusia como nación, en evidente reemplazo de la Unión Soviética. Este hecho provocó que el gigante de gigantes, territorialmente hablando, pliegue en forma abierta al orden mundial y que asuma una serie de acuerdos con todo Occidente, en apego a la reconfiguración global. Ahora, esta incursión no significó un adentramiento con poder político y económico, más bien la integración rusa fue asumida subordinadamente. No cabe duda que esta situación de subordinación trajo como resultado el expansionismo del Estados Unidos y la OTAN y puede evidenciarse en el mapa geopolítico.
Tal característica se modifica en forma substancial con los triunfos políticos de Putín, que generaron recuperación económica de Rusia y, por tanto, su reposicionamiento en la escena planetaria, ya no bajo condiciones de subordinación, sino como un actor importante en la disputa geopolítica transnacional. Los hechos del 2014 son prueba fehaciente de lo dicho: Estados Unidos, bajo la presidencia de Obama, apoya un golpe de Estado en Ucrania, derrocando a un gobierno que asomaba aliado con los intereses económicos y geopolíticos de Rusia. Putín, en respuesta a este cambio en la relación con Ucrania, provoca un proceso de independencia de Crimea. Estas decisiones se han convertido, bajo el testimonio mundial, en detonantes de un gran conflicto entre Putin y el sector hegemónico del partido demócrata, representado por el liderazgo Obama-Biden.
Otro punto de distinción, respecto a la multipolaridad mencionada, es la reemergencia de China como imperio socioeconómico del mundo, ahora en pleno escenario de globalización. Para muchos este hecho está colocando en riesgo la hegemonía capitalista de Estados Unidos. Si bien China fue partícipe de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo por la invasión de Japón, no aparecía con el poder que ahora tiene. No son casualidad, las denuncias alrededor de mares y territorios aún no suficientemente clarificados y que, en opinión de este gigante asiático, son parte de su soberanía. La interrogante de calificados analistas, que está girando en los dimes y diretes entre China y Estados Unidos nos plantea la proximidad de otro conflicto ¿Luego de Rusia la guerra se irradiaría hacia Taiwán? Las respuestas se quedan aún en peligrosos supuestos, pero con proyecciones a volverse reales. No obstante, ante el conflicto, las declaraciones del poder político de China han sido más bien favorables a una real negociación hacia el fin de la guerra: postura a destacarse sin lugar a dudas.
El deber de un pacifista convencido o de alguien dispuesto a ejercer derechos bajo los rigores de responsabilidad, no puede tomar partido por uno de los bandos en guerra. Es repudiable lo sucedido, pues una confrontación geomisilistica coloca al planeta en riesgo, aunque por el momento se lo haya simplificado en amenazas. Las posibilidades de una Tercera Guerra no son ilusorias. Que Estados Unidos promueva el fortalecimiento de la OTAN, no constituye valor democrático desde ningún enfoque; por el contrario, confunde democracia con privilegio mundial, incluso en parámetros de alta destrucción planetaria, a través de una intensiva producción de armamento nuclear, que podría ponerse en uso con su expansión geomisilítica. Por el lado de las oligarquías rusas, las razones giran también alrededor de un imperio soñado, que reproduce sin duda privilegios. En este caso, el poder nuclear es prácticamente igual al de Estados Unidos y su impacto indiscutiblemente sería también catastrófico. Procede entonces, sumarse al bloque de los no alineados, de aquellos militantes que concebimos a la paz como una urgencia para todo programa y agenda que se proyecte hacia porvenires de cambio civilizatorio; en contra de la destrucción de pueblos y ciudades, por una guerra que dichos pueblos no provocaron; es más las guerras no han sido, históricamente decididas por sus pueblos.
Vale, en coherencia con lo expuesto, retomar estas fechas de semana santa, para rememorar un acontecimiento fatal para los cristianos de verdadera vocación. Jesús de Nazareth impulsó manifiestos de amor al prójimo, asentados literariamente bajo testimonios narrados en los evangelios, pero incomprendidos por toda la estructura clasista de la época, que llevaron a un nefasto asesinato de uno de los más renombrados líderes de la espiritualidad humana. Ha sido lamentable, durante ya milenios, que hayamos evidenciado no tales deseos de hermandad y amor, sino una serie de ejercicios denigrantes de dominación y perversidad imperial en el nombre de Cristo. El Papa Francisco ha emitido claros mensajes en concordancia a la urgencia de instituir mundialmente la paz. No así quiénes han ejercido los privilegios macabros y que se hacen llamar cristianos: católicos, protestantes y ortodoxos, en indiscutida tergiversación de sus mandatos religiosos. En pleno siglo XX, se produjeron los más grandes genocidios mundiales a través de dos Guerras, que se encuentran en diversidad de textos de Historia y cuyos datos no pueden dejarse de condenar.
Miserables los campos de concentración, miserables los fallecimientos de millones a causa de la violencia militar, miserables las detonaciones de bombas atómicas, las únicas lanzadas hasta nuestros días, entre otras miserias. Nadie tiene derecho a demonizar solo a Hitler y a Stalin, luego de lo sucedido en Hiroshima y Nagasaki. Para colmo, otras miserables guerras se produjeron en Corea, Vietnam y Medio Oriente. Miserables las consecuencias de la producción petrolera, por su alto contenido contaminante para el ecosistema. Por décadas, el petróleo ha sido y sigue siendo un detonante de prioridad para confrontaciones bélicas de alto poder de destrucción, pues la actual también está matizando la confrontación entre Occidente y Rusia. Ucrania fue tan solo un justificativo para desatar un conflicto de envergadura global, sin lugar a dudas, donde el petróleo está siendo tema a decidirse: si Europa continúa o no con la dependencia energética de Rusia.
Todo este predominio de guerra, motivado por privilegios y grandes capitales, representa a su vez la continuidad de una historia de violencia con significados patriarcales. La guerra da cuenta de masculinidades que han hecho de la violencia extrema un distintivo histórico. Perversidad para millones de hombres que debieron morir a causa de decisiones de otros hombres, que alejados de los frentes de batalla, toman decisiones para sostener privilegios inauditos, nunca tuvieron pena alguna de posicionar masculinidades violentas en calidad de reconocimientos, heroísmos y patriotismos, que en las últimas décadas están implicando a mujeres en masivos enrolamientos militares y que no significan el más mínimo cambio en las estructuras patriarcales de dominación, pues están incorporando a mujeres en la historia patriarcal de la violencia y la masculinidad decadente. Las guerras son prácticas de violencia patriarcal e imperial, que está colocando a la historia humana en crisis, no solo civilizatoria, sino también existencial. En los discursos de Biden, Zelenski y Putin, no se observa ningún rasgo de otra masculinidad, una de índole solidaria, crítica, decidida a transformar y producir relaciones de igualdad y respeto. Por el contrario, demuestran la continuidad de masculinidades retrógradas.
Hago una invitación a reconformar otras formas de ser y estar en nuestro planeta. La historia contempla también signos de resistencia e insurgencia política y social en nombre de procesos sostenidos en relaciones de fraternidad, de amor por el prójimo -habría que añadir amor por el lejano y diferente-, donde la reciprocidad sea una costumbre que se disfrute, constummbre libremente practicada y reconstruida conforme las mutaciones y metamorfosis planetarias, que impliquen necesarios equilibrios entre feminidades-masculinidades, entre sociedad-naturaleza y entre cosmopolitismo- interculturalidad. Es decir, un camino real hacia un horizonte utópico por construirse, pero con sentido dinámicamente real. Hay ciertos hitos históricos que nos guían, la lucha también tiene su largo trayecto, nuestro deber es revitalizarla y potenciarla. Posiblemente lo sostenido en este párrafo sea considerado romántico, pero no lo es: hay gente que se ha jugado ya por estos propósitos, que se diferencian radicalmente de Biden, Putin y Zelenski, y que han logrado ya muchas transformaciones; me viene a la memoria Jesús, María Magdalena, Tupac Amaru, Manuela León, Manuela Sáez, Bolívar, o canciones como: “Gracias a la Vida”, “Desangrado son corazón”, “La vida no vale nada” y muchas otras. Como dejar de lado a la poesía de Miguel Hernández, Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Tampoco podría obviarse a filósofas como Hannah Arendt, Rosi Briadotti, Vandana Shiva y más connotadas pensadoras. Finalmente, sería inaudito no tener presente la lucha de comunidades y pueblos originarios de Nuestra América y obviamente de los otros continentes.
No debemos alinearnos con la guerra. Discrepo con las indolentes posturas de los presidentes Duque y Lasso, serviles a los intereses de la oligarquía gringa en calidad de marionetas: el presidente colombiano incluso ha emitido discursos que comprometen a fuerzas militares de la hermana nación y el presidente ecuatoriano recibió alabanzas del gobierno estadounidense, por manifestarse en contra de Putín, pero en nada favorables a la paz. Tampoco se puede concordar con los pronunciamientos del presidente Maduro, que al parecer no se ha percatado de que Rusia es parte de la miseria neoliberal del capitalismo y que su disputa no es una recuperación socialista. Me uno, por tanto, a los pedidos del Papa Francisco, un líder religioso que visualiza la paz como una realidad a gestarse.